El sistema intentó presentar una hipótesis reaccionaria: la cultura del aguante arruinó el rock. Tal deducción no puede sino negar la experiencia heroica de los 'desangelados' de Cromañón, los pibes que aguantaron, que salvaron.
Por Rodrigo Lugones
Y si no te gusta
Te podés matar
Este es el aguante
Este es mi lugar
Aguante el Aguante
Aguanta también
Te podés matar
Este es el aguante
Este es mi lugar
Aguante el Aguante
Aguanta también
Charly García – El Aguante
Repensar una trama tan compleja, que funde los traumas particulares del horror personal con una historia política universal (la historia de nuestro país, es decir, el resultado de las políticas neoliberales en su versión más desesperadamente siniestra), supone un gran esfuerzo. Más cuando la tarea está mediada por emociones descarnadas, por sentimientos que se contraponen, y por la locura. Qué fue Cromañón, sino, la locura del sistema en carne viva.
Se trata, nada más, ni nada menos, que de pensar cómo se interioriza una exterioridad histórica universal. Cómo un proceso histórico se condensa en una experiencia particular, cómo se conecta la pluralidad de lo social con la singularidad psicológica cuando experimentamos un acontecimiento tremendamente traumático (hablamos de una experiencia mortal, hablamos de la manifestación material de lo siniestro).
Por dónde empezar, qué decir y cómo decirlo. Son sólo algunas de las preguntas que se presentan. Lo principal, creemos, es remarcar el sentido que tiene nuestra voz, la voz de los que, de una u otra manera, fuimos (somos) parte. Una voz que adquiere su valor, precisamente, por no haber mirado a un costado y por haber sido activa, por ser una voz que tomó parte al construir su propio discurso. Una voz que se reveló contra un discurso dominante y contra una lógica comunicacional que la excluía. Ya que a la hora de elaborar los discursos que intentaron explicar la tragedia se han creado recortes ideológicos deliberadamente parciales, que posaron de neutrales.
El sistema intentó presentar una hipótesis reaccionaria: la cultura del aguante arruinó el rock, la culpa, por lo tanto, es de esta malformación popular, pseudo-futbolera, a la que miles de “inadaptados” sometieron a una cultura notable. Tal hipótesis no puede más que obedecer a un esquema de pensamiento absolutamente falaz y reaccionario. Tal deducción no puede sino negar la experiencia heroica de los “desangelados” de Cromañón, los pibes que aguantaron, los pibes que salvaron.
Roberto Perdía, en su reciente: “Montoneros, el peronismo combatiente en primera persona”, habla del aguante como la nueva resistencia de los pueblos frente al neoliberalismo y la presidenta Cristina Fernández, en la última plaza, habló del aguante como resistencia de los jóvenes.
En ese sentido, entendemos al aguante como una construcción popular, de resistencia barrial, de base, opuesta al reviente. Con sus limitaciones, desde luego, pero genuinamente popular. Fue el aguante, la resistencia popular de los jóvenes, quien dio vida en la muerte esa noche.
Tres periodistas escribieron una historia del rock coherente con una manera de entender el mundo y la cultura que excluía de plano las ideas, los sentimientos, y la propia experiencia de los pibes de Cromañón, una historia que demonizaba, con los cánones del sistema, al aguante.
Hablamos de Sergio Marchi, Eduardo Fabregat, y José Bellas. Cada uno en su propio ámbito se encargó de llevar adelante una cruzada contra el rock de los barrios. Detrás de las reaccionarias banderas del: “Todo tiempo pasado fue mejor”, con ligeras diferencias de estilo, cada uno de ellos se encargó de remarcar que “adelante siempre está atrás” y que, el problema, a fin de cuentas, eran los jóvenes que, de pronto, se conformaban con bandas mediocres y reproducían conductas éticamente reprobables (al tiempo que acusaban de asesinos a los músicos y alababan al dios underground Omar Chabán).
Mientras Chabán huía con la bolsa de la recaudación la noche del 30 de diciembre del 2004, los pibes de Callejeros (los “músicos mediocres”) junto con su público (el del aguante), entraron a rescatar compañeros que estaban siendo asfixiados por el cianuro que contenía el humo mortífero de Cromañón. Humo que se produjo por un “ahorro” de recursos, decisión exclusiva del “magnífico gestor cultural” Omar Emir Chabán (si bien es cierto que hoy por hoy faltan lugares como Cemento, donde la lógica comercial no domine las relaciones culturales, es necesario destacar que no podemos aceptar que un lugar que sea justo con los artistas, y plantee una lógica distinta a la del mercado, lo haga al precio de la muerte).
Los pibes y los músicos aguantaron. Aguantaron la toxicidad, aguantaron la mentira, aguantaron el dolor, aguantaron la muerte, aguantaron la vida. Bancaron la toma cuando nadie bancó, cuando los quebrados se dieron vuelta y los conjurados se multiplicaron. Ahí estuvieron. Se plantaron, porque lo que había que defender era la posibilidad de la vida, la posibilidad de una construcción que permitiera vencer, poéticamente, a la muerte.
Los pibes que aguantaron y lograron cambiar la percepción social que se tenía sobre la banda, ganándole al discurso hegemónico, se llevaron uno de los mayores tesoros, el acompañamiento de las Abuelas de Plaza de Mayo. Aquello que terminó por definir, ideológicamente hablando, de qué lado estamos. Esto aprendimos durante los últimos diez dolorosos e intensos años.
La vida, en éste sentido, no es otra cosa que una sucesión de duelos, que es preciso atravesar: ¿de dónde podremos agarrarnos frente a la muerte? Quizás de la palabra, quizás de un proyecto.
Utilicemos la palabra para reconocer lo que pudo el aguante de los pibes en éstos diez años: sobrevivir a la tragedia, organizarse, alzar la voz, crear un discurso, identificar a los reales responsables (políticos y empresarios), disputarle verdad al discurso hegemónico mentiroso, salvar a otros, defender a los músicos inocentes, salir de la muerte para entrar en la vida, salir de la inocencia para pensar y comprender, políticamente hablando, el entramado social, en suma, lograr hacer algo con aquello que hicieron de nosotros.
A diez años seguimos pidiendo, como en la hora cero, que Cromañón no se repita. Defendemos la inocencia de la banda, rescatamos el legado heroico de los pibes (los que no están y los que quedaron, que necesitan el amor para ver más allá del horror), y afirmamos que hemos construido una ética coherente con nuestras ideas y nuestra práctica. Hemos vencido, de algún modo, a la muerte, aunque ese sea un camino que continuamos recorriendo (los que no somos sobrevivientes, y los que lo son).
Este texto está dedicado a los sobrevivientes de Cromañón
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