martes, 26 de febrero de 2013
el lunfardo por eduardo persico
El lunfardo de los argentinos (parte 1 de 3)
Una comunicación de persona a persona
Por Eduardo Pérsico
El lenguaje en el hombre se desarrolló según se aproximara a sus semejantes y usara más imitaciones de la naturaleza para comunicarse, más cuando por el año 1492 según el reino de España sus navegantes ‘descubrieron América’, sabemos que quienes aquí habitaban no difundieron la noticia gestualmente o con señales de humo; lo hicieron con ideas y palabras consolidadas por su reiteración. Y de choza a choza o margen de un río al monte o la montaña, los naturales de aquí se anunciarían la aparición de esos navíos con su propio lenguaje. Más luego, la forzada adopción del castellano en el territorio latinoamericano corresponde a una constante histórica donde el Poder se impone sobre la particularidad de cada pueblo; algo ya aceptado por Napoleón Bonaparte al asegurar que ‘un idioma es un dialecto con un ejército detrás’. Así que toda comarca suele demostrarse con algún perfil particular y nosotros en la Argentina, ese juego de identidad resultó ser el lunfardo, un código entre dos para que no se entere un tercero.
Y el escritor Nicolás Olivari, (La Musa de la Mala Pata) que al ser preguntado si él hablaba lunfardo contestó ‘vea, yo nací en Villa Luro en el año 1900, cuando aquello era un suburbio. Frecuenté el trato de obreros, ex presidiarios, prostitutas y atorrantes, mis vecinos, y no tuve tiempo de aprender eso’. Una respuesta de Olivari que recuperó Jorge Calvetti y otros atribuyen a Roberto Arlt, (Los Siete Locos, Los Lanzallamas, El Amor Brujo), aunque por tratarse de dos escritores fundacionales de las letras de Buenos Aires, esa autoría atrae menos que la respuesta. Y el mismo Roberto Arlt habló de este modo dialectal al polemizar con unos académicos por 1940: ‘esto demuestra lo absurdo de enchalecar en una gramática canónica las ideas cambiantes de los pueblos… y así esa gramática tendrían que haberla respetado nuestros tatarabuelos; y en progresión llegaríamos a concluir que de respetar ese idioma aquellos antepasados, nosotros, hombres de hoy, de la radio y la ametralladora, hablaríamos el idioma de las cavernas´. Textual.
Si lo ético de cualquier escriba es no subvertir o quitar eficacia comunicativa a la palabra, el lunfardo pudo comenzar como una lengua de la gente de mal vivir; pero esa definición iría perdiendo su secreto delictual al convertirse en un guiño de comprensión popular ajeno a sus primeros cultores. En el siglo veintiuno nadie discute que si este léxico surgió entre pocos para despistar a los demás: ´el argot lunfardo constituye un habla rápida, espontánea que brota de una manera natural... en vocablos y expresiones que acuden fácil y prestamente a la lengua’, dice Mario E. Teruggi en Panorama del Lunfardo, Sudamericana, 1979. Y por ese rumbo y ya en los aciagos días de la década del ’70, que entre los argentinos se abrían y cerraban efímeras contraseñas al hablar y Humberto Costantini, quien recreara cierto lenguaje coloquial en su libro En la Noche, supo ver que entre perseguidos y perseguidores existían tantos códigos como grupos. Y ahí se aprecia ‘código entre dos’ que bien es extensivo a otra actividad o profesión con jerga propia. En tanto el habla de un pueblo es un sistema de signos diferentes a otros de la misma especie, y al obtener principios y gramáticas eso construye al fin un idioma. Un corpus donde cada lengua tiene fisonomía, giros y particularidad, y por eso y sin idolatrar nuestros queribles modismos, en Argentina hablamos castellano, en acuerdo a su gramática nos entendemos con el mundo, y ese asunto por ahora no lo pensamos cambiar.
