viernes, 27 de diciembre de 2013
En la Plaza San Martín de Rosario 11 de enero de 1947 . Unidad, la causa del pueblo.
Tiempos vivimos en que reconocemos la suprema dignidad del traba¬jo y tiempos vendrán en que el mayor honor que puede tener un ciudada¬no es el de ser un trabajador de la Nación. Pasaron y pasarán para siempre los tiempos en que conversar, discurrir sin hacer nada, vestirse elegante¬mente y consumir sin producir lo que se consume era honor. Desde ahora será un deshonor no ser capaz de producir lo que cada uno consume.
Esa nueva conciencia ha de poner en marcha las legiones argentinas para que los trabajadores del cerebro y del músculo, los trabajadores del esfuerzo intelectual o físico, sean los que honren a la Patria en la más grande de sus actividades, que es el trabajo.
El estado actual de la República es la consecuencia directa de nuestro trabajo y la indirecta de miles de trabajadores argentinos que han dejado sus vidas en las huellas de ese áspero y triste camino del trabajo irrecono¬cido. El estado actual de que nos enorgullecemos, ya que la posición social de la República Argentina en su equilibrada y armónica distribución de lo que a cada uno le corresponda va, conquista sobre conquista, casti¬gando la ignominia de un pasado que no ha de volver y de un futuro ven¬turoso que no habrá ningún argentino suficientemente malvado para no ambicionarlo para todos nuestros hermanos.
Ese equilibrio social es la base de toda la grandeza; porque la riqueza podrá ser poderosa, pero cuando el equilibrio social se rompe, pone en evidencia que esa riqueza es tan poderosa como frágil. Todos trabajaremos para afirmar ese equilibrio, pero afirmado sobre la verdad y la justicia.
Pero debemos agregar que esa ri¬queza argentina será argentina, pero mediante una justa distribución de la misma entre los catorce millones de habitantes del país.
No ha triunfado nuestra intención ni nuestra ambición. Ha triunfado la verdad, y en el mundo la verdad es la que siempre triunfa. Si estamos todos los hombres honrados del trabajo de acuerdo y unidos, no habrá fuerza en la tierra capaz de doblegar nuestra cerviz; y si siendo débiles, arrinconados por todos, levantamos la cabeza y vencimos, ¿qué no será en el porvenir, cuando seamos cada día más orgullosos de sentimos argentinos?
Que todos los que nos encontramos en esta cruzada redentora pensemos que nosotros no existimos, que tenemos una causa y una consigna que cumplir frente a Dios y frente al mundo. Pensemos que de nada valdrá el triunfo individual frente al fracaso de todos nosotros. Pensemos que somos un mero acci¬dente en la vida de los pueblos; pensemos que no valemos sino por lo que somos capaces de sacrificar de nosotros mismos. Pensemos que no hay nada más grande que el sacrificio ni nada más fructífero. Seamos capaces de sacrificamos y de morir, si es preciso, por nuestros hermanos.
Es grande morir por una causa y es miserable morir por una ambición personal. Por eso, para llevar adelante esta causa, que es la de todos, les recuerdo lo que ya les dije en una oportunidad: Que somos todos artífices del destino co¬mún y ninguno instrumento de la ambición de nadie.
Pero por sobre todas las cosas y también lo he dicho a to¬dos mis queridos compañeros de causa-, es necesario ser tolerante hasta con la intolerancia. Es necesario que vayamos pensando en las grandes obras que tenemos que realizar y que solamente las haremos si estamos en paz y en disposición de trabajar.
Es menester hacer desaparecer todas las diferencias políticas de nuestros compañeros, sacrificarse por una causa común, que por ser de todos no es de nadie en particular.
Nosotros, que no prometemos, debe¬mos realizar una obra que sea el basamento del monumento que el pueblo levantará a esta legión de descamisados, porque el mérito de nuestra obra no será el mérito de un hombre ni de diez, será el mérito de todos los tra¬bajadores argentinos.
JUAN DOMINGO PERON
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