ROSAS y LA DEUDA EXTERNA
Según el viejo lord economista John Maynard Keynes, hablando en valores de su época no comparables con los actuales,"...cuando una persona le debe mil libras esterlinas a un banco y no le puede pagar, está en problemas...pero cuando debe un millón y no paga, el que está en problemas es el banquero".
La política del "no pago"
Autócrata , Rosas se ganó el odio de sus muchos de sus contemporáneos y el desprestigio de la historia oficial; sin embargo, en el manejo de la deuda Rosas mostró su eficacia. Se negó a pagar a costa del hambre de los argentinos. No atacó a los tenedores de bonos (o “bonoleros”, como se los llamaba entonces); los usó para presionar a Inglaterra y crear contradicciones en el imperio.
Juan Manuel de Rosas (encargado de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina) dijo en su discurso al inaugurar las sesiones de la Legislatura en 1835:
“ El gobierno nunca olvida el pago de la deuda extranjera, pero es manifiesto que al presente nada se puede hacer por ella, y espera el tiempo del arreglo de la deuda interior del país para hacerle seguir la misma suerte [a la deuda extranjera], bien entendido que cualquier medida que se tome tendrá por base el honor, la buena fe y la verdad de las cosas”.
En el fondo, el caudillo estaba diciendo: “El país sólo pagará lo que pueda.” ...“No pagaremos a costa del hambre de los argentinos.”
Rosas - “un hombre de extraordinario carácter”, según escribió Charles Darwin en su diario - no usaba discursos inflamados ni bravatas, y en vez de agredir a los acreedores, intentaba calmarlos; pero no les pagaba.
"Quien las hace las paga, y al son que me tocan bailo", decía, y durante años, cantó la misma canción: “Queremos pagar, pero no podemos”.
Aquella deuda tenía su origen en una decisión de Bernardino Rivadavia, ministro del gobernador Martín Rodríguez. En 1824, la Provincia de Buenos Aires había emitido títulos, y contratado a la Baring Brothers para que los colocara en Londres. Merced a esa operación, Buenos Aires había recibido 560.000 libras (65.000 en efectivo y el resto en “papeles”) para construir obras sanitarias e instalaciones portuarias que no construyó, y se había endeudado por 1.000.000 de libras, dando en garantía las tierras, los bienes y las rentas provinciales. (ver El Emprestito Baring)
Rosas no declaró que la deuda fuera ilegítima. Le pareció suficiente no pagarla, dilatar el pago, y usar la deudo como arma a favor suyo.
En 1838, Rosas había aumentado 25 % los derechos de importación, alegando que eso permitiría pagar la deuda. El aumento (aplicable sólo para productos que hubieran sido transbordados en Montevideo) perjudicaba a Francia, que centralizaba operaciones rioplatenses en ese puerto. Como represalia, la armada francesa invocando otras razones bloqueó Buenos Aires y todo el litoral argentino del Río de la Plata; Rosas entonces tenía otro motivo para el "no pago".
Los tenedores de bonos (bondholders en Londres; “bonoleros” en Buenos Aires) debían saber que, si antes el gobierno no podía pagarles, ahora menos. Ellos tenían que entender además, que la culpa de tal imposibilidad "era de Francia", rival del Reino Unido.
Manuel Moreno fue designado por segunda vez embajador en Londres; y allá fue con la orden que Rosas le dió el 21 de noviembre: hacer lo imposible por congraciarse con los “bonoleros”, decirles que los pagos se reanudaría apenas se levantara el bloqueo francés, y hasta sugerirles que la solución definitiva al problema de la deuda estaba en sus manos. Lo que debían hacer era explorar "si en el gobierno de Su Majestad habría disposición a una transacción pecuniaria para cancelar la deuda pendiente del empréstito con el reclamo respecto de la ocupación de las islas Malvinas".
La propuesta era sencilla: la Corona le pagaba a los “bonoleros” y la Argentina renunciaba a las Malvinas.
Muchos creen que, con esa sugerencia, Rosas manchó el historial de reclamos argentinos, abierto cuando, en 1833, el Reino Unido ocupó las islas. El británico John Lynch, un estudioso de las relaciones anglo-argentinas, tiene otra interpretación: cree que la de Rosas fue una hábil maniobra dilatoria. El gobierno británico (razona Lynch) no tenía por qué asumir la deuda de la Confederación Argentina con sus acreedores privados. Además, la compensación ofrecida era inaceptable: según la Corona, las Malvinas le pertenecían. No sólo eso: las tenía en su poder, y la Confederación no tenía posibilidad alguna de quitárselas por la fuerza.
En realidad fue una maniobra política de Rosas intentando que, si Inglaterra aceptaba la oferta de canje, quedase demostrado que Inglaterra reconocía los derechos argentinos sobre Malvinas. (Ver Rosas y Malvinas)
El Foreign Office ni quiso oír la oferta de canje. En cambio, los “bonoleros” (agrupados en el Committee of Buenos Aires Bondholders) lograron que la cancillería británica intermediase en el conflicto franco-argentino.
Algo tuvo que ver Lord Palmerston en el acuerdo que, en 1840, dejó libre el puerto de Buenos Aires, permitió la reanudación del comercio exterior, y creó las condiciones para que, con los derechos de aduana, Rosas cumpliera su promesa de reiniciar el pago de la deuda. Sin embargo, ahora había que reparar los daños causados por el bloqueo. Es lo que decía el gobierno a los “bonoleros”, que empezaron a mostrar su impaciencia.
El "Committee" envió en 1842 a Frank de Pallacieu Falconnet a Buenos Aires. Debía obtener la reanudación de los pagos y, si chocaba con la negativa de Rosas, ejecutar la garantía.
A su llegada, Falconnet fue recibido por el ministro de Hacienda, Manuel Insiarte. Fue entonces cuando las Malvinas aparecieron otra vez sobre la mesa. Insiarte argumentó ante su visitante: “La Confederación Buenos Aires no puede hacer pagos con destino a Inglaterra mientras no se la indemnice por el desapoderamiento de las islas”. Le sugirió entonces un esfuerzo común: el comité de tenedores de bonos debía avalar una gestión, que Moreno haría en Londres, para compensar créditos entre ambos países. Si el Reino Unido aceptaba, los “bonoleros” cobrarían 100% de sus créditos.
Muchos creen que, con esa sugerencia, Rosas manchó el historial de reclamos argentinos, abierto cuando, en 1833, el Reino Unido ocupó las islas. El británico John Lynch, un estudioso de las relaciones anglo-argentinas, tiene otra interpretación: cree que la de Rosas fue una hábil maniobra dilatoria. El gobierno británico (razona Lynch) no tenía por qué asumir la deuda de la Confederación Argentina con sus acreedores privados. Además, la compensación ofrecida era inaceptable: según la Corona, las Malvinas le pertenecían. No sólo eso: las tenía en su poder, y la Confederación no tenía posibilidad alguna de quitárselas por la fuerza.
En realidad fue una maniobra política de Rosas intentando que, si Inglaterra aceptaba la oferta de canje, quedase demostrado que Inglaterra reconocía los derechos argentinos sobre Malvinas. (Ver Rosas y Malvinas)
El Foreign Office ni quiso oír la oferta de canje. En cambio, los “bonoleros” (agrupados en el Committee of Buenos Aires Bondholders) lograron que la cancillería británica intermediase en el conflicto franco-argentino.
Algo tuvo que ver Lord Palmerston en el acuerdo que, en 1840, dejó libre el puerto de Buenos Aires, permitió la reanudación del comercio exterior, y creó las condiciones para que, con los derechos de aduana, Rosas cumpliera su promesa de reiniciar el pago de la deuda. Sin embargo, ahora había que reparar los daños causados por el bloqueo. Es lo que decía el gobierno a los “bonoleros”, que empezaron a mostrar su impaciencia.
El "Committee" envió en 1842 a Frank de Pallacieu Falconnet a Buenos Aires. Debía obtener la reanudación de los pagos y, si chocaba con la negativa de Rosas, ejecutar la garantía.
A su llegada, Falconnet fue recibido por el ministro de Hacienda, Manuel Insiarte. Fue entonces cuando las Malvinas aparecieron otra vez sobre la mesa. Insiarte argumentó ante su visitante: “La Confederación Buenos Aires no puede hacer pagos con destino a Inglaterra mientras no se la indemnice por el desapoderamiento de las islas”. Le sugirió entonces un esfuerzo común: el comité de tenedores de bonos debía avalar una gestión, que Moreno haría en Londres, para compensar créditos entre ambos países. Si el Reino Unido aceptaba, los “bonoleros” cobrarían 100% de sus créditos.
Como era de esperar, el Foreign Office volvió a negarse.
En 1844, Rosas - que ya presentía una intervención del Reino Unido en el Plata - trató de poner a los ahorristas británicos de su lado. Llegó, entonces, a un acuerdo con Falconnet: la Confederación volvería a pagar los intereses de la deuda, con una quita de 80 por ciento. No obstante el descuento, los ahorristas, temerosos a esa altura de no cobrar jamás, celebraron el acuerdo.
Al año siguiente, el puerto de Buenos Aires volvió a quedar bloqueado, ahora por el Reino Unido y Francia. La deuda nada tenía que ver; Las potencias europeas querían abrir los ríos interiores, demoler las barreras aduaneras y entrar con sus productos a estos mercados.(Ver "La guera del Paraná" y la "Vueta de Obligado")
Rosas volvió a declarar el “no pago”, y les hizo saber a los tenedores de bonos que el acuerdo de 1844 recobraría vigencia, si el bloqueo se levantaba. En Londres, el Times, vocero de los pequeños ahorristas con bonos de Buenos Aires, se convirtió en crítico pertinaz del bloqueo.
El Reino Unido lo levantó en 1849 y Francia en 1850. Rosas, entonces, volvió a pagar intereses (con la quita de 80 por ciento) y seguía haciéndolo en 1852, cuando se produjo su caída de Rosas en Caseros.
Criado en una estancia bonaerense, Rosas parecía carecer de todo refinamiento. No obstante, sabía cuándo pialar y cuándo retener el lazo.
Además, había aprendido, en la lucha contra el indio, que el enemigo nunca es uno solo. Que tiene muchas tribus, y que hay contradicciones aun en el interior de cada tribu. Se había ejercitado en el arte de fomentar las contradicciones ajenas. Había aprendido, también, que allí donde la sagacidad no da fruto, menos lo dan las bravatas.
Con la administración del "no pago", una combinación de paciencia y astucia le permitió lograr, en la práctica, quitas y esperas que ningún gobierno habría soñado.
Alberdi, que en principio fue uno de sus críticos, lo vio en el exilio y escribió en 1857: “Tiene la fácil y suelta expresión del hombre acostumbrado a ver desde lo alto del mundo. Y sin embargo no es fanfarrón, ni arrogante...habla con moderación de sus adversarios”.
Prof GB
Fuentes:- Castagnino Leonardo J.M.de Rosas, Sombras y Verdades
- La Gazeta Federal
www.lagazeta.com.ar
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