lunes, 4 de agosto de 2014

La gran ilusión: la Primera Guerra Mundial

"El estallido de la guerra trajo el fin de varias ilusiones. En primer lugar la ilusión de gran parte de la clase obrera europea que creía posible evitar el conflicto, la segunda que la guerra iba a durar pocos meses y a causar pocas víctimas, y la tercera que el desarrollo de la tecnología y el progreso de la ciencia conllevaba al desarrollo y consolidación de la paz".
http://www.telam.com.ar/advf/imagenes/2014/06/53a34b155ea32_510x339.jpg
“Las lámparas se apagan en toda Europa. No volveremos a verlas encendidas antes de morir”.
Edward Grey, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, 1914.
Por Juan Luis Besoky
La guerra de 1914, desencadenada a partir del atentado de Sarajevo en junio de 1914, tuvo su origen en las rivalidades entre naciones europeas producto de la era del imperialismo. Este período había producido la fusión de la política y la economía generando una rivalidad política internacional, establecida en función del crecimiento y competitividad de la economía y con un carácter ilimitado. Nunca antes había habido en el mundo una guerra mundial como la que sucedió entre 1914 y 1918, en la cual participaron todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto España, Holanda, Suiza y los países escandinavos. Prácticamente todos los estados independientes del mundo, exceptuando a Latinoamérica, se vieron involucrados en la contienda, voluntaria o involuntariamente.
El estallido de la guerra trajo el fin de varias ilusiones. En primer lugar la ilusión de gran parte de la clase obrera europea que creía posible evitar el conflicto, la segunda que la guerra iba a durar pocos meses y a causar pocas víctimas, y la tercera que el desarrollo de la tecnología y el progreso de la ciencia conllevaba al desarrollo y consolidación de la paz.
La ilusión de la paz
A diferencia de la segunda guerra mundial, la primera no tuvo en la ideología el clivaje que dividía a los beligerantes sino en el incentivo del patriotismo de cada nación.  Una ola de entusiasmo y nacionalismo invadió a las multitudes que se volcaron a las calles de París y Berlín a saludar jubilosas el inicio del conflicto. Tanto para el gobierno como para la opinión pública la guerra no habría de durar más de tres meses trayendo una rápida y contundente victoria. También los intelectuales se sumaron a la gran ola de patriotismo chauvinista que invadía los países, como Thomas Mann y varios premios Nobel de la Paz. Muy pocos fueron los que escaparon a esta oleada: Stefan Zweig y Karl Kraus en Viena, Bertrand Russell en Londres y Romain Rolland en París. Así recuerda Zweig el súbito entusiasmo que embargó a las masas:
“El pequeño funcionario de correos que solía clasificar cartas de la mañana a la noche, de lunes a viernes sin interrupción, el oficinista, el zapatero, a todos ellos de repente se les abría en sus vidas otra posibilidad, más romántica: podían llegar a héroes; y las mujeres homenajeaban ya a todo aquel que llevara uniforme y los que se quedaban en casa los saludaban respetuosos de antemano con este romántico nombre. Aceptaban la fuerza desconocida que los elevaba por encima de la vida cotidiana; las madres y esposas incluso se avergonzaban, en aquellas horas de la primera euforia, de manifestar su aflicción y congoja, sentimientos por lo demás muy naturales.”. (Stefan Zweig. El mundo de ayer. Memorias de un europeo, Barcelona, El Acantilado, 2001)
De las corrientes de opinión que habían convertido la lucha contra la guerra en una de sus principales razones figuraba el movimiento obrero. El historiador italiano Giuliano Procacci (Historia general del siglo XX. Crítica, Barcelona, 2010) nos recuerda que ya en 1907, los partidos obreros que formaban la Internacional Socialista, reunidos en Stuttgart, habían votado la resolución presentada por Lenin y Rosa Luxemburgo, en el cual se comprometían a reaccionar con el llamamiento a la huelga general en caso de estallar la guerra. Pero a pesar de ello veían poco probable que estallase el conflicto, a punto tal que el atentado de Sarajevo los tomó por sorpresa, debiendo tomar posición ante un hecho inesperado. Y lo que decidieron marcó el fin de la ilusión de una clase obrera opuesta al conflicto.
