Un viaje al corazón de la revolución cubana. Primera de las crónicas de Rafael Bielsa sobre su visita a la Isla luego del histórico anuncio sobre el reinicio de las relaciones diplomáticas. Exclusivo para AGENCIA PACO URONDO.
Por Rafael Bielsa
Llegamos con mi hijo Hilario (19) a Panamá el sábado por al atardecer. Desde el avión, entrando por la bahía, la skyline de la ciudad la asemeja a Dubai (Emiratos Árabes Unidos, donde está el hotel “Burj al Arab”, de 321 metros de altura). El grupo publicitario “International Living” consideró por varios años a Panamá uno de los cinco mejores lugares del mundo para retirarse, lo que sólo es bueno para quien esté en condiciones de retirarse (en Panamá o en los otros cuatro lugares).
Nos recibe nuestro querido Jaime con su familia. Pasamos frente a una especie de “máquina de Dios”, un colisionador de hadrones ensamblado por eslabones de comercios con luces dicroicas. “Vienen de todas las Antillas a comprar aquí”, nos comenta. “Del General Torrijos”, dice, “apenas queda una carretera, alguna avenida”.
Pero enseguida lo gana su indómito espíritu latinoamericano: “¡cuarenta barcos por día pasan por el Canal! Los orgullosos capitanes de ultramar gringos se resisten a que los prácticos panameños les den órdenes. Pero tienen que hacerlo: los reciben mar afuera y los dejan mar afuera. Cuando estaban los yanquis no era así. La zona del Canal era jurisdicción norteamericana; aplicaban sus leyes. El viejo General decía: tenemos la frontera sur que es el Pacífico; la norte que es el Atlántico; la este que es Colombia; la oeste, Costa Rica; ¡cuatro fronteras, y la quinta, que es el Canal, la tenemos dentro de casa!”. Jaime le imita la voz, recuerda a Chuchú Martínez, quien nunca dejó de estar cerca de Torrijos y nunca dejó de ser su “sargento”, cuenta que pocos días antes de morir se quedaron tomando en casa de Jaime y que Chuchú se fue como Dios manda y como a él le gustaba a dormir. Ahora, en Nicaragua, China acaba de comenzar la construcción de su canal. Iría por río desde el Atlántico y el Caribe hasta el lago Nicaragua, cruzaría el istmo de Rivas para alcanzar el Pacífico. “Imperio que fue y que quiere volver a ser”, se encrespa Jaime, “les dice a los gringos: ‘nos metemos en el patio, y ¿a ver qué?’”. Hilario escucha con una atención dolorosa, memorizándolo todo. “A ver si resulta siendo lo que Roma a Constantinopla y Oriente o lo que Pizarro y España a Cajamarca y Perú”. Todavía nos quedaba el domingo completo.
Armando andará por los 70 años. Fuma su puro el lunes 22 por la mañana, “Día del Educador”, en la puerta de su casa de La Habana. La fecha conmemora el día de 1961 en que Fidel Castro proclamó a Cuba “territorio libre de analfabetismo”. Vive frente al flanco de la “Oficina de Intereses” de los Estados Unidos. En otro tiempo, allí hubo un cartel iluminado un día sí un día no, que decía “Señores imperialistas, sepan ustedes que no les tenemos ningún miedo”. Ahora, en lugar del cartel, está lo que Armando denomina el “Monte de las Banderas”, un mar de colores ondulantes que rasguña el cielo. A las espaldas de la Oficina se agolpa un puñado de personas esperando para realizar sus trámites. A unos pocos metros, con las puertas abiertas, empieza la semana el Comité de Defensa de la Revolución (CDR) “José Luis Gómez Warguemet”.
A principios de la década de los ’80, cuenta Armando, cuatro mil educadores voluntarios conformaron el “Contingente Pedagógico de Maestros Primarios Augusto César Sandino”, que viajó a la patria de Rubén Darío para ayudar a la naciente Revolución nicaragüense, al costo de vidas humanas a manos de la “contra”. Pero cerca de la frontera con Honduras, como declara José Ángel González Espinosa, cuando alguien les decía “maestro, recoja sus cosas porque hay bandas en la zona”, los educadores tomaban el machete para hacer frente a la fauna aborigen: “en ese entonces nos preocupaban más las culebras que la ‘contra’”.
Fidel dijo el 22 de diciembre de 1961 que en Cuba había acabado el analfabetismo. Fidel está en todas las cosas. Caminando por Belascoain, antes de llegar a Virtudes (frente al Hospital “Hermanos Ameijeiras”) hay un cartel que reza: “Se reparan zapatos de todo tipo”; y como recordatorio: “Pago por adelantado. Fidel”. Como para que a nadie se le vaya a ocurrir pedir fiado.
Mientras todos celebran a los “Cinco Héroes” que defendieron a la Patria del terrorismo (René, Fernando, Tony, Ramón y Gerardo), uno de ellos (Ramón) declaró: “nuestro Comandante dijo: ‘¡Volverán!’, y ¡volvimos!”. El envío a Cuba de tres de ellos liberó el reinicio del diálogo entre la isla y Estados Unidos.
El sábado 20 por la noche se sumaron al concierto por los barrios nº 62 de Silvio Rodríguez. Una de las canciones, confesaron sobre el escenario (“El necio”) los ayudó a soportar el encierro y se terminó convirtiendo en su oración de resistencia. El cartel con sus rostros continúa en la esquina de la heladería Coppelia.
Allí mismo nos pusimos a conversar con un habanero que nos había sorprendido con una frase de esas que no se olvidan: “en esta ciudad, aunque no te lo digan, chico, el que no tiene de congo tiene de karabalí”. Se había referido a los dones con los que se nace, una mixtura entre esoterismo, religión y revolución. “¡Que el comunismo no tiene nada que ver con esto, chico!”. Habíamos visto un cartel recién colgado en una dependencia del Partido Comunista cubano que decía: “trabajar con orden, disciplina y exigencia”, y se lo mencionamos al pasar. Por el lado de su madre, tía y primos están en los Estados Unidos y él cree en el éxito de las conversaciones con Obama. “Lo de los gringos, para todos nosotros son buena noticia, y hace mucho que no tenemos una”.
Una crónica de viaje enfrenta dos andariveles: por un lado, captar cómo entiende las cosas que nos interesan quien protagoniza lo que nos interesa (decía Antonio Machado: “el ojo que ves / no es ojo porque tú lo veas / es ojo porque te ve”); por el otro, integrar nuestra perspectiva a lo que percibimos con los sentidos, ordenamos con el cerebro y nos conmueve en el alma. Es el juego en el que andamos.
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