Anoche hubo bastante gente, y aunque es cierto que, sin el aguacero, los asistentes podrían haberse duplicado o triplicado, a nadie puede sorprender seriamente la masividad de una marcha opositora en un distrito donde el 70 % de la gente vota habitualmente alternativas antikirchneristas.
En el pasado reciente, cuando esta misma oposición se recostó en consignas difusas o silencios abarcadores y descansó sobre el fabuloso aparato de agitación y propaganda provisto por el monopolio mediático, demostró que era capaz de sacar a la calle hasta medio millón de personas. No hay novedad en eso.
Pero sí llamó la atención el corte generacional de los manifestantes. Prácticamente no hubo jóvenes. O, si estuvieron, fueron un porcentaje insignificante. La verdad es que la mayoría eran personas que superaban los 50 años. De allí para arriba. Este detalle, aunque desde la óptica de algunos analistas oficialistas se enfatice en el nivel socioeconómico de los movilizados, tratando de trazar analogías con hechos de la prehistoria nacional, es para tener en cuenta.
Porque la clase media no es un bloque homogéneo, como se pretende. Hay una porción de ella que apoya al gobierno y otro tanto que no lo hace. Sin embargo, la ausencia de jóvenes en la marcha que encabezó la "famiglia judicial" envalentonada en un intento por desestabilizar el gobierno democrático, es un dato político de enorme relevancia para comprender en profundidad lo que se jugó durante la jornada de ayer.
Decir que el país joven –conformado por los que lo son y los que se siente como tales– ha decidido desoír los mandatos conservadores, quizá sea exagerado.
No lo es tanto afirmar que el kirchnerismo es más un proyecto político y cultural transformador que un programa clasista con aires redentores.
Su prédica de todos estos años ha sido enfocada hacia esa franja juvenil como depositaria de valores que contradigan generacionalmente, con su frescura y vitalidad desprejuiciada, el sistema preestablecido por los poderes fácticos.
La de anoche pudo hacer sido una escena catártica más de la oposición que no encuentra representación partidaria; pide libertad de expresión expresándose libremente en los medios de comunicación y “justicia” marchando con los fiscales reaccionarios del Poder Judicial que, cuando debieron impartirla en la causa AMIA y otras tantas, no lo hicieron.
Pero habría que animarse a pensar también otra cosa: que haya sido una de las últimas fotos de la pelea entre lo que resiste a irse y lo que empuja por nacer.
En el pasado reciente, cuando esta misma oposición se recostó en consignas difusas o silencios abarcadores y descansó sobre el fabuloso aparato de agitación y propaganda provisto por el monopolio mediático, demostró que era capaz de sacar a la calle hasta medio millón de personas. No hay novedad en eso.
Pero sí llamó la atención el corte generacional de los manifestantes. Prácticamente no hubo jóvenes. O, si estuvieron, fueron un porcentaje insignificante. La verdad es que la mayoría eran personas que superaban los 50 años. De allí para arriba. Este detalle, aunque desde la óptica de algunos analistas oficialistas se enfatice en el nivel socioeconómico de los movilizados, tratando de trazar analogías con hechos de la prehistoria nacional, es para tener en cuenta.
Porque la clase media no es un bloque homogéneo, como se pretende. Hay una porción de ella que apoya al gobierno y otro tanto que no lo hace. Sin embargo, la ausencia de jóvenes en la marcha que encabezó la "famiglia judicial" envalentonada en un intento por desestabilizar el gobierno democrático, es un dato político de enorme relevancia para comprender en profundidad lo que se jugó durante la jornada de ayer.
Decir que el país joven –conformado por los que lo son y los que se siente como tales– ha decidido desoír los mandatos conservadores, quizá sea exagerado.
No lo es tanto afirmar que el kirchnerismo es más un proyecto político y cultural transformador que un programa clasista con aires redentores.
Su prédica de todos estos años ha sido enfocada hacia esa franja juvenil como depositaria de valores que contradigan generacionalmente, con su frescura y vitalidad desprejuiciada, el sistema preestablecido por los poderes fácticos.
La de anoche pudo hacer sido una escena catártica más de la oposición que no encuentra representación partidaria; pide libertad de expresión expresándose libremente en los medios de comunicación y “justicia” marchando con los fiscales reaccionarios del Poder Judicial que, cuando debieron impartirla en la causa AMIA y otras tantas, no lo hicieron.
Pero habría que animarse a pensar también otra cosa: que haya sido una de las últimas fotos de la pelea entre lo que resiste a irse y lo que empuja por nacer.
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