Cuando se trazan balances políticos anuales, puede ocurrir que lo primordial sea remitirse a uno o varios episodios de lo acontecido en el período. Hechos temporalmente alejados que, incluso, hasta parecen de otro año. Pero también puede suceder que lo más significativo consista en la foto del momento, de este final de diciembre, porque la desembocadura y los grandes contrastes sirven para entender al conjunto sin mayor necesidad de ir mes por mes, hecho por hecho, protagonista por protagonista. A juicio personal, para juzgar 2014 sirve más lo segundo.
Fue el 23 de enero cuando la devaluación oficial de la moneda provocó un cimbronazo. Más que por su impacto de coyuntura, esa sacudida condujo a pronósticos terroríficos de los economistas del establishment. Fueron potenciados por su coro mediático, o, en rigor, al revés: los medios crean un clima al que los gurúes se suman. El resto lo hizo la atadura social al dólar. Una conexión cultural, histórica, por cierto que también económica, en tanto el país no logra superar su dependencia de insumos importados cada vez que alcanza picos de crecimiento por cuenta propia. Aun los partícipes y simpatizantes técnicamente más sólidos del kirchnerismo reconocieron que el mercado le torció el brazo al Gobierno, en ese fin de enero. Cualquiera que se tome el trabajo de repasar las predicciones del elenco estable de las patrullas opositoras, para la economía 2014, se encontrará con un blue cercano a 20 pesos y una caída fenomenal de las reservas monetarias, que habrían de hundirse hacia el límite crítico de 20 mil millones de dólares. El primero se desplomó en alrededor de 13, y las segundas sobrepasan los 30 mil millones. El horizonte de catástrofe cambiaria habría de reincendiarse cuando el fallo judicial adverso a la Argentina en la Corte Suprema de los EE.UU., por el caso buitres, que provocó una satisfacción indisimulable en la oposición más bruta. Sin embargo, sólo terminó constatada la corrida que, a comienzos de octubre, desalojó a Juan Carlos Fábrega del Banco Central. Cristina le endilgó, en público, no controlar el mercado cambiario y permitir maniobras financieras. Asumió Alejandro Vanoli, hubo una ofensiva macro y micro sobre los operadores de las cuevas –esto quiere decir sobre la operatoria de los grandes bancos, que son los que las proveen– y el partido del año, o uno de ellos y no precisamente el menor, terminó con el precio del dólar ilegal en tendencia bajista. Lo concreto es que el año arrancó y se retroalimentó con las profecías de un desmadre cambiario, un país acorralado por la Justicia norteamericana y una cantidad de reservas, líquidas, incapaces de aguantar la tormenta perfecta. Junto con eso, o a propósito de especular con eso desde la prédica de sus medios de comunicación asociados, el dichoso sector agropecuario encanutó, literalmente, la mitad de sus granos. Se guardaron liquidar la cosecha en espera de la devaluación autoprofética prometida por sus voceros, y así siguieron esperando mientras se derrumbaba el precio internacional de las materias primas. Entre las frases más sintomáticas del año debería contarse la del tránsfuga Eduardo Buzzi, ahora ex titular de la Federación Agraria, cuando admitió que se habían equivocado en especular. Esos son los muchachos que después se alarman ante el déficit fiscal, los problemas de la balanza comercial y sus sucedáneos. El aspecto indesmentible es que empezaron y anduvieron, buen rato, por esos lares de terremoto cambiario. Y acaban el año hablando de un hotel de Cristina en Santa Cruz. Si despegaron en 2014 con el augurio de un dólar a 20 y terminan centrados en Lázaro Báez, Amado Boudou o el nombramiento de un juez electoral bonaerense, no quepan dudas de que tuvieron, para decirlo suavemente, ciertas equivocaciones espectaculares. U operativos que jamás anclaron en la realidad.
Lo político siguió a pie juntillas esos choques entre lo que es y lo que se inventa que sea. En orden de expectativas publicitarias, éste debió haber sido el año en que Sergio Massa terminaría de comerse crudos a los chicos indecisos del kirchnerismo resentido, ambivalente, calculador. No pasó, ni por asomo. No hubo fuga masiva hacia ¿el massismo? de los alcaldes y gobernadores preocupados por el fin de ciclo kirchnerista. Massa, tal vez, comprobó que seguir disparando frases huecas a favor de la felicidad puede ayudar a conseguir entradas, pero no para asegurar el éxito de la obra. Asumirse como menemista sería su techo. Entró en lo que sus propios encuestadores amigos llaman amesatamiento, y continúa ausente de candidatos en todos los distritos que definen unas elecciones generales como las que se aproximan. Los radicales y socialistas santafesinos, que es lo que quedó de Fauna, sufrieron implosión. Los segundos son un registro meramente distrital. Y los radicales ya se resignaron a ser una murga tricolor, sin ninguna ambición de poder presidencial: se dividieron entre a) negociar rincones con Macri; b) colgarse de lo que fuere, al estilo del senador jujeño Gerardo Morales, y c) mantener algún grado de identidad propia. Carrió les marcó la cancha, simplemente desde su capacidad de influencia mediática escandalosa. Mueve a los radicales como a peleles, gracias al influjo de su carisma rimbombante y a la impunidad que le brinda, por una parte, su juego a favor de la tilingocracia antipolítica. Y además, debido a la inexistencia no ya de líderes o referentes, sino de simples figuritas mediáticas, en la zona que dice querer representar. Lilita tampoco construye nada, pero el año volvió a demostrar que es notable en su volumen destructivo de la organización política del gorilaje. Ahora está de amores con el alcalde porteño, pero quienes votarán a éste no necesitaban, ni necesitan, del dedo indicardor de la chaqueña. Carrió sirve para que la derecha se confirme a sí misma, no para que se suicide votándola. Es un personaje, no una personalidad.
Mauricio Macri y Daniel Scioli son casos aparte. El intendente porteño dispone de toda la artillería de prensa opositora a su favor, con excelentes perspectivas en la Capital más atendibles atracciones en Santa Fe y Córdoba. Pero no tiene con quién afrontar el desafío clave de la provincia de Buenos Aires. Allí, por ahora, no cuenta con nadie capaz de sacar la cabeza de debajo del agua, del mismo modo en que el gobernador tampoco puede desarrollar mayor potencial sin que Cristina lo habilite. Debe volverse al tan cansador como estimulante recordatorio de que todo sigue en disputa. La semblanza no es obvia si se toma nota de que a comienzos de 2014 –según aquellos pronósticos casi unánimes de colegas, prestidigitadores y operadores del flanco brutamente antigubernamental– todo estaba por caerse. Cristina no terminaba su mandato y surgiría vaya a saber qué, a erigir por nunca supieron decir quién. Respecto de la creación de ese clima que se reveló falso, agrandado, ilusorio, cierto grueso de la sociedad, de los llamados medios hegemónicos y de sus comunicadores, también deben hacer su balance. ¿Les interesa reparar en sus errores, o sólo les importa continuar descargándose a la bartola desde un resentimiento de clase más mierda que media? El 2014 no fue un año original en esa materia del catastrofismo. Viene de bastante atrás que ella no podría sin Néstor, que sucumbiría frente a los caudillos distritales del PJ, que terminaría refugiada en sus chicos de La Cámpora, que tarde o temprano el mercado le daría una lección inolvidable, que el mundo se vendría encima para demostrarnos que ya no hay lugar para experimentos populistas, los cacerolazos estarían a la orden del día y que a “la gente” le importará sobremanera si es una corrupta testaferreada. ¿Da la sensación de que haya sido así, o de que vaya a serlo? Hay el desafío de que lo K no cuenta con candidato alguno que asegure ganar las elecciones para mantener el rumbo, pero tiene un piso popular que difícilmente aceptaría desandar el camino. La prueba es que los demás no pueden sincerar su propuesta de retroceso.
A las grandes cosas políticas hay que medirlas en tiempos históricos. Sería una chicana fácil concluir sencillamente en que el año termina con Cristina en altos índices de aceptación popular, que el incendio social de los diciembres argentinos no se dio, que el consumo comercial estuvo a la mejor altura de los grandes momentos clasemedieros. No es esencialmente por eso que esta foto calma del fin de 2014 es lo más representativo. Es porque lo prometido por los conocidos de siempre sería peor que esto, aun en términos de proyecto o pretensiones de una sociedad conservadora. El año que viene, a esta altura, Cristina no estará en Casa Rosada. Pero quien ocupe el puesto de Presidente deberá tomar nota de que hay logros que no tienen vuelta, so pena de grandes conflictos sociales. Ya que estamos: en el Luna, en Ferro, en Argentinos, en Atlanta, el kirchnerismo demostró que es absolutamente la única fuerza con capacidad de movilización.
Por último, vale detenerse un párrafo en la noticia política más popular del año. La más entrañable. La que más y mejor aglutinó a la inmensa mayoría de los argentinos. Estela recuperó al nieto que le faltaba. O el nieto a ella, no entremos en esas disquisiciones. La observación más valiosa es que hay asuntos capaces de juntarnos. Y la percepción, ante 2015, según lo que volvió a explicar 2014, es que también podría juntarnos el imperativo de que es de acá para adelante, nunca para atrás. No es ni romanticismo ni frase hecha. Es dialéctica. Resolución de las contradicciones. Debería bastar con ver a quiénes contradicen lo que hay.
29/12/14 Página|12
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