lunes, 6 de mayo de 2013

Las miserias de la descomposición política

Cada movimiento en el tablero, cada intento de reagrupamiento, produce en los demás una furia incandescente. La fluidez de la política amenaza con descabezarlo todo. Cada movimiento en el tablero, cada intento de reagrupamiento, produce en los demás una furia incandescente. Nadie tolera nada. Es difícil precisar si se trata de potenciales aliados o inconciliables enemigos. Algo empieza a quedar claro: la furia y la impotencia se cruzan del peor modo, la mera posibilidad de uno equivale a la absoluta imposibilidad del otro. Todos saben que la fe de la ciudadanía en la aptitud de la política como instrumento para una solución conservadora es un bien escaso, y temen que esas pequeñas parcelas de dañada confianza terminen por agotarse. Ese es el formato de la crisis que corroe la política, con una adenda imprescindible: no me refiero tan sólo a la provinciana política nacional, en la "culta" Europa no es distinto. Volvamos al comienzo. José Manuel de la Sota ¿revivió? el peronismo federal. El engendro de Eduardo Duhalde para enfrentar al oficialismo que murió en las elecciones de 2011, pareciera recuperar la vertical; al menos puede exhibir una fotografía capaz de enfurecer a Mauricio Macri. Arrollado por Cristina Fernández y sobre todo por el absoluto desinterés de la ciudadanía –recordemos la segunda fuerza nacional son en rigor de verdad los que no concurren a las urnas– el PF logró estabilizar, veremos por cuánto tiempo, un boceto de dirección unificada. De la mano de Roberto Lavagna, que también oficia de puente con los amigos radicales, la cumbre cordobesa intenta ser el desemboque de la política nacional, el camino opositor para el 2015. El truco es sencillo: poderes territoriales sin proyección nacional intentan un proceso de convergencia; traccionados por la lógica de la crisis global se proponen reproducir el escenario de 2009 y darle una paliza electoral al Frente para la Victoria. Falta, eso sí, la derrota social de 2008; no importa, ya que puede ser remplazada por la crisis de la economía global, por el fantasmal Rodrigazo del '75. Domingo Cavallo, que siempre aspira a lo mismo, vende una profecía miserable. Si el gobierno devalúa –explica en su blog – el impacto se trasladará íntegro a los precios internos de los servicios públicos. Si se traslada, los trabajadores exigirán un aumento salarial que les permita reacomodar las cargas. Si el aumento se concede, por presión sindical, las empresas lo trasladarán a los precios y el dólar seguirá su imparable ruta hasta el cielo y más allá, entonces la llamarada inflacionaria se lo devoraría todo. Y si el gobierno no devalúa tampoco serviría porque el dólar blue seguirá subiendo, y los precios acompañarían ese comportamiento, la calesita precios-salarios alimentaría la emisión monetaria, y por tanto, el estallido inflacionario vendría por el descontrolado comportamiento del Banco Central. El pecado K según Cavallo sería intentar sostener el ritmo de crecimiento, en lugar de enfriar la economía vía tasas de interés fuertemente positivas, y sobre todo por negarse al incrementar la deuda pública para "engrosar" las reservas nominales. Algún memorioso le podría recordar a Cavallo que esa fue la estrategia de Juan Vital Sourrouille y que terminó con la hiperinflación del año '89, pero no es ese el punto. Cavallo no está haciendo un análisis de coyuntura, sino sugiriendo una estrategia de redisciplinamiento social. Intenta recrear las condiciones políticas de la Convertibilidad del año '91, y como cree que las conoce mejor que nadie, se ofrece para ministro del menemismo redivivo. Es decir, intenta reconstruir las bases del saqueo permanente de los sectores populares, de generar ingresos extraordinarios del bloque de clases dominantes, a través de una nueva hiperinflación, borrar del mapa a los que reingresaron. La estrategia de presionar la devaluación permanente tiene un objeto claro: quedarse con las reservas del Banco Central, igual que en 2001. Para el bloque de clases dominantes toda política que no sea la propia resulta inadecuada, y para garantizar la propia, el principal instrumento ha sido el peso de la deuda externa. Asegurar que el pago de los servicios sea todo el programa económico, la Argentina del '83 al 2001, la democracia de la derrota. El gobierno K sólo contó con su aquiescencia pasiva del bloque de clases dominantes, el conflicto campero rompió ese tranquilo acuerdo de circunstancias. Esa estratagema terrorista, verbal pero terrorista, oculta una verdad: la crisis del mercado mundial no puede no afectar la marcha de la economía argentina. Y se trata de saber quién pagará sus costos. En la lógica tradicional, que es también la de Cavallo, son los sectores populares, ya que no hay "capitalismo sin ganancias". Un camino menos ortodoxo admite equilibrar las cuentas públicas gravando la actividad financiera. Esa ruta facilita el equilibrio fiscal sin que el consumo popular sea el pato de la boda. MIENTRAS TANTO LA POLÍTICA. Cuando aprendí a mover las piezas del ajedrez, en mi tierna infancia, uno de mis maestros me enseñó el mate pastor. Entonces, afanosamente lo buscaba en todas las partidas, mientras mis contrincantes más avezados me destrozaban sin mayores esfuerzos. Es el precio de los principiantes, pero no sólo de ellos. La Constitución organiza la sucesión presidencial en caso de acefalía, y al hacerlo aporta valor institucional a cada pieza. La lógica democrática impone el vicepresidente, único funcionario electo por voto popular directo con ese fin, en caso de acefalía. Si el vicepresidente falta, el presidente del otro poder democrático, el Senado, lo ocupa; si algo lo impide corresponde al presidente de la Cámara de Diputados, y si este estuviera imposibilitado, el presidente de la Suprema Corte ejercerá tan delicada función. El único poder sin ninguna injerencia popular, por el momento, toma en sus manos el timón del Estado cuando no queda ningún otro remedio. Es la respuesta institucional a una crisis resuelta en ese marco. Ahora bien, una mirada a los posibles candidatos presidenciales, de todas las corrientes políticas, muestra las miserias de la descomposición política. Por eso la necesidad del mate pastor, por eso todos los cañones contra Cristina Fernández, por eso la repetición de Cavallo. Una mirada más abarcativa permite observar otros protagonistas. La Suprema Corte, por ejemplo, goza de un nivel de prestigio público notable. Con el olfato que le proporciona el resentido rencor a toda popularidad ajena, la doctora Carrió cargó contra su presidente, acusándolo de acuerdo espurio con el Poder Ejecutivo. Vale la pena considerar el argumento, a criterio de la diputada enmendarle la plana al gobierno para impulsar la reforma judicial es inadmisible. Un fiscal, más cauto, sostiene que se trata de saber qué pasó, y la respuesta es simple: el doctor Ricardo Lorenzetti hace política. Con enorme habilidad logró encolumnar a tirios y troyanos, a los jueces conservadores y a los que no lo son tanto, y pareciera que esa intervención destrabó un debate furioso. El presidente de la Corte Suprema actúa como un hacedor de política judicial, en un país que todavía arrastra todos los vicios de la impunidad sistémica, con un 30% de jueces de la dictadura burguesa terrorista en actividad. Hace apenas horas que la justicia jujeña juzgó y condenó a los represores instrumentales de La Noche del Apagón en Ledesma. Los beneficiarios sociales de la masacre dictatorial, en este caso los dueños del ingenio, todavía no han sido llevados a juicio. Un Poder Judicial que convive con semejantes lacras debe ser expurgado. Y los intentos por modificarlo, más allá de los instrumentos circunstanciales, contienen un debate fundacional. El aporte de Lorenzetti no pareciera menor, y ubica al jurista en las gateras de la otra cancha. No faltan los que lo acusan de "ambición política", en un mundo donde esa ambición suele equipararse al enriquecimiento ilícito, pero ni siquiera la insensata Carrió ha ido tan lejos. No sé si el actual presidente de la Corte tiene otras aspiraciones, lo que me queda claro es que tiene el perfecto derecho de tenerlas. 06/05/13 Tiempo Argentino

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