Paradojas de la continuidad
Por Luis Tonelli
Los dilemas de la movilización inorgánica luego del 8N, los problemas de la desagregación opositora y la opción oficialista por consolidar lo propio.
Las elecciones en Estados Unidos -así como las de Venezuela y, seguramente, las de Ecuador, en febrero- confirman una tendencia política: no es la oposición quien gana las elecciones; en todo caso, es el oficialismo quien las pierde. Claro que se trata de una tendencia sostenida por pocos casos (se sabe que la estadística es sólo posible en el imperio de la multitud). Siempre puede encontrar en su excepción, la regla. Por ejemplo, en Estados Unidos. Se ha hablado mucho de un final cabeza a cabeza entre Barack Obama y Mitt Romney que no se dio en los resultados, pero eso no es verdad. El peculiar sistema estadounidense premia con todos los delegados al Colegio Electoral de un Estado, aun cuando se haya ganado por un voto. De ahí que los resultados finales del Colegio Electoral (332 vs 206) sean mucho más abultados que lo que fue la contienda voto por voto tanto en términos generales (Obama aventajó a Romney por tres puntos) como en los estados críticos que decidieron la elección. La estrategia centrista del presidente dio sus frutos: el bipartidismo geométrico obamaniense, en su moderación, podrá haber defraudado a muchos de sus votantes, pero para ellos pudo más el temor a un Romney dominado por el extremista Tea Party. Y, además, Obama tuvo en el Huracán Sandy un gran aliado para convencer al electorado mediático, que reacciona puramente a los impulsos televisivos, ya que no sólo inundó la Tribeca, sino que borró de las pantallas planas al candidato conservador. Así, la crisis, en Estados Unidos, en Europa, engulle a los que son vistos como sus responsables, pero perdona a quienes fueron elegidos para salir de ella. Y por esas latitudes ganan los que apuestan a “purgar el sistema”, aunque esto signifique desempleo y recesión (por ejemplo, lo que sucedió en las elecciones griegas, en las que perdieron los que prometían salirse de la Comunidad Europea), y hasta son reconfirmados (Mariano Rajoy, en España). Quizás por eso, que no se cambia de caballo cuando se está a mitad de un río, y menos si se trata de un río revuelto. Moraleja: los electorados son “conservadores”, poco afectos a tomar riesgos. La Alianza ya se había tomado el helicóptero y las encuestas todavía indicaban que “la gente” seguía apoyando el “uno a uno”. Pese a todo, incluso las víctimas en los saqueos y de la represión en Plaza de Mayo. Los Modelos caen por peso propio, no por decisión de la ciudadanía. Es una lección amarga para los demócratas. Es un límite para la política. Es el Soberano quien desconfía de lo Nuevo y se aferra a lo Viejo. Nadie eligió al Neo-Liberalismo, sino a la Revolución Productiva prometida, pero cuando se instaló como sistema, perduró hasta que estalló en mil pedazos. Nadie eligió el default, la pesificación asimétrica, la devaluación brutal ni las retenciones. Ellas fueron decisiones tomadas al amparo del terror en la caída libre argentina. La “calle”, más que un actor de cambio fue un “catalizador de lo inevitable”. No fue el “piquete, cacerola, la lucha es una sola” quien puso fin a la Convertibilidad sino sus inconsistencias. Luego el problema económico trocó en problema de gobernabilidad. Y la solución al problema de la gobernabilidad, vino de la mano de la solución al problema económico (Kirchner). Endogeneidad, que le dicen. Una cosa refuerza a la otra. No por nada el 8N sucede cuando la economía argentina ha crecido casi cero y cuando la inflación no oficial se estima en más de 25 por ciento. El país no estalla -como pronosticó la Presidenta- pero sí cruje. El “diagnóstico” de esta Calle -caceroleros del 2001, sin los piqueteros del 2001; clase alta y clases medias sin clases populares- es también de “continuidad”: es el Gobierno, con “su estilo” el que está echando por la borda las posibilidades de retomar el crecimiento. Para esos sectores, la peculiar sobre-gobernabilidad cristinista afecta a la economía, y todo esto termina debilitando la gobernabilidad, en su conjunto. Paradojas argentinas. La respuesta de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es consecuente con su intuición de que con depredadores dotados para olfatear sangre rondando no se puede exhibir la más mínima herida, la más mínima debilidad. Depredadores externos (el Grupo Clarín); depredadores internos (el peronismo, a secas, sin letra distintiva). Otra paradoja kirchnerista: en su debilidad, al reconocer sus límites, no ha tenido problemas en escuchar un reclamo en su contra (caso Blumberg, que forzó la sanción de leyes -inútiles- contra la inseguridad; caso obispo Piña quien en Misiones fijó un standard nacional contra las re-re-elecciones). En su fortaleza, en cambio, se impone el “retroceder nunca, rendirse jamás”. CFK apuesta a demostrar que ella es la que Gobierna. Nadie más. Y menos, quienes no existen: una oposición fragmentada, que ni siquiera pudo figurar el día de la marcha opositora masiva. El “que se vayan todos” está vivito y coleando. Cualquier instancia de coordinación (el destrato presidencial hacia la clase media, y la utilización de las redes sociales) lo activa y lo vuelve presente. Hay una propensión marginal a manifestarse. Lo sufren en el llano los opositores. Pero también ha sido un límite para que el kirchnerismo pueda tomar estado sólido partidario. La movilización inorgánica en su antipolítica, es inorganizable. La organización política no puede con la movilización inorgánica. Vence nuevamente, el statu quo. La “realidad” contra la “virtualidad” en clinch boxístico. Contradicción que tiene su punto de contacto, una de dos: o en su resolución institucional, el día de las elecciones; o bien, durante la quiebra sistémica -que también, afortunadamente, ha tenido una resolución institucional. Hasta ahora la “estaticidad kirchnerista” ha vencido a la desagregación opositora -y a la desagregación peronista-. En el “oficialismo” sólo hay Una. En la pléyade opositora en cambio deambulan mediáticamente todos los que se ilusionan con transformar ese “parecer” en “ser”. La imposibilidad de la re-re-elección presidencial, de no tener CFK la energía para imponer su “delfín/delfina”, coloca al peronismo en pie de igualdad fragmentaria con la oposición. De allí la jugada del senador radical Ernesto Sanz de bloquear la reelección anticipadamente, comprometiendo con su firma a los senadores opositores. Aun cuando al oficialismo le fuera muy bien en las elecciones venideras, no podría cambiar esta alineación en contra de la reelección (de ser consecuentes los senadores con lo firmado). Por su parte, CFK ve en su férrea conducción la mayor garantía de gobernabilidad y de control sucesorio. Prima, como en el conflicto con el campo, el demostrar autoridad frente a los propios, que el espantar a los que se venían acercando. El polarizar -contra una sociedad impolarizable, una sociedad de “moderados/indignados”- para consolidar lo propio, pagando el costo de la “indignación” y movilización de los ajenos (como Hugo Chávez y Rafael Correa, ante sociedades sí polarizadas). En esa lógica, se inscribe la gran apuesta por el 7D. De alguna manera, los dividendos “culturales” ya fueron cobrados por el Gobierno con la sanción de la ley. Ahora, lo que queda es la pulseada fáctica de doblegar al Grupo Clarín, al Satánico Dr. Magnetto, como señal contundente de quién es quien dirige la batuta. La moneda está en el aire, más cuando “la batalla final” -tal el horrible discurso bélico que nunca ha dejado de asolar nuestra democracia- se libra en los laberínticos y trajinados pasillos del Poder Judicial.
Revista Debate
http://www.revistadebate.com.ar/2012/11/23/5842.php
GB
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