jueves, 2 de mayo de 2013
Cisnes Negros Por Luis Tonelli El rompecabezas opositor, la insoportable levedad de la “nueva política” y la fuga hacia adelante del kirchnerismo para no mostrar nunca debilidad OPINION
Cisnes Negros
Por Luis Tonelli
El rompecabezas opositor, la insoportable levedad de la “nueva política” y la fuga hacia adelante del kirchnerismo para no mostrar nunca debilidad
Los opositores hoy no dejan de mirar al cielo. Están los que se autoconvencen y quieren convencer a todos de que la llegada del Papa Francisco (que es -¿o era?-Bergoglio) lo cambiará todo. Y rezan porque esos cambios, antes que en el Vaticano, se den en el Conurbano.
Ahora están los que se esperanzan con que la tormenta perfecta que se abatió con furia inusitada sobre La Plata y, en menor medida, sobre la benemérita ciudad porteña y aledaños, ahogue la suerte electoral de los responsables políticos de la tragedia, que se alternan en el clásico y torpe minué de las acusaciones cruzadas.
Parecería que la política, por sí sola, se muestra impotente para producir cambios políticos. O, por lo menos, la política opositora, sea quien sea el que ocupa ese rol; quien esté de un lado y quien del otro. El kirchnerismo puro, que domina la escena nacional, en la Ciudad de Buenos Aires o en Córdoba es tan impotente como el PRO a nivel nacional. ¿Lo es también en la provincia de Buenos Aires?
“Faltan ideas”, claman a coro los opinólogos. “Proyectos alternativos sobran y se compran en el quiosco de la esquina” -retruca un renombrado exponente de la vieja política, y agrega: “lo que falta son los votos”. Siguiendo la saga dialéctica, uno podría contestarle que “los votos están… pero dispersos”. La oposición es un rompecabezas del que se sospecha le falta alguna pieza. Nadie así tiene demasiado incentivo a armarlo.
Les falta el aglutinante. Un liderazgo. Un final de juego -tantas veces anunciado y tantas veces desmentido por el kirchnerismo. Como también ha quedado desmentida -al menos, por el momento- la esperanza “republicana” en que el ascenso del Papa Francisco termine, por obra y gracia, con la razón populista.
La lógica binaria de la política argentina parecería no haber sufrido mella ante el súbito empoderamiento global de Jorge Bergoglio, tildado por el kirchnerismo, primero, como enemigo, luego como amigo, sin solución de continuidad (y sin petición de parte a que ratificara o rectificara el mote en cuestión). Si algo ha exhibido el nuevo Papa es una trayectoria compleja y rica en matices que se resiste a ser encuadrada como “neoliberal”, “peronista”, “republicana”, “populista”, “progresista” o “conservadora”. Lo cual, antes que un antídoto a la matriz maniquea imperante, es funcional a ambos bandos, que encuentran en el Papa el espejo particular en el que quieren mirarse.
La razón populista sabe que su talón de Aquiles es mostrar debilidad, dado que su principal activo es la gobernabilidad de un sistema mentado de ingobernable (abismo que vivió con el “no positivo” de Cleto Cobos). Pero esto la lleva a una fuga hacia adelante donde debe no sólo dar batalla continua sino también reducir las zonas de riesgo y contingencia donde no pueda imponer su mayoritaria minoría.
Esas zonas de riesgo son, principalmente, aquellas instituciones contra-mayoritarias, que aporta la parte liberal de nuestra Constitución -y que está en contradicción con su parte mayoritaria, que también la tiene. Caso la Justicia, parada obligatoria en la utopía K del “vamos por todo” en la constatación del “nadie nos para”, y que tiene como culminación suficiente y necesaria la reforma de la Constitución y ulterior re-reelección presidencial.
La multidimensionalidad legitimatoria que, según Pierre Rosanvallon, exhiben las democracias actuales (en las que la fundamental legitimidad electoral, es complementada con la imparcialidad que prometen los estamentos técnicos y de control, la reflexividad, aportada por la independencia del sistema judicial y la proximidad que otorgan los mecanismos de participación directa) es brutalmente reducida bajo la razón populista a la que configura una mayoría de votos relativa.
Frente a esta reducción, los fragmentos de la oposición intentan referenciarse en un “societismo” que, por definición, es reactivo, tardío. Pura negatividad. Societismo expresado en los medios opositores, en las encuestas, en los cacerolazos, o en la solidaridad póstuma (conmovedora, franciscana, pero que no puede dragar canales, ni emprender obras hidráulicas, ni soterrar ferrocarriles). Encima los “biempensantes” se ocupan de cosas tan importantes como twist o pecheras -en la reacción de La Cámpora de politizar (¡horror!) el societismo solidario. Nada que permita siquiera ver un atisbo de recomposición partidaria.
Todo esto contribuye a que las esperanzas queden cifradas en la aparición de un Cisne Negro –esas ocurrencias estadísticamente improbables, pero que se dan, se dan. Con semejante fragmentación opositora, impera la preferencia por el “malo conocido al bueno por conocer”. Las elecciones así sólo confirman. Un gobierno con pletóricos recursos estatales en sus manos, resulta imbatible frente a la fragmentación opositora. Al menos en lo que hace a la elección del Poder Ejecutivo.
Es el resultado de la Nueva Política, aquella que también se manifiesta impotente en el caso de hecatombe o tormenta (política) perfecta. Ahí sí, la insoportable levedad de la Nueva Política se vuelve en contra cual boomerang enloquecido. Es imposible sostenerse sólo del éter virtual, cuando sopla en contra.
En este contexto, nuestro sistema de tres vueltas (primarias obligatorias, primera y segunda vuelta) adquiere ribetes surrealistas dado que cuando se da un liderazgo político dominante, en su redundancia, sólo sirve para afirmarlo. Las elecciones presidenciales pasadas confirmaron que frente a una CFK recargada, a los opositores les convenía cuidar el quiosco y convertir las primarias abiertas una confirmación de la primacía personal.
Cualquier alternativa es preferible a la tómbola de candidatos mediáticos a la que hoy, y pese a las fanfarrias anticipadas del regreso de la política, parecemos condenados los argentinos.
Tampoco servirá demasiado este sistema, si una CFK disminuida no puede o no quiere entronizar un heredero, en la eventualidad de serle imposible forzar una reforma constitucional y el peronismo presenta varios candidatos. En ese caso, la oposición no tendrá ningún incentivo para hacerle fuerza a nadie, y ahí en vez del todos unidos triunfaremos se dará el con todos separados, alguno triunfará”. Se sabe que en la ruleta electoral, no hay “cero” y la bola finalmente caerá en algún casillero.
Claro que, hasta el momento, el croupier (el Presidente saliente) ha logrado embocar la bola en el número que quiso. Menem optó por De la Rúa -deseleccionando a Duhalde , Duhalde seleccionó a Kirchner, Kirchner a Cristina Fernández -y quién sabe cuántas veces habrían repetido este minué si Ella no hubiera enviudado tan prematuramente. Gran elector o Gran des-elector. ¿Cuál será el papel que representará CFK? Aunque, ¿quién puede hoy tener dudas de que intentará la reforma y la reelección? Aunque después esto quede desmentido por los hechos.
Y la oposición, ¿provendrá del justicialismo mismo, transformándose la política argentina en una gran interna peronista, se dividirá en izquierda o derecha, dándole por fin el sistema la razón a Torcuato Di Tella; o, de repente, y cuando nadie lo espera, se rearticulará en términos de las tectónicas líneas del peronismo vs el antiperonismo?
Cualquier alternativa es preferible a la tómbola de candidatos mediáticos a la que hoy, y pese a las fanfarrias anticipadas del regreso de la política, parecemos condenados los argentinos.
Fuente: Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/?p=2626
GB
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