lunes, 30 de diciembre de 2013
El testimonio de Liliana Felipe
“Me deben 13.058 días de vida de mi hermana, a mí, a mi familia, al pueblo argentino”, les reclamó con la tormenta de su voz Liliana Felipe a los 41 represores imputados que no podían con su incomodidad. La presencia de la artista los avasalló desde su ingreso. Antes de declarar, les pidió a los jueces autorización para “mostrar una foto” de su hermana Ester, desaparecida el 10 de enero de 1978: apenas 25 días después de dar a luz, junto a su compañero, Carlos Luis Mónaco. “Perdonen –lanzó desafiante–. No encontré una chiquita.” Y desplegó una gigantografía con la que increpó a los represores: “¿La ven? ¿Se acuerdan de ella?”. Nadie podía dejar de mirarla. Desde los brazos abiertos de Liliana, la imagen rubia de Ester y su mirada cristalina, feliz, lo invadió todo. Antes había declarado Paula Mónaco Felipe, la hija de la pareja desaparecida. Paula, de 37 años, es periodista y vive en México. Ante la pregunta inicial –y de forma– del Tribunal, acerca de si conocía a los imputados, o eran acreedores o deudores suyos, la joven replicó que sí. Que sí son sus deudores: “Me deben una infancia con ellos. Me deben alegrías compartidas. Me deben que mis padres me acompañaran en momentos difíciles. Le deben un abuelo y una abuela a mi hijo. Le deben un hermano y una hermana a mis tíos; una tía a mi familia. Yo siento que sí, me deben mucho. Y creo que es muy importante que se estén dando estos espacios para hacer justicia”.
La búsqueda incesante
Abogada y viuda del también abogado Eduardo “Tero” Valverde, María Elena Mercado es una de las personalidades más respetadas de los organismos de Derechos Humanos en Córdoba. El mismo día del golpe de marzo del ’76, Valverde, quien había sido funcionario del gobierno democrático de Ricardo Obregón Cano y Atilio López, fue citado a presentarse en el Hospital Militar. Lo secuestraron de inmediato, lo llevaron a La Perla y lo torturaron hasta matarlo. María Elena Mercado nunca dejó de buscarlo. En ese trajinar fue abriendo el camino de los Familiares en esta provincia y, llegada la democracia, fue convocada para integrar la Conadep local. Fue ella también quien investigó y ayudó al descubrimiento de las fosas comunes del Cementerio de San Vicente: el más importante enterramiento clandestino de personas desaparecidas en Córdoba. Sitio en el cual el Equipo de Antropología Forense (EAAF) logró identificar a quince personas asesinadas por la dictadura cívico-militar, y sigue trabajando en la identificación de más de 132 esqueletos recuperados. María Elena Mercado obtuvo valiosos testimonios de los morgueros del Hospital San Roque que, a veces, fueron obligados a llevar los cadáveres al cementerio. Uno de ellos, José Caro, dio uno de los testimonios más detallados, espeluznantes y hasta definitivos en el juicio de 2008 que culminó con la primera condena a prisión perpetua en cárcel común de Luciano Benjamín Menéndez.
“Un nido de subversivos”
Carlos Hairabedián, uno de los penalistas más conocidos de Córdoba, atestiguó en el juicio. El ex juez estuvo secuestrado y fue torturado durante tres años y medio por la dictadura militar. “En La Perla fui arrojado a un pozo. En mi mente yo pensé que era el pozo fúnebre. Pensé que ahí se terminaba mi vida”. Hairabedián dio fe ante el Tribunal Oral Federal N° 1 que “cuando me trasladaron a la cárcel de barrio San Martín (conocida como UP1), en el pabellón 9 había sido alojado con grandes quejas por parte de él el ahora gobernador (José Manuel) De la Sota. Teníamos grandes diferencias... De la Sota, con su camisa negra, decía que había ido a parar a un nido de subversivos”. Consultado por el querellante Miguel Ceballos, Hairabedián aclaró que no se refería a sólo su vestimenta, sino a que “era un hombre típico de la derecha. Era su estilo, lo del negro por una cuestión ideológica (en referencia a los camisas negras del fascismo italiano). Este hombre (por De la Sota) había sido aislado por los demás presos políticos... Y ahora que nuestro poeta Juan Gelman en el Congreso de la Lengua introdujo una palabra, ‘boludo’, quisiera decir que, como una derivación de boludo, los demás presos no le daban bola. Era un tipo desagradable. Y por eso él se quejaba y pedía que lo sacaran del pabellón. No porque estuviera comprometida su seguridad. Esas personas que no tenían que ver con su ideología no le podían causar ningún problema. Sólo teníamos ideas diferentes. Y él se quejaba de que había caído en un nido de marxistas subversivos”. De la Sota permaneció detenido seis meses.
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