domingo, 5 de mayo de 2013

CULTURA MEDIOS Y PODER PARTE III FLORENCIA SAINTOUT.

“Hay que romper la certeza de un único periodismo” Por Miguel Russo mrusso@miradasalsur.com Entrevista. Florencia Saintout. Decana de Periodismo UNLP. La idea es averiguar cómo comunicar. Mejor dicho, desentrañar qué es lo que se rompió y qué es lo que hay que reformular dentro de la comunicación. La licenciada Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Plata, abre el juego de evaluar qué es el periodismo. “Una de las cuestiones que me parece más interesante en este momento histórico es que vuelve a estar en reflexión, en duda, qué es el periodismo. Posiblemente no haya una única manera de ser del periodismo, o un único deber ser, o un lugar para el periodismo inmutable. Saber qué lugar debe ocupar el periodismo es un asunto de definición pública. No es algo que se define por especialistas o por expertos, sino que debería hacerse al calor de las discusiones públicas o de los debates públicos. Puede parecer una consigna, pero no lo digo en absoluto desde ahí, sino que el periodismo es algo que debemos definir como pueblo.” –Quizás esa sea una de las primeras definiciones... –Y tiene que ver con la idea misma del periodismo, del mejor periodismo. Al decir “el mejor periodismo” estoy diciendo que puede haber otros, pero hablo de aquel que se debe al derecho a la comunicación de los pueblos, que define sus sentidos reconociendo el derecho a la comunicación. No como un derecho individual, como un derecho que va más allá de la libertad de expresión el cual se ha entendido en sus raíces liberales, que tiene que ver exclusivamente con la libertad de empresa. El periodismo que reconoce el derecho a la comunicación está reconociendo la existencia de lo social, de la historia, de unos actores y unos sujetos de la historia. Por eso hablo de pueblo. No es la historia en el vacío, está reconociendo las luchas y en las luchas está tomando posición. –Esa definición también habla de una primera bifurcación, ¿desde dónde se para uno, desde qué ideología, para hablar del derecho a la comunicación de los pueblos? –Claro, no es lo mismo hablar del derecho de la comunicación de los pueblos que de la opinión pública, o de la libertad de expresión en el vacío como una libertad de individuos. Ahí ya hay un posicionamiento. El periodismo que reconoce el derecho a la comunicación de los pueblos también está reconociendo sus luchas por la emancipación. Una vez que ese periodismo tomó posición, van apareciendo otras preguntas: ¿qué es lo real, qué es la verdad? Y esos caminos no están dados de antemano. Personalmente, me sitúo en un lugar en el cual asumimos que la verdad siempre es una verdad que está en disputa, en lucha y que la verdad tiene una dimensión que tiene que ver con la construcción, desde qué lugar miro la verdad. Pero hay algo que es, sea lo que sea, lo real. Me parece que esto es importante que se discuta en las facultades, en foros, que no se discuta con la rapidez de los medios de comunicación. En estos días se está dando una discusión sobre la cantidad de muertos que hubo por las inundaciones en La Plata. Por supuesto que ahí, además de las discusiones políticas, también se da un debate en torno de qué es la verdad, y allí hay, al menos, dos modos de construir los datos. Los datos siempre se construyen, siempre se leen, pero hay algo que es lo real más allá de la construcción de esos datos. –Lo real sería el número exacto de víctimas... –De acuerdo. ¿Hay cadáveres escondidos o no hay cadáveres escondidos? Hay una posición constructivista, donde todo es interpretación de acuerdo al lugar en que uno esté parado. Y hay otra posición empirista, que es esta posición donde lo real es lo que existe y el periodismo lo único que puede hacer es dar cuenta de eso y punto. En el medio, hay caminos que es importante pensarlos en tensión, no digo en contradicción, porque la contradicción tiene la ilusión de que en algún momento se resuelve en algún tipo de síntesis. Hablo de la tensión entre estas dos posturas. Está lo real, pero también están los modos de interpretación, y el periodismo debe tener muy claro en qué lugar se posiciona a la hora de interpretar. –Usted decía que hay un sector empirista del periodismo que dice que lo real es lo que existe. Pero, ¿no es que lo que dice en realidad es que lo real es lo que dice que existe? –“Lo real es lo que digo que existe” es un posicionamiento, una interpretación que es visible para todos y puede ser puesta en discusión. Pero no dice eso, dice “lo real es lo que existe”. Está asumiendo una posición en el mismo momento en que la niega. Y esa posición generalmente es la posición del poder hegemónico. No el poder que transforma sino el poder que administra el orden. Cuando el periodismo dice “lo real es lo que existe” y punto, lo único que hace es contarlo, mostrarlo anulando todo tipo de posicionamiento. Hace un doble movimiento en el cual desconoce los modos de posicionarse. Desconoce su propio lugar pero, a la vez, reconoce el orden existente como el único posible. Por eso se discute tanto en este último tiempo con nombres como “militante” o “independiente”, pero que tienen que ver con desde dónde habla el periodismo. ¿Habla desde el vacío social? No, el vacío social no existe. Habla desde algún lugar pero, ¿cuál es ese lugar? Si dejamos de entender la democracia como un slogan, como un punto de llegada y nada más, como una versión cosificada, y la entendemos como un horizonte, como un lugar siempre inconcluso y a construir, sabremos que en democracia existe la posibilidad del disenso, del conflicto, de los diferentes posicionamientos con más o menos padecimientos, con más o menos goces. Si entendemos así la democracia, bienvenida sea esta discusión sobre el periodismo y los lugares que ocupa. –¿Cómo le explica a un estudiante de periodismo, tomando lo sucedido en el Borda, que la conflictividad está en si se trató de “represión” o de “incidentes”? Allí, parecería que el eje de la discusión se corriera y se empezara a discutir de palabras. –Las palabras siempre tienen historias, siempre tienen posiciones, siempre tienen dueños. Y esa propiedad se pone en disputa. Éste es un momento en el cual las palabras están particularmente vivas. Están vivas en sus luchas por lo cual hay que aclararlas permanentemente. Eso, lejos de ser negativo, es algo muy interesante. El problema es cuando no hay que aclarar nada. El problema es cuando se lleva tan al infinito esta situación de la aclaración de las palabras, de la discusión de sentidos, donde todo pareciera ser que tiene que ver con el territorio de lo simbólico y que no hay nada que sea lo real. Creo que a las personas se nos vedó el acceso a lo real sin su atravesamiento por el lenguaje. Pero eso no impide pensar que exista algo que es lo real. El conflicto es que no podamos acceder a él tan claramente, como a veces piensa cierto periodismo hegemónico que incluso cree que en la palabra al desnudo o en la palabra seca está lo real o la verdad. Hay todo una tradición epistemológica que cree que lo real se presenta tal cual es. Y no es así. Y hay otra tradición, negativa también, que dice “nada de lo real existe, lo único que existe es el lenguaje y todo es una construcción”. De ese modo, no existe la tortura, no existe la represión, no existe la guerra. En la tensión entre estos movimientos es donde es posible decir que hay algo que es lo real y que hay diferentes modos de acercamiento. La sociología trabajó esto de mil maneras. Desde las prenociones o desde las posiciones más positivistas, siempre hubo una pregunta por esto: desde qué lugar es que se conoce. Pierre Bourdieu dice que no puede pensar un conocimiento de lo social sin poner en reflexión, en pregunta, cuáles son estas posturas que tiene el investigador, o sea las prenociones. Y finalmente llega a una pregunta: ¿podemos saberlas todas, podemos acceder a todas? No se sabe cuál es la profundidad a la cual podemos acceder. Lo que sí podemos decir es que el periodismo ciego, el que no revisa ninguna de sus posiciones y cree que no tiene posición, es el periodismo del ejercicio dominante. Ese periodismo no necesita revisar sus posiciones porque es el lugar desde donde ve. Un periodismo que se plantea la conservación del orden social imperante. Ahí hay también otras discusiones interesantes. Puedo pensar que ese orden es justo y quiero conservarlo, pero también puedo pensar que ese orden es injusto y querer transformarlo aunque no me dé cuenta que lo estoy conservando en mis prácticas periodísticas. El periodismo se aprende y se enseña de muchas maneras, no solamente como una cuestión de expertos. Debe ser un asunto de todos, público, donde se pueda entrar y salir, quedarse y transitar desde múltiples lugares. Pero uno de los primeros lugares debe ser la indagación, la pregunta sobre aquello que se ve como natural. Si está esa pregunta hay una garantía de un mejor periodismo. Y en líneas generales no es lo que se enseña, ni en los medios ni en las carreras de comunicación, es lo más complejo de problematizar. –¿Qué hacer, entonces? –Poner en crisis. De entrada, nosotros, acá, en la facultad, tenemos una posición clara respecto de lo que no podemos formar. Un Rodolfo Walsh no se forma en una facultad. Estoy pensando en las maestrías en periodismo, las primeras que se crean en la Argentina. Una, la que armamos nosotros con la Utpba; otra, en los mismos años, que hizo Clarín con la Universidad de San Andrés, y otra que hizo La Nación con la Universidad Di Tella. Pensar en la unión de una universidad pública con un sindicato, más allá de la historia y todo lo que puede ser puesto en discusión, no es lo mismo que pensar en la de una universidad privada con un medio de comunicación como Clarín o La Nación. Ahí ya hay una interpelación, una discusión con distintos modos de entender el periodismo. No hay fórmulas, no es que tenemos el manual cerrado y punto, pero la mejor manera es poner en evidencia, o en todo caso romper la certeza de que hay un único modo de periodismo, en términos de caminos seguros y sin riesgos. Poner en cuestión los diferentes modos de pensar el periodismo teniendo en cuenta la necesidad de la reinvención de otros modos. En un curso de Epistemología de la educación en el doctorado de Ciencias Sociales, un estudiante me decía “Rodolfo Walsh es la expresión de una época y eso nunca más va a poder suceder así”. Pensemos: por un lado, siempre es interesante revisar esto de la expresión de una época porque está claro cómo la época habla en Rodolfo Walsh, en su trayectoria, en su recorrido. Lo que no está claro es por qué no todos fueron Rodolfo Walsh. Pero, además, las épocas nunca son cerradas. Están hechas de tensiones, luchas, contradicciones, momentos de espera o de órdenes, consensos más o menos firmes. Y en todo eso que se llaman “las épocas” hay una dimensión que tiene que ver con la reproducción y otra que tiene que ver con la invención. Siempre se está inventando, siempre hay una creación, incluso a la hora de elegir, no como una elección consciente y de voluntad, pero a la hora de que se reproduzcan ciertas estructuras también esa reproducción en un nuevo contexto implica un orden de la creatividad. Creo que se deben poner sobre la mesa estos diferentes modos que hubo del periodismo, estos diferentes estatutos del periodismo, estos diferentes periodistas también. Y hacerlo a la luz y al calor de los hechos, de las necesidades, de las urgencias y de los deseos, pero siempre desde una posición política. Ahí es donde hablo de la importancia de una interpelación institucional, académica, de una conducción política. Trabajo en una universidad pública, jamás cerramos las puertas a nadie. Lo que no quiere decir que no tengamos una posición que hacemos explícita desde el primer día de clases. Esto tal vez nos dé más garantías de tener un mejor periodismo, o lo que creemos que es un mejor periodismo, que el que se puede hacer repitiendo la lógica de las cinco w de los manuales o aprendiendo en una redacción las rutinas y prácticas periodísticas sin ningún tipo de reflexión. Lo que se puede llamar lo mejor del periodismo se hizo desde la incomodidad. No desde la incomodidad absoluta, donde no hay un sólo lugar en el mundo para pararnos. Hay que ir a la búsqueda de unas lecturas, de unos hechos, de escuchar a unos y no a otros, a elegir que la palabra de uno sea más fuerte o tenga más sentido que la de otros. El periodismo tiene mucho de creación. Se puede aprender memorizando manuales, pero uno debe preguntarse por el estatuto de su contemporaneidad y cómo intervenir sobre él. –¿Qué falla en la política comunicacional como para que, en lugar de estar en desacuerdo, se llegue al grado de violencia que se llega ante la desavenencia con un gobierno? –La pregunta tiene una dificultad, un punto para la reflexión en eso de que lo que falla es la comunicación. ¿Qué es una comunicación que falla? Eso puede ser pensado si uno tiene el modelo de la comunicación transparente, lineal, en el que hay un mensaje emitido y un mensaje que llega produciendo el efecto deseado. Ahí ya hay un problema. Yo no creo que la comunicación humana funcione así. Por el contrario, el encuentro es siempre conflictivo, de muchísima opacidad, de mucha imposibilidad, y no lo digo en un sentido negativo. Esa primera dificultad de la pregunta tiene que ver de qué comunicación estamos hablando cuando se habla de que falle. En segundo lugar, la pregunta parte de una consideración que es “hay algo que se está haciendo bien”, por ejemplo, un proyecto de desarrollo con inclusión, “pero no todo el mundo puede verlo”. Yo creo que hay algo que se está haciendo bien y, como siempre, hay cosas que se están haciendo mal. Lo que puede pasar es que algunos no logran verlo y otros no quieran verlo o no estén de acuerdo con ese modelo de desarrollo con inclusión para sintetizarlo de alguna manera. Así, lo que aparece como una falla de comunicación, como el conflicto, tal vez no tenga que ver con que no comprendieron sino con que no quieran tener el mismo modelo de Nación, con que no crean en las mismas cosas. Ahí también hay algo que hay que poner en juego: más allá de la aprobación de la ley, más allá de que en muchos aspectos está funcionando, hay un punto central que tiene que ver con una democratización de las estructuras de propiedad de los medios. Leí una nota central de La Nación, escrita por Pablo Sirvén, que decía cómo Lanata había entendido el tiempo histórico, algo que para Sirvén estaba demostrado por el rating de su programa. Además de esa lógica tremendamente discutible había algo que me llamó poderosamente la atención; decía que la novedad era que lo que Lanata informaba se replicaba en el resto de la programación. Claro, ¿cómo no se va a repetir en el resto de la programación? El primer lugar donde se replica el programa de Lanata es en TN, desde la 6 de la mañana como noticia. Y después los demás medios. Hay allí una cuestión muy interesante de problematizar: pensar la estructura infernal de poder concentrado que hay en el Grupo Clarín, una estructura que fue tocada simbólicamente pero no económicamente. Entonces aparece otro elemento que falla: todavía hay una deuda muy grande para la democratización de la estructura de propiedad. Y de la mano de esa deuda va a estar la estructura de democratización de la propiedad y la estructura de democratización de la lengua, que no es solamente un asunto de contenidos, de estilos, de géneros, sino una creación de propuestas de comunicación que van más allá de la agenda de contrainformación y nada más. El kirchnerismo tuvo una política, la más radical de las últimas décadas, que puso sobre la agenda la necesidad de democratización de la comunicación y la idea de que la comunicación es un derecho. Esa política tuvo y tiene sus efectos, más allá de las dificultades para la aplicación de la ley de medios. Que esos efectos se nos vayan haciendo imperceptibles por momentos es porque los vamos incorporando, porque los vamos naturalizando. No creo que la conflictividad, que aparece como conflictividad social, política y cultural, tenga que ver con un asunto de buena o mala comunicación sino que tiene que ver, claramente, con la revitalización de la política, de la política como posibilidad de intervención sobre la vida social con mejores o más cuestionables resultados.

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