Por Claudio Morresi *
La camiseta me la compró mi viejo al lado de la sede, donde también vendían los números. Cuando me la probé con su radiante blanco, sus vivos rojos y su globo, que me quedaba justo en el corazón, sentí que me ponía un pedazo de piel, que no sabía que me faltaba, pero entendí que a partir de ese momento me iba a acompañar para toda la vida. “¿Qué número querés?”, me pregunto mi papá. “El ocho”, le contesté. Al llegar a casa, con paciencia, mi querida vieja lo cosió en la espalda. Era el número que usaba ese pibe que estaba pegado en la pared al lado de mi cama y que con sus ojos verdes me contaba imaginariamente lo hermoso que era jugar en la primera del club del que sos hincha.
Los domingos, cuando eran las 14, caminábamos hasta la cancha. Al salir de casa éramos tres con mi viejo y mi hermano, en esas veinte cuadras se iban acoplando miles de vecinos de Parque de los Patricios, que junto a otros que llegaban de Pompeya o Soldati, llenaban la popular. “No hagan olas/no hagan olas/que ahora sale la aplanadora”, se cantaba minutos antes que saliera el Huracán del ’73. Salir campeones fue premiar a uno de los mejores equipos de la historia del fútbol argentino y también fue un reconocimiento a quienes creen que se puede triunfar buscando la máxima expresión de belleza estética grupal e individual que permite el fútbol.
Después vinieron tiempos donde diferentes desventuras no le permitieron a ese barrio olvidado del sur de la gran ciudad codearse de vuelta con la gloria. La lluvia torrencial del ’76 en la cancha de River en un partido decisivo con Boca, el gran Independiente del ’94, el granizo junto a esa vergonzosa nube negra con silbato que cayó en la cancha de Vélez en el 2009 alejaron el grito de campeón.
Las calles de Parque Patricios se llenaron el miércoles de alegría. Frente a la sede de Caseros, entre miles de quemeros, el señor que me compró la camiseta de Huracán estaba agitando una bandera; a su lado estaba esa hermosa mujer que me había cosido el número 45 años atrás; cuidando de que no los empujaran entre tanta alegría estaba su nieto, que intentaba que sus abuelos hablaran por celular con su nieta que había viajado a San Juan a alentar al equipo. Les era difícil poder hablar porque entre todos no paraban de gritar ¡Dale Campeón! ¡Dale Campeón!
* Ex secretario de Deporte de la Nación. Jugó en Huracán entre 1981 y 1986 y entrenó al equipo en los períodos 1994/95 y 2002/03.
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