sábado, 4 de mayo de 2013
la reina que llego del sur
El culebrón de la corona de fantasía
La reina que llegó del sur
Por Florencia Canale
Máxima Zorreguieta se convirtió en reina consorte de Holanda y la sociedad porteña se montó al exitismo monárquico.
Cientos de mujeres espléndidas, del brazo de sus parejas igual de elegantes, iluminaron la entrada del Palacio Real de Ámsterdam. Vestidos firmados por los mejores diseñadores del mundo, sombreros de todos los tamaños –a pesar de haber sido advertidas por el protocolo del uso de la pequeñez–, hombres con uniformes reales y banderas multicolor, acercaron a los simples mortales a una justa medieval. O a una escena de alguna comedia escrita durante la Inglaterra isabelina. Pero no. El martes 30 de abril, el mundo todo era testigo –vía satélite– de una coronación más de las casas reales europeas. Sin embargo, esta no era un cuento más de los hermanos Grimm. La sociedad argentina vivaba a la “reina nuestra”, como si hubiéramos reciclado el siglo XVIII sin España pero con Holanda. El país revivía el Virreinato del Río de la Plata luego de más de doscientos años de historia.
La reina Beatriz de la Casa de Orange firmó el Acta de Abdicación en pos de su querido hijo Guillermo Alejandro, marido de la ex argentina Máxima Zorreguieta, devenida ahora en la reina consorte. Del departamento familiar en Barrio Norte, donde vivió con su familia de origen, a los armiños y coronas. Y ajeno al desarrollo de los aconteceres en el Viejo Continente, donde las casas reales están más cuestionadas que nunca, el ser argentino se monta en la ola exitista otra vez, luego del nombramiento de Bergoglio como Francisco I, y por qué no, también del suceso deportivo Maravilla Martínez.
La novela de la Cenicienta del siglo XXI tuvo sus comienzos con la educación escolar en el colegio Northlands, un paso por la universidad, para luego desembarcar en el mercado financiero de Nueva York. Las malas lenguas afirmaron que la joven Máxima le manejaba dinero al soltero codiciado holandés –la Casa de Orange es la más rica del mundo– y lo siguió hasta encandilarlo. Sin embargo, la voz oficial dice que la rubia conversó en un local nocturno con Wilhem sin saber quién era, hasta que el amor tocó a sus puertas. La Argentina sensible optó por esta versión y juega al culebrón propio con intérpretes reales.
Con una familia perfecta, Guillermo y Máxima fueron los protagonistas de una celebración que costó más de 50 millones de euros. Sus hijas –Amalia la heredera, Alexia y Ariana– cumplieron el protocolo al pie de la letra, vestidas en clon perfecto. Pero no todo fue color de rosa. Los padres de Máxima, Jorge Zorreguieta y María del Carmen Cerruti, no fueron de la partida. Tuvieron la entrada prohibida. Su pasado los condena. Y otra vez, como cuando sonó “Adiós Nonino” durante su boda, la nueva reina lloró. Seguramente por eso y algo más, el pueblo holandés la adora. Máxima es la reina del pueblo y quien –dicen– aggiornó a la casa real holandesa. Es más, el discurso de su marido, ya como rey, rozó visos sociales en concordancia con los tiempos que vive Europa. “Yo quiero deciros que en el Reino Holandés caben todos. Por eso subrayo la importancia de la democracia y agradezco la educación recibida de mis padres, y el trabajo realizado antes de llegar aquí. Ha sido una preparación indispensable para entender lo que me espera”, dijo.
La realeza occidental atraviesa vendavales dignos de investigar. Como nunca, las poblaciones pedestres que las sustentan ponen en duda la utilidad de las mismas. Los sueldos anuales de reyes, reinas y príncipes dan escalofríos hasta al más mentado. La familia Orange le cuesta al Estado holandés cerca de 40 millones de euros anuales. Wilhem Alexander cobrará 825 mil euros anuales libres de impuestos de sueldo, once veces más que el primer ministro del país. Pero Holanda no es el único país que cuestiona a sus reyes. Los más señalados y desde hace un tiempo son los reyes de España. Con un país con más de 26% de desocupación –más de seis millones de desocupados– y un plan de ajuste feroz, los Borbones hacen acopio de fortunas y dividendos de millones de euros. Y ni que hablar de la acusación y denuncia de corrupción por parte del yerno y la hija del rey Juan Carlos, la Infanta Cristina. La casa real del Reino Unido, por su parte, intenta algo de austeridad. Sin embargo, las agrupaciones republicanas denuestan las coronas y sus privilegios.
Llama la atención que en estos territorios, donde una parte de la sociedad aúlla a grito desbocado ante la desmesura del gasto público y exige la desaparición del Estado en pos de un liberalismo paradisíaco, aprueben repletos de alegría la fábula de los reyes, sus cetros y joyas. ¿Será que las ansias de pertenecer a un cuento anulan todo tipo de reflexión profunda?
El éxito individual como sinécdoque del colectivo argentino no es historia nueva. Hace algunas semanas la argentinidad católica se instalaba en una alegría perenne gracias al renovado Papa de estas latitudes. Como si el halo de bondad de Bergoglio se multiplicara fiel a la parábola de los panes y el pueblo argentino salud fuera parte vital del Vaticano, la sociedad local se colocó ese traje. Lo mismo sucedía con el púgil que supiéramos conseguir, Sergio “Maravilla” Martínez. De un plumazo devenía en fetiche argentino, hasta que subió el ring en Vélez. En un instante pasaba a ser peor que un luchador de segunda línea del staff setentista de Martín Karadagian.
Hasta que llegó el turno del brillo obsceno de una corona de brillantes como en los cuentos de hadas, pero real. La sociedad porteña se calzó la banda y creyó la ilusión de la fábula. Con Máxima en el trono teníamos reina argentina.
Sólo para poner en autos a quienes prefieren negar el uso de sus cerebros, la hija de Zorreguieta abandonó su nacionalidad de origen por la holandesa, opta por ese país –que es donde vive con su familia– y además desestimó una cantidad de derechos en pos de su nueva ocupación. Si el aplauso y los vítores son gracias a la fantasía que otorga el gesto de folletín de esta historia más que alejada de la realidad del siglo XXI, bienvenido sea. Ahora, que un sector de la sociedad se crea la del gen argentino como promotor de estas supuestas grandes ligas, en principio da pena.
Máxima Zorreguieta no puede trabajar más. Hubo de dejar de ser profesional para transformarse en la consorte de un señor rubio de sonrisa crónica.
Un gran sector de este país se desvive por su propio desarrollo y evolución. Sin embargo, hay otro que insiste con absorber el culebrón de la tevé como representación de una vida casi inexistente.
Informe: Florencia Guerrero
Opinión
Es una construcción mediática
Por Pacho O’Donnell. Historiador
No creo que haya un furor argentino por la coronación holandesa, tal como lo han querido instalar algunos. Sí me parece que históricamente ciertos medios de comunicación se hacen eco de algunos temas relacionados con las clases dominantes nacionales e internacionales.
Para entender claramente lo que quiero decir bastaría con hacer un sondeo con la gente de Chaco, de Chubut o de cualquier provincia argentina, incluyendo la gran mayoría de habitantes de zonas urbanas. Ninguno de ellos tiene en su agenda cotidiana este tema. De hecho, no les representa nada importante lo que pase en un país tan distante geográfica y culturalmente como lo es Holanda.
En general los argentinos desconocemos ciertos datos de la relación entre Holanda y nuestra incipiente Patria, tiempos en que esos vínculos fueron bastante conflictivos. Cuando Juan de Garay funda Buenos Aires, para el contrabando de la plata potosina crea un puerto ilegal que agrega como nuevo rubro el tráfico esclavista. En ese momento los mercaderes y traficantes holandeses ocuparon un rol importante.
Además, en otras etapas los piratas holandeses fueron un obstáculo enorme para el desarrollo de nuestro comercio. Holanda fue parte de la conquista europea en América, no en nuestra región, pero su participación fue insoslayable.
La presencia de Máxima es anecdótica. Esta coronación es un hecho mediático que para el común de los argentinos se olvidará en un par de días.
Opinión
Una Cenicienta del siglo XXI
Por Beatriz Goldberg
Psicóloga y escritora
La sociedad argentina, con la flamante coronación de Máxima Zorreguieta, siente que toca en ciertos lugares de poder. Junto al no poder que percibe en el país, juega al espejismo con la realeza de Holanda. Es como cuando vemos una novela por la televisión, con ruleros y batón, pero al mismo tiempo sentimos que vivimos y somos parte de esa ficción.
Esto es lo mismo: nosotros no tenemos nada que ver con los reyes europeos y toda esa realidad, pero jugamos con la representación de la reina argentina. La sociedad supone, aunque sea por un rato, que le puede ir bien, que puede ser exitoso; como a esa chica, que vivía en el país y un día conoció al futuro príncipe. Una especie de Cenicienta del siglo XXI, pero con personas reales.
Revista Veintitrés
gb
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