domingo, 19 de mayo de 2013

EL MUNDIAL ’78 QUE ARGENTINA GANO MIENTRAS TORTURABAN GENTE A POCAS CUADRAS DE RIVER El Mundial que armó para perpetuarse

EL MUNDIAL ’78 QUE ARGENTINA GANO MIENTRAS TORTURABAN GENTE A POCAS CUADRAS DE RIVER El Mundial que armó para perpetuarse A Videla le importaba poco el deporte en general y el fútbol en particular. Pero buscó en la pasión argentina la manera de mantenerse en el poder. Hubo sospechas en las obras y en aquel 6 a 0 de Argentina a Perú. Por Gustavo Veiga Los pulgares en alto, la sonrisa cínica, el bigote casi hitleriano, el sobretodo negro y la Copa del Mundo entregada al capitán Daniel Passarella. Esa postal de Videla el 25 de junio de 1978 sintetiza el clímax de la obra cumbre que montó la dictadura con el afán de perpetuarse. Tratándose del genocida muerto, reflejaría un contrasentido, pero no es así: al general de figura desgarbada y modales afectados, poco le importaba el deporte. Y en particular uno, el fútbol. Era insospechable de sentir esa pasión tan propia de los argentinos por alguna camiseta. Claro que un Mundial es otra cosa. Aquel de hace 35 años representaba un capital simbólico para el régimen cívico-militar. Si lo acompañaba el éxito, pensaba que podría llegar mucho más lejos. Los aires de perpetuación en el poder se transformaron para él en cadena perpetua. Hasta ayer, Videla la cumplía en una cárcel común: el penal de Marcos Paz. El anciano ex general de 87 años que nunca se arrepintió de sus crímenes quedó asociado a ese evento mundialista para siempre. En su defensa, llegó a decirle a la revista española Cambio 16 el 20 de febrero del año pasado: “Mostramos al mundo que podíamos y sabíamos organizar una actividad internacional de estas características; fue un gran avance y en apenas unos meses, pues antes no habían comenzado los trabajos, desarrollamos todas las capacidades para este Mundial. Los anteriores gobiernos que nos antecedieron no habían hecho nada”. Esas ínfulas no se compadecen con la prehistoria del Mundial. En la cúpula del régimen, el dictador era uno de los menos entusiasmados con la idea de organizarlo. Cuando la jornada inaugural del 1º de junio del ’78 todavía parecía lejana, lo terminó de convencer su pariente político, el vicealmirante Carlos Alberto Lacoste, hombre fuerte del fútbol argentino. El marino era primo hermano de la esposa de Videla, Raquel Hartridge. Su poder en el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM), un organismo descentralizado, se robusteció con el asesinato del general Omar Actis, su presidente hasta agosto del ’76. El crimen fue cargado a la cuenta de la guerrilla, que jamás lo reivindicó como propio. La sospecha de que la Marina había sido la responsable nunca se disipó hasta hoy. El 21 de febrero de 1977, el nuevo presidente del EAM, el general Antonio Merlo –una marioneta de Lacoste–, dijo que “los ingresos del Mundial superarán los gastos en un 30 por ciento”. En septiembre, predecía ganancias por 23 millones de pesos y 35.000 turistas. No contento con las previsiones, más adelante asumía que los costos ascenderían hasta 450 millones. El Mundial de la dictadura le habría salido al país 517 millones de dólares, 400 más que los pagados por España en la siguiente edición de 1982. El saldo económico jamás se conoció con precisión, ya que nunca fue presentado un balance. Videla lo dejaba hacer al primo de su mujer. En la ESMA, a menos de diez cuadras del estadio de River, donde se jugaron –entre otros partidos– el que abrió el Mundial entre Alemania y Polonia y la final que el seleccionado de César Luis Menotti le ganó a Holanda, se secuestraba, torturaba y arrojaba al Río de La Plata a los detenidos desaparecidos. Con el cinismo que lo caracterizaba, el genocida describió en aquella entrevista que le dio a la revista española: “Le Monde llegó a reproducir un reportaje de un periodista que se imaginaba que unos disparos que sonaban en los alrededores del estadio, procedentes del Tiro Federal Argentino cercano, eran las balas dirigidas a un pelotón de personas fusiladas. El estadio estaba a dos cuadras del polígono de tiro y el periodista, obviamente, quería denigrarnos al precio que fuera”. La historia de Videla y el Mundial, su versión, es tan descolorida como las imágenes de ATC que se vieron a lo largo del torneo. Un represor en blanco y negro al que recién le volvió cierta tonalidad a la cara cuando le cedió la Copa a Passarella. Porque sólo la final pudo transmitirse en color. Ayer, el actual presidente de River dijo sobre la muerte del hombre que encabezó el golpe del ’76: “Se van cerrando las heridas. Sigamos construyendo hacia el futuro”. Una despedida a su estilo. Nunca comprometida. El otro momento emblemático del dictador durante el Mundial ocurrió en Rosario, antes del partido clave contra Perú que la Selección Nacional ganó 6 a 0. Escribe el periodista Ricardo Gotta en su libro Fuimos campeones, editado en 2008 para el trigésimo aniversario del torneo: “Videla dio un pequeño paso al frente como para ser visto claramente por todos. No le hacía falta levantar demasiado la voz. Un inquietante sigilo dejaba entrar el siseo leve y lejano de hinchas que llegaban al estadio. Alguna trompeta de plástico tronó sorda, hueca, distante. Uno de los jugadores se paró ante el sorpresivo ingreso de los visitantes. Unos segundos después, ya comenzado el discurso, reparó en que estaba a medio vestir y que tenía el pantaloncito aún en sus manos. Dudó en ponérselo o arrojarlo... A esa escena la sigue una frase que se atribuye al ex general: ‘Hermanos latinoamericanos’. Así empezó a hablarle al auditorio de jugadores peruanos. Un volante de aquel equipo que integraban el arquero argentino nacionalizado Ramón Quiroga, Teófilo Cubillas y Héctor Chumpitaz, recuerda: ‘Un par nos cagamos en las patas’”. El presidente de la delegación del Perú era Paquito Morales Bermúdez Pedraglio, abogado e hijo del dictador peruano en aquel momento, Francisco Morales Bermúdez. El le dio la bienvenida a Videla en el vestuario de Rosario Central. La historia que siguió es conocida. Las sospechas de un arreglo también. gveiga12@gmail.com 18/05/13 Página|12 Los gritos de gol resonaban en la ESMA Por Ricardo Gotta En la mesa de caoba, un crucifijo y una Biblia. Desde los calabozos de la ESMA, la noche del 23 de marzo 1976, se escucharon los festejos que llegaban del Monumental, por el 2-1 de River ante Portuguesa por la Copa. En la Rosada, fisgoneaban la pantalla. En el Edificio Libertad también. Massera apoyó el codo en la mesa para ver a River. Lo haría varias horas después con la Selección, ya establecido el golpe a Isabelita, ya jurada la Junta. Jorge Rafael Videla iba por el Ejército. Luego advertía por cadena: "La responsabilidad asumida impone el ejercicio severo de la autoridad para erradicar definitivamente los vicios que afectan al país." Un cuarto de hora después se anunciaba "la propalación programada (sic) del partido de fútbol que sostendrán la Argentina y Polonia". Lo único que no fue proclama militar. En la reunión posterior al partido repartirían el país como quien reparte un botín: el militar muerto ayer le cedió el deporte al marino, pero él firmó el decreto sobre la conveniencia de ratificar con la mayor urgencia la sede del Mundial '78. Dos años después se cuadró delante del micrófono. Respiró hondo y el siseo retumbó en todo el Salón Blanco. Los jugadores estaban de impecable traje gris, camisa blanca y corbata. Muchas melenas informales. Él vestía uniforme. "Señores, así como el comandante arenga a su tropa antes del combate, así como el presidente saluda y despide a sus embajadores antes de que estos salgan a cumplir con su gestión, así he querido exhortarles a que se sientan, y sean, realmente ganadores (…) Y que sean una expresión justa y acabada de lo que es la calidad humana del hombre argentino…" El último aliento fue casi un alarido. Menotti, el único que respondió: "Vamos a dejar todo, no sé si será mucho o poco… Pero vamos a dejar todo." Se volverían a ver las caras durante la Copa. El dictador presumía no entender nada de fútbol. Por el mundo circulaba la consigna "Argentina campeón, Videla al paredón". Estuvo en Rosario, en el Gigante de Arroyito que aún guarda en sus entrañas una incógnita atroz: si debajo de una de sus columnas de iluminación fueron enterrados cadáveres de desaparecidos. Argentina jugó ante Perú. Hubo contactos secretos para encauzar la clasificación argentina. El jefe de gobierno, al lado de Henry Kissinger, estuvo esa noche en la espeluznante delegación que ingresó al vestuario peruano antes del encuentro. Uno de los jugadores estaba en slip. Lo paralizó el miedo. Videla no arrancaba. El militar se cuadró e hinchó el pecho. "Hermanos latinoamericanos…" Un peruano ejemplificaría el momento sin eufemismos: "Nos cagamo' las patas." Argentina logró su cometido. "Sí, es el triunfo del pueblo argentino", dijo exultante el presidente que festejó levantando sus manos de garras. Pocos días después, Argentina se consagraría campeón. Videla entregaría el trofeo. Clarín tituló: "Cuando la Copa se sintió feliz". Esa noche nacería Guido, el nieto de Estela de Carlotto. De la ESMA sacaban presas políticas en un patético paseo por la ciudad. Al rato de acabados los festejos, volvía la picana. Videla lo negaba. Al día siguiente salía al balcón de la Rosada. Horas después recibía al plantel argentino en Olivos. Compartió la mesa con mesa con Menotti y Havelange. Seguía la tortura. Un año después, el 25 de junio del '79, el partido organizado por Clarín, para recaudar fondos para un predio de entrenamientos de AFA. Maradona jugó. Argentina perdió 2-1 ante Resto del Mundo. Ruud Krol recibió la Copa de manos de Ernestina Herrera de Noble. A su lado aplaudían, sonrientes, Videla y Julio Grondona. Ese mismo año llegaría el Mndial Juvenil ganado de la mano de Diego. Organizaciones de Derechos Humanos visitaban la Argentina y tipos como José María Muñoz armaron una convocatoria popular para tapar las repercusiones de esa inspección. Videla habló con Maradona desde Japón y se apropiaba del triunfo. Se puede decir que todos los gobiernos lo hacen. Pero ese tipo tenía el alma y las manos manchadas de sangre y horror. Alguna vez Ariel Scher tituló una nota sobre la dictadura: "Todavía espanta". Parafraseando al periodista, Videla espanta aun muerto. 18/05/13 Tiempo Argentino

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