La pelea por las convicciones y los riesgos de quedar del lado equivocado
Por Felipe Yapur
El 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner asumió la presidencia y en su primer discurso pronunció una frase que luego sería muchas veces recordada y repetida: "Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada."
Mucho ha sucedido en estos últimos tiempos en el Congreso que no ha dejado de darle actualidad y valor a aquella frase. Las convicciones existen y las hay para cada partido y las sostienen ideologías que los orientan. Sirven, como se demostró en estos diez años, para legislar a favor de un modelo que contiene y favorece a las grandes mayorías o, así de simple, estar con los privilegios y las minorías. Es decir, se puede estar del lado correcto o del equivocado. El primero tiene importantes beneficios para el conjunto de la sociedad, el otro acarrea costos altísimos.
A principio de este siglo, la Argentina vivió esos dos lados. Comenzó el nuevo mileno pagando los costos del modelo neoliberal que implementó el justicialismo del menemato y que profundizó la Alianza que encabezó la Unión Cívica Radical. El justicialismo menemista aplicó, con la convicción de un converso, la receta neoliberal y el Parlamento fue un escenario excluyente. Aquellos legisladores del PJ votaron las privatizaciones, convencidos, corrompidos por la avaricia menemista e incluso por disciplina partidaria. Más tarde, la Alianza cometió el mismo pecado y sus legisladores votaron las peores leyes por convicción, disciplina y, como se juzga por estos días, hasta con una Banelco. Los resultados de esos gobiernos, desempleo, pobreza, indigencia, ignorancia, individualismo e incluso costos en vidas, tienen todavía hoy efectos negativos y dañinos.
Ambas experiencias de gobierno demostraron en demasía lo que significa dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada.
Desde 2003 es mucho lo que se hizo para revertir algunas de esas consecuencias. Son muchos y poderosos los grandes intereses corporativos que ganaron espacios y se muestran hoy como algo natural en la vida social, económica y política de la Argentina. Es parte de una batalla cultural que todavía no terminó de librarse, porque para muchos es normal que existan monopolios, que ganan miles de millones gracias a sus privilegios, y que logran que "la gente" lo considere como de sentido común.
En ese escenario el kirchnerismo ha conseguido grandes avances, muchos de los cuales se asentaron con leyes aprobadas incluso en épocas de debilidad política. Los efectos positivos de esas normas, reestatización de las AFJP, YPF, Papel Prensa, Ley de Medios, matrimonio igualitario, identidad de género, muerte digna, por citar algunas, han sido receptadas, comprendidas y asumidas como propias por vastos sectores de la sociedad. De alguna manera fungen como la prueba de que no se abandonaron las convicciones en las puertas de la sede del gobierno nacional. Esta es una de las garantías por la que Agustín Rossi aseguró que la nueva ley que rige a las aseguradoras de riesgo de trabajo (ART) no es un retroceso ni un cambio en la dirección del modelo.
Todas estas leyes y programas sociales que desarrolla el gobierno de Cristina Kirchner generaron beneficios para sectores de la sociedad históricamente excluidos pero también a las otras clases sociales, incluso a las más ricas. Ello no detuvo la generación de enemigos, a la sazón grupos de la economía concentrada, que en defensa de sus privilegios y beneficios, que se contabilizan en miles de millones de pesos, pueden llegar a prescindir del sistema democrático. De hecho, muchos ya lo hicieron y pueden no dudar en recurrir a cualquier mecanismo para, en el mejor de los casos, erosionar el poder político del gobierno de CFK.
Es lamentable, pero se hace difícil pensar que entre los partidos de la oposición, existe esa misma firmeza ante la embestida de los grupos de poder. Por caso, el día en que los gendarmes abandonaron sus tareas para realizar una polémica manifestación, una reunión de urgencia se realizó en el despacho del presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez. La idea era firmar un duro documento de respaldo a la democracia, a las instituciones y al gobierno de Cristina Kirchner. Los grandes grupos mediáticos, Clarín y La Nación, cubrían con fruición todo lo acontecido que transformaba la supuesta movida por reclamos salariales en algo más parecido a una revuelta con tintes destituyentes. Los referentes de los bloques opositores, al parecer influenciados por esos incesantes mensajes mediáticos, consideraron exagerados los argumentos del texto y con encendidos discursos y diatribas los fueron arrancando para terminar con una declaración casi de compromiso. Si el resultado final dejó perplejo a los legisladores del FPV, mucho más decía el rostro de espanto que mostró al autor original del documento, uno de los referentes de los diputados del PRO.
La ausencia de firmeza y convicción en sus ideas de la mayoría de las fuerzas parlamentarias opositoras, que se relamen por ver hocicar al oficialismo, permite que los grupos concentrados ocupen un lugar que no conocen, desprecian pero, sobre todo, no les corresponde en el complejo juego de la democracia. El tiempo pasa y el peligro es que los partidos de la oposición, en eso de no hacerse cargo de su rol, terminen del lado equivocado.
29/10/12 Tiempo Argentino
GB
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