Por Eduardo Aliverti
La resolución del conflicto docente y la reasignación tarifaria en agua y gas dejan algunas conclusiones tocantes al gobierno nacional, y otras que nunca deben perderse de vista si el tinte es más abarcativo.
La Casa Rosada “acompañó” a Daniel Scioli en su puja con los gremios, ni tanto como para quedar adherido sin más ni más ni tan poco como para dejarlo completamente librado a su suerte. El gobernador cedió y demostró que tenía resto para mejorar la oferta. Ahora le resta –al Gobierno también– hacer evidente que la educación es una prioridad que debe abordarse con el aspecto salarial en primer término. Y en cuanto a los subsidios recortados, primero debe señalarse que se dio cumplimiento a lo reclamado en forma unánime por la propia oposición. Es llamativo, sí, que procedan a tocar las tarifas del gas justo antes del invierno. Pero de ahí a hablar de “tarifazo” hay larga distancia. Lo es si se observan los porcentajes, y deja de serlo si se repara en montos concretos de servicios públicos que continuarán entre los más baratos del mundo. Luego, la realidad deberá manifestar que lo reasignado va, efectivamente, a las partidas de asistencia social, sin impacto inflacionario alguno. Todo, dentro de un marco que ni el más tenaz defensor de las grandes líneas oficialistas podría definir como de aguas calmas. Pero el análisis acerca de las variantes que tiene el Gobierno, para salir de esta coyuntura muy complicada y a la vez afrontar una profundización económico-estructural de cambios progresistas, es inescindible del que corresponde a la oferta de sus contrapartes. No se puede separar lo que viene habiendo, y hay, de lo que podría haber. Por muy comprensible que sea, por aquello de que el bolsillo es la fibra más sensible del hombre, refugiarse sólo en el desánimo provocado por la actualidad termina en insulto al sentido común. O al ideológico, por lo menos. Está la derecha nucleada alrededor del ideario furiosamente conservador, o neoliberal, que ya gobernó el país a todo lo largo de los ’90 (para no ir más atrás), y con el resultado sufrido por las grandes mayorías, que fue la crisis más grave de nuestra historia. Es el PRO, que se reduce a Macri o –exagerando mucho– al “macrismo”, y cuya proyección nacional está en permanente veremos. Es el Frente Renovador: tampoco consiste en una firme identidad simbólica, como no sea a través de la descarada propaganda mediática a favor de la figura de Sergio Massa. El intendente de Tigre cuenta en su alforja con la asimilación a “peronista”, a sujeto que se mueve dentro del único espacio que garantiza mantener las riendas nacionales y tributario de los enojados con el kirchnerismo, pero no tanto como para perder de vista que sin el peronismo adentro no hay gobernabilidad probable. Podría agregarse al Frente Progresista: otro que no dice nada como ADN salvo por su gorilismo a ultranza. Caben allí desde extremistas como Carrió hasta conversos inextricables como Pino, más radicales que no son precisamente una herencia socialdemócrata de Alfonsín, y pasando por referencias localistas como Binner, dispuestas a conversar la posibilidad de nacionalizarse junto a Macri. Y en un lugar (muy) relativamente ambiguo queda Scioli, quien estuvo a un tris de sacar los pies del plato y no los sacó. El gobernador bonaerense continuará jugando dentro del paraguas kirchnerista, pero sabiéndose que es la variable por derecha y constituyéndose, hacia 2015, en el desafío anímico-ideológico más enmarañado. Ya nos permitimos la siguiente pregunta varias veces: ¿la apuesta será a conservar algo de lo conquistado, gracias a “cercar” al conservador con la fuerza de una movilización y militancia que hoy andan más bien enclenques? ¿O será a “retirarse” con una encarnadura identitaria firme, para después volver sin haberse ido ideológicamente? Hasta donde parece, Cristina dejará que en las primarias apuesten todos los que quieran –más allá de que habría un favorito– y respetará lo que resulte. Pero iría por el bronce, no por la especulación barata. Si el sendero peronista queda entre Scioli y Massa, con el antiperonismo visceral remitido al mejunje de Unen, el kirchnerismo todavía puede decir bastante electoralmente. También para reiterar: todo el terreno está en disputa. Y nadie tiene ni tendrá la vaca atada.
Hay, además, las pujas que podrían llamarse “satelitales”. La sindical –y no la menor– es una de ellas. Debiera parecer mentira que Hugo Moyano y Luis Barrionuevo lancen un paro nacional. El camionero mutó de ardiente kirchnerista a adversario fervoroso de la noche a la mañana, sin más expediente que haber quedado fuera de candidaturas parlamentarias y sin un Néstor que supiera manejar el barro en que están acostumbrados a manejarse estos arquetipos. Barrionuevo es la síntesis perfecta de todas las condiciones que pueden reunirse para despertar un rechazo generalizado. Sin embargo, la imagen de estas gentes no les impide lanzar un paro cuya sola repercusión en el transporte público hará hablar de “masividad”, como ya están pronosticándolo los medios que, a su turno corporativo, nunca se cansaban de denostarlos. Moyano ya no es el patotero que bloquea las salidas de los camiones en las plantas de distribución de los diarios, y Barrionuevo es un sindicalista finlandés. Ese modo impúdico de la prensa opositora para plantar sus intereses forma parte, al fin y al cabo, de la lucha por el poder. No es mayor, si se quiere, a los impudores de alguna prensa oficialista. Pero las cosas cambian al hurgar en quienes –se supone– no representan el interés de las patronales. Impacta escuchar a un luchador gremial de toda la vida, como Pablo Micheli, decir que este gobierno es más perverso que el de Menem. Confundir al enemigo es una perversión ideológica muy severa.
Lo intragable es qué les pasa a quienes corren al kirchnerismo por izquierda desde valoraciones peronistas. Se puede no concordar con minorías radicalizadas –trotskistas, chinos, anarco-ecologistas, anarcos a secas, agrupaciones universitarias de carreras de ciencias sociales, analistas eximios de redes y de blog–, pero no les es “formalmente” exigible demostrar con cuáles estructuras y ejercicio de poder, concretos, llevarían adelante el patas para arriba de las relaciones de producción. Están cómodos en el laboratorio teoricista donde no cabe preguntarse con cuáles correlaciones de fuerzas se llega al paraíso universal, porque parten de que hay una ontología de las masas oprimidas que inevitablemente acabará con toda forma de explotación. Así, la izquierda-izquierda no pretende nada del peronismo porque no interpreta que éste –ni siquiera en su mejor versión– sea lo más a la izquierda que resiste esta sociedad. Cabe anotar, muy en cambio, lo que gentes como Massa y Moyano vienen a exigirle al kirchnerismo, desde el peronismo. Aumento masivo de salarios hasta alcanzar niveles de privilegio primermundistas, jubilados rebosantes de ingresos de bolsillo, productores agropecuarios felices porque les dejan a cero las retenciones, créditos para todos a tasa de interés blanda y así sucesivamente. Por supuesto: sin explicar jamás, ni falta que hace, a quiénes extraer renta para aplicar tamaña bienaventuranza. Si es por eso, es mucho más sincera la derecha claramente identificable como tal aunque sin reconocerse jamás de esa forma porque, por algo será, decirse “de derecha” da vergüenza. Ellos y ellas, la derecha de derecho viejo, liberales de una o arropados de frentismo progresista, aseguran que es cuestión de reducir la expansión monetaria, echar gente, robar menos, reducir el déficit fiscal y se acabó. Desde el peronismo a la derecha, por el contrario, increíblemente se las arreglan para sostenerse en el discurso del populismo distributivo. Es en aras de eso, y entonces, que Moyano anda de amores con el multimedios y los colegas a quienes supo condenar en forma hiriente; que Micheli queda pegado a Moyano y al Momo Venegas; que Massa puede insistir con la cajita feliz de la mano de sus patrones mediáticos. ¿Cómo puede ocurrir esto? La explicación sería que huelen sangre de fin de ciclo. En cualquier caso, correr por izquierda desde la derecha –el “pejotismo”, como decía Kirchner, o sus órbitas– es peor que patético. ¿Cristina es lo mismo que De la Rúa? ¿Kirchnerismo y menemismo son primos hermanos? Hace nada más que unos años estábamos discutiendo miseria y desocupación, y ahora paritarias, ¿y resulta que no cambió nada? Los espacios vacíos, o vaciados, o deprimidos, por donde se cuela que estas gentes reaccionarias inflen el pecho, son algunos que el kirchnerismo está dejando libres más en general que en particular. Ya son once años; los líderes no se reproducen por generación espontánea; el proyecto era con dos y quedó uno solo, sin chances de seguir conduciendo en mando directo; los errores semejan agrandados y las virtudes achicadas; las batallas dejan marcas de cansancio, con muchos frentes que se abrieron a la vez. Y a la vuelta de la esquina, el problema no era que las escuelas estaban deshabitadas por paro gremial, sino llenas de pibes a los que había que hacerles el aguante, y darles de comer, porque sus padres no tenían trabajo. Pero no se gobierna con la memoria.
Roberto Baradel, del Suteba, una de las voces más mediatizadas de las últimas semanas, le caerá –como cualquiera– mejor o peor a cada quien. Pero cuando se quebró ante las cámaras recordando eso de los maestros bancando los trapos cuando la Argentina era un infierno, sonó infinitamente más sincero, e ideológicamente asentado, que cualquiera de los miserables que ahora andan con la varita mágica de solucionar las cosas sin responsabilidad de gestión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario