El filo se posa sobre los ojos del bereber.
Sus pupilas abren al medio la uva,
cae sobre un terrón de tierra que la recibe en tempestad.
La tritura, la absorbe, la reseca.
Vuelve a tañir la garganta del infiel y esta vez
el polvo se torna vino.
Es cuestión de tiempo para que sobre las espaldas castellanas
miles de soles almendrados batan lacerantes su son.
GB
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