Lenguaje, identidad y cultura
El lenguaje nos diferencia entre Civilización, - el amplio mapa de toda nuestra manifestación- y Cultura, eso que sintetiza la estética peculiar de cada grupo comunitario. La Civilización cristaliza y estratifica el lenguaje, en tanto la Cultura lo desaliena y hasta lo modifica con expresiones ‘contraculturales’. No pocas variaciones estéticas de la contracultura fueron luego estimadas como clásicas, y el lunfardo como arista cultural de los argentinos, ocupó un párrafo en Radiografía de la Pampa, 1933, de Ezequiel Martínez Estrada: ‘psicológicamente puede ocurrir a un idioma algo peor que subdivirse en dialectos y cristalizar su forma al tiempo que se limita y amputa. En el dialecto vive el alma local, el paisaje vernáculo; en el idioma extenso o superficial la palabra desfallece y hasta reduce el número de sus términos’. Y sigue don Ezequiel: ‘la actitud desafiadora del compadre, el insulto, el neologismo de la jerga arrabalera son formas vengativas, afiladas y secretas de herir. Ese oculto rencor contra una lengua de filiación paternal puede conducir a dos formas de escribir y hablar. Hablar al revés, al vesre, es una forma patológica del odio cuanto no de la incapacidad. No pudiendo usarse otro idioma, desdeñándoselo, en el trato social e íntimo se invierten las sílabas con lo que el idioma, siendo el mismo, resulta ser lo inverso’. Hasta aquí Martínez Estrada, un precursor de la psicología social en Argentina, y más luego aparece de Juan José Hernández Arregui en ¿Qué es el Ser Nacional?, de 1963, quien anota la acción regularizadora del grupo ‘porque la cultura está litografiada en su lengua las variaciones idiomáticas se ejercen desde el pueblo’. Y para avalar esto, ya Platón sabía que el pueblo es un excelente maestro y su lenguaje es el hecho social más definitivo.
Los primeros estudiosos del tema
Quienes en principio se ocuparon de la lunfardesca no coincidieron; algunos la estimaron una jerga gremial del delito y otros corrieron ese límite hacia ‘un ejercicio comunicativo’. Benigno Baldomero Lugones fue el primero en llamarla ‘lunfardo’ en un par de artículos publicados en el diario La Nación por 1876; luego por 1896 Antonio Dellepiane lo calificó ‘el idioma del delito’ y Alvaro Yunque más tarde habló de ‘un lenguaje arrabalero’. Por 1927, Jorge Luis Borges dijo en El Idioma de los Argentinos ‘el lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y de la ganzúa’; y para Juan S. Piaggio eso mismo era un ‘léxico con argentinismos del pueblo bajo’. Igualmente, en génesis ese vocabulario fue delictual y de bajo fondo, y el mismo Dellepiane, abogado de tendencia lombrosiana, entendió que ‘el lunfardo existe con su intención burlona, caricaturesca y su activa movilidad de cambio’. Y es innegable que lo dinámico valoriza cada comunicación humana y por cuanto la movilidad del lenguaje es constante, hoy ningún pueblo del mundo conversa en lengua muerta.
Muchas veces se dieron como vocablos de la lunfardía términos que sirvieron al rebusque ocasional para decir sin que se entere un tercero, pero al no durar las horas de vuelo para entrar al imaginario popular, desaparecieron. Mina, bulín, bacán o mishiadura, por ejemplo, perviven en el hablar argentino con leves cambios de acepción, en cuanto toda voz lunfarda debe transitar antes de convertirse en clásica, o sea, útil para dar clase. A cada forma comunicativa la sostiene su reiteración, todo lenguaje oculto al fin se pierde y el uso de cada vocablo vale a su decantación en solera, para degustar luego según sea ya un vino placentero. ‘Ropagrosa’, modo del uniforme del vigilante extensivo a su portador, se usó en los años treinta y sucumbió al cambiar el ropaje policial. El término ‘palo’ que por 1990 equivalía a un millón de pesos, - o ‘palo verde’, dólares- por el asalto financiero contra el país argentino del año 2001, en pocos días perdió su valor expresivo. Otros vocablos como ‘tuca’ al pucho de marihuana o ‘tuquera’ al canuto de aspirarlo, en poco tiempo fenecieron; y esto nos remite a un reportaje que Paco Urondo le hiciera por 1970 a Julio Cortázar, de paso por Buenos Aires. Entonces a Cortázar le llamó la atención escuchar la palabra ‘yeite’ porque al irse él se decía ‘guiye’, que en ambos casos es asunto fácil y beneficioso. tampoco conocía la palabra ‘luca’ para decir mil pesos; pero pese a que esos avatares ocurran, al habitante de Buenos Aires una mina sigue siendo una mina un bulín es un bulín; y sin esas dos definiciones lo nuestro no sería vida…
[Continuará]
Eduardo Pérsico nació en Banfield y vive en Lanús, Buenos Aires Argentina.
www.eduardopersico.blogspot.com
gb
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