El reino saudí inició una jugada mundial totalmente opuesta a la empleada durante la crisis del petróleo de 1973 y cuyo objetivo desestabilizante son tres potencias: Irán, Rusia y Estados Unidos.
Por Ezequiel Kopel
La “culpa” fue de China aunque el mundo miró rápidamente a Estados Unidos. Pero en la actualidad el tablero de ajedrez de la economía mundial lo maneja más el país oriental que el “Tío Sam”. Todo empezó con la desaceleración de la economía de la República Popular China, a lo que se sumó que Estados Unidos redujo drásticamente su dependencia en el petróleo extranjero por su creciente uso de energías alternativas y la expansión de su industria de petróleo no convencional, también llamado shale. Y ahí vio su oportunidad el mayor especulador de los precios del petróleo en las últimas décadas: Arabia Saudita. Los exportadores de la ideología pan-islámica salafista, que el mundo occidental comenzó a descubrir con las tristemente célebres acciones del Estado Islámico, fijaron sus intentos desestabilizantes en tres países: Irán, Rusia y en menor medida Estados Unidos, en ese orden de importancia e intención.
Aprovechando que a principios de diciembre el gobierno de Irak firmó un acuerdo con el Gobierno Regional Kurdo (KRP) por el cual se compromete a enviar 300 mil barriles de petróleo por día a Irak, mientras que se le permite vender independientemente en el mercado internacional 250 mil barriles a través de un oleoducto dirigido a Turquía, Arabia Saudita decidió mantener su sostenida e inmensa producción que, junto a la entrada del barato petróleo kurdo, saturó un mercado ya colmado de ofertas. Asimismo, la entrada de un nuevo actor provocó el interés de numerosas compañías petroleras occidentales de explotar las zonas kurdas, sobrecargando la oferta en un mercado no aliviado por la demanda, lo que ocasionó que el precio del petróleo se sitúe por debajo de los 60 dólares el barril. Luego vino la reunión de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) donde naciones como Venezuela e Irán trataron de convencer a Arabia Saudita de que se pusiera un coto a la producción de petróleo (que se encuentra en 30 millones de barriles por día), disminuir el mercado y provocar un alza en el precio. Pero la intransigencia del reino saudí fue terminante y el petróleo bajó aún más. Sus aliados en la jugada fueron Kuwait y los Emiratos Árabes Unidos, quienes totalizan más de 1,5 trillones de dólares en reservas financieras y le permiten paliar los menores ingresos.
La jugada fue a contraposición de lo hecho hace más de 40 años, cuando durante la crisis de 1973, Arabia Saudita decidió aumentar el precio cuatro veces su valor; aunque la jugada le resultó fallida: los mayores beneficiarios fueron las empresas petroleras privadas (controladoras por ese tiempo del 85% de las reservas del mundo) a las que la movida de la OPEP pretendía perjudicar, permitiéndoles tener un superflujo de dinero para invertir en pozos no convencionales como las costas de Gran Bretaña o África y aumentar sus polos de extracción.
Irán puede sobrevivir con un barril a 40 dólares, según declaraciones de su propio vicepresidente Eshag Jahangiri; sin embargo, el presupuesto que cerraron a fines de este 2014 contempla un precio mínimo de 72 dólares, por lo que cifras por debajo de 60 dólares le exigirán un recorte sin precedentes en ministerios cuasi autónomos que dependen directamente de los ayatolá y que les han permitido posicionamientos geoestratégicos alrededor de Medio Oriente (Siria, Irak, Líbano y Yemen) con millonarias sumas de dinero, producto de los excedentes de petróleo y que, en mayor medida, sostienen a los regímenes que allí reportan . Su mercado interno también ha sido afectado drásticamente como queda en evidencia con, por ejemplo, la decisión del gobierno iraní de aumentar los precios del pan en un 30 por ciento. Por lo tanto, su salvación residiría en un acuerdo sobre su programa nuclear que suprimiría las sanciones internacionales en su contra y que han disminuido las exportaciones de dos millones de barriles de petróleo a un millón durante este año. La contención y el control internacional de su programa nuclear tranquilizaría los temores de Arabia Saudita de que Irán con una bomba nuclear sería incontenible en sus ambiciones internacionalistas y en la constante guerra sunita- chiíta, donde Arabia Saudita e Irán llevan la voz cantante de sus respectivas denominaciones religiosas, y donde escenarios externos como Irak son los campos de batalla.
