martes, 4 de marzo de 2014

Queremos preguntar?

Por Diego Schurman

Los radicales ensayaron todo tipo de adjetivos para repudiar a Gerardo Zamora tras convertirse en el nuevo presidente provisional del Senado.

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Ernesto Sanz lo consideró "inclasificable". Mario Cimadevilla lo tildó de "tránsfuga". Y Gerardo Morales directamente lo acusó de "traidor".

Puede haber un poco de todo eso, y aún más. Pero resulta curioso que la UCR hoy parezca haberse olvidado que años atrás vertió calificativos similares sobre la figura de Julio Cobos.

El mendocino fue vice de Cristina Kirchner y por lo tanto estuvo un escalón más alto que Zamora en la línea de sucesión. La diferencia es obvia: Cleto es hoy uno de los potenciales candidatos a presidente de un frente constituido por radicales, socialistas y seguidores de Elisa Carrió.

Está muy bien que la UCR se pregunte por la vocación hegemónica de Zamora, quien vistió de candidata a su mujer, Claudia Ledesma Abdala, para que se alce finalmente con la gobernación de Santiago del Estero.

El "dedazo" no fue un gesto de generosidad. Zamora, quien había llegado al máximo poder santiagueño en 2005 con la promesa de oxigenar la política, buscó perpetuarse en el cargo –a la usanza de la dinastía Juárez, su predecesora– pero la Corte Suprema de Justicia de la Nación le puso un freno.

El artículo 152 de la Constitución provincial es clara al respecto: habilita a una sola reelección. Sin embargo, el elegido de Cristina buscaba un tercer período consecutivo con un burdo ardid: como la reforma de la carta magna local se aprobó durante su primer mandato quería que el mismo no fuera computado.

Zamora es de la misma liga de radicales K que integró Cobos. Pero como es habitual, de acuerdo a las necesidades, la política critica o se hace la distraída. Hoy el diputado mendocino –que en 2007 fue expulsado "de por vida" del partido por "inconducta y falta de ética"– es recibido por la UCR con los brazos abiertos mientras que el ex mandamás de Santiago del Estero es llevado a la categoría de diablo.

No hay demasiada vocación en el partido centenario para preguntar por el sinuoso derrotero de Cobos, ahora dispuesto a liderar la oposición a un gobierno que no sólo integró sino que –amén de la resolución 125– bendijo con palabras y votos.

Ejemplos similares, y muy recientes, ofrece el oficialismo, tan silencioso durante años sobre el accionar del denunciado Raúl Othacehé en Merlo para descubrir ahora, tras su pase al massismo, a un intendente "traicionero". La defensa de la democracia, que signó el discurso de Cristina en la apertura de las sesiones ordinarias, es también poner reparos sobre las prácticas patoteriles de la dirigencia.

Dicho de otro modo, el cuestionamiento no debería residir únicamente en el cambio de equipo de Othacehé sino en una forma de ejercer el poder que acumula numerosas denuncias judiciales a lo largo de las últimas dos décadas.

¿La Casa Rosada nunca tuvo nada para preguntarle al jefe comunal? ¿Existió alguna razón para que los legisladores oficialistas, orgullosos a la hora de levantar las banderas de Derechos Humanos, se desentendieran de aquel encuentro de la Comisión de –precisamente– Derechos Humanos de la Cámara de Diputados, en 2011, donde decenas de testimonios detallaron las políticas de hostigamiento y persecución del entonces kirchnerista Otehacehé?

Si es nuestro es bueno, si está con nuestro competidor es malo. Algo de esa lógica domina a las distintas expresiones de la política, incluso a pretendidas actitudes quijotescas, como la de Carrió, quien en su afán de presentarse como un ángel guardián de La República –así, con mayúsculas– decidió ausentarse el sábado de la apertura de las sesiones.

Las verdades que aportó la líder de la Coalición Cívica fueron muchas a lo largo de estos años aunque las mismas se alternaron con pronósticos y sospechas sin sustento. Negar su presencia en el Congreso, entendiendo que el acto protocolar del 1° de Marzo es "fascista", exhibe el mismo nivel de maniqueísmo que ella endilga a sus detractores. Durante años muchos se preguntaron con tino por qué algunos funcionarios oficiales no iban a hablar a TN pero no hicieron lo propio con la líder de la Coalición Cívica, extremadamente selectiva a la hora de concurrir a medios que no fueran del Grupo Clarín.

Si su preocupación sobre las instituciones es real debería al menos cumplir con su obligación republicana de escuchar en el Parlamento a una presidenta refrendada por el voto popular, el mismo que le permitió a ella misma ganar una banca de diputada en la última elección legislativa.

Esta distancia entre lo que se dice y lo que se hace también les cabe –nos cabe– a los periodistas. Se cumplen poco más de dos años de aquella movida de Jorge Lanata en Canal 13 con el reclamo "queremos preguntar". Pasando por alto el error de la consigna –el problema nunca fue preguntar, en todo caso sí que no hubiera nadie que contestara– es interesante lo que expuso en su última edición el periódico Mu con una foto a doble página y un breve recuadro al pie.

El texto dice: "Desde que asumió el 20 de diciembre de 2013, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, ofrece todos los días hábiles, una conferencia de prensa en la Casa Rosada. Comienza a las 9 en punto y se extiende durante 50 minutos. El día que registra esta foto (NdR: en la que se ve al funcionario en el atril y la nuca de tres periodistas, uno de ellos mirando su celular), además del telón de fondo de la devaluación y el alza del dólar y los precios, a la agenda periodística se sumaron dos temas calientes: el fiscal Jorge Di Lello había solicitado al juez Ariel Lijo que cite a declaración indagatoria al vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, y el gobierno nacional había dado marcha atrás al traspaso de Fútbol para Todos a manos del mediático Marcelo Tinelli. En la sala había sólo 4 periodistas. Uno de ellos parece estar jugando al pool en su celular. ¿Hace falta decir más?".

El recuadro lleva de título un interrogante destinado a los periodistas pero que bien podría extenderse a la clase política: "¿Queremos preguntar?".

Infonews
 

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