domingo, 24 de agosto de 2014

CON BOMBAS OCCIDENTALES O SIN ELLAS, LOS ESPECIALISTAS CONJETURAN UN CAMBIO RADICAL EN MEDIO ORIENTE Ante el implacable avance de los jihadistas

Por Eduardo Febbro
Desde París
Redes sociales, dinero, armas, petróleo, apoyos exteriores, teatralización estética de la violencia extrema y voluntad de modificar el mapa regional heredado de la colonización occidental son las características más ostentadoras del último actor regional que surgió en Medio Oriente: el EI, Estado Islámico, Daech en su abreviatura árabe (Dawla islamiyya fi Iraq wa Chaam). Dirigido por quien hasta hace unos meses era un hombre invisible, Abubaker al Bagdadi, el Estado Islámico es la tercera denominación de una organización cuyo embrión se formó en 2006 en Irak, pasó a llamarse el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL), en 2013, hasta convertirse ahora en el Estado Islámico. Más sectario y mejor organizado que Al Qaida, el EI cuenta con cerca de 15 mil combatientes y es producto de una confrontación sectaria histórica entre chiítas y sunnitas, y de dos factores modernos que desestabilizaron la región: la invasión norteamericana de Irak en 2003 y el conflicto interno en Siria.
Para muchos especialistas occidentales, la potencia del EI y su intención de crear un califato podrían, a mediano plazo, trastornar la geografía de Irak e incluso cambiar los acuerdos fronterizos de Sykes-Picot firmados secretamente en 1916 entre Francia y Gran Bretaña y mediante los cuales Medio Oriente fue dividido entre zonas de influencia y administración. Combatientes locales o extranjeros, grupos mafiosos, bandas beduinas o antiguos militantes del partido Bass del ex presidente iraquí Saddam Hu-ssein, Daech se ha consolidado con el fracaso del proyecto norteamericano de crear una “democracia” multiconfesional en Irak, con la eterna oposición entre Arabia Saudita e Irán y con la guerra en Siria, de la cual es oriundo. Sobre sus orígenes circulan todo tipo de versiones, las unas más disparatadas que las otras. Según el imaginario, el grupo que decapitó al periodista norteamericano James Foley y expuso esas imágenes en Internet sería una invención de la CIA, un invento de Qatar y Arabia Saudita, una idea de Turquía, una creación de Israel y hasta una obra maestra diseñada por el presidente sirio Bashar al Assad para combatir la resistencia interna.
De hecho, el Estado Islámico es una suerte de catalizador de intereses que le sirve a todo el mundo: a Estados Unidos, porque le permite volver a Irak al mismo tiempo que abre una vía para contrarrestar el poder chiita; a Irán, porque le abre las puertas para ser, de nuevo, un interlocutor inevitable en el juego iraquí; a Arabia Saudita (país sunnita), porque, una vez más, desestabiliza al poder iraquí en manos de los chiítas; y al presidente sirio porque, con el EI, se creó un foco de resistencia interna contra la resistencia que combate su régimen. En enero pasado, por ejemplo, el brazo oficial de la oposición siria, el Ejército Sirio Libre, ESL, y varias formaciones salafistas moderadas empezaron a enfrentarse con el movimiento de Abubaker al Bagdadi porque este grupo consagra más fuerzas en atacar a los rebeldes que al mismo régimen sirio. El saliente primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, acusó a Arabia Saudita y a Qatar de ser los responsables del desorden actual. Estos dos países son aliados carnales de Estados Unidos y en ambos impera el wahabismo, una forma muy rigurosa del Islam sunnita que ha inspirado a casi todos los grupos salafistas más violentos de los últimos años. Romain Caillet, investigador en el Instituto Francés de Medio Oriente (IFPO) y especialista del salafismo contemporáneo, sintetiza los objetivos del EI en tres fases: “Estos jihadistas funcionan según la lógica de combatir en primer lugar a los chiítas, luego a los regímenes árabes y, por último, a Occidente”.
El Estado Islámico recién apareció en Siria en 2013, pero es una rama del Estado Islámico de Irak y el Levante creado en 2007 en Irak contra la invasión norteamericana. Su jefe, Abubaker al Bagdadi, nació en Samarra (norte de Bagdad) en 1971. Su verdadero nombre es Ibrahim ben Awwad ben Ibrahim al Badri al Samarraï. Luego de la segunda Guerra del Golfo (2003), el líder se puso un nombre de guerra, Abu Duaa, con el cual creó un grupo armado de escasa influencia: Jaiche al Sunna wal Jamaa. En 2004 apareció en Qaïm, en la frontera sirio-iraquí, donde dirigió una rama de Al Qaeda. Famoso por su brutalidad e impiedad, fue arrestado por los norteamericanos en 2005. Abubaker al Bagdadi pasó cuatro años tras las rejas en una cárcel del sur de Irak. Liberado en 2009, el jefe religioso construyó una milicia de una eficacia infinitamente superior a la de Al Qaída. La diferencia con el grupo de Bin Laden es notoria: no se trata de una guerra contra Occidente, sino de un proyecto geopolítico que excede en mucho la retórica del islamismo radical. Sus jihadistas ya controlan casi una tercera parte de Irak, país en donde reciben el apoyo de los oficiales del antiguo régimen de Saddam Hussein y de buena parte de la población. Romain Caillet observa que “el Estado Islámico cuenta con el respaldo de la mayoría de los sunnitas de Irak, quienes se sienten marginalizados por el poder chiita de Nuri al Maliki, al cual asimilan a un régimen sectario”. La provincia de Al Anbar, al oeste, Mosul, la segunda ciudad de Irak, la provincia de Ninives al norte, varias zonas de las provincias de Diyala, al este, de Salahedine, al norte, y de Kirkuk, al oeste, están bajo el dominio del EI. En Siria, al este, en la frontera con Irak, el Estado Islámico es amo y señor en una extensa porción de la provincia de Deir
Ezzor, tiene bajo su autoridad sólidas posiciones en Alepo y, al norte, la casi totalidad de la provincia de Raqa. Es en todas estas geografías donde, el pasado 29 de junio, los jihadistas anunciaron el restablecimiento del califato –una forma de régimen político islámico que desapareció en 1924 con la abolición del Imperio Otomano.
El Estado Islámico cuenta con muchas adhesiones, pero también con oposiciones en el seno mismo de la galaxia que lo vio nacer. Hace poco más de un año, el egipcio Ayman al Zawahiri, el jefe de Al Qaeda, cortó los lazos con Abubaker al Bagdadi. Una de las ramas siria de Al Qaeda, Al Nosra, considera que el EI es una “catástrofe” para la nación islámica. Incluso en Arabia Saudita, el oficialista diario Al Riyadh escribió que el anunciado califato “se reduce a una persona al frente de una organización terrorista”. En el Líbano, la Jamaa Islamiya, un grupo con sensibilidad cercana a la de los Hermanos Musulmanes, calificó de “herejes” a los miembros del EI porque “deforman el Islam y alejan a la gente de la religión”. Ello no quita que el grupo de Abubaker al Bagdadi cuente con recursos considerables, empezando por los petroleros, la extorsión de fondos o el impuesto revolucionario que cobran a las poblaciones ocupadas. La politóloga y especialista de Irak Myriam Benraad explica por ejemplo que el EI, en Siria, “se apoderó de los pozos de petróleo para hacer de ellos una carta política y económica de negociación con los actores presentes. El régimen de Al Assad les compra petróleo a los islamistas”.
Con bombas occidentales o sin ellas, los especialistas conjeturan un cambio radical en la región. El surgimiento del Estado Islámico puede poner fin al diseño de las fronteras pactado por Occidente a principios del siglo XX. El trazado fronterizo occidental separó en dos países, Siria e Irak, a poblaciones culturalmente cercanas. Esto es particularmente evidente en todo el valle del Eufrates. Minoritarios y sin el poder que ostentaron en los años faustos de Hussein, los sunnitas podrían operar una suerte de restauración demográfica si se crea un Estado sunnita a caballo entre Siria e Irak, que es justamente el objetivo del EI. En este sentido, Romain Caillet piensa que, a partir de ahora, hay un antes y un después: “Creo que el Medio Oriente que hemos conocido hasta hoy ha terminado. Pienso que las fronteras regionales surgidas en 1916 con los acuerdos de Sykes-Picot (allí se establecieron las fronteras actuales de Medio Oriente) no existirán más”. Todo el mundo ha metido la mano en este enredo sin calcular su impacto final: Estados Unidos, Arabia Saudita, Qatar, Siria, Turquía. Abubaker al Bagdadi parece haberse servido de cada contribución interesada para afianzar su propio proyecto. En muchos menos tiempo, el califa iraquí ha ido mucho más lejos que la hoy estancada Al Qaída.
efebbro@pagina12.com.ar

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