El autor reflexiona sobre la reciente muerte del empresario de rock. "Omar Chabán fue responsable, eso es innegable, y tuvo un grado de culpa importante en todo lo que a Cromañón respecta".
Por Rodrigo Lugones
Hablar de justicia (cuando ésta implica el sufrimiento mortífero de un ser humano, cualquiera sea) no es justo. El cáncer es una enfermedad de mierda que no se la merece nadie.
Omar Chabán fue responsable, eso es innegable, y tuvo un grado de culpa importante en todo lo que a Cromañón respecta. También es cierto que fue uno más dentro de una lógica empresarial basada en la precarización de recursos, el escatimo de gastos, chanchullos varios y dádivas. No fue el único, era parte de una forma, ilegal pero estandarizada, de negociar en la noche.
Sin embargo, también vale señalar que un árbol oscuro no puede taparnos el bosque: a la hora de las valoraciones no debe olvidarse que Chabán, también, fue una de las personas que más contribuyó para que la cultura rock underground salga a la luz. Apoyó a miles de bandas, fue a pérdida incontable cantidad de veces, e hizo crecer a la bestia que despues le soltó y mordió la mano (la bestia es el negocio del rock). Hoy harían falta propuestas como las de Cemento o el Bar Einstein. Lugares donde la lógica del mercado no sea la que rija las relaciones culturales. Un lugar donde, por ejemplo, Los Redondos sean posibles.
Todo eso "fue" Chabán. No se pueden soslayar sus responsabilidades (y muy serias) en el caso Cromañón, como tampoco dejar de reconocer el trabajo que llevó adelante. No se puede bailar sobre la tumba de nadie, menos sobre la de alguien que murió experimentando un sufrimiento atroz. No es posible. Este sentimiento nos hace superiores, de alguna forma, a su última versión.
Aún a pesar de la última y peor versión de Chabán sostenemos que una muerte no puede alegrar a nadie (de todas formas, entiendo perfectamente a quienes, atrincherados por el peor dolor, hoy despotrican contra él).
Solo eso.
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