Rusia, que produce el 20 por ciento del petróleo de Europa, es otro de los objetivos de la movida, pues el debilitamiento de su economía también es un duro golpe a sus políticas en las regiones que están en clara contraposición a los intereses sauditas. Imitando las acciones del pasado que demostraban que la Unión Soviética trataba de influir en países cuando su petróleo estaba en alza, la aventura en Ucrania, su apoyo irrestricto al régimen de Basher Assad o el espaldarazo a los rebeldes contra el gobierno sunita de Yemen -todos apoyados por Arabia Saudita de una manera u otra- muestran que los sauditas están esperando desde hace tiempo la oportunidad de saldar las cuentas con sus viejos rivales rusos. Rusia tenía gran interés en mantener los precios altos del petróleo ya que ningún país es más dependiente de éstos como factor de recuperación de su economía, mientras intentaba disuadir a los principales países productores de energía de poner en peligro su cuota de mercado en Europa, que ahora con Rusia en retroceso buscará nuevos horizontes. Otra clara consecuencia ha sido la cancelación de la construcción de un gaseoducto que intentaba circunvalar a Ucrania.
La movida pretende afectar también a un antiguo aliado, pero actual competidor económico, de Arabia Saudita como Estados Unidos. Mientras numerosos medios periodísticos del mundo intentan describir la baja de los precios en el petróleo con un hecho fait-accompli producido por los norteamericanos, lo cierto es que los mismos, y especialmente sus poderosas petroleras privadas, tienen mucho que perder. Recordando la máxima que dice “nunca confíes demasiado en tus amigos”, las firmas estadounidenses que utilizan la técnica de extracción “fracking” serán extremadamente dañadas si los precios bajos del petróleo se prolongan por un largo periodo de tiempo. El golpe financiero pondría a estas empresas fuera del mercado pues su negocio actual se basa en una balanza comercial donde el precio del barril supere ampliamente los 100 dólares para financiar una extracción muchísimo más cara que la del petróleo convencional (a Arabia Saudita sólo le cuesta 5 dólares la producción de cada barril). Sin grandes márgenes acumulados, esas empresas -así como algunos influyentes estados petroleros estadounidenses, particularmente dependientes de la ese tipo de extracción como Wyoming, Oklahoma, Dakota del Norte, Alaska y Texas- estarían en graves problemas. Mientras los precios bajos del petróleo ayudan en el corto plazo al bolsillo de los consumidores estadounidenses (el 70 por ciento del petróleo mundial se usa para automóviles), a la larga esos mismos valores perjudicarán a los productores de energía que dependen exclusivamente la producción y que les ha ayudado a aumentar el empleo y mantener sus presupuestos durante la crisis financiera. Por ejemplo, la producción de pozo petrolero “shale” de Bakken en Dakota del Norte había incrementado en un 15 por ciento la producción total de Estados Unidos, dándole un superávit presupuestario de más de un billón de dólares sólo a ese estado. Por lo tanto, la cancelación de pozos “shales” a través del país no es una aventura que Estados Unidos puede permitirse por mucho tiempo.
Con una baja en los precios del petróleo que puede ser a la vez una bendición y un castigo para Estados Unidos, con Rusia e Irán intentando mantener sus intereses internacionales mientras compiten mutuamente por influir en Asia Central -como queda de manifiesto en la puja por la demarcación del Mar Caspio (en efecto el lago más grande del mundo-), sólo China con un posible aumento de su demanda de petróleo mundial y Arabia Saudita, con una menor producción, tienen la llave para pacificar un mercado de extremo peligro colateral. Un mercado que contiene a países que pueden actuar en cualquier momento como un perro acorralado: cuanto más amenazado se vea, mayor será el peligro de un ataque inesperado.
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