sábado, 4 de mayo de 2013

FERNANDO MUSSANTE Y LA TOLERANCIA OPINION

HAY COSAS QUE NO ME BANCO MÁS. POR EJEMPLO: EL MAL USO DEL TÉRMINO "TOLERANCIA" «No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y enemigos de cada cual serán los que conviven con él. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y sucedió que, cuando acabó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades. (*) (*) Del santo Evangelio según san Mateo 10, 34. 11,1 ¡Caramba! Quizá podamos pensar que sacar a latigazos a los mercaderes del templo tuvo un aviso previo por parte de Jesús de Nazareth (y no olvidemos que: “el que avisa no traiciona”). Ahora, bien: después de leído esto, pregunto: ¿Fueron tolerantes los revolucionarios de 1789, de quienes algunas instituciones se enorgullecen en descender, con los aristócratas? ¿Fueron tolerantes entre sí Rivadavia y San Martín? ¿Hubo, acaso, algún atisbo de tolerancia en la “guerra contra el gaucho"? ¿Lo hubo en la de la “triple infamia"? Tal vez el lugar más oscuro en el que puede alojarnos nuestra historia, por haber sido coautores de un genocidio que equipara en horror a nuestra Nación con el cometido por los turcos contra el pueblo armenio, con el beneplácito –como siempre– de la corona inglesa. Guerra a la que fuimos conducidos por un señor “militar” (?) que compite por el título de “el más inepto de la historia” con Gregorio Aráoz de Lamadrid. La verdad es que –creo- como bien diría el fallecido Dr. Marcelo O’Connor que la “tolerancia” es un vocablo vacío de sentido. Prefiero (como también lo prefería él) las palabras “respeto” y –de ser necesario– las palabras “piedad” y “misericordia”. Y, comparto ese concepto, porque siento que “ser tolerantes”, cual presupuesto, platónico puede llevarnos a lugares limitantes con el concepto (aristotélico, por cierto) de justicia. Y he aclarado que me anclo en el basamento aristotélico porque, si “lo justo” (y no hablo de “la” justicia, ente abstracto, si es que los hay), es dar a cada quien aquello que le corresponda, a quienes han sido hallados responsables de conductas penalmente reprochables, deben ser condenados a cumplir el máximo de las penas que correspondiera (salvo atenuantes razonablemente considerados). Una muestra mayúscula de esto nos han dado tanto las madres como las abuelas de Plaza de Mayo. No sólo sufrieron la muerte de sus más queridos sino que hubieron de enterarse, durante los juicios, que los suyos sufrieron vejaciones de las que no fueron capaces ni los nazis. Lo que incluye la apropiación de los niños nacidos en cautiverio. Sin embargo, no hay un solo caso de intento de justicia “por mano propia”. Mientras que algunos desde sus sitiales nos imparten “civilizadas” normas de conducta, mientras siguen apañando a los criminales y a sus exégetas, y vaya a saber uno en virtud de qué inconfesables lealtades. Yo creo que estos modernos pontífices deberían caérsele las caras de vergüenza ante semejante demostración de escasa calidad humana en dialéctica contraposición con la de nuestras queridas viejas. Señores (y no digo señoras porque sé que en algunos ámbitos no hay mujeres): Digo, en pleno uso de –las que creo– mis facultades mentales: no hay más tolerancia que la del absoluto respeto al cumplimiento de la Ley. Y no hay mayor templanza de ánimo que la del respeto por la entidad humana de cada semejante. Y no hay mayor piedad, (ni misericordia) que la de pensar que todos (insisto: todos) tenemos la capacidad de ser capaces (y que valga el juego de palabras) de lo peor de la condición humana; salvo que pongamos en juego todos los elementos inhibitorios de nuestras pulsiones más repugnantes. Pero, ante el testimonio de la realidad (jurídicamente comprobada, y con todas las garantías constitucionales en pleno) todos aquellos quienes fuesen hallados, instigadores, cómplices o partícipes de actos delictivos, sobre todo dolosos, les corresponde condigna condena e igual trato. Digo esto para todos, y para algunos en particular, muy en especial al Sr. Carlos Pedro Blaquier, a quien –le pese a quien le pese-- le corresponde ser tratado como lo que es y fue. A mí leal saber y entender (y siempre a la espera de la decisión de la justicia) un delincuente. Todo lo demás, lo disfracen como lo disfracen, es mera hipocresía. Sin más: Fernando Musante (Como siempre uso el nombre que, para mí, eligió mi padre y el Nro. de Doc. con el que me reconoce la Nación Argentina: DNI 4.623.625) F.M.

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