Por Mempo Giardinelli
El martes y en conferencia de prensa el secretario de Seguridad, Sergio Berni, declaró: “El fin de semana detuvimos a más de sesenta extranjeros que vienen a la Argentina únicamente a delinquir”. Habló de un tiroteo con la policía en un supermercado y destacó que los cinco asaltantes eran de nacionalidad chilena. Y dijo que esa misma mañana habían detenido “a otros cinco de nacionalidad colombiana”. Después, durante toda la semana, sostuvo que quienes rechazan sus dichos en realidad “no quieren debatir la inseguridad”.
Se equivoca, si bien le corresponde el mérito de instalar un tema de enorme trascendencia y gravedad.
En primer lugar porque debatir seriamente la inseguridad exige desterrar dos preconceptos: uno es la criminalización de la pobreza; el otro es toda referencia a nacionalidades, sexos, creencias religiosas y demás.
Para el secretario de Seguridad en la Argentina hay “una ley clara que prevé la expulsión” de quienes delinquen e insistió en la necesidad de un debate: “¿El problema es el extranjero? No. ¿El problema es la ley? No. El problema es que el 95 por ciento de todos los delincuentes que nosotros detenemos en la calle nunca llegan a un juicio, y cuando no tienen juicio no tienen sentencia, cuando no hay sentencia no hay condena y sin condena no se puede aplicar la ley”.
El ministro de Justicia y Seguridad porteño, Guillermo Montenegro, aprovechó para cuestionar la política migratoria nacional y propuso controles para el ingreso de inmigrantes: “No es xenófobo preguntarle a alguien qué viene a hacer al país”, dijo.
Por su lado, Pablo Micheli, de la CTA opositora, acusó a Berni de “cavernícola” porque “alimenta un odio en la población hacia aquellos que no son argentinos”.
Yo he sido extranjero; miles y quizás millones de argentinos también lo han sido y lo son. En México, en los ’70 y ’80 la amenaza era aplicarnos el artículo 33 de la Constitución mexicana, según el cual los gobiernos –de manera arbitraria y xenófoba– podían expulsar a extranjeros. Nosotros sosteníamos que la condición de foráneo sólo tenía que ver con los prejuicios. Y que el problema no era qué hacer con “los extranjeros”, sino qué hacer frente al delito.
Eso es lo que pasa aquí ahora. Mi abuelo era extranjero y el padre del candidato Mauricio Macri también. La mamá de Néstor Kirchner lo era y también la encargada del edificio de Coghlan en el que he vivido por años. ¿Y con eso qué? Si el Sr. Berni piensa que el problema es que ahora vienen en bandas organizadas para delinquir, entonces el problema es otra vez la maldita Justicia que tenemos. Que no solamente tenemos malditas policías sino también malditas justicias y es hora de decirlo.
Lo que debería pensar Berni es cómo lograr que se sancione efectivamente a quienes delinquen, sin importar sus nacionalidades. Es obvio de toda obviedad que son los que delinquen los que tienen que ir presos, y eso no tiene que ver con la nacionalidad de quien cometa delitos.
La cuestión es cómo hacer para que la ley se cumpla en plenitud y sobre todo cómo lograr que la Justicia argentina deje de ser tan esquizofrénica. Que es una característica ya demasiado marcada, habitual y negada por, al menos, la mitad del servicio de impartición de Justicia. Y también por la casi totalidad de la oposición política derechizada que hoy padece la Argentina y que se escandaliza porque los delincuentes “entran por una puerta y salen por la otra” pero sólo atina a reclamar penas más duras y para más jóvenes, como si su mentor siguiera siendo –y acaso lo sea, inconfesadamente– Ramón Camps.
El problema es la Justicia. Porque las leyes en la Argentina en general no se cumplen, y de hecho no existe un sistema de sanciones que se cumplan. Hoy la Justicia está dividida, partida al medio y mayoritariamente gobernada –como poder constitucional– por lo más retrógrado de este país. Su sistema textual y nepotista es decimonónico y continúa como si nada, y de ahí la morosidad selectiva con la que se supone que imparten justicia. Sus pocas decisiones veloces siempre hacen blanco en los más débiles o en los que ideológicamente se quiere condenar. Hay 4000 trabajadores cumpliendo diferentes penas y se suman los procesos contra el vicepresidente Boudou a velocidad mediática, pero Domingo Cavallo hace 13 años que sigue libre gracias a maniobras dilatorias.
El problema medular de la inseguridad es que no se les mueve un pelo a los jueces argentinos, ni federales ni de otros fueros. Denunciados por gravísimos cargos, casi siempre zafan gracias al sistema de favores, recompensas, complicidades y matufias que ellos mismos saben perfeccionar. Bien decía el poco recordado José Ingenieros que “los intereses creados obstruyen la justicia” y que cuando en la conciencia social se deteriora el sentido de la justicia, la ciudadanía “se niega a trabajar y a estudiar al ver que la sociedad cubre de privilegios a los holgazanes y a los ignorantes. Y es por falta de justicia que los Estados se convierten en confabulaciones de favoritos y de charlatanes”.
El huevo de la serpiente está allí. Dicen que hay miles de leyes penales, pero las investigaciones se demoran o se empiojan; las artimañas son ilimitadas y jueces y fiscales casi siempre las toleran. Porque tienen los juzgados repletos y excedidos de causas, o porque les ponen precio a sus acciones. Que también sucede y cualquier allegado a la Justicia en la Argentina sabe que allí la corrupción también existe.
Entonces, poner el acento de la delincuencia en “los extranjeros” es o muy ingenuo o muy cretino. Y no porque no sea cierto que hay extranjeros que entran como inmigrantes y enseguida delinquen, y aun de manera organizada. Pero entonces que se los detenga, juzgue y condene, como a cualquier delincuente. Y si corresponde por ley, que se los deporte. Pero que no se condene a las colectividades que llegan al amparo de nuestra Constitución y que en su inmensa mayoría vienen a enriquecer a esta nación tan conservadora.
Centenares de miles de personas de decenas de nacionalidades, latinoamericanos de todos los países, europeos y eslavos de distintas procedencias, africanos y orientales de los más diversos orígenes, son, en su gran mayoría, honrados inmigrantes que sólo buscan las oportunidades que no tuvieron en sus patrias. Como les pasó a mi bisabuelo y a los antepasados de la inmensa mayoría de nosotros. Que Perón, Frondizi, Illia, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Kirchner también son apellidos de inmigrantes.
El problema que el Sr. Berni plantea no tiene la solución que él desea en el freno a “los extranjeros”. Ni siquiera en la legislación, ni sólo en la política. Es la Justicia nomás, nuestra centenaria, injusta y clasista Justicia la verdadera causa de la inseguridad y de la gran mayoría de los males argentinos.
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