La región hoy
El 5 de marzo de 2013, Hugo Chávez falleció en el Hospital Militar de Caracas. Ocho días después, el argentino Jorge Bergoglio fue elegido Papa. Hoy, a pocos días de que se cumpla un año de estos dos acontecimientos, invitamos a tres especialistas jóvenes y amigos de la casa a pensar la actualidad de un continente mutante. ¿Cómo impacta Francisco en la política doméstica? ¿Cuáles son las nuevas demandas sociales derivadas de estos años de crecimiento? ¿Qué desafíos le esperan a países como Argentina, Venezuela y Brasil? Claves para actualizar la agenda regional.
2005. Mar del Plata. Cumbre de las Américas. Ese encuentro que militarizó por unos días la Feliz y reunió al Bush post 9/11, al Chávez post 2002 y a los incipientes Lula y Kirchner fue el escenario perfecto para los documentales, los informes de esta era gvirtziana, las reflexiones de esa nueva tribu urbana llamada “especialistas en política latinoamericana” y todos aquellos que no dudaron en celebrar estos años como los de la “integración regional”. El Tren del Alba, con el Diego, Hebe, Kusturica, Manu Chao, un Evo todavía en ciernes, un Bonasso todavía kirchnerista, parecía el sueño húmedo de la izquierda social que había resistido la “larga noche del neoliberalismo”. El last train de la Historia echaba humo y atravesaba los rieles de unos países periféricos a los que, de golpe y por fin, se les transferían recursos y gobiernos “progresistas”. Chavez, Lula, Kirchner, Evo, Bachelet, Correa, Cristina y Mujica, llegaban invocados por sus pueblos o por sus instituciones democráticas tras varias décadas de fracaso neoliberal. Aquel 2005 del “ALCA sepultado” fue el comienzo simbólico de un nuevo tiempo. Las banderas de las viejas protestas dormían ahora en la boca de presidentes que se tomaban la mano en las fotos. Que se desendeudaban, que ampliaban el Mercosur, que construían instancias inéditas como la Unasur o la Celac. Que generaban un contexto y unas claves para leer a la región y a sus propios gobiernos.
Hoy esa integración regional sigue en pie. Y sin embargo, América Latina atraviesa cambios que obligan a actualizar la agenda. Primero Néstor Kirchner, ex presidente argentino y secretario general de la Unasur, falleció en 2010. Luego Hugo Chávez, el primero, el que encendió la mecha, el más “radical” de todos los líderes progresistas, se entregó a una larga enfermedad en 2013. Pocos días después, un argentino se volvía el primer Papa no europeo desde el siglo VIII y una figura tan luminosa que no tardó en encandilar la política doméstica. En el medio, la gente sale a la calle en Río y Caracas, Argentina enfrenta una sucesión política con rumbo desconocido en medio de temblores económicos. ¿Sigue todo igual?
La idea es esbozar algunas claves de este momento de la región. Pensar el impacto de la figura del Papa latinoamericano, pensar los desafíos políticos de cara al futuro cercano en Argentina y Venezuela, y pensar las enseñanzas de Brasil, laboratorio de unos nuevos tiempos que confirman que una década de crecimiento no deriva en la paz zombie de una ciudadanía agradecida, sino en nuevas tensiones y demandas sociales.
Por Sol Prieto – Socióloga (CEIL)
La elección de Jorge Bergoglio como máxima autoridad de la Iglesia Católica disparó dos hipótesis distintas entre los intelectuales y los políticos sobre el impacto de la elección de un Papa latinoamericano sobre la política regional y la posición de América Central y del Sur en el esquema mundial. Estas hipótesis varían en su contenido, raigambre ideológica y alcance de acuerdo a la tradición política de los que las proponen.
Para los políticos e intelectuales formados en una tradición de izquierda más tradicional -anticlerical y liberal en los derechos civiles pero intervencionista en lo económico-, la asunción de un Papa de la región que, además, había intervenido fuertemente sobre la arena pública argentina como opositor a los gobiernos enmarcados en el paradigma del “giro a la izquierda”, podía leerse como una trama paralela a la del polaco Juan Pablo II con los regímenes comunistas de Europa Oriental donde el Papa, al “contener” con su carisma a las masas -especialmente a los sectores populares- y reforzar los vínculos de estos países con Occidente, podía ser capaz de desactivar esos proyectos y contribuir a los procesos de democratización. Quienes adhirieron a esta explicación sugirieron que, del mismo modo, Francisco contribuiría a desactivar los procesos de ampliación de derechos y democratización del bienestar de la región. Los políticos y analistas vinculados al catolicismo a través del peronismo, en cambio, vieron la unción de Francisco como una continuidad del ascenso regional, celebraron su elección como un reconocimiento por parte de la Iglesia Católica a una “era latinoamericana”, y apostaron a la participación activa del Papa en esa dinámica regional, casi como un nuevo líder latinoamericano, desconociendo las posiciones históricas de las Conferencias Episcopales de cada país.
Las dos explicaciones fallan porque piensan la relación entre la política y la religión por afuera de la política y de la religión: ninguno de los dos campos puede considerarse solamente desde el punto de vista de los “acuerdos de cúpulas”, es decir, como un plano donde las élites tienen una representación plena y sin grietas, las bases se mueven y perciben la realidad política y religiosa únicamente a través del discurso de sus representantes o líderes, y las dos partes pretenden sacar algún provecho puntual.
Una explicación de ese tipo omitiría dos datos importantes a la hora de entender el impacto de Francisco en la escena latinoamericana. Por un lado, la intervención del Papa en los conflictos de cada país de la región no es directo: en el caso de los saqueos argentinos, Francisco habló a través del Arzobispo de la provincia; en el caso brasilero, lo hizo a través del Arzobispo emérito de San Pablo; el único caso en el que se manifestó directamente y no a través de intermediarios tales como los arzobispos y las conferencias episcopales fue el venezolano, luego de varios días de iniciado el conflicto. En ninguno de los tres casos el mensaje estuvo destinado a responsabilizar a alguna de las facciones, sino que consistieron en llamados a la paz, el consenso, y la reconciliación. Un segundo punto que se pierde de vista desde las visiones “de cúpula” es en qué medida la cultura política de cada país favorece o no los arreglos con las autoridades religiosas. Los retrocesos en el proyecto del Código Civil en nuestro país, la designación de un sacerdote al frente del Sedronar, la vuelta de la figura presidencial al Te Deum de la Catedral de Plaza de Mayo -después de 10 años de ausencia-, y declaraciones como las del ecuatoriano Rafael Correa condenando el aborto y la libre elección sexual tienen más que ver con una cultura política que busca traccionar la legitimidad del campo religioso al campo de la política que con acuerdos puntuales entre élites. Son explicaciones que no contemplan que los pobres tienen agenda, que las bases -católicas, nacionales, de trabajadores, de empresarios, de estudiantes, de todo lo que se pueda movilizar- no obedecen sino que deciden.
Desde Río de Janeiro
Algunos, ansiosos, se aventuraron a llamarla “la década de oro de América Latina”. Según cifras compiladas por el FMI, el crecimiento promedio de la región entre 2003 y 2012, incluyendo a los países del Caribe, fue de 4%, frente a 2,7% para el período 1990 y 2002 y 2% entre 1980 y 1989. Con las heterogeneidades y senderos propios de cada país, los últimos años fueron positivos para el conjunto de la población latinoamericana: además del crecimiento se verificó una mejora en la distribución de la renta. Esta mejora, en buena medida, fue estimulada por políticas explícitas impulsadas por gobiernos de la variada centroizquierda latinoamericana.
Brasil tiene un rol central en este contexto: 7° economía mundial, promesa emergente y líder regional. Tanto en el gobierno de Lula como en el de Dilma, en diferentes subperíodos se combinaron políticas de las que podríamos llamar ortodoxas (inflation targeting, aumento de tasas, metas sobre el déficit presupuestario, etc.) con otras heterodoxas (estímulos explícitos a la demanda, transferencias de ingresos hacia los sectores más vulnerables, aumento de la inversión pública y del rol del Estado en la economía, etc.). Según un estudio reciente del Instituto de Política Econômica Aplicada (Ipea), Brasil igualó en 2011 el “mejor” índice de Gini de su historia, registrado a inicios de la década del 60 (mientras menor es el índice, más equitativo es un país). El coeficiente de Gini alcanzó en 1990 el pico de los últimos 50 años, llegando a 0,607 y desde entonces tuvo un descenso continuo hasta ubicarse en 0,527 en 2011, último dato disponible.
Además, entre 2001 y 2011: el salario real del 20% de la población más pobre creció a una tasa anual del 6,3%, mientras que los ingresos del 20% más rico creció a un ritmo de 1,7%; 23,4 millones de personas salieron de la pobreza y disminuyó la desigualdad racial de los ingresos. Específicamente, entre los pilares que sustentan la mejora distributiva aparecen los aumentos del salario mínimo por encima de la inflación que se vienen realizando año tras año y el Programa Bolsa Familia, que se focaliza sobre los 16 millones de brasileños que tienen una renta menor a 70 reales por mes (menor a 300 pesos).
Con todo, Brasil aún sigue estando más cerca de Belíndia1 que de Bélgica. La dualidad social sigue siendo muy fuerte. A modo de comparación, en 2011 el coeficiente Gini de Argentina fue de 0,429, o sea, aproximadamente un 20% “más equitativo” que el de Brasil, mientras que en Dinamarca, el mejor rankeado, llegó a 0,24. No son pocas las voces, de adentro y de afuera, que vienen cuestionando al PT desde hace tiempo por no ser más audaz en su política distributiva y de crecimiento.
En este sentido, el derrotero de párrafos sobre un índice con nombre de gaseosa permite poner en contexto las demandas, nuevas y viejas, que se presentan en el Brasil actual y, por qué no, en buena parte de América Latina. Esta década de crecimiento económico implicó para Brasil la integración de decenas de millones de personas en la moderna sociedad de consumo, en lo que se conoce como a nova clase C. Hoy cualquier habitante de la favela podría acceder a un celular, internet e incluso a un LCD. En contraposición, el Estado aún no logra asegurar una serie de servicios básicos en términos de salud, educación, transporte, vivienda o cultura.
Paradojalmente, el escenario actual puede ser aún más complejo que el de la década previa en términos de las capacidades estatales y la porosidad del sistema político requeridas para dar respuesta a las demandas de la población. O sea, a la aún persistente dualidad estructural, que plantea necesidades urgentes en términos de salud sexual y reproductiva, igualdad de género, derechos laborales, etc. se le suman una serie de reivindicaciones, más fragmentadas y aún poco definidas, que emergen y ganan visibilidad de diferente manera, ya sea bajo la forma de rolezinhos, black blocks, las protestas por el costo del transporte, el movimiento não vai ter copa, etc.
Todo lo anterior sucede en un país que en 2013 superó los 200 millones de habitantes. Ante la creciente heterogeneidad en las demandas, las respuestas requieren escala. A menos que ocurra algún imprevisto en la Copa, Dilma ganará en las elecciones de este año, que inicia el ciclo de elecciones presidenciales en América Latina. Los desafíos para Brasil, para la región, de ayer, de hoy, esperan.
1. La fábula de Belíndia, acuñada por Edmar Bacha, uno de los “padres” del Plan Real, señalaba que el régimen militar brasilero estaba creando un país dividido entre habitantes que tenían un nivel de vida similar al de Bélgica y otros con un patrón similar al de India.
Por Emiliano Flores
El 5 de enero de 2005, en la ciudad de Porto Alegre, con el estadio Gigantinho sumamente agitado, el entonces presidente Hugo Chávez animaba a los participantes del Foro Social Mundial con sus ideas acerca del socialismo del siglo XXI. Nadie sabía exactamente de qué se trataba pero de la mano de las transformaciones que venía llevando a cabo en su país, el líder venezolano rellenaba la incertidumbre conceptual de acuerdo al interlocutor del momento. Así, el socialismo del siglo XXI podía ser desde el vehículo para derrotar definitivamente a las oligarquías, como afirmó en ese estadio frente a un público mayoritariamente de izquierda; la continuación de la obra del gran Jesús de Nazaret -el primer revolucionario, el primer socialista y el primer bolivariano-, si se encontraba frente a un auditorio más popular; o el reconocimiento del fracaso de los postulados dogmáticos de la revolución marxista y la revolución proletaria, como sostuvo meses más tarde en una entrevista publicada en el periódico británico The Guardian.
Con todas esas aporías a cuestas, Chávez se convirtió en la expresión más radical de un tipo de liderazgo muy de estos tiempos: sin programas definidos, ni horizontes de largo plazo demasiado claros, sólo él podía sintetizar cuál era el rumbo de Venezuela. Así se transformó en una máquina de ganar elecciones: salvo el referéndum consultivo sobre la reforma constitucional de 2007, Chávez se impuso en todas las elecciones que disputó. Al menos, todas en las que participó directamente. Ahora, fue esa elección de 2007, la que dejó al desnudo una parte de los problemas que hoy atraviesa el chavismo: la fortaleza de su figura tenía como contracara la debilidad del proceso que él mismo llevaba adelante. En el referéndum consultivo que, entre otras cosas convertía a Venezuela legalmente en un estado socialista, Hugo Chávez no figuraba en la boleta. Naturalmente, la pregunta acerca de qué pasaría ante su ausencia empezaba a susurrarse, pero la fortaleza de su liderazgo sumado a una situación económicamente holgada retrasó la necesidad de una respuesta. Mi corazón será escuálido pero mi bolsillo es bolivariano, decían como un chiste los chavistas para graficar fiesta de consumo que vivían oficialistas y opositores para hacer que los años de Chávez parezcan, vistos desde hoy, años de paz y administración.
Hoy esa situación cambió: con una inflación entre las más altas del mundo y el fantasma de la escasez de alimentos sobrevolando las pendientes del monte Ávila, Venezuela se acerca al aniversario de la muerte de Chávez con un escenario para muchos impensado. En crisis económica y con una derecha que olfatea el fin de ciclo -y parece decidida a precipitarlo-, el devenir de un liderazgo construido a las apuradas empieza a mostrar las consecuencias y presenta interrogantes que, lamentablemente, sólo se responderán con el tiempo.
En nuestro país, el escenario no se parece en nada. Pero mirar con detenimiento los avatares de un proceso como el de Venezuela, que desde la muerte de Chávez parece más recostado en la liturgia que en la consecución de resultados, puede resultar útil si al menos no queremos cometer los mismos errores. El kirchnerismo ya se sobrepuso a la partida de un líder en octubre de 2010. Lo hizo fortaleciendo el liderazgo de Cristina que se impuso en las elecciones de 2011 frente a una oposición atomizada. Sin embargo, con todas las diferencias que existen, el escenario en Argentina presenta tantas incertidumbre a futuro como el de su par caribeño. Por un lado, por la delicada situación económica que atraviesa nuestro país. Por el otro, porque para una sociedad tan politizada como la nuestra, el 2015 está a la vuelta de la esquina. En el plano económico, el futuro del kirchnerismo depende mucho de la gestión. Mantener los niveles de empleo, sostener el consumo y ampliar la protección a los más necesitados parece ser el desafío a grandes rasgos.
En el plano más político, el abanico de posibilidades que maneja el kirchnerismo para elegir un sucesor que continúe con los pilares del modelo va desde algún miembro del actual gabinete a un gobernador. Algo que también depende de cómo llegue la oposición al kirchnerismo, donde tampoco las cosas aparecen demasiado claras. Por el lado del macrismo, nadie aventura una alianza que no incluya a Macri como candidato a presidente. En el espacio radical, con tantos diagnósticos como anotados para encabezar las presidenciales, se hace difícil adelantar un candidato. Desde el lado del massismo, las divergencias comienzan a aparecer, y a la interna económica que representan Martín Redrado y Miguel Peirano, se sumó esta semana la de quienes hablan de bajar el sueldo para no perder niveles de empleo y quienes se oponen.
Tiempos interesantes los que se vienen para Argentina y Venezuela. Tiempos interesantes e inquietantes a la vez.
2005. Mar del Plata. Cumbre de las Américas. Ese encuentro que militarizó por unos días la Feliz y reunió al Bush post 9/11, al Chávez post 2002 y a los incipientes Lula y Kirchner fue el escenario perfecto para los documentales, los informes de esta era gvirtziana, las reflexiones de esa nueva tribu urbana llamada “especialistas en política latinoamericana” y todos aquellos que no dudaron en celebrar estos años como los de la “integración regional”. El Tren del Alba, con el Diego, Hebe, Kusturica, Manu Chao, un Evo todavía en ciernes, un Bonasso todavía kirchnerista, parecía el sueño húmedo de la izquierda social que había resistido la “larga noche del neoliberalismo”. El last train de la Historia echaba humo y atravesaba los rieles de unos países periféricos a los que, de golpe y por fin, se les transferían recursos y gobiernos “progresistas”. Chavez, Lula, Kirchner, Evo, Bachelet, Correa, Cristina y Mujica, llegaban invocados por sus pueblos o por sus instituciones democráticas tras varias décadas de fracaso neoliberal. Aquel 2005 del “ALCA sepultado” fue el comienzo simbólico de un nuevo tiempo. Las banderas de las viejas protestas dormían ahora en la boca de presidentes que se tomaban la mano en las fotos. Que se desendeudaban, que ampliaban el Mercosur, que construían instancias inéditas como la Unasur o la Celac. Que generaban un contexto y unas claves para leer a la región y a sus propios gobiernos.
Hoy esa integración regional sigue en pie. Y sin embargo, América Latina atraviesa cambios que obligan a actualizar la agenda. Primero Néstor Kirchner, ex presidente argentino y secretario general de la Unasur, falleció en 2010. Luego Hugo Chávez, el primero, el que encendió la mecha, el más “radical” de todos los líderes progresistas, se entregó a una larga enfermedad en 2013. Pocos días después, un argentino se volvía el primer Papa no europeo desde el siglo VIII y una figura tan luminosa que no tardó en encandilar la política doméstica. En el medio, la gente sale a la calle en Río y Caracas, Argentina enfrenta una sucesión política con rumbo desconocido en medio de temblores económicos. ¿Sigue todo igual?
La idea es esbozar algunas claves de este momento de la región. Pensar el impacto de la figura del Papa latinoamericano, pensar los desafíos políticos de cara al futuro cercano en Argentina y Venezuela, y pensar las enseñanzas de Brasil, laboratorio de unos nuevos tiempos que confirman que una década de crecimiento no deriva en la paz zombie de una ciudadanía agradecida, sino en nuevas tensiones y demandas sociales.
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Cristianismo e integraciónPor Sol Prieto – Socióloga (CEIL)
La elección de Jorge Bergoglio como máxima autoridad de la Iglesia Católica disparó dos hipótesis distintas entre los intelectuales y los políticos sobre el impacto de la elección de un Papa latinoamericano sobre la política regional y la posición de América Central y del Sur en el esquema mundial. Estas hipótesis varían en su contenido, raigambre ideológica y alcance de acuerdo a la tradición política de los que las proponen.
Para los políticos e intelectuales formados en una tradición de izquierda más tradicional -anticlerical y liberal en los derechos civiles pero intervencionista en lo económico-, la asunción de un Papa de la región que, además, había intervenido fuertemente sobre la arena pública argentina como opositor a los gobiernos enmarcados en el paradigma del “giro a la izquierda”, podía leerse como una trama paralela a la del polaco Juan Pablo II con los regímenes comunistas de Europa Oriental donde el Papa, al “contener” con su carisma a las masas -especialmente a los sectores populares- y reforzar los vínculos de estos países con Occidente, podía ser capaz de desactivar esos proyectos y contribuir a los procesos de democratización. Quienes adhirieron a esta explicación sugirieron que, del mismo modo, Francisco contribuiría a desactivar los procesos de ampliación de derechos y democratización del bienestar de la región. Los políticos y analistas vinculados al catolicismo a través del peronismo, en cambio, vieron la unción de Francisco como una continuidad del ascenso regional, celebraron su elección como un reconocimiento por parte de la Iglesia Católica a una “era latinoamericana”, y apostaron a la participación activa del Papa en esa dinámica regional, casi como un nuevo líder latinoamericano, desconociendo las posiciones históricas de las Conferencias Episcopales de cada país.
Las dos explicaciones fallan porque piensan la relación entre la política y la religión por afuera de la política y de la religión: ninguno de los dos campos puede considerarse solamente desde el punto de vista de los “acuerdos de cúpulas”, es decir, como un plano donde las élites tienen una representación plena y sin grietas, las bases se mueven y perciben la realidad política y religiosa únicamente a través del discurso de sus representantes o líderes, y las dos partes pretenden sacar algún provecho puntual.
Una explicación de ese tipo omitiría dos datos importantes a la hora de entender el impacto de Francisco en la escena latinoamericana. Por un lado, la intervención del Papa en los conflictos de cada país de la región no es directo: en el caso de los saqueos argentinos, Francisco habló a través del Arzobispo de la provincia; en el caso brasilero, lo hizo a través del Arzobispo emérito de San Pablo; el único caso en el que se manifestó directamente y no a través de intermediarios tales como los arzobispos y las conferencias episcopales fue el venezolano, luego de varios días de iniciado el conflicto. En ninguno de los tres casos el mensaje estuvo destinado a responsabilizar a alguna de las facciones, sino que consistieron en llamados a la paz, el consenso, y la reconciliación. Un segundo punto que se pierde de vista desde las visiones “de cúpula” es en qué medida la cultura política de cada país favorece o no los arreglos con las autoridades religiosas. Los retrocesos en el proyecto del Código Civil en nuestro país, la designación de un sacerdote al frente del Sedronar, la vuelta de la figura presidencial al Te Deum de la Catedral de Plaza de Mayo -después de 10 años de ausencia-, y declaraciones como las del ecuatoriano Rafael Correa condenando el aborto y la libre elección sexual tienen más que ver con una cultura política que busca traccionar la legitimidad del campo religioso al campo de la política que con acuerdos puntuales entre élites. Son explicaciones que no contemplan que los pobres tienen agenda, que las bases -católicas, nacionales, de trabajadores, de empresarios, de estudiantes, de todo lo que se pueda movilizar- no obedecen sino que deciden.
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Brasil: distribución ¿y después?
Por Manuel Gonzalo – Economista UNGS – UFRJDesde Río de Janeiro
Algunos, ansiosos, se aventuraron a llamarla “la década de oro de América Latina”. Según cifras compiladas por el FMI, el crecimiento promedio de la región entre 2003 y 2012, incluyendo a los países del Caribe, fue de 4%, frente a 2,7% para el período 1990 y 2002 y 2% entre 1980 y 1989. Con las heterogeneidades y senderos propios de cada país, los últimos años fueron positivos para el conjunto de la población latinoamericana: además del crecimiento se verificó una mejora en la distribución de la renta. Esta mejora, en buena medida, fue estimulada por políticas explícitas impulsadas por gobiernos de la variada centroizquierda latinoamericana.
Brasil tiene un rol central en este contexto: 7° economía mundial, promesa emergente y líder regional. Tanto en el gobierno de Lula como en el de Dilma, en diferentes subperíodos se combinaron políticas de las que podríamos llamar ortodoxas (inflation targeting, aumento de tasas, metas sobre el déficit presupuestario, etc.) con otras heterodoxas (estímulos explícitos a la demanda, transferencias de ingresos hacia los sectores más vulnerables, aumento de la inversión pública y del rol del Estado en la economía, etc.). Según un estudio reciente del Instituto de Política Econômica Aplicada (Ipea), Brasil igualó en 2011 el “mejor” índice de Gini de su historia, registrado a inicios de la década del 60 (mientras menor es el índice, más equitativo es un país). El coeficiente de Gini alcanzó en 1990 el pico de los últimos 50 años, llegando a 0,607 y desde entonces tuvo un descenso continuo hasta ubicarse en 0,527 en 2011, último dato disponible.
Además, entre 2001 y 2011: el salario real del 20% de la población más pobre creció a una tasa anual del 6,3%, mientras que los ingresos del 20% más rico creció a un ritmo de 1,7%; 23,4 millones de personas salieron de la pobreza y disminuyó la desigualdad racial de los ingresos. Específicamente, entre los pilares que sustentan la mejora distributiva aparecen los aumentos del salario mínimo por encima de la inflación que se vienen realizando año tras año y el Programa Bolsa Familia, que se focaliza sobre los 16 millones de brasileños que tienen una renta menor a 70 reales por mes (menor a 300 pesos).
Con todo, Brasil aún sigue estando más cerca de Belíndia1 que de Bélgica. La dualidad social sigue siendo muy fuerte. A modo de comparación, en 2011 el coeficiente Gini de Argentina fue de 0,429, o sea, aproximadamente un 20% “más equitativo” que el de Brasil, mientras que en Dinamarca, el mejor rankeado, llegó a 0,24. No son pocas las voces, de adentro y de afuera, que vienen cuestionando al PT desde hace tiempo por no ser más audaz en su política distributiva y de crecimiento.
En este sentido, el derrotero de párrafos sobre un índice con nombre de gaseosa permite poner en contexto las demandas, nuevas y viejas, que se presentan en el Brasil actual y, por qué no, en buena parte de América Latina. Esta década de crecimiento económico implicó para Brasil la integración de decenas de millones de personas en la moderna sociedad de consumo, en lo que se conoce como a nova clase C. Hoy cualquier habitante de la favela podría acceder a un celular, internet e incluso a un LCD. En contraposición, el Estado aún no logra asegurar una serie de servicios básicos en términos de salud, educación, transporte, vivienda o cultura.
Paradojalmente, el escenario actual puede ser aún más complejo que el de la década previa en términos de las capacidades estatales y la porosidad del sistema político requeridas para dar respuesta a las demandas de la población. O sea, a la aún persistente dualidad estructural, que plantea necesidades urgentes en términos de salud sexual y reproductiva, igualdad de género, derechos laborales, etc. se le suman una serie de reivindicaciones, más fragmentadas y aún poco definidas, que emergen y ganan visibilidad de diferente manera, ya sea bajo la forma de rolezinhos, black blocks, las protestas por el costo del transporte, el movimiento não vai ter copa, etc.
Todo lo anterior sucede en un país que en 2013 superó los 200 millones de habitantes. Ante la creciente heterogeneidad en las demandas, las respuestas requieren escala. A menos que ocurra algún imprevisto en la Copa, Dilma ganará en las elecciones de este año, que inicia el ciclo de elecciones presidenciales en América Latina. Los desafíos para Brasil, para la región, de ayer, de hoy, esperan.
1. La fábula de Belíndia, acuñada por Edmar Bacha, uno de los “padres” del Plan Real, señalaba que el régimen militar brasilero estaba creando un país dividido entre habitantes que tenían un nivel de vida similar al de Bélgica y otros con un patrón similar al de India.
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Tras el paso de los huracanesPor Emiliano Flores
El 5 de enero de 2005, en la ciudad de Porto Alegre, con el estadio Gigantinho sumamente agitado, el entonces presidente Hugo Chávez animaba a los participantes del Foro Social Mundial con sus ideas acerca del socialismo del siglo XXI. Nadie sabía exactamente de qué se trataba pero de la mano de las transformaciones que venía llevando a cabo en su país, el líder venezolano rellenaba la incertidumbre conceptual de acuerdo al interlocutor del momento. Así, el socialismo del siglo XXI podía ser desde el vehículo para derrotar definitivamente a las oligarquías, como afirmó en ese estadio frente a un público mayoritariamente de izquierda; la continuación de la obra del gran Jesús de Nazaret -el primer revolucionario, el primer socialista y el primer bolivariano-, si se encontraba frente a un auditorio más popular; o el reconocimiento del fracaso de los postulados dogmáticos de la revolución marxista y la revolución proletaria, como sostuvo meses más tarde en una entrevista publicada en el periódico británico The Guardian.
Con todas esas aporías a cuestas, Chávez se convirtió en la expresión más radical de un tipo de liderazgo muy de estos tiempos: sin programas definidos, ni horizontes de largo plazo demasiado claros, sólo él podía sintetizar cuál era el rumbo de Venezuela. Así se transformó en una máquina de ganar elecciones: salvo el referéndum consultivo sobre la reforma constitucional de 2007, Chávez se impuso en todas las elecciones que disputó. Al menos, todas en las que participó directamente. Ahora, fue esa elección de 2007, la que dejó al desnudo una parte de los problemas que hoy atraviesa el chavismo: la fortaleza de su figura tenía como contracara la debilidad del proceso que él mismo llevaba adelante. En el referéndum consultivo que, entre otras cosas convertía a Venezuela legalmente en un estado socialista, Hugo Chávez no figuraba en la boleta. Naturalmente, la pregunta acerca de qué pasaría ante su ausencia empezaba a susurrarse, pero la fortaleza de su liderazgo sumado a una situación económicamente holgada retrasó la necesidad de una respuesta. Mi corazón será escuálido pero mi bolsillo es bolivariano, decían como un chiste los chavistas para graficar fiesta de consumo que vivían oficialistas y opositores para hacer que los años de Chávez parezcan, vistos desde hoy, años de paz y administración.
Hoy esa situación cambió: con una inflación entre las más altas del mundo y el fantasma de la escasez de alimentos sobrevolando las pendientes del monte Ávila, Venezuela se acerca al aniversario de la muerte de Chávez con un escenario para muchos impensado. En crisis económica y con una derecha que olfatea el fin de ciclo -y parece decidida a precipitarlo-, el devenir de un liderazgo construido a las apuradas empieza a mostrar las consecuencias y presenta interrogantes que, lamentablemente, sólo se responderán con el tiempo.
En nuestro país, el escenario no se parece en nada. Pero mirar con detenimiento los avatares de un proceso como el de Venezuela, que desde la muerte de Chávez parece más recostado en la liturgia que en la consecución de resultados, puede resultar útil si al menos no queremos cometer los mismos errores. El kirchnerismo ya se sobrepuso a la partida de un líder en octubre de 2010. Lo hizo fortaleciendo el liderazgo de Cristina que se impuso en las elecciones de 2011 frente a una oposición atomizada. Sin embargo, con todas las diferencias que existen, el escenario en Argentina presenta tantas incertidumbre a futuro como el de su par caribeño. Por un lado, por la delicada situación económica que atraviesa nuestro país. Por el otro, porque para una sociedad tan politizada como la nuestra, el 2015 está a la vuelta de la esquina. En el plano económico, el futuro del kirchnerismo depende mucho de la gestión. Mantener los niveles de empleo, sostener el consumo y ampliar la protección a los más necesitados parece ser el desafío a grandes rasgos.
En el plano más político, el abanico de posibilidades que maneja el kirchnerismo para elegir un sucesor que continúe con los pilares del modelo va desde algún miembro del actual gabinete a un gobernador. Algo que también depende de cómo llegue la oposición al kirchnerismo, donde tampoco las cosas aparecen demasiado claras. Por el lado del macrismo, nadie aventura una alianza que no incluya a Macri como candidato a presidente. En el espacio radical, con tantos diagnósticos como anotados para encabezar las presidenciales, se hace difícil adelantar un candidato. Desde el lado del massismo, las divergencias comienzan a aparecer, y a la interna económica que representan Martín Redrado y Miguel Peirano, se sumó esta semana la de quienes hablan de bajar el sueldo para no perder niveles de empleo y quienes se oponen.
Tiempos interesantes los que se vienen para Argentina y Venezuela. Tiempos interesantes e inquietantes a la vez.
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