“Et tu, Brute?”, la frase, según Suetonio, la pronunció Julio César en aquel infausto 15 de marzo de 44 a.C., y aunque más tarde el propio Suetonio no la mencionara en Las vidas de los doce Césares, se supone que Julio César la tuvo que haber exclamado cuando advirtió que entre los senadores congregados para matarlo se encontraba Marcus Junius Brutus, un joven que él había querido y criado como a un hijo y que, según se murmuraba, podría ser incluso uno de sus tantos hijos ilegítimos, acaso el que habría tenido con Servilia Caepionis. Plutarco en Vidas paralelas se ocupó de desmentir ese hecho, no la paternidad del emperador, sino que hubiera pronunciado esa frase cuando advirtió que Marcus Junius Brutus empuñaba una de las impacientes dagas que le darían muerte. Mil seiscientos cuarenta y tres años más tarde, William Shakespeare puso en escena su tragedia Julio César: en el primer cuadro del tercer acto, César repetirá la frase. Cinco siglos después, Borges en “La trama” la retomó, aunque en esta oportunidad el emperador pasó a ser un gaucho y el Senado de Roma, un trozo de tierra en el sur de la provincia de Buenos Aires. La sorpresa, o, si se prefiere, el estupor, serían iguales en ambos casos. “Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías”, justificó Borges. Y no se equivocó. El conflicto desatado en torno a una gran imprenta, de pronto declarada en quiebra, parece darle la razón.
“Ahora viene lo peor para la Argentina”, anunció con voz cavernosa Mark Brodsky, titular del fondo buitre Aurelius. Pocos días después de esa sentencia, la filial argentina de la sociedad estadounidense R.R. Donnelley & Sons Company argumentó que “la industria gráfica hace tiempo ha dejado de ser un negocio rentable y la perspectiva de ventas futuras no es positiva”, y frente a tan aciago destino no le quedó sino presentar un resignado pedido de quiebra. Casualmente, uno de los grupos inversores de R.R. Donnelley & Sons Company es Elliott Management Corporation, un fondo de inversión que, también casualmente, pertenece a Paul Singer. ¿Se oye el aletear de los buitres? Cierto magistrado del Juzgado Comercial Nº 19, acaso tan torpe como su colega Griesa, aunque bastante más rápido que el juez de Wall Street, decretó de inmediato la quiebra. ¿Una empresa que goza de una posición patrimonial positiva puede solicitar una quiebra ante la perspectiva de no vender a futuro? El Gobierno olió cierto tufillo a fraude y decidió acudir al artículo 309 de la ley 26.733, que penaliza prácticas fraudulentas. Como la ley 26.733, Contra Delitos Económicos, fue aprobada junto con la ley 26.734, Contra Actos Terroristas, la oposición, que tiene por costumbre confundir todo, confundió los números y las leyes y puso el grito en el cielo. Las diputadas Patricia Bullrich y Graciela Camaño clamaron que era “una herramienta discrecional, autoritaria y abusiva” y “una herramienta de amedrentamiento a la sociedad”. El diputado por Unión PRO, Pablo Tonelli, sostuvo que la aplicación de esa ley “confirma la sospecha de que esa ley va a ser utilizada como un instrumento político para perseguir a personas que no simpatizan con el Gobierno”. El senador Ernesto Sanz se quejó porque “de un plumazo se ponía en riesgo el trabajo de centenares de argentinos”. Efectivamente, la sentencia del magistrado del Juzgado Comercial Nº 19 amenaza la continuidad laboral de los cuatrocientos trabajadores de la imprenta Donnelley. Valiente actitud la de Ernesto Sanz, no nos tiene acostumbrados a esas gallardías. Lamentablemente, el entusiasmo duró menos que el gruñido de un buitre: el senador no se refería al decreto del juez sino a la ley 26.733, que ciertamente castiga a quienes cometen fraudes, más allá de su ideología política.
Acaso porque conservador y progresista resultan un oxímoron, al pensamiento de derecha le cuesta reconocerse como tal. Si exceptuamos a la señora Carrió, hoy preocupada por conquistar a Macri y por no defraudar a los conservadores que la honraron con sus votos, el resto de los integrantes del laberinto FA-Unen prefiere situarse en la amplia y simpática zona de la centroizquierda. El diputado Hermes Binner, sin que le tiemble el pulso, proclama un peculiar socialismo mágicamente regido por la mano invisible del mercado. A la izquierda de la izquierda tropezamos con Néstor Pitrola, diputado por el FIT, quien también confunde la Ley de Delitos Económicos con la Ley Antiterrorista y señala, con palabras que Trotsky desaprobaría, que ir contra los directivos de la empresa Donnelley es un puro acto de demagogia, ya que como bien se sabe, insiste, esa ley va en “contra del movimiento popular”.
