AGENCIA PACO URONDO
Cultura
Sábado 02 de Febrero de 2013 12:47
Lo persiguen, lo detienen, lo torturan y lo fusilan. El anarquista Severino Di Giovanni muere a manos del Estado un primero de febrero de 1931 en el patio de la Penitenciaria Nacional, ubicada en Coronel Díaz y Las Heras (Chavango en aquella época). Un día después sería también fusilado su compañero Paulino Orlando Scarfó, hermano de su compañera América. Muchos años después, en junio de 1956, otros hombres perseguidos también debieron enfrentar al pelotón. El 12 fue fusilado el General Juan José Valle. Un día antes, sus compañeros partícipes del levantamiento: el Sargento Ayudante Isauro Costa, el Sargento Carpintero Luis Pugnetti y el Sargento Músico Luciano Isaías Rojas.
El fusilamiento de Di Giovanni fue presenciado por numerosos testigos, presentado casi como un espectáculo para los generales, funcionarios y los encumbrados personajes del Buenos Aires de entonces que asistieron. Esa sociedad festejaba su fusilamiento, y tenía el poder para hacerlo publico. En el ’56, en cambio, los hombres morían de madrugada en basurales o en una cárcel que no se abría a visitantes.
Roberto Arlt y Enrique González Tuñón también presencian esa violencia publica del Estado. Como periodistas, escribirán sus crónicas para diarios, siendo la de Arlt un verdadero clásico. Años después aparecerá el recuerdo del fusilamiento en un poema del hermano de Enrique, Raúl González Tuñón, que cruza la tragedia de la compañera de Di Giovanni, América, con el ideario de aquellos otros fusilados en la penitenciaría: el peronismo.
Publicamos ambos textos, como homenaje a Severino, a su lucha, y a todos los muertos que han sembrado su sangre revolucionaria en nuestra Patria.
He visto Morir... (Roberto Arlt)
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanasos tras de las rejas. Cinco menos 2. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal... visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón, vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento, frente a la propiedad de los términos con que está redactada la sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez de Última hora, Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
América
Scarfó
Cosas que ocurrieron un 17 de octubre (Raul Gonzalez
Tuñon)El AUTOMÓVIL se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos”).
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.
El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: “Mañana, al alba, será usted fusilado”.
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
(“¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos.”
“Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.”)
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.
Penitenciaria
Nacional, demolida en 1962