Todo comenzó cuando el 4 de agosto de 1914 la socialdemocracia alemana, el partido obrero más fuerte de Europa, votó a favor de loa créditos de guerra exigidos por el gobierno, de la misma forma que los socialistas austríacos. Frente a esto los socialistas franceses hicieron lo mismo mientras dos de sus representantes entraban a formar parte del gobierno.  En Inglaterra, el partido laborista tomó el mismo camino integrándose a su gobierno en el esfuerzo de guerra. Entre los demás partidos socialistas, sólo los bolcheviques rusos y los serbios se mostraron en contra, junto con los socialistas italianos que adoptaron una fórmula ambigua de no adherirse ni sabotear. En resumidas cuentas, el compromiso de Stuttgart, reafirmado en Basilea en 1912, no fue respetado, y la esperanza de una clase obrera unida contra las burguesías de sus respectivos países debió esperar hasta que la guerra mundial mostrase sus consecuencias y la revolución rusa devolviese las esperanzas.
La ilusión de una guerra corta e incruenta
La Primera Guerra Mundial significó el surgimiento de un nuevo tipo de conflicto: la guerra total. Todas las actividades productivas quedaron subordinadas a los imperativos de la guerra, y todo el orden civil se alineó con base en el orden militar.
“En todos los países beligerantes se introdujo el racionamiento, más o menos severo, de los productos alimenticios y del carbón; en todos los países se adoptaron medidas de movilización industrial que conllevaban cierto nivel de militarización de la mano de obra; en todos los países las libertades de prensa, de asociación y de huelga se vieron sometidas a un régimen de ocupación por parte de los ejércitos extranjeros y las poblaciones de algunas ciudades europeas experimentaron los primeros bombardeos aéreos”.
Este carácter de guerra total es lo que llevó a que el conflicto deje de ser un asunto de profesionales, es decir, de soldados profesionales, para ser un asunto de toda la población, debiendo todos los países decretar la movilización general. Según señalaba el historiador francés François Furet, fue la primera guerra democrática de la historia. No sólo por los intereses y pasiones que despertó (ya presentes en guerras anteriores) sino porque tocó a la universalidad de los ciudadanos.
“…involucra en una desgracia inaudita a millones de hombres durante más de cuatro años, sin ninguna de esas intermitentes estaciones que presentaban las campañas militares de la época clásica: comparado con Luddendorff o con Foch, Napoleón todavía hizo la guerra como Julio César. La de 1914 es industrial y democrática. Ha afectado a todo el mundo, hasta el punto de que casi no hay familia en Alemania o Francia que no haya perdido a un padre o un hijo”. (Furet, François. El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX. Fondo de Cultura Económica, México, 1995)
No sólo es democrática porque toda la población debe participar del esfuerzo bélico sino también porque toda la población pasaba a recibir la violencia del conflicto. La violencia se democratiza y todos recibirán su parte. La Primera Guerra Mundial marca el inicio de una práctica que se volverá común: la población civil pasa a ser un blanco militar. Hobsbawm sostienen que una guerra en la que se movilizan los sentimientos nacionales de la masa no puede ser limitada, como lo son las guerras aristocráticas. La guerra moderna sienta las bases de la producción en masa y de la muerte en serie. Cientos de miles de hombres serán asesinados reemplazando los nombres por números. Se hablará de cifras y de soldados anónimos. El nuevo héroe del conflicto pasa a ser el soldado desconocido. Ya no hay lugar para individuos. La tecnología vuelve invisible a sus víctimas y al decir de Hobsbawm: “Frente a las ametralladoras instaladas de forma permanente en el frente occidental no había hombres sino estadísticas, y ni siquiera estadísticas reales sino hipotéticas,…”(Historia del siglo XX. Crítica, Buenos Aires, 2006. p. 58) Al fin y al cabo un muerto es una tragedia, un millón sólo una estadística, será una frase que rápidamente se hará conocida.
