Recuerdos del futuro
Por Roberto Caballero
El triunfo de Hugo Chávez dejó muda a la derecha continental. No es para menos, una tormenta tropical y democrática acaba de barrer con todos sus pronósticos. El vendaval de votos venezolanos puso en crisis el relato de los dueños del poder y del dinero que, tanto en Caracas como en Buenos Aires, daban por sepultado el ciclo populista en toda la región.
Henrique Capriles era la punta de lanza de la restauración conservadora, pero fue derrotado en las urnas. La delegación de políticos y periodistas antikirchneristas que viajó desde la Argentina para asistir a los funerales del proyecto latinoamericanista vuelve a Ezeiza con las manos vacías. A seguir espantándose de lo que sucede contra su voluntad, en una encrucijada de la historia que no pueden ni quieren comprender. Vuelven a preguntarse, desconcertados, ¿cuándo y cómo ocurrió que liderazgos como los de Chávez, Lula, Dilma, Cristina, Correa, Evo y Pepe Mujica tengan apoyos de mayorías populares que desafían el orden que baja desde el Departamento de Estado, los lineamientos económicos del FMI y la réplica incansable de los grupos de presión monopólicos? Vuelven, apabullados por los resultados, magullados en sus certezas, a pasar sus valijas por el escáner, a comprar algo de apuro en el free shop, y a leer Clarín y La Nación para sentir el alivio momentáneo de que las cosas sigan siendo como eran antes.
Fueron a decirnos que Chávez perdía y que Cristina debía mirarse en ese espejo astillado. Fallaron. Tal vez porque sus análisis partieron del deseo propio de que las cosas ocurran a su antojo y no como ocurren en la realidad. Ahora, esta patrulla perdida regresará a explicarnos que Chávez ganó porque compra sus votos con planes sociales y no porque realmente bajó la pobreza del 59 al 27% y la indigencia del 22 al 10 por ciento.
Dirán que triunfó porque su relato épico anestesia a la sociedad venezolana y no porque construyó 400 kilómetros de subte, o porque la mortalidad infantil cada 1000 nacimientos bajó de 20 a trece. Callarán cada uno de los éxitos de un modelo que incluye a los venezolanos pobres y que cada tanto presta examen electoral con aplastantes victorias. Chávez ya hizo su "7D" y la sociedad venezolana cosecha los logros de haber roto con las trampas comunicacionales del establishment.
La democracia es un sistema donde las mayorías gobiernan y las minorías acompañan, hasta tanto puedan convertirse en mayorías. Ni los zócalos de la TV oligopólica, ni las tapas de los diarios opositores, ni las cacerolas ruidosas definen quién gobierna. Son los votos en las urnas.
En el caso venezolano, además, se trató de un voto inteligente. La victoria de Capriles hubiera sido un problema para la gobernabilidad. Detrás de su candidatura había un racimo de 30 partidos políticos que sólo coincidían en arrancar a Chávez del Palacio Miraflores. Y a Venezuela, del Mercosur y de la Unasur, para colocarla en la órbita de los intereses geopolíticos de Washington. Con Chávez, en cambio, ganó Latinoamérica. El bloque regional avanza e incluye hoy a la sexta economía mundial (Brasil), a una potencia alimentaria y tecnológica (Argentina) y a la que tiene la mayor reserva de crudo del planeta (Venezuela). Sin desconocer las dificultades y las asimetrías existentes, la unidad es un valor estrátegico para los pueblos y los gobiernos que decidieron hace décadas caminar juntos por un desarrollo autónomo.
Haría bien la patrulla perdida que viajó a Caracas en reflexionar sobre lo vivido. Fueron a buscar la derrota de Chávez para anunciarle a Cristina que se le venía la noche. Presentaban los hechos como "recuerdos del futuro". Y sí, finalmente, los encontraron, pero en esos recuerdos los derrotados eran ellos.
Lo peor que pueden hacer ahora es pelearse con el espejo.
09/10/12 Tiempo Argentino
GB
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