Cuando Julio César encuentra a Brutus entre los presurosos asesinos que se alineaban para matarlo, sólo exclama: “Et tu, Brute?”, la frase suele leerse como la mayor traición de una persona inesperada, como un amigo o un hijo. Sin embargo, por el tono con que está dicha (“estas palabras hay que oírlas, no leerlas”) denota sorpresa antes que indignación: Brutus ocupa un sitio que no le corresponde. “Para que se repita una escena”, diecinueve siglos más tarde, un gaucho, en el sur de la provincia de Buenos Aires, advierte que su ahijado integra la tropilla que se dispone a asesinarlo: su ahijado está en un sitio que no le corresponde. “¡Pero, che!”, dice el gaucho con desconcierto o sorpresa. El mismo desconcierto, la misma sorpresa, que ahora producen las palabras de Néstor Pitrola: el diputado por el Frente de Izquierda de los Trabajadores se incorpora mansamente al aciago discurso de la derecha, se ubica en un sitio que teóricamente no le corresponde. “¡Pero, che!”, dan ganas de repetir.
* Escritor.
22/08/14 Página|12
“Ahora viene lo peor para la Argentina”, anunció con voz cavernosa Mark Brodsky, titular del fondo buitre Aurelius. Pocos días después de esa sentencia, la filial argentina de la sociedad estadounidense R.R. Donnelley & Sons Company argumentó que “la industria gráfica hace tiempo ha dejado de ser un negocio rentable y la perspectiva de ventas futuras no es positiva”, y frente a tan aciago destino no le quedó sino presentar un resignado pedido de quiebra. Casualmente, uno de los grupos inversores de R.R. Donnelley & Sons Company es Elliott Management Corporation, un fondo de inversión que, también casualmente, pertenece a Paul Singer. ¿Se oye el aletear de los buitres? Cierto magistrado del Juzgado Comercial Nº 19, acaso tan torpe como su colega Griesa, aunque bastante más rápido que el juez de Wall Street, decretó de inmediato la quiebra. ¿Una empresa que goza de una posición patrimonial positiva puede solicitar una quiebra ante la perspectiva de no vender a futuro? El Gobierno olió cierto tufillo a fraude y decidió acudir al artículo 309 de la ley 26.733, que penaliza prácticas fraudulentas. Como la ley 26.733, Contra Delitos Económicos, fue aprobada junto con la ley 26.734, Contra Actos Terroristas, la oposición, que tiene por costumbre confundir todo, confundió los números y las leyes y puso el grito en el cielo. Las diputadas Patricia Bullrich y Graciela Camaño clamaron que era “una herramienta discrecional, autoritaria y abusiva” y “una herramienta de amedrentamiento a la sociedad”. El diputado por Unión PRO, Pablo Tonelli, sostuvo que la aplicación de esa ley “confirma la sospecha de que esa ley va a ser utilizada como un instrumento político para perseguir a personas que no simpatizan con el Gobierno”. El senador Ernesto Sanz se quejó porque “de un plumazo se ponía en riesgo el trabajo de centenares de argentinos”. Efectivamente, la sentencia del magistrado del Juzgado Comercial Nº 19 amenaza la continuidad laboral de los cuatrocientos trabajadores de la imprenta Donnelley. Valiente actitud la de Ernesto Sanz, no nos tiene acostumbrados a esas gallardías. Lamentablemente, el entusiasmo duró menos que el gruñido de un buitre: el senador no se refería al decreto del juez sino a la ley 26.733, que ciertamente castiga a quienes cometen fraudes, más allá de su ideología política.
Acaso porque conservador y progresista resultan un oxímoron, al pensamiento de derecha le cuesta reconocerse como tal. Si exceptuamos a la señora Carrió, hoy preocupada por conquistar a Macri y por no defraudar a los conservadores que la honraron con sus votos, el resto de los integrantes del laberinto FA-Unen prefiere situarse en la amplia y simpática zona de la centroizquierda. El diputado Hermes Binner, sin que le tiemble el pulso, proclama un peculiar socialismo mágicamente regido por la mano invisible del mercado. A la izquierda de la izquierda tropezamos con Néstor Pitrola, diputado por el FIT, quien también confunde la Ley de Delitos Económicos con la Ley Antiterrorista y señala, con palabras que Trotsky desaprobaría, que ir contra los directivos de la empresa Donnelley es un puro acto de demagogia, ya que como bien se sabe, insiste, esa ley va en “contra del movimiento popular”.
Cuando Julio César encuentra a Brutus entre los presurosos asesinos que se alineaban para matarlo, sólo exclama: “Et tu, Brute?”, la frase suele leerse como la mayor traición de una persona inesperada, como un amigo o un hijo. Sin embargo, por el tono con que está dicha (“estas palabras hay que oírlas, no leerlas”) denota sorpresa antes que indignación: Brutus ocupa un sitio que no le corresponde. “Para que se repita una escena”, diecinueve siglos más tarde, un gaucho, en el sur de la provincia de Buenos Aires, advierte que su ahijado integra la tropilla que se dispone a asesinarlo: su ahijado está en un sitio que no le corresponde. “¡Pero, che!”, dice el gaucho con desconcierto o sorpresa. El mismo desconcierto, la misma sorpresa, que ahora producen las palabras de Néstor Pitrola: el diputado por el Frente de Izquierda de los Trabajadores se incorpora mansamente al aciago discurso de la derecha, se ubica en un sitio que teóricamente no le corresponde. “¡Pero, che!”, dan ganas de repetir.
* Escritor.
22/08/14 Página|12
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