En un párrafo de su discurso ayer en la Convención de la UIA la presidenta se refirió al desafío que tienen por delante el país y los empresarios industriales, y lo sintetizó de la siguiente manera: "La industria es una opción nacional".
En un párrafo de su discurso ayer en la Convención de la UIA la presidenta se refirió al desafío que tienen por delante el país y los empresarios industriales, y lo sintetizó de la siguiente manera: "La industria es una opción nacional".
El discurso de la presidenta recorrió el desenvolvimiento del sector a lo largo de los últimos once años. Destacó logros inobjetables, pero como corresponde también salió a cruzar las demandas del sector basadas en el habitual rosario de lamentos que realiza un amplia parte del empresariado de la UIA, que son amplificados diariamente por los medios hegemónicos. Esos empresarios, que aun con datos incontrastables de crecimiento en todas las actividades, y con beneficios de gozar de tasas de rentabilidad extraordinarias, producto también del elevado nivel de concentración económica con que desarrollan sus actividades a lo largo de estos años, insisten en demandar políticas y planes económicos que fueron en el pasado reciente los que los sumergieron en la peor de las crisis en décadas.
La principal demanda de estos sectores del empresariado nacional y trasnacional, junto con el constante pedido de ajuste del tipo de cambio, es la mejora en la competitividad. Está claro que en cualquier economía su mejora es indispensable para promover el desarrollo y crecimiento de la actividad, representando a su vez la mejora del proceso productivo. Lograr este objetivo implica inevitablemente mayor inversión para satisfacer la demanda y a la vez optimizar la tasa de rentabilidad. El problema recurrente planteado por un sector de la UIA como por las grandes cámaras nucleadas en el Foro de Convergencia Económico es que la discusión sobre competitividad termina siempre en el impacto de los salarios, en la tasa de rentabilidad. La ecuación, en cualquier parte del mundo capitalista, es aumentar la inversión para aumentar la oferta de bienes y servicios. La otra opción es no invertir y trasladar costos, salarios incluidos, a los precios. En algo de todo esto se encuentra otra discusión de fondo y es ni más ni menos que las causas de la inflación.
“El empresario es, en definitiva, una construcción política”, dice Aldo Ferrer en su último libro, El empresario Argentino. Siguiendo esta acertada y precisa definición, en las construcciones políticas desde el año 1976 hasta 2003, período de fuerte valoración de la especulación financiera, la construcción política tuvo su correlato en un empresariado de características también especulativas, de baja o escasa inversión y con salarios lo suficientemente bajos para que la tasa de rentabilidad fuera lo suficientemente elevada, cuatro o cinco veces mas que en cualquier país de los llamados desarrollados. El otro condimento indispensable era contar con una tasa de desempleo elevada.
Siguiendo con la afirmación de Ferrer, el camino que queda por delante para ese empresariado nacional, capaz de generar los puestos de trabajo genuinos que se necesitan para los millones de argentinos que se encuentran dentro de la informalidad laboral, es largo y complejo, pero solo se podrá alcanzar a través de políticas firmes y convencidas de que ese es el camino. Los logros obtenidos en estos años son muy grandes, pero también en el debe se encuentra un proceso que requiere de mayor profundización en la construcción política de ese empresariado. Las propuestas de los precandidatos presidenciales de la oposición van por el camino contrario a esa construcción. Fundamentalmente porque descreen del papel del Estado, y en esto no hay mucho que inventar: ningún país desarrollado, de los que el neoliberalismo criollo suele poner como ejemplo, logró su desarrollo productivo con un Estado “chico”. No hay que ir a experiencias lejanas, el periodo 1976-1983 primero y el de 1989-2001 están muy cerca.
El discurso de la presidenta recorrió el desenvolvimiento del sector a lo largo de los últimos once años. Destacó logros inobjetables, pero como corresponde también salió a cruzar las demandas del sector basadas en el habitual rosario de lamentos que realiza un amplia parte del empresariado de la UIA, que son amplificados diariamente por los medios hegemónicos. Esos empresarios, que aun con datos incontrastables de crecimiento en todas las actividades, y con beneficios de gozar de tasas de rentabilidad extraordinarias, producto también del elevado nivel de concentración económica con que desarrollan sus actividades a lo largo de estos años, insisten en demandar políticas y planes económicos que fueron en el pasado reciente los que los sumergieron en la peor de las crisis en décadas.
La principal demanda de estos sectores del empresariado nacional y trasnacional, junto con el constante pedido de ajuste del tipo de cambio, es la mejora en la competitividad. Está claro que en cualquier economía su mejora es indispensable para promover el desarrollo y crecimiento de la actividad, representando a su vez la mejora del proceso productivo. Lograr este objetivo implica inevitablemente mayor inversión para satisfacer la demanda y a la vez optimizar la tasa de rentabilidad. El problema recurrente planteado por un sector de la UIA como por las grandes cámaras nucleadas en el Foro de Convergencia Económico es que la discusión sobre competitividad termina siempre en el impacto de los salarios, en la tasa de rentabilidad. La ecuación, en cualquier parte del mundo capitalista, es aumentar la inversión para aumentar la oferta de bienes y servicios. La otra opción es no invertir y trasladar costos, salarios incluidos, a los precios. En algo de todo esto se encuentra otra discusión de fondo y es ni más ni menos que las causas de la inflación.
“El empresario es, en definitiva, una construcción política”, dice Aldo Ferrer en su último libro, El empresario Argentino. Siguiendo esta acertada y precisa definición, en las construcciones políticas desde el año 1976 hasta 2003, período de fuerte valoración de la especulación financiera, la construcción política tuvo su correlato en un empresariado de características también especulativas, de baja o escasa inversión y con salarios lo suficientemente bajos para que la tasa de rentabilidad fuera lo suficientemente elevada, cuatro o cinco veces mas que en cualquier país de los llamados desarrollados. El otro condimento indispensable era contar con una tasa de desempleo elevada.
Siguiendo con la afirmación de Ferrer, el camino que queda por delante para ese empresariado nacional, capaz de generar los puestos de trabajo genuinos que se necesitan para los millones de argentinos que se encuentran dentro de la informalidad laboral, es largo y complejo, pero solo se podrá alcanzar a través de políticas firmes y convencidas de que ese es el camino. Los logros obtenidos en estos años son muy grandes, pero también en el debe se encuentra un proceso que requiere de mayor profundización en la construcción política de ese empresariado. Las propuestas de los precandidatos presidenciales de la oposición van por el camino contrario a esa construcción. Fundamentalmente porque descreen del papel del Estado, y en esto no hay mucho que inventar: ningún país desarrollado, de los que el neoliberalismo criollo suele poner como ejemplo, logró su desarrollo productivo con un Estado “chico”. No hay que ir a experiencias lejanas, el periodo 1976-1983 primero y el de 1989-2001 están muy cerca.
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