Imagen de las trincheras
La primera guerra inaugura las matanzas perpetradas a escalas astronómicas, a punto tal de aparecer nuevos nombres para designarlas: apátrida y genocidio. El extermino de un millón y medio de armenios en manos de los turcos en 1915 sentará el inicio de una práctica recurrente en nuestro siglo. Hobsbawm nos recuerda que hasta el siglo XX las guerras en las que participaba toda la sociedad eran excepcionales. Y esto porque los altos niveles de movilización sólo pueden ser sostenidos en base a una economía industrializada moderna. Con la Primera Guerra Mundial las economías se transforman en economías de guerra dejando de lado el laissez faire, los obreros se vuelven milicianos del trabajo cuando no soldados en el frente, mientras las mujeres entran masivamente en la producción. Señala el historiador italiano Enzo Traverso: “Es la naturaleza misma de los medios de destrucción modernos lo que pulveriza la distinción hasta entonces normativa entre combatientes y civiles" (A sangre y fuego. De la guerra civil europea, 1914-1945. Prometeo, Buenos Aires, p. 122).
Los bloqueos económicos buscan hambrear a la población, las ciudades cercanas al frente se convierten en objetivos militares, las poblaciones de los territorios ocupados son obligadas a realizar trabajos forzados y muchas personas son directamente desplazadas.
La ilusión tecnológica
El uso de las nuevas tecnologías multiplica la crueldad de la guerra y altera las reglas del conflicto. Ambos bandos confiaban en la tecnología, y los alemanes que se habían destacado en el uso de la química son los primeros en usar el gas tóxico en el campo de batalla. Los británicos serían pioneros en una nueva tecnología: los tanques de guerra, aunque muy rudimentarios e ineficazmente utilizados. La aparición del submarino y del avión generaron nuevas asimetrías en la guerra. Históricamente la guerra en el mar suponía el respeto a ciertas leyes internacionales que prohibían atacar los barcos civiles sin previo aviso. Además se obligaba a disparar al aire y luego inspeccionar la carga, para finalmente liquidar el buque solo después de desalojar a todos los tripulantes y asegurarse que nada amenazaba sus vidas. Ahora, con la aparición del submarino estas leyes quedaban suspendidas. Algo similar sucedía con el uso de aviones para bombardeo. En un primer momento serán zépelins alemanes los que bombardeen ciudades inglesas, aunque causando un número reducido de víctimas. De todas formas, al igual que con el uso de la artillería, la población civil de las ciudades se vuelve un blanco legítimo.
Para Hobsbawm una de las razones del aumento de la brutalidad de la guerra tuvo que ver precisamente con el carácter impersonal que asumía el conflicto, convirtiendo la muerte y la mutilación en la consecuencia remota de apretar o levantar una palanca.
“Lo que había en tierra bajo los bombardeos no eran personas a punto de ser quemadas y destrozadas, sino simples blancos. Jóvenes pacíficos que sin duda nunca se habrían creído capaces de hundir su bayoneta en el vientre de una muchacha embarazada tenían menos problemas para lanzar bombas de gran poder explosivo sobre Londres o Berlín, …” (Historia del siglo XX. Crítica, Buenos Aires, 2006. p. 58).
En este sentido, nos recuerda el autor que las mayores crueldades de nuestro siglo han sido crueldades impersonales causadas por decisiones remotas, el sistema y la rutina, enmascaradas como simples necesidades operativas.
Finalmente, cuando la guerra concluya una nueva ilusión nacerá: Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, dirá: “Les prometo que esta va a ser la última guerra, la guerra que acabará con todas las guerras.”. Esta ilusión, igual que lo sucedido con las anteriores, no tardaría en desaparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario