lunes, 16 de diciembre de 2013
Lo que hizo La Renga
Si te dicen que en la Plaza de Mayo los argentinos celebrarán 30 años de democracia o como quieras llamar a estas últimas décadas de fuego, vas. Vas porque ya fuiste el último 25 de mayo y te gustó haber visto tantas banderas en una fiesta.
alt
Por Matías Bustelo
Vas porque tus padres te dijeron que no habían imaginado ver otra vez la plaza así y sos respetuoso de los dolores de tus padres. Vas porque naciste en democracia y te acostumbraste a las multitudes. Vas porque sentís que la democracia tiene muchas deudas y querés presionarla porque no sabés qué se hizo de Julio López y Luciano Arruga, ni por qué hay tanto genocida con bastón dando vueltas por las calles o escapando de la Justicia, que es lenta y elitista como lo era en dictadura.
Fuiste, de chiquito a ver al Flaco a la escalinata de Exactas y no sabías por qué tu viejo lloraba y te decía que ese señor largo y glamorosamente vestido era Dios. Y aunque de pibe rezabas porque sí, porque te engolosinaban los versitos aprendidos de memoria, todavía no creés en Dios. Pero después de haberlo visto al Flaco hacer así Que ves el cielo, deseás que Dios se le parezca y que haya un cielo. ¿O me vas a decir que no?
Fuiste a ver a Charly en Puerto Madero y entendiste por qué la Patria lo ama en su inmensa condición de artista. Lo viste llamar al escenario a sus “amigas” Las Madres y dedicarles con la más cínica salvajada, último detalle de la obra perfecta, el tema Kill my mother después de haber caminado con Hebe, abrazaditos los dos, sobre las tablas en esos inolvidables dos minutos de pantalla que el hombre les cedió en los noventa, cuando poco o nada se hablaba de estas luchadoras en la tele.
Fuiste tras el Indio a ver con qué explosión devela sus misterios, cómo relumbra después de sus largos silencios. Y tras el Indio descubriste cómo todavía se levantan multitudes argentinas con la palabra de un poeta, críptico o no, misterioso o burlón de su propio misterio. Y si nunca lo viste arder ahí arriba, más de una vez ardiste a su lado o flasheaste a la luz de las bengalas rojas “las más lindas piernas”. Y sí: eran las más lindas, nunca viste algo igual.
Así, de concierto en concierto, fuiste armando tu propia historia.
Conociste el amor en un concierto, ojos que se te clavaron en el bobo cuando vos saltabas rodeado de ese olor de karma verde.
Viste la vastedad de sentimientos colectivos que una multitud aúna en uno solo.
El sudor de un desconocido a tu lado, saltando, te enardeció y saltaste también vos todo sudado, hecho masa.
Fuiste multitud y te olvidaste de vos y tus problemas y de la rabia de no tener laburo y de todo lo feo que venía pasando en esta democracia y de no saber qué hacer con tu vida… Y así te enteraste que a miles les pasa lo mismo y con ellos saltaste. “Por un rato, al carajo”, dijiste. Y ellos, allá arriba, en el escenario que quisiste cuando tus sueños de ser una estrella del rock eran reales frente al espejo o en la ducha, te decían: “no llores más, dame la mano, contáme tu suerte, de esta manera quizás no sea la muerte la que nos logre apagar el dolor”.
Loparió, no había que esperar que la muerte acabara con todo, ¿viste? La muerte volvió a ser mala, como tiene que ser, porque persigue a la vida y le patea el hígado toda vez que la abaraja. Muerte es Videla, queda claro y quien lo niega es un obtuso infeliz. La muerte está, pero desvela a los vivos en su afán de rechazarla, que vivimos más toda vez que podemos hacer de nuestra vida un estallido. Por eso en la plaza de los 30 años de democracia, La Renga, banda que a diferencia del Indio, El Flaco y Charly, nació en estos años y creció con vos, te dijo muchas otras cosas que las que venía diciendo antes. Comprendiste. La Renga te habló a vos, expresamente a vos, que nunca viste milicos al poder y que sin embargo si te dicen Galtieri te tocás el izquierdo.
La Renga te dijo que ates con tripa tu corazón y salgas a la cancha, que una Montaña Roja te llevará a las cumbres, que hay ruta más allá de las luces de la autopista, que podés mascar la hierba del indio con el indio para descubrir su pura verdad y que, después de tanto merecido viaje (nunca lo olvides), el final está en donde partiste.
Y vos también lloraste de amor, como los cientos de miles que en la plaza se habían hecho uno con todo lo que sos, cuerpo, deseos, pasiones y esperanzas.
Un nene en hombros respiraba su primer concierto masivo. Dos chicas rolingas se daban el más largo beso húmedo que hayas visto. Y las banderas. Cuántas banderas. Sentiste que íbamos bien, que por lo menos esta vez podés decirle a tu vieja, que se cansó de llorar su Argentina, “¿viste, vieja, que iba a hacer algo de mí, que no todo estaba tan mal?”.
Y te dieron ganas de decirles a los canas que ese día se acuartelaban: “che, bajen las armas extorsivas, que no tienen forma de ganar cuando el Pueblo está en la calle y salta y canta”.
Pero las luces se apagaron y la plaza otra vez está vacía. Algún papelito de esa noche inolvidable quedará todavía enredado en una palmera. Los oficinistas la recorren, los turistas la fotografían y algún linyera la adorna consigo mismo. Queda tu recuerdo y tu palabra.
Ahora salí a decir al mundo que vos estuviste en esa plaza de la democracia, la de nuestra generación, como tus viejos estuvieron en la del 83. Y decí, dejando la cosa bien clarita, que de este camino arduo que agarramos entre todos no nos van a correr nunca más los dictadores.
No van a poder con el uno más uno más uno más todos que forman multitud, esa que estamos haciendo los jóvenes argentinos, uniendo voluntades para parir la patria nueva. Como quieren nuestros mayores, a los que tantas veces traicionaron; como habrían querido nuestros muertos, que viven en vos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario