El decreto, el autogobierno, la
hipótesis de complot
Por Eduardo
Blaustein
eblaustein@miradasalsur.com
Echar nafta o bajar un cambio.
Recuerdos (y contrastes) carapintadas. Acciones golpistas: la realidad, las
interpretaciones, sus límites.
Hubo hace años un célebre Boca-Vélez en el
que Javier Castrilli expulsó a Diego Maradona. Luego de largos minutos de
protestas, invasión de cancha, tensiones y enredos entre los cables de la
televisión, Maradona volvió sobre sus pasos para reclamarle explicaciones a
Castrilli. Este hizo lo que mejor solía hacer: convertirse en magna estatua.
Todavía resuenan las palabras de Diego, impotente ante tan majestuosa
mudez:
–Maestro, ¿pero usted está muerto? ¡No, no está muerto! ¡Hábleme
por favor se lo pido!
La imagen se le vino encima a este cronista (y
perdón por la comicidad) recordando escenas de las rebeliones carapintadas.
Movileros y periodistas enfrentando con ira la soberbia mudez de los
insurrectos, plantados con sus fusiles y su jeta embetunada. El recuerdo es
oportuno porque en alguna medida contrasta con lo sucedido en el gravísimo
conflicto protagonizado por prefectos, gendarmes y otros núcleos de las Fuerzas
Armadas y de seguridad. Sólo “en alguna medida”, las protestas tienen algo de
esquirla demorada marca 2001, acaso (ojalá) de contagio de la cultura
democrática y, si se quiere, su parte de lucha de clases entre subalternos y
superioridad. Hay una componente asamblearia. Hay también una mezcla de astucia,
aprendizaje e ingenuidad en lo organizacional y en el discurso. Por el lado del
aprendizaje y de la astucia: mucha referencia al respeto a la democracia, mucho
mostrar a la familia, a la patrona, los pibes, de modo de aparecer (derechos y)
humanos. Hubo secuencias entre tiernas y tensas como la del cabo que, empuñando
el micrófono, nunca supo qué vocativo utilizar ante su audiencia: “amigos”,
“camaradas”, jamás “compañeros”. Hubo quien forcejeó para arrebatarle el
micrófono cuando se mostró prudente. Hubo chiflidos y puteadas contra las
intervenciones prudentes y sonoros cantos insolentes contra “los jerarcas”,
harto llamativos para la cultura vertical de las fuerzas de
seguridad.
“Prefecturianos” y gendarmes, en algún momento, se agrandaron
mal, muy mal. El peor, pésimo momento, que pudo ser dramático, fue cuando
emplazaron a los funcionarios nacionales a presentarse “en dos horas” ante
ellos. Dicen que no son golpistas y hay razones para –con esfuerzo y mente
serena– querer creerles. Pero como mínimo se pasaron, por varios kilómetros, de
la raya. Muchos dicen que los reclamos salariales son legítimos. Sí, lo son.
Pero al ingresar en sus instituciones gendarmes y prefectos aceptaron, sin que
se los obligara, a acatar duras reglas de juego, que no son dulces ni
democráticas, pero que son esenciales en la lógica de esas instituciones. Para
decirlo de otro modo o desde otra discusión: acaso no exista momento más
inoportuno para debatir la sindicalización de las fuerzas de seguridad que el
transcurso del huracán.
Yerros y rectificaciones. En el ahora célebre
Decreto 1307 llama la atención, cuando se analizan los cuatro suplementos
salariales previstos, que los cargos más altos de las fuerzas se llevan lo que
se dice un toco de guita, muy especialmente en comparación con lo que cobran los
subalternos. En el texto se dice que tanto una Comisión Técnica Asesora de
Política Salarial del Sector Público, como la Subsecretaría de Asuntos Jurídicos
del Ministerio de Seguridad, intervinieron en la redacción. Es posible que el
Gobierno cometiera un error importante ya sea en la redacción del decreto o en
haber permitido, según su primera respuesta al conflicto, que la aplicación
corriera por cuenta de las cúpulas. Si fue así, el problema fue el que
típicamente se enuncia desde el “zaffaronismo”, desde el CELS o desde el
discurso del ex juez Carlos Arslanian: dejar que las fuerzas de seguridad se
autogobiernen. A la vez, estallado el conflicto, hubo una celeridad típica y
virtuosamente kirchnerista en las respuestas. La primera respuesta rápida fue el
anuncio hecho por Juan Manuel Abal Medina sobre la suspensión del decreto. La
segunda correspondió a Nilda Garré, informando sobre la remoción de las dos
cúpulas. A la vez, este segundo anuncio marcó un momento de debilidad oficial:
porque Garré y Sergio Berni (mostrarse juntos no fue casual) aparecieron
fugazmente, tocaron y se fueron diciendo “la situación quedó normalizada”,
cuando el conflicto continuaba notoriamente en los edificios Centinela y
Guardacostas y, sobre todo, en las pantallas de televisión.
En el vértigo
del miércoles (el día más duro antes de la desaparición de Severo Alfonso) hubo
otro momento preocupante, casi de soledad ofical, cuando Hugo Moyano desde un
lado y Antonio Caló desde el otro avalaron la protesta (el segundo salió a
desdecirse prontamente). La respuesta dada desde una conferencia de prensa de
Estela Carlotto y Hugo Yasky, o las voces de los referentes de Unidos y
Organizados, sonaban a poco. En feliz contraste, y contabilizándolo como otra
rápida y eficaz iniciativa oficial, lo más saludable y hasta gratificante fue la
respuesta del arco político pidiendo el respeto de la normalidad institucional.
Eso incluye a Mauricio Macri. Si alguno se enoja porque el Jefe de Gobierno
aprovechó para mostrarse presidenciable, no entiende que le había quedado la
pelota servida.
Los medios, el complot. Con el diario La Nación sucedió
algo curioso. Por un lado, sensatamente, bloqueó en algún momento los foros cosa
de protegerse de insultos y proclamas golpistas. Por el otro, junto a Clarín,
hizo lo imposible por sostener la tensión y extenderla a la Bonaerense o a la
Armada. Las cámaras y micrófonos de TN cubrieron como pocos el conflicto,
segundo a segundo, expandiendo la sensación de inquietud y avalando
reiteradamente el discurso de los uniformados: “Dicen que no son golpistas”. Hay
un caso poco atendido: Crónica TV. Cuando TN amainaba su cobertura o se dedicaba
a la desaparición de Severo Alfonso, Crónica fue la señal que más micrófono
ofreció a los discursos de prefectos y gendarmes. Habrá que interpretar que es
la vieja marca de Héctor Ricardo García.
Carapintadas de los ’80;
prefectos y gendarmes del 2012. Hubo en los ’80 el Grupo Albatros de Prefectura,
que se sumó a la sublevación. Sin embargo, hay que tener cuidado con las
comparaciones, al igual que con las coberturas.
Los movileros, en los ’80,
salieron con bronca a la hora de interpelar a los carapintadas. TN puede aducir
que llevó cámaras y micrófonos, “objetivamente”, sólo para cubrir “un hecho”.
Por supuesto, el tono fue de empatía con los uniformados, nada que objetar, ni
sugerir que nosotros les pagamos el sueldo. Les pusieron nafta a los motores de
la protesta, si es que no la regaron. De ahí a sostener que el Grupo Clarín,
como una CIA de escalas cósmicas, maneja los hilos de Gendarmería, Prefectura o
las patotas de la Unión Ferroviaria, media un trecho importante. Si se trata de
denunciar conductas golpistas o destituyentes, no alcanza con la retórica, sea
la de periodistas simpatizantes del modelo o funcionarios. Lo que debería haber,
si la cosa es tan grave, es información que ayude a discutir
mejor.
07/10/12 Miradas al Sur
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