lunes, 4 de agosto de 2014

La cesura histórica de la Gran Guerra

“La Gran Guerra acaeció como un aluvión. El universalismo europeo, el ideal de una paz perpetua, el desarrollo técnico atado al bienestar social serán barridos tan pronto se demuestre que la guerra no será ni corta ni permanecerá apartada del resto del corpus social”.
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Por Darío Andrés de Benedetti *
El tiempo cronológico, aquél que suele encontrarse atado al movimiento de los astros, pocas veces se condice con el tiempo histórico determinado por el devenir de procesos sociales. Aún así nos empeñamos en considerar que un siglo o una década son unidades con un contenido social lo suficientemente coherentes y asociamos los años sesentas, por ejemplo, con el auge del hipismo o con los movimientos de liberación nacional. Lo mismo ocurre con la centuria pasada. Si nos detenemos con atención la primera década del siglo XX poco hubo en la esfera social, política, económica y cultural que anunciara un cambio de época. Incluso, para los coetáneos, el inicio del nuevo siglo representó la oportunidad de realizar los sueños y profecías del siglo XIX: los ideales de progreso, de una paz perpetua, de expansión de la civilización y de desarrollo técnico entendido como bienestar social; basta observar las ferias mundiales donde la paz y progreso técnico eran anunciadas como sinónimos e inevitables. Con el estallido de la guerra los sueños del iluminismo se derrumbaron tras los primeros fogonazos de Agosto. Como dirá amargamente Sir Edward Grey, ministro británico de asuntos exteriores, “las luces se apagan en toda Europa; ya no volveremos a verlas encendidas en nuestros días”.
La Gran Guerra, que estalló en 1914, acaeció como un aluvión. El universalismo europeo, el ideal de una paz perpetua, el desarrollo técnico atado al bienestar social serán barridos tan pronto se demuestre que la guerra no será ni corta ni permanecerá apartada del resto del corpus social. En este sentido la guerra produjo un sisma en todas las áreas del pensamiento humano. No hubo área de la producción humana que no se haya visto afectada por la guerra: la literatura, la teoría social, las relaciones de género, de clase se vieron configuradas por el conflicto. Con todo no es casual que Eric Hobsbawm, en su Historia del Siglo XX, considere la primera guerra mundial como el punto de inflexión entre dos siglos. Según el análisis del historiador británico los acontecimientos que marcaron el compás del siglo se iniciaron con la gran guerra: el estado de bienestar, los movimientos revolucionarios, el ascenso de Estados Unidos como potencia económica y política, etc. Incluso el siglo XX “corto”, tal como lo denomina, estuvo estructurado sobre la base más perdurable de la Gran Guerra: el surgimiento de la Unión Soviética. En este sentido la Gran Guerra no fue solo una guerra entre estados sino que además una revolución.
Tal vez pueda argumentarse, con muy buenas razones, que los cambios sociales que aquí se atribuyen a la guerra en realidad se venían gestando aquí o allá desde hace tiempo. Pero lo cierto es que todos estos cambios se desplegaron en su conjunto y con una fuerza que hasta entonces no tenían. Pero sobre todo, y esto es algo que hay que recordar, que la forma en que se liberó la guerra no estuvo planificada, esperada o planificada por ningún sujeto (sea este individual o colectivo). Las exigencias económicas y productivas de la guerra y la brutalidad del campo de batalla mostraron inadecuado todas las estructuras mentales. Michael Howard considera que los generales y dirigentes de la primera guerra mundial se encontraban en un estado de disonancia cognitiva un distanciamiento entre las formas de pensamiento y las prácticas sociales. Los relatos de generales que enviaban a sus soldados en cargas frontales sobre trincheras con ametralladoras inútilmente solo porque no sabían hacer otra cosa o la persistencia del uniforme francés con calzones rojos y chaqueta azul en una guerra en la que uno debía mimetizarse con el entorno o el “descubrimiento” del stress de guerra ante la presión a la que los soldados fueron sometidos son solo muestras de la distancia que existía entre la realidad del frente y las concepciones mentales. Pero esta “disonancia” no se expresó únicamente entre aquellos que debían tomar decisiones en el campo de batalla sino que revistió a todo el cuerpo social de los países intervinientes. Aquí haremos una breve visita a algunas de las transformaciones que se produjeron en el desarrollo de la guerra.
En el momento del estallido de la guerra todos los actores pensaron que el conflicto se desarrollaría tal cual venía sucediendo desde el Congreso de Viene en 1814/15 entre los Estados europeos, es decir un conflicto de corta duración, de una limitada utilización de la fuerza, con un ejército separado de la esfera civil y con pocas consecuencias para la vida social más allá del resultado. Incluso Alemania, que de todos los países era el que mejor preparado se encontraba, no proyectaba un conflicto mayor a los cuatro meses. Si bien el atentado de Sarajevo, en la que un joven Bosnio asesinó a Francisco Fernando de Austria el 28 de junio, fue el hecho que desencadenó las tensiones que se venían acumulando desde hace décadas la guerra no empezó hasta un mes después. La movilización de tropas vino acompañada con un sorpresivo estallido de nacionalismo y chovinismo en cada una de las naciones implicadas, incluso cuando al conflicto en su época se lo consideraba una tensión entre fuerzas imperialistas. El auge del nacionalismo sorprendió incluso a las propias clases dirigentes que esperaban que en los primeros días de la contienda se produzcan deserciones en el ejército y protestas y huelgan a favor de la paz. En Inglaterra, por ejemplo, inmigrantes alemanes cambiaban sus apellidos para convertirlos en un estilo más anglosajón. En las letras y las ciencias sucedió algo parecido, intelectuales, artistas y científicos rompieron lazos allende sus fronteras estatales para defender el particularismo de su patria y la causa de guerra de su nación; las aspiraciones pacifistas decimonónicas se vieron rápidamente superadas por odas a la guerra y a la patria en cada uno de los bandos. Estas personas serán conocidas como la generación de la trinchera que retratarán o intentarán replicar la vida de esos angostos pasillos en el periodo de paz. Basta mencionar el Tractatus Logico-Philosophicus de Ludwig Wittgenstein o la obra de Ernst Jünger con la guerra como tema pivote.
El clima festivo del nacionalismo que había despertado con la guerra, es cierto, no se mantuvo durante todo el conflicto. Pero desarticulados los focos de resistencia, sea el movimiento comunista o los sindicatos, la desilusión vino acompañada de resignación. Con la revolución de Octrubre en el frente occidental soldados levantaron paños rojos en adhesión a los bolcheviques. Pero las muestras contra la guerra no sucedieron más allá de ese punto. Salvo en Alemania donde se vivieron jornadas de protestas y de huelgas que pedían el fin de la guerra. No es casual que tras el tratado de Versalles se solicite a los vencedores un cambio en las condiciones de rendición a fin de permitirles poseer una mayor cantidad de armas que las estipuladas para reprimir posibles intentos revolucionarios.
No hubo organización que no se haya visto sacudida por los acontecimientos. Así en Inglaterra, donde el movimiento feminista era vigoroso, vivió un rápido reflujo donde las mujeres salían a la caza de hombres no reclutados para “insinuarles” su deber, del mismo modo afirmaron su papel patriótico dentro de los hogares y presentaron las labores domésticas como la forma propia en la que su género debía participar en la guerra. Más trágico aún fue el papel de la izquierda europea, que ante una guerra que se asomaba como inevitable, declararon una y otra vez el internacionalismo de su causa en el seno de la II Internacional. De dicha organización se esperaba que fuera uno de los focos de resistencias más poderosos y radicales ante un conflicto imperialista. Pero pese a las declaraciones de intereses poco a poco sus miembros fueron atenuando su fidelidad a la causa de la revolución y afirmando sus compromisos nacionales hasta que ésta demostró tener una influencia crecientemente nula. No por nada la facción Rusa y, en menor medida, Alemana hayan sido las que permanecieron más decididamente en contra de la guerra y centradas en un programa revolucionario sean las que hayan tenido un papel destacado tanto en el transcurso del conflicto como tras él.
El movimiento obrero que hasta la guerra tenía un programa propio (sea éste comunista, anarquista, socialista o sindicalista) logrará una posición negociadora que hasta el momento no tenía a costa de la pérdida de su programa de más largo plazo. Subida al auge del nacionalismo declarará que su destino estaba inexorablemente atado al de su nación incluida su clase capitalista. Si bien la guerra representó miseria y una baja en la calidad de vida de la clase obrera en general en ciertos sectores sensibles a la industria armamentística ésta logrará acuerdos salariales, condiciones y, sobre todo, una capacidad negociadora de la que hasta el momento no gozaba. El pacto entre capital y trabajo, bajo la égida del Estado, a fin de priorizar los objetivos de guerra (es decir del capital nacional de cada país) será un método exitoso para concordar la paz social y que durante el resto del siglo será replicado en los denominados Estados de bienestar.
Pero sin lugar a dudas el Estado, y las relaciones sociales que se mueven en él, será el que sufrirá las transformaciones de más largo alcance. La dinámica de los Estados europeos hasta el momento de la contienda no era muy distinta a la que se venía desarrollando desde hacía, por lo menos, dos siglos en Europa. Estados dirigidos por élites terratenientes, con poca intervención en el ámbito económico y social, con clases subalternas apartadas de la vida política de éste… por solo señalar algunas características. El volumen de los ejércitos, el voraz apetito de pertrechos y la complejidad del campo de batalla hicieron esta estructura se muestre altamente ineficiente. Tal vez el hecho que mejor demuestro esto sea la crisis de los misiles de 1915 en la que los contendientes se vieron superados entre el feroz consumo de recursos del campo de batalla y su capacidad productiva produjeron una serie de transformaciones de largo plazo en su estructura. La antigua aristocracia que dominaba cada espacio del estado fue prontamente reemplazada por una élite burguesa proveniente de las capas más alta del empresariado así tanto el Estado como la industria se vigorizaron mutuamente. De esta forma se produjo, o se consolidó según se vea, un Estado ampliamente comprometido con la industria moderna. El estado, que hasta entonces se entrometía de manera muy marginal en el ámbito de la producción, se hizo responsable de toda la economía nacional. No es casual entonces que aquellos estados poco desarrollados industrialmente no hayas podido adaptarse al cambio y cayeron ante el propio peso de las exigencias de guerra. La Rusia zarista tal vez sea el caso más excepcional por cuanto no solo se desmoronó sino que bajo esas condiciones se produjo el primer estado socialista de la historia, pero también hay que tener en consideración el Imperio Otomano y el Imperio Austro-Húngaro. La organización de la producción armamentística, la administración de los productos de uso doméstico, el hacer frente a la falta de mano de obra, el reponer y entrenar continuamente soldados entre otras razones produjo un ensanchamiento del Estado. En la esfera social la presencia de miles de viudas y huérfanos representó una carga inédita en la historia del Estado, incapacitado para desatenderse de ellas  exigía gestionar recursos a gran escala. Más importante fueron las consideraciones a largo plazo, la Gran Guerra inauguró las muertes por millones en el campo de batalla, creando preocupaciones demográficas en las clases dirigentes a mediano plazo este tema fue especialmente importante en Francia. El Estado por un lado protegerá derechos que considere esenciales para su propia supervivencia la distribución de los recursos, la creación de empleos y los beneficios sociales para los más débiles entrarán en su agenda. La guerra será la precursora del Estado de Bienestar. Pero también el Estado se aunará de una manera nunca vista con la economía aunque tal vez sería más preciso decir lo inverso. La economía, es decir las grandes empresas, entrarán en el Estado para lograr su propia supervivencia.
Aquí no se detienen todas las transformaciones que se produjeron durante el conflicto. Importantes serán los avances en la medicina. En la producción industrial y tecnológica motivada tanto por las nuevas armas como por los “sustitutos” de productos faltantes. El cambio del eje económico de la Europa occidental a Norteamérica será de suma importancia. Estados Unidos participará como beligerante en la guerra teniendo las mismas transformaciones en su economía (producción centralizada, movilización, etc.) pero sin tener los costos de tener pérdidas humanas y materiales en su propio territorio. A la vez la guerra le permitirá por primera vez una proyección política y económica de un programa beneficioso a sus intereses a escala internacional. Los famosos 14 puntos del presidente Wilson abogarán por el fin del imperialismo decimonónico haciendo cumplir esa ley que dice que la potencia emergente conquista espacios económicamente y la vieja potencia los mantiene militarmente. Impondrá una nueva estructuración del escenario mundial: creando la Sociedad de las Naciones (antecesora de las Naciones Unidas), el proceso de descolonización (de hecho la primera guerra fue la prueba de fuego para la independencia de Australia, India y Nueva Zelanda) y la reapertura del mercado mundial.
Si bien al inicio del presente artículo afirmamos que la Unión Soviética será el más grande producto de la Gran Guerra habrá que esperar aún más tiempo para que adquiera un alcance mundial. De hecho no será hasta inicio de los años 20 que la revolución quedará consolidada tras años de guerra civil. Habrá que esperar hasta la guerra civil española en 1936 o, de manera inequívoca, hasta la segunda guerra mundial para que adquiera un estatus de actor internacional.
Este año saldrá una ingente cantidad de bibliografía que describirá el conflicto, no faltarán biografías, obras de literatura del y sobre el periodo, estudios de batallas, sobre las causas y las consecuencias. Por el contrario aquí hemos intentado apartarnos de la descripción acontecimientos, fechas y lugares para centrarnos en una perspectiva histórica de más largo plazo. Para los contemporáneos la guerra será la Gran Guerra donde se movilizarán y morirán soldados ya no por miles o ciento de miles sino por millones, donde la población adquirirá una papel fundamental ya sea resistiendo, trabajando o haciendo una revolución en un contexto bélico. Hemos dicho que al principio que la estructuras mentales en 1914 no se encontraban acorde a las practicas sociales que impuso la guerra la adaptación vendrá en un periodo posterior, en el periodo de guerra, donde la teoría, las artes y la ciencia se formularán y reformularán acorde a una experiencia que aún no había sido aprehendida aún después de terminado el conflicto. Para entender aquello que hemos llamado el siglo XX debemos indagar en la primera guerra mundial para encontrar su génesis.
*Sociólogo (Fsoc-UBA). Maestrando de la Maestría en Investigación en Ciencias Sociales (Fsco-UBA). Docente de la cátedra de Sociología de la Guerra (UBA).

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