domingo, 19 de mayo de 2013
La herencia que el dictador nos legó Por Alberto Dearriba
Videla no sólo dejó miles de desaparecidos, sino la deuda externa que fue una herramienta de dominación.
El sangriento dictador murió como correspondía: en una cárcel común, condenado de por vida por la justicia y despreciado por la mayor parte de la sociedad. Era el último integrante de la Junta Militar que asaltó el poder institucional en 1976 para producir una masacre de militantes, modificar la matriz económica y sepultar definitivamente a la sociedad populista por otra basada en el individualismo. Los creyentes dirán que ahora será sometido al juicio definitivo de Dios. Pero, felizmente, la sociedad argentina lo condenó en vida. El primer presidente de la democracia recuperada en 1983 lo había metido preso, el segundo lo indultó y –con el gesto histórico de descolgar su cuadro del Colegio Militar– el quinto propició el clima político que lo envió a prisión definitivamente en sus últimos años.
A fines de octubre de 1975, Jorge Rafael Videla había anticipado partes de sus planes desde Montevideo, durante una reunión de ejércitos americanos que coordinaban su accionar en la región bajo la supervisión del U.S.Army. "Si es preciso, en la Argentina deberán morir todas las personas necesarias para lograr la seguridad del país", dijo impávido. En realidad, era "preciso" matar a mansalva si el objetivo era terminar con la sociedad populista, imponer al sector financiero por sobre el productivo y acabar con todo vestigio de las ideas revolucionarias de las décadas del 60 y del 70. El genocidio no fue sólo un acto maléfico, sino la herramienta funcional para edificar la sociedad individualista y terminar con la secuencia de gobiernos populares seguidos de golpes militares, iniciada en septiembre 1930 con la caída de Hipólito Yrigoyen.
El ex general Videla, el ex almirante Emilio Eduardo Massera y el ex brigadier Orlando Ramón Agosti no se propusieron dar un golpe más, sino el golpe definitivo. Los tres murieron de muerte natural, lo cual no es un dato menor. Y también el civil que fue ideólogo del paradigma económico que se mantendría, con parches, hasta diciembre de 2001, cuando se desplomó junto al sistema político e institucional en medio de la pobreza y la desolación que produjo. El principal conspirador civil, José Alfredo Martínez de Hoz puso el rasgo liberal, la impronta de mercado, que sólo podría haberse aplicado entonces acompañada del accionar represivo de la cúpula militar. Curiosa contradicción la de los neoliberales argentinos: autoritarios en lo político y liberales en lo económico. A diferencia de sus camaradas nacionalistas de dictaduras anteriores, Videla era un defensor de la libertad de mercado y un detractor del Estado. Sentado como usurpador en el sillón de Rivadavia, el ex general se quejó amargamente ante el secretario general de la Presidencia,general José Villarreal, por las trabas que tenía su gobierno para privatizar los ferrocarriles: "¡Pareciera que si vendo los ferrocarriles estoy vendiendo la bandera argentina!", se quejó.
Trece años después, Carlos Menem, un presidente proveniente del movimiento peronista, cumpliría el sueño de Videla luego de la mayor operación de travestismo político. Pero el tirano y sus camaradas habían segado antes las malezas que impedían la desaparición del Estado en favor de la utopía de mercado. Esa que sostenía que, una vez desaparecidas las regulaciones, la economía crecería y derramaría riquezas sobre todos los sectores sociales.
El cuento que contaba Martínez de Hoz y profundizó Menem no se verificó precisamente en la práctica. Por el contrario, el modelo económico que comenzó con la dictadura, que no supo o no quiso cambiar Raúl Alfonsín y que profundizó el riojano, produjo miseria, desempleo, exclusión social y desesperanza generalizada.
Sin embargo, la mayor de las felonías que los militares le legaron a la democracia fue la deuda externa, que fue creciendo luego exponencialmente al refinanciar intereses sobre intereses. La dictadura produjo en siete años un salto estratégico de las obligaciones externas que se quintuplicaron entre 1976 y 1983. La pesada herencia se convirtió en una herramienta de dominación inmanejable para los sucesivos gobiernos democráticos. Menem exageró la receta hasta el hartazgo: tipo de cambio fijo con abundante financiación externa.
La historia comenzó a cambiar después del estallido del modelo neoliberal en diciembre del 2001 y tuvo un vuelco central en 2003, cuando Néstor Kirchner delineó un programa económico que frenó la sangría mediante una estrategia de desendeudamiento que incluyó una quita substancial de la deuda y el cierre de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin embargo, un argentino nacido cuando Videla ocupaba la casa de gobierno y avalaba el endeudamiento piloteado por Martínez de Hoz –quién era vivado en los foros internacionales– todavía padece hoy las consecuencias de aquellos "éxitos".
El kirchnerismo debió levantar la pesada hipoteca que estalló cuando los bancos se quedaron con los dólares de los ahorristas en un proceso de valorización financiera que se inició con la dictadura. La presidenta Crisitina Fernández acaba de recordarles a los sectores medios que golpeaban las puertas de los bancos en 2001 que fue el actual gobierno el que les devolvió los ahorros a través de los Boden 2012. Las actuales restricciones al atesorameinto de dólares, que tanto irritan a los sectores medios, tienen como origen el estrangulamiento del sector externo,signado centralmente por el pago de la deuda externa, que se convirtió en un pesado problema durante la dictadura de Videla.
A 37 años de aquel golpe militar, la Argentina no sólo llora a sus hijos asesinados salvaje y masivamente bajo la dictadura de un hierático general que creía cumplir una misión divina, sino que las huellas de su herencia son perceptibles en los efectos perniciosos y restrictivos del default. Muchos argentinos entregaron su vida en un instante para oponerse a la dictadura. Pero muchos otros pagan durante años con condiciones de vida. Pese al desempeño virtuoso de la economía en la última década, la Argentina –el mal alumno que sacó los pies del plato–no posee financiación internacional accesible para sus proyectos de desarrollo estructural y productivo.
Si bien el kirchnerismo logró modificar el perfil de mercado que la dictadura militar que encabezó Videla originalmente le impuso a la economía nacional, todavía subsisten rémoras que deben ser modificadas para certificar que no solo el dictador, sino sus ideas, están definitivamente muertas. El exponente más claro es la ley de entidades financieras, que fue una de las piedras angulares del modelo económico de los militares y que –aunque emparchada– mantiene su vigencia.
Para pasar de la economía de producción que subsistía destartalada durante el gobierno de Isabel Martínez, a otra en la que era mucho más rentable especular financieramente, los "chicago boys" de Videla impusieron un nuevo régimen de entidades financieras con absoluta libertad de tasas. Cualquier jubilado o despedido con indemnización, sabía cuál era la financiera que pagaba más por un depósito a plazo fijo. Cualquier capitalista tenía claro que el mejor negocio no era montar un comercio o una pequeña empresa, sino apostar en la timba financiera que proveía de "plata dulce". El destierro definitivo de aquella cultura requiere avanzar en el modelo de producción, empleo y distribución de la riqueza. Sólo entonces Videla y sus camaradas quedarán definitivamente enterrados.
18/05/13 Tiempo Argentino
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