Lo dijo Claudia Carlotto, la directora de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. El joven está ansioso por saber todo sobre la vida que le negaron por 37 años. La historia de sus padres biológicos, Ana Rubel y Hugo Alberto Castro.
Por Laureano Barrera
Pocas veces la duda fue tan fugaz. En agosto, el joven que el jueves fue anunciado como el nieto 116, se enteró “por un comentario que le hicieron” que no era el hijo biológico del médico y su esposa, como toda la vida le habían dicho. Unas horas después, estaba en la casa de Abuelas de Plaza de Mayo, en la calle Virrey Cevallos, y recibía un turno para sacarse sangre. Cuando se hizo los análisis, tenía la corazonada de que iban a ser positivos. “Hoy es una persona hermosa, que brilla, sana física y psíquicamente. Está tomando esto con una calidez y una calma muy buenas”, contó por radio Claudia Carlotto, la directora de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadi). “Informamos con enorme alegría que hemos encontrado al hijo de Ana Rubel y Hugo Alberto Castro. Ana fue secuestrada en enero de 1977 con un embarazo de dos meses y dio a luz cinco meses más tarde durante su cautiverio en la ESMA”, dice el comunicado oficial que difundieron las Abuelas.
“Se ha logrado determinar la real identidad del nieto 116 en marco causa 188/2000”, respondieron desde el juzgado federal N°1 de María Romilda Servini de Cubría a Infojus Noticias. “El niño nació en junio de 1977 en la Escuela de Mecánica de la Armada, y el parto habría sido atendido por Jorge Luis Magnacco”, agregaron. Es el nieto número 16 restituido por la jueza.
El joven está ansioso por saber todo sobre la vida que le negaron por 37 años. Ya habló con sus tíos por teléfono y conoció personalmente a Alicia Milia, la compañera de cautiverio de su madre que lo vio nacer en los sótanos de la Escuela de Mecánica de la Armada. La semana que viene, el organismo de derechos humanos dará la habitual conferencia de prensa y sumarán algunos detalles sobre su búsqueda.
Secuestros
Ana María Rubel nació el 27 de julio de 1949 en Resistencia. Dos años después, el 1 de septiembre de 1951, muy lejos de la capital chaqueña, en San Isidro, nació Hugo Castro. Ella viajó a Buenos Aires, empezó a estudiar Ciencias Económicas y a trabajar en Laboratorios Bagó. Hugo vivía en Córdoba y trabajaba en una fábrica de la Ford. Era maestro mayor de obras y cuando se mudó a Buenos Aires se inscribió en la Facultad de Arquitectura de la UBA. Se conocieron militando en el Frente Argentino de Liberación y pronto empezaron una relación.
“Ani”, como le decían de pequeña, ya conocía de cerca lo que era escapar de la represión: su hermano y su cuñada, militantes del ERP, habían sido asesinados en 1974. El 15 de enero de 1977, Hugo subió al Fiat y dejó la casa de su madre, en la ciudad costera de La Lucila. Iba a encontrarse con una muchacha, en un bar de Cabildo y Lacroze, en Buenos Aires. En el camino lo interceptaron, y terminó en la ESMA.
Ana se desesperó con la ausencia de su pareja. El 16 de enero, se reunió en la mesa de un bar con su prima Delia Susana Horowicz. Llevaba en un sobre dinero y un pasaje aéreo para cruzar a Paraguay. Le dijo que escapara inmediatamente. Ana María le contestó que primero tenía que ir a su casa a buscar sus cosas, y le confesó que estaba embarazada de dos meses aunque todavía no se le notara la panza.
El 17 de enero, a las siete de la mañana, llegaron a su departamento en el piso 4 de la calle Camargo, en Villa Crespo. Se supo por el portero, Jorge Pedrozo, que eran fuerzas conjuntas del Ejército y la Policía Federal, y era un teniente el que estaba a cargo. Al día siguiente, un telegrama anónimo que llegó a la casa familiar, en Chaco, decía que Ani estaba grave y que viajaran a Buenos Aires. Sus padres tomaron el primer vuelo y cuando pudieron entrar al departamento se quedaron helados: todo estaba patas arriba, las conexiones eléctricas desarmadas y la bañadera a medio llenar. Un escalofrío les corrió por el cuerpo cuando supieron por el portero que los secuestradores habían estado adentro con su hija desde las siete hasta las once de la mañana.
Cautiverio
Ana María fue llevada a un centro clandestino del Ejército y después a la ESMA, donde fue torturada. Cuando la sobreviviente Sara Solarz de Osatinsky declaró en el juicio por el Plan Sistemático de Apropiación de Niños, contó que en mayo de 1977 fue llevada a "Capucha", en el tercer piso, y la tiraron sobre una colchoneta. Cuando se levantó la venda vio “un espectáculo dantesco, como podía ser el estar dentro de una caja de muertos, una caja de madera, cerrada, con el espacio exacto para que los cautivos no estuvieran de pie sino acostados, y en el medio de toda la gente allí secuestrada, vio una cama que sobresalía”.
Era Ani y tenía un embarazo avanzado. Ana María Martí, otra secuestrada, contó que fue torturada por un miembro del Ejército que operó en la ESMA (un cautivo precisó como un hombre de bigote tupido, “el oficial Fernández”). Y que cuando la llevaron a bañarse con ella, en unas duchas sin cortinas, vio que tenía “horribles marcas, como de quemaduras que le hacían agujeros en el pecho”. María Alicia Milia recordó que escuchaba el roce de los grilletes de las chicas embarazadas caminando de noche por el lugar. Y que la dieta consistía, en el almuerzo y la cena, en el “bife naval”: pan con bife. Y a veces, una fruta.
Su hijo nació sietemesino en junio, en la penumbra del sótano. La acompañaron Sara Solarz de Osatinsky, María Alicia Millia, y el médico Magnacco. Ana, a quien le habían quitado los grilletes, pidió que se los sacaran a sus compañeras, pero el médico lo negó. Pidió que bajaran la música, que era ensordecedora. Magnacco aceptó.
Fue un proceso rápido, recordarían muchos años después las dos mujeres que asistieron al parto. El bebé pesó menos de dos kilos. Su madre estaba tan preocupada que le pidió a Solarz de Osatinsky que corroborara si tenía todos los dedos. Ana le pidió al partero de ese infierno que le apoyara un instante a su hijo en su pecho. Accedió. El bebé sintió por unos minutos los latidos de su madre. Después se lo quitaron y lo tuvieron en una incubadora que trajeron –tal vez- desde el hospital Naval.
Dos o tres días después del parto, Ana fue trasladada junto con María del Carmen Moyano de Poblete. Les dijeron que las llevaban al Tercer Cuerpo del Ejército, en Córdoba. Nunca más se supo de ellas.
El rol de la Conadi
La búsqueda del nuevo nieto no comenzó inmediatamente después de que los militares volvieran a sus cuarteles dejando un país de muertos y de ausentes. Para los padres de Hugo Castro sí: en 1984 presentaron la denuncia de la desaparición de Hugo, su pareja y su hijo por nacer. Por el contrario, la familia Rubel había denunciado su secuestro pero no sabían que estaba embarazada. O eso creían.
El 30 de agosto de 2000, después de una larga investigación, Graciela Ojeda y Remo Carlotto, -que trabajaban en ese entonces en la Conadi-, llegaron hasta la calurosa ciudad de Corrientes, donde vivía Perla Rubel. Ahí le dijeron sus sospechas: creían que su hermana Ana María y quienes los sobrevivientes nombraban como “Ana de Castro” eran la misma persona. Llevaban dos datos claves: Ana de Castro era de Chaco y su papá era ciego. Perla levantó el teléfono y llamó a Susana, la prima que la había visto el día antes de desaparecer. Le reveló que ese día Ana María le confió que estaba embarazada. Ese día los funcionarios se fueron con una foto de Rubel: Millia les confirmó que era la mujer que había parido secuestrada.
Cuando supieron que Rubel era la compañera de Castro, todavía había un problema: necesitaban la sangre de sus abuelos para completar en el Banco Nacional de Datos Genéticos. Pero estaban muertos. En agosto de 2005, el juzgado de Servini de Cubría ordenó exhumar a Regina Horowicz y León Rubel, pero la Asociación Israelita de Resistencia respondió que la sepultura de los cementerios judíos es sagrada. Después lo reconsideraron: el Superior Rabinato de la República Argentina le comunicó que como el caso era tan sensible permitían la extracción de ADN sin que manipularan los cadáveres. El 7 de junio de 2006, se hizo la toma de muestras comparativas y se completó el Banco.
Hace tres meses, el joven supo que no era hijo de quienes creía sus padres. El médico que lo crio terminó por confesar que durante una de sus guardias en el Hospital Pedro Elizalde, dos hombres entraron con él en brazos y que como “nadie lo reclamó”, lo inscribió como propio.
Lila Pastoriza, una ex detenida de la ESMA, contó hace unos años que durante un interrogatorio les preguntó a sus verdugos como era posible que allí nacieran niños: con madres convalecientes de la picana, entre los alaridos del resto de los secuestrados. D’ Imperio, alias “Abdala”, le contestó que ellos creían que los niños “no tenían la culpa de tener los padres que tenían, subversivos o terroristas, y que creían que las madres debían dar a luz a los niños, para ser entregados a otras familias que los criaran bien, no ‘para la subversión’”. Ignoraba que la historia preveía otro final, uno distinto al que ahora añora tras las rejas, para muchos de esos bebes robados.
Infojus Noticias
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