Creamos a todo el mundo en su verdad y tendremos un absurdo a reducir: la dictadura kirchnerista no reprimió el golpe de Estado 8N. La verdad es que tanto como no hay una dictadura, el 8N es algo mucho más complejo que golpismo. El momento, tenso, es también propicio y necesario para salir de algo que me parece está siendo autointoxicación. Lamento decirlo, pero creo que hay que entender que muchas caracterizaciones de la manifestación 8N y sus orígenes afines al kirchnerismo (y me considero en ese conjunto) confunden la realidad con el deseo de que la manifestación fuese más miserable moralmente, más confusa políticamente y más pequeña de lo que realmente fue.
Respecto de la cantidad: debe haber sido una de las diez manifestaciones más importantes desde que retornó la democracia en 1983. No dejaría de decir que había muchos jóvenes que, tal vez, pueden significarle a la oposición lo que los jóvenes de 2008 fueron para el kirchnerismo. Algo más: la oposición ganó la calle y opera contra el Gobierno en la misma lógica que lo hizo el peronismo en los ’80, mientras nosotros nos quedamos en la reivindicación del porcentaje legitimante.Pero hay algo más importante: es improductiva la crítica a la contradicción entre su carácter declaradamente espontáneo y su organización metódica y sistemática. El señalamiento de esa supuesta incoherencia, amén de tener la potencialidad de santificar el lado más antipolítico del proceso 8N, se pierde la oportunidad de captar lo que revela su organización en la dimensión ignorada de su carácter de proceso. La marcha del 8N estuvo muy bien organizada, aprovechando tecnologías de comunicación y organización disponibles (tanto como en su momento lo hizo el kirchnerismo). Y lo estuvo tanto que se dio pautas para procesar su propia heterogeneidad y sus aspectos más capaces de deslegitimarla. Y esa organización ha sido eficaz: la automoderación del gorilismo y el golpismo que la habitan en grados diferentes, la elevación de reivindicaciones toscas a un reclamo más presentable, da lugar a una voluntad política todavía indefinida, pero menos caótica y rabiosa que al inicio del proceso en que esto surgió. Organizar y conducir políticamente es la tarea que cuando se cumple con éxito tiene por resultado la emergencia de un sujeto político que posee, en este caso, una particularidad: es una movilización/sujeto.
El espíritu de oposición al Gobierno ha dado un paso importantísimo: salió a la calle, salió de su posición defensiva. Se reconocen entre ellos, tal como nos pasó a nosotros, por ejemplo, en la salida de 2008. Aun cuando sólo fueran cualitativa y socio-demográficamente los mismos de siempre, ya no son lo mismo de hasta hace unos meses por las relaciones que han establecido. Han puesto algo en común entre ellos y en eso reside la posibilidad a futuro de articular una voluntad más definida. Su grado de confusión decrece y no hay que hacer de la confusión supuesta un standard tan claro: ¿en qué sentido el kirchnerismo, el peronismo, el centroizquierda, en su conjunto, son “claros”? En ese mismo paso, no hay que negarlo, ese mismo espíritu se ha extendido y se regocijado con esa extensión.
Desconocer el carácter procesual de lo que está sucediendo, ignorar que tiende a desplegarse y enriquecerse, corre el riesgo de incidir de la peor manera posible en ese proceso: estigmatizándolo como menor, golpista, consumista y despolitizado se logra al mismo tiempo confundirnos entre nosotros y aumentar la carga de agravios sobre el adversario (cuando muchos de los que estaban ahí podrían haber estado al menos en su casa y algunos, tal vez, de nuestro lado).
Ha quedado oscurecida otra cuestión: el 8N y sus posteriores despliegues surgen de algo más complejo que el odio y el resentimiento gorila o la nostalgia de la convertibilidad. Y mucho más importante que eso: no importaría tanto de dónde vienen si no fuera porque importa a dónde van.
Entre las políticas del Gobierno que provocan el 8N (desde las correctas e inevitables hasta los errores no forzados y los automatismos –muy necesarios de evitar–) y las propensiones de las diversas vertientes del 8N surge un “frente amplio por la libertad” con el que habrá que disputar y competir. No me caben dudas: ese sujeto –aún cuando no tenga hoy una articulación partidaria o electoral– la tendrá. Y no sólo (o no ineluctablemente) entre alternativas opositoras unificadas o divididas. A nombre de la libertad tributan y acreditan vocaciones muy diversas, pero capaces de hacerse eco entre sí, de permutarse y de agrandarse. A esta “marcha de la libertad” se suman, y en ella se “purifican”, los que creen que no pueden viajar al exterior y los que creen que bancan el país con sus impuestos como si a ellos el país no les diera nada (¡que prueben a ver cómo se puede producir y exportar soja sin Estado!). Pero también están los que se han sentido agraviados por el trato minimizante que estoy discutiendo y quiero ceñir más decididamente ahora.
Sólo daré un ejemplo que ayuda a ilustrar lo que está pasando. Porque, si en algún lado están los ánimos conspiradores, no todos los que marcharon necesariamente buscan destitución y no hay que llevarlos a esa búsqueda. La inflación, no importa cuál sea su número, afecta dramáticamente la sensibilidad de muchos de ellos. No es para reírse. La clase media cifra su satisfacción en la posibilidad de ascender y hacer ascender a sus hijos. Ese horizonte, cuyo techo amplió el kirchnerismo en sus primeros años, parece estar bajando porque la estructura casi invariable del consumo de una parte de la clase media sube más (o al menos más rápido) que los ajustes salariales. Y al mismo tiempo se raja el piso que el kirchnerismo aseguraba, cuando el mercado de empleo se resiente, cuando el mercado inmobiliario se pone cada vez menos posible (más allá de que éstos sean fenómenos que exceden el control del Gobierno y que asumir un nuevo costo para el sueño patrimonialista de la clase media es un “garrón” que casi inmerecidamente se tiene que comer el gobierno de turno). La angustia de estos sujetos aumenta más allá del dólar como obsesión, cuando comprada toda la línea blanca, no saben cómo hacer para mantener al valor del peso que sobra y que se obtiene con tantos esfuerzos y angustias como el mango que no sobra en las casas populares.
Es cierto que pocos de los indignados ponen en la canasta de la libertad que glorifican el problema de la violencia policial, la seguridad de los militantes de organizaciones sociales populares o las posibilidades vitales de las generaciones de excluidos de nuestra nación. Pero es factible que en su proceso de autocorrección para emerger con legitimidad se den cuenta de que no pueden pedir cualquier cosa ni de cualquier manera. El universo simbólico de la democracia y la autonomía, de la tolerancia y de la paz, cada vez más denso desde 1983, también los ha ganado (en otros tiempos parte de esta gente formaba comandos civiles). Es cierto que el pueblo agraviado por la inflación, también está influido por todo lo que dicen los medios de la cadena nacional del desánimo. Y por eso el hecho de que una tapa de Clarín no derrumba un gobierno no debe confundirse con que 3248 tapas de Clarín sí logran instalar una animadversión que los descuidos alimentan a espaldas de los descuidadores. El reclamo que se le desconoce al 8N en muchas caracterizaciones está entre estas causas profundas (y la que di es sólo un ejemplo) y lo que ayuden a interpelar las jugadas de las organizaciones políticas (oficialismo incluido). No es la primera ni la última vez que aparece un movimiento que habilita esa dialéctica política y no creo que el kirchnerismo no tenga nada para hacer ahí.
Ernesto Laclau, el intelectual que la oposición ama odiar, puso de manifiesto de qué manera el peronismo condensaba
todas las reivindicaciones populares hasta transformarse en su bandera. El mecanismo de desplazamientos, igualaciones y producción de sentido que su teoría ayudaba a iluminar es el que, paradójicamente, parece beneficiar a la oposición en la formación de un populismo de la libertad a su manera. La política móvil, sorprendente y en definitiva despolarizante del kirchnerismo 2011 podría combatirlo mejor que la actual confusión de consignas transformadas en diagnósticos. Eso y, claro, la gestión que sigue siendo lo principal.
* Antropólogo.
GB
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