domingo, 29 de diciembre de 2013
Lógica del caos
En un episodio de la conocida serie "Juego de tronos", el personaje que representa al jefe de los espias –"el amo de los susurros"– expone su inquietud sobre la necesidad de mantener el orden –en ese convulsionado mundo ficticio que son "los siete reinos"– al "meñique", personaje que encarna al que dispone de las cuentas reales.
Por Eric Calcagno
Con el cinismo propio de la serie, éste le contesta que en realidad, el caos no es una amenaza, "es una escalera" ... puesto que "trepar es lo único que importa", concluye.
Lejos de los dominios y temáticas expuestas en clave de "fantasía heroica", es interesante la idea que deja ese diálogo sobre el concepto de poder. En efecto, estamos acostumbrados, al contemplar la historia occidental, a ver cómo los imperios se impusieron hacia adentro a través del establecimiento de un determinado orden, a veces fijado en el origen divino de todo poder, a veces en la violencia de su funcionamiento, a veces en ambos.
Hacia el resto del mundo, esos poderes establecieron el orden que les convenía en tres continentes a través del genocidio que significó la dominación colonial. En algunos estilos se imponía un orden trasladado desde la metrópoli, trasplantado en el seno de las civilizaciones masacradas. Otras veces, la potencia colonial prefería dominar a las elites locales, y sub-contratarlas para la función de la violencia necesaria a la imposición del orden. Pero el orden siempre era necesario para la correcta explotación de las colonias. Después de todo, era "la pesada tarea del hombre blanco".
Con las independencias del siglo XIX y las descolonizaciones del siglo XX, que comenzaron la liberación del llamado "tercer mundo", la imposición del orden colonial pasó a adquirir otras dimensiones. Esta vez serían las ideas sembradas por la metrópoli, los acuerdos comerciales, las deudas externas, las que permitirían ejercer el nuevo orden colonial.
Pero creemos que existe desde hace tiempo ya, la sólida convicción por parte de los sectores dominantes, antes sólo identificados con los países centrales, hoy además con corporaciones globales –cuyo rostro más característico es el de la especulación financiera– que lo más eficaz para ejercer una deteminada relación de dominación no es el orden, sino el desorden. Eso es, la imposibilidad, para los Estados Nacionales, de alcanzar su objetivo, que es el bien común, de asegurar su funcionamiento, que es la democracia, de consolidar sus resultados, que es la justicia social.
En ese contexto, la democracia obra como ordenador de los diferentes poderes del Estado y también como sistema de resolución de los conflictos siempre existentes en el seno de una comunidad nacional. La democracia política se cumple cuando el conjunto de la ciudadanía tiene la primera y última palabra a través de la participación y la representación, con la militancia y los votos, a través del funcionamiento de las instituciones. De este modo nos encontramos en un verdadero orden que podemos llamar republicano, porque es libremente aceptado por cada uno y por todos, capaz de transformarse a sí mismo en el tiempo para resolver los problemas que se plantean en cada momento.
Para romper ese ordenamiento democrático de la sociedad aparece la noción de desorden. Ya no se trata, como conocimos dolorosamente a lo largo de nuestra historia, de golpes cívico–militares y sangrientas represiones, que pretendían, con el consabido apoyo del establishment, establecer un orden social conservador y un funcionamiento económico ultraliberal, capaz de desterrar a jamás las expresiones populares que pudieran poner en riesgo sus privilegios. Como esa visión paradisíaca les ha sido imposible, nos destinan pues al infierno del caos permanente.
Dosificado en la medida en que sea preciso, ese desorden puede expresarse en la propensión a la especulación de aquel que aumenta precios mientras no baje la demanda, (en vez de acrecentar sus beneficios con mayores ventas); en la creación y propagación de peligros permanentes e inminentes a través de los medios de comunicación dominantes, donde la información cede ante la acción psicológica (en vez de ejercer la diversidad de opiniones y criticas); a través de la imposición de un determinado interés sectorial o corporativo usando el desabastecimiento de bienes y servicios, y aun faltando a la función de garantizar el orden público (en lugar de llevar cada reivindicación sectorial ante la jurisdicción o institución pertinente). Para citar algunos ejemplos.
Pero allí donde el desorden puede alcanzar un estadio duradero es en el destierro de la política. Con obsesiva repetición, desde las grandes corporaciones mediáticas mundiales hasta sus émulos locales, se repite como una letanía la maldad de la política, su esencia corrupta y su voracidad sin límites. ¿Proyectará el establishment sus propios miedos o sus propios deseos? Porque entre "los políticos" existe la misma proporción de brillantes y de opacos que en cualquier otra profesión u oficio, y también, como en cualquier otra actividad, sobresalen los que trabajan con mayor convicción, dedicación y profesionalismo desde el territorio, la representación y en las instituciones.
El modo de asentar el caos es tener entonces a la actividad política siempre condicionada, ya sea por maliciosa sobreexposición mediática de tal o cual (donde se instruye, juzga y condena a diario), o por prejuicios insultantes en cuanto a su afiliación partidaria (de eso algo sabe el peronismo), a menos que se prefiera apelar a la supuesta insanía de quien osa distibuir ingreso, palabra y conocimiento, empoderando la sociedad, en el marco de un proyecto nacional que dinamiza la democracia, pone las instituciones a la altura de las circunstancias y realiza la República.
En provisoria conclusión, diremos entonces que el desorden es la modalidad por la cual el establishment busca una nueva dominación sobre la política. La política se milita, se construye, se hace; su única legitimidad es la soberanía, que reside esencialmente en el pueblo, que la expresa con su voto. A veces se gana, a veces se pierde, a veces se vuelve a ganar. El caos, que "es una escalera", servirá para que trepen aquellos que sólo representan intereses corporativos, cuya legitimidad reside en un desorden en el que desean subsistir sin jamás resolverlo. Porque esa es su política. Es una elección de vida, también, no una serie televisiva; nosotros no estamos para eso.
Infonews
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