Desde Túnez, por Rashid Sherif I Luego de la destrucción masiva de Libia por las fuerzas armadas de la OTAN, un enjambre de terroristas ha encontrado allí un nicho cómodo, armados hasta los dientes, cada uno de ellos instilando su veneno derivado de una bazofia seudo-religiosa. Han tomado el pueblo libio como rehén: este es el hecho acabado.
Llegados desde lo más cercano hasta lo más lejano de los horizontes, por vía terrestre e incluso aérea, con el apoyo activo militar y financiero de las autocracias del Golfo saudí y qatarí, tal como ocurre en Siria, estos mercenarios rabiosos tienen el propósito criminal de dar al pueblo mártir el golpe de gracia a nombre de un ilusorio “califato”. En realidad, ellos representan la nueva infantería del intervencionismo imperial sembrando muerte. A la vez, constituyen una grave amenaza de desestabilización para los países vecinos y otros más al sur.
Ahora bien, frente a semejantes peligros la realpolitik en Libia exige con urgencia organizar una sólida defensa a través de una amplia coalición militar primero desde el interior del país, con fuerzas actualmente en vía de agruparse bajo el mando del General retirado Khalifa Haftar. Por otra parte y al mismo tiempo, es preciso organizar otra coalición de fuerzas armadas externas desde los países vecinos. Un amplio cerco militar concéntrico debe operar así hasta comprimir adentro y acabar con la calamidad terrorista que está diseminándose ya en toda la región norte del África, incluyendo la franja sur de países del Sahel y hasta más allá en Asia occidental (el mal llamado Medio Oriente).
Todavía no se puede contemplar una paz en Libia basada en un consenso político entre las partes tan heterogéneas en conflicto. De hecho, el contexto trágico no se presta ahora a la concertación por el dialogo como lo sugieren algunos cuanto más no existe allí la cultura del dialogo. “La gran limpieza” llamada por el General Haftar es una exigencia objetiva como prioridad basada en las acciones militares para precisamente acabar con la violencia impuesta desde adentro y afuera y así poder abrir luego un espacio para la concertación política pacífica.
El tiempo apremia. Es preciso realizar de forma coordenada estas acciones militares con vista al desarme, desmovilización de todas las milicias para encauzar y limitar estrictamente a nivel regional esa guerra civil sin nombre. Es preciso evitar la nueva intervención en preparación de las fuerzas militares de EEUU y la OTAN. Con todo, estas coaliciones regionales por articular desde adentro y fuera de Libia necesitan todavía el apoyo selectivo de varios servicios de inteligencia internacionales.
Una nueva Somalia a las puertas
La Libia de hoy, “somalizada”, queda desprovista de un gobierno central legal efectivo y eficiente salido de las urnas y respaldado a lo largo de su mandato por la voluntad del pueblo soberano único garante de la legitimidad. En este contexto nebuloso, el General Haftar carece de legitimidad sin ese mandato. Quizás podría lograrlo demostrando su capacidad en el terreno por cumplir a cabalidad y a corto plazo la tarea que se propone: proteger a toda la población civil libia del terror y de los asesinatos a diario y desarmar las milicias criminales diseminadas en el amplio territorio del país.
Es así como en un futuro el pueblo libio una vez “liberado” de sus nuevos verdugos tomaría en sus manos su propio destino para eventualmente levantar el difícil edificio de un Estado dentro de una Nación soberana. Desgraciadamente, ese futuro sigue lejano. Libia ha vivido y aún se presenta desde el principio del siglo pasado no como una entidad de pueblo unido sino a través del más amplio espectro disperso constituido por varias ramificaciones arcaicas complejas subdivididas dentro de regiones tribales férreas y clanes (Urushya) cerrados. Numerosas agrupaciones terroristas o “katayeb” (núcleos fuertemente armados formados desde decenas hasta cientos de hombres) proliferan a través esa enorme dispersión de pobladores y regiones antagónicas. Por eso no se puede hablar con propiedad de una Nación y un Estado libios. Lo decimos con todo respeto y lo lamentamos mucho aún más cuanto nos afecta directamente a nosotros en Túnez.
Recordemos que el vasto territorio de Libia es uno de los mayores de África con la mayor extensión de costa marina sobre el frente mediterráneo a poca distancia de Europa y con tan solo seis millones de habitantes, más de la mitad de los cuales vive en un exilio forzoso en países vecinos (dos millones ya en Túnez) y otras partes. A la vez, las riquezas del subsuelo de Libia encierran, como se sabe, unas de las mayores reservas mundiales de petróleo, gas y agua potable. De allí la inmensa codicia neocolonial de los países europeos a poca distancia de allí, con igual avidez por parte de los EE.UU. Lo sabemos, mismo pasa con el petróleo venezolano tanto sino aún más codiciado por EE.UU. a poca distancia de las costas del Texas. De allí la brutal intervención militar de la OTAN para derrocar al régimen del Coronel Gadhafi y apropiarse con voracidad imperial de esas riquezas estratégicas naturales.
En definitiva, vivimos en un mundo todavía dominado desde milenarios por la ley del más fuerte, la soberbia de la política de la cañonería, la constante sobreexplotación y la deshumanización racista: ¿Acaso en este planeta solitario sufrido y mal compartido, existiera algo así como una “maldición” persiguiendo sin cesar a los débiles despreciados y los pobres condenados de la tierra?
Sería como decir: ¡Desgracia para pueblo del Sur sin riquezas naturales! ¡Desgracia para pueblo del Sur con grandes riquezas naturales!
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