Durante la presente crisis de la deuda, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se refirió en uno de sus discursos a la posibilidad de que el accionar de los fondos buitre sea una nueva modalidad de negocios financieros. De algún modo, se plantea así la cuestión de saber si estamos enfrente de una actitud marginal por parte de extorsionadores financieros, o si, por el contrario, lo que despunta es un comportamiento que presagia cómo se desarrollará el capitalismo financiero en el futuro cercano. Veamos.
La situación del sistema financiero se explica por la involución de los regímenes político y económico nacionales e internacionales, que se dio en varias etapas.
En la primera etapa, la clásica, la conducción política de la Nación está a cargo del Estado Nacional. El cumplimiento de estas funciones es político y lo ejecutan por una parte, el Estado con sus instituciones constitucionales y legales, y por la otra, los partidos políticos, las organizaciones sociales y la sociedad civil. En ese contexto, tradicionalmente el poder financiero, en el plano político estaba regulado por la política económica nacional, y en el económico, las finanzas eran auxiliares de la producción. Las violaciones a esta norma general –que existían– eran consideradas como transgresiones.
En una segunda etapa, en ciertos casos hubo grupos –en especial económicos y financieros– que desafiaron al gobierno y captaron una parte importante del poder económico, lo cual se reflejó en cambios políticos. Así, en muchos casos, el poder económico oligárquico (el establishment), tomó directamente el gobierno mediante golpes de Estado o influyó sobre los gobernantes.
En una tercera etapa, en muchos países –en especial subdesarrollados– fueron hegemónicas las empresas transnacionales. Ello provocó que la economía se estructurara en torno de algunas grandes empresas, que también determinaban la política del gobierno. En su mayoría se trataba de actividades de servicios e industriales, en torno de las cuales giraba la actividad económica y financiera.
En un cuarto período, que es el del neoliberalismo de la segunda mitad de los años 1970 y los decenios de 1980 y 1990, el sector financiero tomó en varios países el gobierno político y económico. En 1976, la Argentina industrial fue reemplazada, con violencia, por el modelo neoliberal de renta y financiero, que rigió hasta el derrumbe de la convertibilidad a principios de 2002. Los “dueños del país” eran los bancos, los nuevos propietarios o concesionarios de las empresas privatizadas y los explotadores de recursos naturales. En su mayoría, eran conglomerados empresarios extranjerizados. El discurso dominante era el del neoliberalismo salvaje. La exclusión social y sus consecuencias ya no eran fantasmas sino realidades.
El nuevo establishment financiero. A grandes rasgos, en la economía mundial el sector financiero es el hegemónico; y dentro de él adquirieron creciente importancia los usureros y los delincuentes financieros. Hace 30 años, a escala mundial, la relación entre el producto interno bruto y los activos financieros era de casi 1 a 1 y ahora esa relación es de 1 a 3,6. Esa diferencia marca el ámbito de la especulación. “Se estima actualmente que la mitad de las finanzas mundiales pasa por los paraísos fiscales y bancarios... Y sólo han desaparecido los escándalos más visibles”. “Más del 30% de las inversiones directas en el extranjero de las multinacionales, estarían destinadas a los paraísos fiscales y bancarios. Por supuesto, estas inversiones no hacen más que transitar por estos lugares opacos y las estadísticas no rinden cuenta de sus verdaderos destinos” (Jean de Maillard, Paradis fiscaux et bancaires, Encyclopaedia Universalis, Dictionnaire d’Économie, Albin Michel, París, 2007). Existe además una íntima relación entre los bancos “normales” y los paraísos fiscales “para hacer funcionar tanto los aspectos lícitos como los ilícitos de la globalización financiera. Todos los escándalos financieros de estos últimos años (Enron, etc.) han implicado a los más grandes bancos internacionales” (Christian Chavagneux y Ronen Palan, Les paradis fiscaux, La Découverte, Paris, 2012).
Esta nueva configuración económica comenzó a moldear un sistema político afín a sus objetivos y comportamientos. La desregulación financiera generalizada provocada por los gobiernos emblemáticos de la llamada “revolución conservadora” en la era de Reagan y Thatcher permitió que la esfera financiera primase por sobre la economía real, y a su vez que lo económico-financiero definiera el marco de la acción política. Por ejemplo, transformaron instituciones de regulación, como los Bancos Centrales, en meros observadores (eso sí, independientes), para dejar esa tarea de control en las calificadoras de riesgo. La conformación de este bloque de poder alcanzó la hegemonía, al lograr que el sistema financiero fuera controlado por el sistema financiero, lejos de cualquier intervención estatal, salvo cuando se trata de salvar las catástrofes provocadas por la misma falta de regulación, como se observa desde 2008: “demasiado grandes para quebrar”, dicen los grandes bancos cuando exigen la ayuda de los Estados (y vaya si la recibieron), para luego protestar por los déficits públicos así generados...
Tal docilidad de la clase política a nivel global sólo puede explicarse por la extrema financiarización de la vida pública, donde los proveedores de fondos para las campañas son los mismos especuladores, que además, en otra notable mutación en la historia del capitalismo, controlan también importantes medios de comunicación, consultoras de imagen, que permiten establecer el campo de lo posible, alabar cuando los políticos son dóciles, destruirlos cuando son adversos. Así, cuándo escuchamos afirmar que la Justicia de tal país central es independiente, cuando los propios funcionarios del poder ejecutivo de ese país afirman que no pueden influenciar la decisión de sus jueces (aunque algunos periodistas de ese mismo país duden de su lucidez), quizás no estemos en una situación de supuesto respeto institucional, sino de real impotencia.
Esto cambia el mapa del mundo, donde las relaciones de dominación eran ejercidas por estados nacionales a través del crimen del imperialismo para imponer modos de vida y obtener ganancias para sus empresas. Se decía : “Lo que es bueno para la General Motors”... Pero hoy parece que lo peor de las finanzas internacionales logra funcionalizar lo peor de los estados nacionales de los países desarrollados, para crear este nuevo establishment. ¿Es una forma degenerada de capitalismo (ya de por sí no muy virtuoso), o es el emergente de cómo será el mundo económico? ¿Los fondos buitre, los paraísos fiscales, las calificadoras de riesgo, los medios oligopólicos globales y locales, sus sumisos políticos y sus jueces complacientes constituyen el nuevo establishment mundial? ¿Lo que es una “cesación de cobro” (como dijo Zaiat) impulsada por un juez frente al pago efectivo de la Argentina, puede pasar por un default que no es, por obra y gracia de este nuevo establishment? Lo que es bueno para Singer... ¿Es bueno para Estados Unidos?
En todos los casos, sabemos que no lo es para la Argentina. Una vez más nos encontramos en una disyuntiva que interesa no sólo a la institucionalidad del poder en nuestro país y su naturaleza democrática, sino que es una situación ejemplar para el resto del mundo. Tanto desde el punto de vista de la arquitectura financiera internacional y de las necesarias regulaciones que deben ser instrumentadas para permitir la vida en civilización, como para dirimir esa vieja cuestión que estructura toda reflexión, todo proyecto, toda aspiración, a saber dónde reside esencialmente la soberanía: si en el conjunto de la sociedad, o si pasará a ser un aditamento más del nuevo establishment financiero.
La situación del sistema financiero se explica por la involución de los regímenes político y económico nacionales e internacionales, que se dio en varias etapas.
En la primera etapa, la clásica, la conducción política de la Nación está a cargo del Estado Nacional. El cumplimiento de estas funciones es político y lo ejecutan por una parte, el Estado con sus instituciones constitucionales y legales, y por la otra, los partidos políticos, las organizaciones sociales y la sociedad civil. En ese contexto, tradicionalmente el poder financiero, en el plano político estaba regulado por la política económica nacional, y en el económico, las finanzas eran auxiliares de la producción. Las violaciones a esta norma general –que existían– eran consideradas como transgresiones.
En una segunda etapa, en ciertos casos hubo grupos –en especial económicos y financieros– que desafiaron al gobierno y captaron una parte importante del poder económico, lo cual se reflejó en cambios políticos. Así, en muchos casos, el poder económico oligárquico (el establishment), tomó directamente el gobierno mediante golpes de Estado o influyó sobre los gobernantes.
En una tercera etapa, en muchos países –en especial subdesarrollados– fueron hegemónicas las empresas transnacionales. Ello provocó que la economía se estructurara en torno de algunas grandes empresas, que también determinaban la política del gobierno. En su mayoría se trataba de actividades de servicios e industriales, en torno de las cuales giraba la actividad económica y financiera.
En un cuarto período, que es el del neoliberalismo de la segunda mitad de los años 1970 y los decenios de 1980 y 1990, el sector financiero tomó en varios países el gobierno político y económico. En 1976, la Argentina industrial fue reemplazada, con violencia, por el modelo neoliberal de renta y financiero, que rigió hasta el derrumbe de la convertibilidad a principios de 2002. Los “dueños del país” eran los bancos, los nuevos propietarios o concesionarios de las empresas privatizadas y los explotadores de recursos naturales. En su mayoría, eran conglomerados empresarios extranjerizados. El discurso dominante era el del neoliberalismo salvaje. La exclusión social y sus consecuencias ya no eran fantasmas sino realidades.
El nuevo establishment financiero. A grandes rasgos, en la economía mundial el sector financiero es el hegemónico; y dentro de él adquirieron creciente importancia los usureros y los delincuentes financieros. Hace 30 años, a escala mundial, la relación entre el producto interno bruto y los activos financieros era de casi 1 a 1 y ahora esa relación es de 1 a 3,6. Esa diferencia marca el ámbito de la especulación. “Se estima actualmente que la mitad de las finanzas mundiales pasa por los paraísos fiscales y bancarios... Y sólo han desaparecido los escándalos más visibles”. “Más del 30% de las inversiones directas en el extranjero de las multinacionales, estarían destinadas a los paraísos fiscales y bancarios. Por supuesto, estas inversiones no hacen más que transitar por estos lugares opacos y las estadísticas no rinden cuenta de sus verdaderos destinos” (Jean de Maillard, Paradis fiscaux et bancaires, Encyclopaedia Universalis, Dictionnaire d’Économie, Albin Michel, París, 2007). Existe además una íntima relación entre los bancos “normales” y los paraísos fiscales “para hacer funcionar tanto los aspectos lícitos como los ilícitos de la globalización financiera. Todos los escándalos financieros de estos últimos años (Enron, etc.) han implicado a los más grandes bancos internacionales” (Christian Chavagneux y Ronen Palan, Les paradis fiscaux, La Découverte, Paris, 2012).
Esta nueva configuración económica comenzó a moldear un sistema político afín a sus objetivos y comportamientos. La desregulación financiera generalizada provocada por los gobiernos emblemáticos de la llamada “revolución conservadora” en la era de Reagan y Thatcher permitió que la esfera financiera primase por sobre la economía real, y a su vez que lo económico-financiero definiera el marco de la acción política. Por ejemplo, transformaron instituciones de regulación, como los Bancos Centrales, en meros observadores (eso sí, independientes), para dejar esa tarea de control en las calificadoras de riesgo. La conformación de este bloque de poder alcanzó la hegemonía, al lograr que el sistema financiero fuera controlado por el sistema financiero, lejos de cualquier intervención estatal, salvo cuando se trata de salvar las catástrofes provocadas por la misma falta de regulación, como se observa desde 2008: “demasiado grandes para quebrar”, dicen los grandes bancos cuando exigen la ayuda de los Estados (y vaya si la recibieron), para luego protestar por los déficits públicos así generados...
Tal docilidad de la clase política a nivel global sólo puede explicarse por la extrema financiarización de la vida pública, donde los proveedores de fondos para las campañas son los mismos especuladores, que además, en otra notable mutación en la historia del capitalismo, controlan también importantes medios de comunicación, consultoras de imagen, que permiten establecer el campo de lo posible, alabar cuando los políticos son dóciles, destruirlos cuando son adversos. Así, cuándo escuchamos afirmar que la Justicia de tal país central es independiente, cuando los propios funcionarios del poder ejecutivo de ese país afirman que no pueden influenciar la decisión de sus jueces (aunque algunos periodistas de ese mismo país duden de su lucidez), quizás no estemos en una situación de supuesto respeto institucional, sino de real impotencia.
Esto cambia el mapa del mundo, donde las relaciones de dominación eran ejercidas por estados nacionales a través del crimen del imperialismo para imponer modos de vida y obtener ganancias para sus empresas. Se decía : “Lo que es bueno para la General Motors”... Pero hoy parece que lo peor de las finanzas internacionales logra funcionalizar lo peor de los estados nacionales de los países desarrollados, para crear este nuevo establishment. ¿Es una forma degenerada de capitalismo (ya de por sí no muy virtuoso), o es el emergente de cómo será el mundo económico? ¿Los fondos buitre, los paraísos fiscales, las calificadoras de riesgo, los medios oligopólicos globales y locales, sus sumisos políticos y sus jueces complacientes constituyen el nuevo establishment mundial? ¿Lo que es una “cesación de cobro” (como dijo Zaiat) impulsada por un juez frente al pago efectivo de la Argentina, puede pasar por un default que no es, por obra y gracia de este nuevo establishment? Lo que es bueno para Singer... ¿Es bueno para Estados Unidos?
En todos los casos, sabemos que no lo es para la Argentina. Una vez más nos encontramos en una disyuntiva que interesa no sólo a la institucionalidad del poder en nuestro país y su naturaleza democrática, sino que es una situación ejemplar para el resto del mundo. Tanto desde el punto de vista de la arquitectura financiera internacional y de las necesarias regulaciones que deben ser instrumentadas para permitir la vida en civilización, como para dirimir esa vieja cuestión que estructura toda reflexión, todo proyecto, toda aspiración, a saber dónde reside esencialmente la soberanía: si en el conjunto de la sociedad, o si pasará a ser un aditamento más del nuevo establishment financiero.
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