Expedición (fallida) a la selva de los ricos
Por Gerardo Fernández
La verdad que conocer Pinamar nunca estuvo entre mis anhelos, no me interesaba, como no me interesa, por ejemplo, conocer uno de esos hoteles de la ostia. Sencillamente no es lo mío, pero como una amiga me prestó un monoambiente en vísperas del fin de semana largo, y como Juanchi con sus ojos nos dio permiso, nos marchamos con Ceci, así, como de novios, a la aventura, a descubrir cómo es esa playa donde moran los ricos, los ganadores de la patria, los que salen en los programas de fin de semana en C5N -canal Nac & Pop si los hay-. Marchamos para ver en vivo y en directo cómo los ricos invadían Pinamar el “finde de carnaval” convencidos, honestamente convencidos, de que podían viajar a tirar manteca al techo pese a Cristina y no gracias a ella y a su gobierno que, bueno es decirlo, pese a que ha redistribuido bastante, por momentos pareciera que la proporción de beneficios que en los últimos años han recibido los de arriba es mayor que la que han ligado los de abajo.
El tema es que sin pensarlo, de sopetón, un buen día me encontraba en la fastuosa Pinamar con mi cuaderno de notas para señalar cada detalle, cada perfume, cada gesto paquete, pero, la verdad, me pasó algo raro. La verdad que caminar por la fastuosa Avenida Bunge a la tardecita/noche no se diferencia tanto de un paseo por la peatonal de Santa Teresita o la de Mar del Tuyú. Se ven trabajadores, familias de laburo, pero de los ricos, ni rastros. ¿Qué hacen? ¿Salen del encierro de los countrys para encerrarse en mansiones rodeadas de pinos y lomas? ¿Cómo es que consumir en pleno centro de Pinamar en la mayoría de los casos sea más barato que en Capital? ¿Cómo vas a pagar 80 mangos una parrillada para dos en plena Bunge? ¿Para quién exponen las automotrices sus autos? ¿Para gatos como yo, que la hice subir a mi mujer a un Golf GTI de doscientos treinta mil mangos? Todos los que subimos a los autos en la Bunge de Pinamar en la perra vida llegaremos a uno de esos modelos, salvo cuando tengan al menos 5 años de usados.
Las playas del centro son populares, pasan los senegaleses azules vendiendo relojes, los churreros, los que venden ropa para minas y hasta hay una clase de gimnasia sponsoreada por Volkswagen donde le dan una remerita a los participantes y uno siente algo de cosita por esa gente que se desloma laburando para llegarse en un Álvarez lechero a Pinamar y tomar esa clase para sentir que de alguna manera está perteneciendo a ese mundo de ensueño.
Pero de los ricos, ni noticias.
Entonces encaré para el lado de Cariló, dispuesto a meterme entre las fauces de la bestia. Pero tampoco estaban. Mi esposa leyó Página/12 en plena playa y a nadie le llamó la atención. Pagué dos cafés con un Evita y me lo aceptaron sin problemas… todos laburantes, algunos con más chapa que otros, pero nada del otro mundo. Eso sí, muchos que han llegado a un Vento 2.0 y luego de estacionarlo, al bajarse te buscan con la mirada para que vos le devuelvas con un gesto imperceptible el mensaje de “qué masa, macho”. Mucha gente con buen pasar pero ahí, que no le sobra nada ¿Me explico?
Para que mi fracaso sea aún más rotundo recorrí el pequeño centrito comercial en busca de un hipocampo con el cartelito de “Cariló”, pero no, no hay. Tampoco latitas, souvenirs o remeras con la leyenda “Yo estuve en Cariló”. Lo único que pude ver fue un puesto del flaco Randazzo, que la hace bien, hay que reconocerlo.
Entonces marchamos para el norte, para el lado de Mar de Ajó pero el target siguió siendo más o menos el mismo, porque, a ver: El flaco que va con una Amarok con el cuatri en la caja y la moto de agua en el trailer no es el espécimen que uno busca. Ese la tiene, pero desde hace poco y la que tiene tampoco es tanta… Yo iba buscando esos matrimonios que suelen verse en Atalaya, esa gente bien que se le nota de lejos el abolengo, pero no, fracasé. Ni siquiera voy a perder tiempo describiendo a la población del Bingo o los que salen de Freddo con la promoción de Groupón.
Los ricos, o no salen de sus mansiones, o están afuera, engrosando el número creciente de argentinos que viajan por el mundo gracias al dólar a 5 mangos que les abarata notablemente la joda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario