domingo, 7 de abril de 2019

¡LA COMEDIA TERMINÓ! La nuestra es la era de los payasos malignos POR MARCELO FIGUERAS

Los miedos de cada generación toman cuerpo en ciertas figuras, que la cultura confecciona a medida y exhibe en sus escaparates hasta transformarlas en íconos. En alguna época el monstruo de Frankenstein, tal como lo encarnó Boris Karloff, funcionó así: una criatura hecha de retazos de otros a quienes la sociedad repelía y que simbolizaba partes nuestras que deseábamos negar. En otro momento fue el conde Drácula y su sexualidad desenfrenada: caía la noche y todos entrábamos en zona de peligro, huyendo de su beso. Más tarde fueron las criaturas mutadas por el uso de la energía atómica; y los extraterrestres que tomaban nuestra forma, así como los comunistas que se apoderaban —eso se decía— de nuestras almas; y últimamente los zombies, que son metáfora de una sociedad que nos reduce a la condición de consumidores compulsivos, lanzados en pos de una satisfacción siempre fugaz.



El monstruo du jour sería el payaso. Ahí lo tienen a Pennywise, el clown siniestro que aterroriza a todo un pueblo en It, la peli de Andy Muschietti basada en la novela de Stephen King cuya segunda parte veremos en breve. Ahora, vía un primer trailer, se nos permitió asomarnos a la nueva encarnación del Joker, protagonizada esta vez por Joaquín Phoenix, que llegará en octubre a los cines del mundo.




Podríamos jugar a la ingenuidad y pretender que la frecuencia con que nos cruzamos con payasos malignos responde al azar. Después de todo, la novela It fue publicada en 1986; que se la haya adaptado ahora con semejante éxito debería responder, ante todo, a las idas y vueltas del show business. Y el personaje del Joker data de 1940, pero no ha desaparecido de nuestros radares desde que Jack Nicholson en el ’89 y Heath Ledger en 2008 lo usaron para arrancarle actuaciones inolvidables. (El Joker de Jared Leto en Suicide Squad, en cambio, no logró elevar en 2016 el nivel de la mediocre peli que lo envolvía.) A ellos se les podrían agregar otros personajes que comparten el código de transformar lo que debería ser benévolo —como se supone lo son los payasos— en un ente maligno: desde el juguete que es el muñeco Chucky, pasando por la inquietante niña de Hereditary (2018) y llegando a los dobles perversos de la familia tipo que protagoniza Nosotros (Us, 2019), de Jordan Peele.
Pero ya no somos ingenuos, ni aun queriendo. Hemos visto y padecido demasiado y no estamos en condiciones de permitirnos lujos. Por eso no tardaríamos ni un segundo en vincular a esos payasos terroríficos de la ficción con otros payasos no menos atemorizantes, cuyas andanzas condicionan nuestra vida. Si se nos pidiese que asociásemos a gobernantes de hoy —Donald Trump, Jair Bolsonaro, nuestro Presidente— con una figura del registro ficcional, coincidiríamos en tiempo récord: estos muchachos no nos harían pensar en reyes, ni en héroes, ni en enamorados o en figura romántica o trágica alguna. Ni siquiera podríamos ligarlos a quienes deberían ser sus modelos más próximos, los estadistas de la vida real o de la ficción.


¿Quién imaginaría a Donald La Ballena Blanca dando un discurso encendido a la manera de Enrique V en la previa de Agincourt: “Nosotros que tan pocos somos, nosotros que somos pocos pero felices, nosotros que somos una banda de hermanos”? Uno piensa en Donald y lo visualiza, más bien, quitándose la gorra de beisbol y olvidando que no se ha pegado el arbusto de pelo postizo. ¿Quién imaginaría a Mauricio teniendo un gesto de grandeza, al estilo del San Martín que se eclipsa para que Bolívar lidere Sudamérica hacia su sueño grande? Uno piensa en Macri y lo recuerda, más bien, subiendo a un bondi por la puerta del medio y demostrando que no tiene la más puta idea de cómo funciona el transporte público. Por algo nos reímos a diario de ellos, de sus torpezas, de sus limitaciones, del ridículo que tiñe cada situación en la que irrumpen.
Los tomamos por payasos, ¿qué duda cabe? Y de un trazo particularmente grueso, por cierto. A su lado, tanto Ronald McDonald como Firulete y Piñón Fijo parecen embajadores del decoro.


Son emblemas del escarnio, hasta que recordamos que los elegimos y nos representan y el sarcasmo deja lugar a la vergüenza. Que es el sentimiento adecuado, aun cuando no los hayamos votado nunca: nuestros líderes son el espejo donde se magnifican las pulsiones de una sociedad o, como en este caso, su miopía y escaso apego por la vida bien vivida. Por eso no estaría de más que nos lo cuestionásemos. Partimos del acuerdo de que se trata de gente impresentable, a la que nunca le compraríamos un auto usado. La pregunta sería entonces: ¿qué nos movió, como cuerpo social, a permitir que se depositase la suma del poder público en gente a la que sabemos más proclive al papelón y el capricho infantil que a la rectitud y la administración ponderada?

Vesti la giubba



La figura del payaso es relativamente reciente. En los espectáculos teatrales o callejeros de los albores de la Historia, el alivio cómico estaba a cargo del actor que interpretaba a un personaje tonto de la cabeza (paizein se le decía en Grecia a los que actuaban como niños) o simplemente a un bruto, un campesino. De eso nos reíamos: de las limitaciones del que era ignorante por herencia genética o posición social. Así eran los zanni —tontos rústicos— de la Commedia dell’Arte. En la época isabelina, el concepto se complejiza y se torna más interesante: Shakespeare denomina clowns a los bufones, que ya eran entertainers profesionales y manejaban su aparente estupidez con ironía; se pretendían simples e incapaces y desde ese lugar de impunidad se la mandaban guardar al monarca de turno.


El payaso moderno es circense y data del siglo XIX. Se atribuye a Tomas Belling (1843-1900) la difusión del look que consideramos tradicional: la cara blanca, la nariz roja, las ropas y los zapatos grandes. Es fácil imaginar que esa configuración nació del deseo de ser notado y visto a grandes distancias. Para cuando Leoncavallo escribió la ópera Pagliacci (1892), el isotipo se había ganado ya un lugar en la cultura del mundo y ese monigote sintetizaba lo tragicómico, la capacidad de calzarse en simultáneo las máscaras que siempre habían diferenciado los grandes géneros teatrales: el drama y lo bufo. La tensión que existe entre el verso ¡Ríe, payaso! y el dolor de la melodía sobre la que se enanca subraya la contradicción entre el exterior jovial del clown y las miserias que alberga su corazón. Desde entonces —Pagliacci no recibió grandes críticas pero fue un fenomenal éxito popular— convivimos con ese cliché que habla del hombre que hace reír a las multitudes pero sufre por dentro.


Pero hay un rasgo que se desprende de la historia del payaso que conviene no perder de vista. Se atribuye la génesis del circo moderno a la escuela ecuestre de Philip Astley, creada en 1768, que entre una demostración y otra de la habilidad de sus jinetes y caballos necesitaba entretener al público. Ahí aparecieron los clowns, como figuras secundarias — relleno, diríamos hoy. El maquillaje y la pilcha exagerados eran una forma de decir: Ya sé que yo no debería estar acá, que estás atentx a otra cosa, que viniste en busca de otro estímulo. ¡Pero mirame!
Una de la razones de ser de nuestros payasos Presidentes parte del mismo impulso: son como son porque necesitaban llamar la atención en un contexto que les era hostil, donde estaban imposibilitados de brillar según las mismas reglas que los demás. No eran particularmente locuaces, se sabían sagaces más no inteligentes y carecían de la formación elemental. Trump era más vivillo que empresario y le debía su popularidad a un reality show. Bolsonaro estuvo infinidad de años haciéndose notar en el Parlamento de Brasil por sus bufonadas más que por sus propuestas de ley. Y a Macri lo veíamos como un payaso involuntario —más allá del esfuerzo que implicó intentar comerse un bigote falso— porque lo mirábamos como parecía verlo su propio padre, que no conseguía tomárselo en serio. Como no podían hacerse valer de acuerdo con los códigos del político profesional, sobreactuaron sus diferencias. Trump subrayó su grosería natural, y exageró el grotesco de su aplique capilar —tan artificial como el emplasto de pelo que se le erizaba a Firulete cuando se asustaba— hasta convertirlo en parte de su marca. Bolsonaro empezó a hablar a los gritos y a escapar de la corrección política como de la peste. Y Macri, aunque carente de gracia natural, se envolvió en una utilería tradicional de los payasos: los globos inflados con helio.
Cada uno llama la atención como puede. Pero nuestros payasos Presidentes le sacaron a su acto vodevilesco un jugo extra: además de hacerse notar, les sirvió para diferenciarse de la casta política y capitalizar el descontento popular con la incapacidad de los funcionarios para resolver problemas. Además de no parecerse a los políticos tradicionales, se vendieron a sí mismos como diferentes por decisión, una alternativa a lo largamente probado. El hecho es que —digamos todo— lo eran, lo son: nuestros payasos Presidentes sostuvieron su excepcionalidad una vez que llegaron al trono. El problema es que su diferencia no funciona en nuestro beneficio.
El acto tradicional suponía que éramos nosotros —el público, la sociedad— quienes nos reíamos de su performance. Pero en el caso de los payasos Presidentes, claramente son ellos quienes se ríen de nosotros.

Los Nuevos Chiflados

Le dimos el poder a los payasos y ahora nos aterrorizan. Hunden a las mayorías en la miseria, nos reprimen, celebran la ignorancia y el ruido y empujan al planeta al abismo de una catástrofe. Nuestros destinos, ay, están hoy en manos de los Moe, Larry y Curly de la América contemporánea. En Triste, solitario y final, Osvaldo Soriano hacía reflexionar así a Stan Laurel: la sociedad —decía— no les había perdonado que el humor del Gordo y el Flaco se basase en la destrucción de la propiedad privada. Con Los Tres Chiflados pasaba lo mismo. Cada vez que alguien les encomendaba una responsabilidad, terminaban rompiéndolo todo. Lo cual era gracioso en sus cortos, porque uno tenía claro —aún de niño— que nadie se lastimaba y que todo lo que se rompía era de utilería. Pero Donny, Jair y Mauri son de verdad, y el daño que producen es irreparable.


La pregunta, insisto, es: ¿por qué los empoderamos? ¿Qué razón nos llevó a elegirlos, o por lo menos a tolerar que tanta gente los considerase una opción válida?
La respuesta más frecuentada es aquella que los presenta como el mal menor. Con tal de que no triunfe otra fuerza o candidatx que representa todo lo que se considera pernicioso, votaríamos a cualquiera que no fuese él, ella o ellos. Este supondría el camino del desprecio: una forma de decir, tengo una opinión tan baja respecto de vos, que hasta estos payasos me parecen preferibles.
Pero este sería un camino extremo. Real, por cierto (¿o acaso no conocemos gente que razona así?), pero no tan extendido como para conformar un sector social capaz de dar vuelta una elección. Gente demente y suicida hay en todos lados, pero en general las mayorías son prudentes respecto de su destino. Si querés evitar un barrio turbio en tu camino de regreso a casa, no optás por la alternativa del basural, la villa, el sendero que pasa delante del paredón de fusilamiento o el desarmadero de autos. Y las mayorías sabían que estos payasos no eran sujetos confiables. Todos tenían una vida pública previa a su incursión en la política. Donnie era el hijo bueno para nada de un millonario, un campeón de la vulgaridad, dado a la ostentación y a la propaganda obscena de sus inexistentes méritos. Jair era un militar mediocre, lo cual ya era mucho decir. Y Mauri trabajaba de heredero. Cuando asomaba la cabeza era para meterse en problemas: estafas con cloacas, víctima de secuestro, campeón del muchachismo de dudosas amistades futboleras. Lxs ciudadanxs comunes sabían quién era antes de llegar a presidente de Boca: el blanco ideal a la clase de epítetos que el Coronel Cañones le destinaba a Isidoro — un mequetrefe, un pelafustán, un botarate.


Mucha gente los reconsideró a la hora de votar. Estoy seguro de que nadie cambió del todo su opinión —¿quién podía creer que de la crisálida de esos tarambanas saldría una mariposa sublime?—, pero optaron por ellos a pesar de seguir teniéndolos en baja estima. ¿Y por qué? Porque eran la mejor opción como voto castigo.
Ustedes dirán: ¿castigo a qué, a quiénes? A la vilipendiada política tradicional. Y especialmente al “populismo”, entendido como ideología que nivela para abajo y nos sume a todos en el mismo lodo. La maquinaria de la manipulación que controlan los poderosos cuenta con que el / la ciudadanx común quiera diferenciarse de esa gentuza, que desea vivir de la teta del Estado en lugar de partirse el lomo y perfeccionarse. Y la maquinaria alienta esa ambición, cuidándose bien de decirle la verdad — que ese gentuza tiene más méritos que ellos. Cualquier persona de cualquier otro lugar del mundo: un islandés, un egipcio o un coreano percibirían en cinco minutos, y a pesar de no dominar el idioma, la diferencia entre los referentes del bando populista y nuestros payasos Presidentes. Los líderes del bando populista son articulados, están (in)formados y se insertan en organizaciones eficaces. Los payasos Presidentes y su Corte de los Milagros son limitados a la hora de expresarse, tocan de oído en casi todo y confían más en la manipulación de los medios que en la organización humana. Si pusiésemos a Milagro Sala a discutir con los 46 asistentes a la marcha de apoyo a Stornelli, se los manyaría a todos con fritas en media hora.
Lo que irrita a lxs ciudadanxs que convirtieron a los payasos en Presidentes es que esa gentuza del populismo, contando con las mismas oportunidades que ellos o incluso con (muchas) menos, les han sacado un jugo mayor. Se han convertido en algo que se recorta por encima de la mediocridad general, como decía el slogan de la vieja revista Humor. Eran poligriyos, o al menos gente como uno, y terminaron rescatándose y dejando una marca. Por eso los odian: porque ponen en evidencia que ellos han hecho poco y nada con las oportunidades que la vida les regaló. Y por eso apuestan por los payasos, porque consideran que nadie mejor que ellos para sabotear las aspiraciones de aquella gente que se hizo de abajo de verdad; cuentan con ellos para cortar las alas de estos cabezas que se pavonean por la vida como si fuesen mejores que uno. ¿Quién mejor que un clown de fortuna o de casta selecta —como los militares brasileños— para mofarse de aquellos que osan desmarcarse de su nicho social y cultural?
El problema es que estos payasos mercenarios fueron efectivos a la hora de cascotear a la gentuza, pero después los cascotearon también a ellos. Y con cada día que pasa, la pesadilla que habían querido aventar se torna más real: no sólo no lograron poner distancia entre la gentuza y ellos, sino que además la lluvia de piedras los va conminando a cobijarse bajo el mismo alero donde se amucha la negrada. El despojo perpetrado por los Pennywise a quienes les facilitamos el acceso al trono afecta a todos en grados diversos, pero no ha perdonado a casi ninguno.
Los lunáticos se han hecho cargo del asilo. Y en esta circunstancia, ¿quién se está riendo de quién?

Pogo The Killer Clown

Lo que no tuvieron en cuenta los votantes y fans de Los Nuevos Tres Chiflados es que los payasos proyectaron una sombra inquietante desde el comienzo de su popularidad. La figura del payaso maligno es casi tan vieja como su cara soleada, a través de figuras como el Arlequín, el inglés Mr. Punch o el Gwynplaine de El hombre que ríe de Victor Hugo (1869). Ya en nuestros tiempos, John Wayne Gacy (1942-1994) se hizo popular en su comunidad por interpretar al payaso Pogo en veladas benéficas y fiestas infantiles, hasta que se descubrió que era un asesino serial que violaba, torturaba y mataba a adolescentes. Gacy —más conocido desde entonces como Pogo El Payaso Asesino— sintetizó entonces uno de los miedos más acendrados de nuestro tiempo: la pérdida definitiva de la inocencia, la perversión de todo lo bueno, el horror que se esconde detrás de la sonrisa pintada — la hipocresía asesina que nuestras sociedades tratan de disimular sin demasiada suerte.

El clásico Mr. Punch en versión títere.

Que tanta gente haya apoyado el ascenso de payasos al poder es una forma de asumir —aunque sea inconscientemente— que ella misma tiene un costado oscuro. Del maquillaje para afuera se dicen democráticos, respetuosos de la ley, solidarios. Pero por debajo de la máscara (¡sepulcros blanqueados!) se saben autoritarios, mezquinos y devotos de la impunidad que asiste al (más) poderoso. Votan payasos malignos como Presidentes porque se identifican con su duplicidad, con su mala leche; porque los consideran los únicos que pueden hacerle a la gentuza lo que desea en silencio que le hagan —hacerla tropezar con una zancadilla de sus zapatones, pegarle bifes, echarle ácido a través de la margarita de su solapa— y así provocar las carcajadas que no habían podido permitirse durante los gobiernos populistas. Votan payasos malignos como Presidentes porque un payaso maligno es una contradicción en los términos, alguien que no va a hacer aquello a que la tradición lo conmina —producir placer, ternura— sino causar dolor y muerte. Votan payasos malignos como Presidentes porque encarnan sus propios deseos negros, los más profundos: no aquel de imponerse políticamente, no aquel de apostar de modo racional a otra forma de plasmar la República, sino el de obtener vía libre para hacer daño al que se considera enemigo. Un payaso maligno convertido en Presidente le garantiza a lo que antes se llamaba gente de pro y más tarde gente como uno que sí, que podrá satisfacer su pulsión secreta — que habrá licencia para lastimar y matar.
El problema es que, como coinciden los relatos mitológicos y folklóricos del mundo entero, cuando dejás en libertad ciertas fuerzas perversas después no hay cómo contenerlas. Y esa es la fase que estamos atravesado. Por eso nadie ríe, ya. El hambre y la bronca de la gentuza y la pérdida de status entre la gente de pro —las pequeñas indignidades que sufren cuando ya no pueden pagar algo que antes podían— le dieron a los músculos risorios vacaciones sin límite conocido ni goce de sueldo. Como lo expresa la frase que cierra la ópera de Leoncavallo: La commedia è finita!
Ahora sólo falta que los payasos se enteren. Mientras tanto, seguiremos bailando y chocando entre nosotros al compás del pogo del Payaso Asesino.


EL FMI SE DIVORCIA DE LA REALIDAD Si la demanda de dólares porfía en disparar su precio a la estratósfera, no será el FMI quien se lo impida POR SEBASTIAN SOLER

El directorio del Fondo Monetario Internacional aceptó el viernes 5 la recomendación de su directora gerente, Christine Lagarde, y autorizó transferir a la Argentina otros U$S 10.800 millones de la línea de crédito stand-by que el organismo le concedió a nuestro país en junio del año pasado. Tras completar este giro, cuyos fondos se acreditarán a principios de semana en la cuenta del Ministerio de Hacienda en el Banco Nación, el FMI ya le habrá prestado al gobierno de Mauricio Macri U$S 39.000 millones y el acuerdo contempla dos envíos adicionales de U$S 5.400 millones cada uno antes de las elecciones.
Son casi U$S 50.000 millones de deuda que deberá devolver entre 2021 y 2023 quien ocupe la Casa Rosada a partir de diciembre. A lo cual hay que sumarles intereses y comisiones equivalentes al 4% anual del capital adeudado, una tasa más barata que la disponible en el mercado dada la fragilidad financiera de la Argentina, pero tampoco ningún regalo. En la región, Chile, Perú y Uruguay pueden conseguir financiamiento en dólares a un costo igual o menor y a plazos más largos.
La aprobación del directorio demoró un mes más de lo previsto en el calendario de auditorías y desembolsos del stand-by. Tres razones podrían explicar la tardanza: Lagarde necesitó ese tiempo para doblegar la resistencia de algunos miembros del directorio que no querían liberar el giro sin antes exigirle más ajustes al gobierno, los funcionarios del equipo económico argentino gastaron semanas negociando infructuosamente con los técnicos del FMI que les dejaran vender reservas para contener corridas cambiarias, o los auditores del organismo, que habían redactado un optimista “informe del staff” basándose en las cifras a diciembre de 2018, tuvieron que corregirlo para reflejar el empeoramiento de todos los indicadores relevantes durante el verano. Las pistas entre líneas que podría desentrañar un repaso minucioso de la versión final de ese informe, difundido por la oficina de prensa del Fondo sobre el cierre de esta edición del Cohete, quizás demuestren que se debió a una combinación de los tres factores.
Mientras tanto, una lectura rápida de sus 85 páginas, y la comparación con el informe anterior difundido en diciembre, exponen el divorcio entre las proyecciones del FMI y la realidad que porfía en defraudarlas, el aumento de las tensiones con el gobierno, cuya prioridad es la contienda electoral, y el desinterés de ambos por el impacto de sus políticas sobre el bienestar de la mayoría de los argentinos.
El FMI reconoce en el informe que la inflación de este año ya no será 20%, como pronosticó hace tres meses, pero canjea ridiculez por fantasía al vaticinar ahora que será 30%. Teniendo en cuenta los datos ya conocidos de enero y febrero (6,8%) y el consenso de las consultoras sobre el índice de marzo (bien arriba de 3%), la inflación acumulada en los primeros tres meses del año superará el 10%. Por lo tanto, para que se cumpla el augurio del FMI, el promedio de la inflación mensual entre hoy y fin de año no deberá exceder el 2%. Ni siquiera los habitualmente entusiastas analistas que contestan el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del Banco Central se atrevieron a tanto. En el último REM, que también se publicó la semana pasada, proyectan una inflación de 36% para todo el año, de 3,3% en abril, y de 2% o más por mes hasta septiembre inclusive. Y tampoco parece creérselo del todo el autor del informe del FMI porque en la misma página donde aventura una inflación anual de 30%, que es lo mismo que decir de menos de 20% en los nueve meses que faltan hasta que el año termine, explica que “la inflación está subiendo y es probable que se mantenga en niveles altos durante todo el año”.
El FMI también lamenta que “la recaudación impositiva de los últimos meses ha sido decepcionante… tornando demasiado optimistas las proyecciones de recaudación previas” y el costo de los subsidios a la energía no ha bajado porque la devaluación neutralizó el efecto del aumento de las tarifas, pero lo tranquiliza que estos contratiempos puedan compensarse con una nueva ronda de incrementos tarifarios y mitigarse gracias a que la inflación erosionará los sueldos del sector público y las jubilaciones.
No obstante, el FMI le advierte al gobierno que necesita identificar medidas contingentes adicionales para que no peligre su compromiso de alcanzar el déficit fiscal primario cero este año, y se toma el trabajo de sugerirle algunas: aumentar el IVA diferencial que beneficia a ciertos productos de la canasta básica, reducir más rápido los subsidios de los servicios públicos y combatir la evasión fiscal. Para esto último propone incorporar al acuerdo una condicionalidad específica por la cual el gobierno se comprometería a implementar en diciembre un plan para auditar al 20% de los monotributistas. El informe consigna la reacción previsible del gobierno a esos consejos: “Las autoridades consideran que impulsar medidas tributarias que requieren cambios legislativos no es realista en un año electoral”.
El FMI confirma que el gobierno sólo podrá vender los dólares que le preste en subastas de U$S 60 millones por día organizadas por el Banco Central a partir del 15 de abril, y explica que se eligió esa cifra porque es “lo suficientemente baja como para minimizar su impacto sobre el tipo de cambio”. O dicho al revés: porque es una cifra insuficiente para contener la nueva escalada del dólar que empezó en marzo. Si 60 millones diarios no alcanzan para frenarlo mientras su cotización permanezca dentro de la banda cambiaria, menos alcanzará el tope alternativo de U$S 150 millones diarios que regirá si perfora el techo de la banda (hoy en $51). El gobierno y el mercado tendrán que convencerse de una buena vez, si la demanda de dólares para ahorro y fuga porfía en disparar su precio a la estratósfera, no será el FMI quien se lo impida.
El FMI repite su mantra de que “la deuda pública es sustentable, pero no con un alto grado de probabilidad”, a pesar de que subió hasta representar el 86% del producto bruto en diciembre de 2018, las necesidades de financiamiento en 2019 exceden el 15% del producto, un nivel que el propio FMI considera “de alto riego”, y la proyección de su evolución futura empeoró respecto del informe anterior. Por supuesto, la alternativa sería letal para el gobierno. Si el FMI concediera que la deuda se ha vuelto insustentable, no podría desembolsar más fondos del stand-by hasta que el gobierno la reestructurara o negociara una postergación de sus vencimientos.
El FMI remarca que el gobierno de Macri ha cumplido todas las condiciones que le exigía el acuerdo stand-by corregido en septiembre. Siendo así, su informe debería explicar mejor por qué los resultados son los que están a la vista: inflación de 51%, desocupación de 9,1%, pérdida del poder de compra del salario de 11%, el dólar a $45. O por lo menos admitir que merece revisarse la convicción de Macri de que hay que seguir haciendo exactamente lo mismo, pero más rápido. En cambio, el informe del FMI identifica a las elecciones presidenciales de octubre como la principal amenaza de corto plazo para la recuperación económica y no nos deja más remedio que poner a prueba esa tesis votando por alguien que haga lo contrario.

ÁRBOL DE DECISIONES Hábleme de fracaso POR RICARDO ARONSKIND

“No creo que estemos en un fracaso económico. La Argentina es un fracaso económico”, dijo esta semana Marcos Peña, Jefe de Gabinete de Ministros de la Nación. Peña es un político que ha demostrado habilidades importantes, pero que debió proferir ese exabrupto seguramente en un estado de severa presión emocional, dados los resultados observables y generalizados de la gestión gubernamental. Es una tradición en el discurso macrista echar las culpas a otros, y a pesar del nerviosismo del Jefe de Gabinete, los reflejos políticos característicos no se pierden.
En este caso le tocó a la Argentina, en su totalidad, ser la responsable de su propio fracaso económico. Como un cohete que va quemando etapas, ya se usó la “pesada herencia”, argumento que duró un tiempo considerable. Pero el año pasado hubo que usar el siguiente tramo de excusas: “70 años de peronismo”. Rápidamente perimido por obra del desastre creciente, ahora le toca a la historia Argentina completa. ¿O será que todo empezó con la Ley Sáenz Peña?
Lo cierto es que Peña tiene motivos para estar alterado. La proliferación de datos negativos es abrumadora, tanto en producción, como en consumo e inversión. Salvo las empresas fabricantes de silobolsas, que han incrementado este año su producción en un 20% y esperan un incremento aún superior dada la floreciente demanda del producto, son pocos los sectores que pueden mostrar mejoras. La venta de maquinaria agrícola anotó en 2018 una caída del 35%, mientras el consumo de carne interno bajó, después de décadas –incluso no ocurrió en los fatídicos 2001/2002— a 49 kilos per cápita. Los espantosos números de venta de propiedades y automotores, conjuntamente con el cierre de pequeñas empresas, confirman el impacto de la situación en sectores medios, que se sorprenden por la profundidad de la contracción económica. El gobierno atina, muy débilmente, a echar mano de algún instrumento de la época de la pesada herencia, para remontar la venta de electrodomésticos. Como se puede adivinar rápidamente, es una medida insignificante en relación a la dinámica descendente de la actividad económica.

Por suerte llega la plata del Fondo

El gobierno cuenta los días para la llegada de fondos en dólares cuyo principal objetivo, a esta altura de las cosas, es fundamentalmente reforzar la capacidad gubernamental para serenar a los diferentes actores del mercado cambiario y bancario para ahorrarle a Cambiemos otro salto en el valor del dólar, que sería demoledor para las perspectivas electorales oficiales y radicalizador de las emociones sociales.
Los 10.870 millones de dólares del FMI que llegarán en los próximos días permitirán dar más credibilidad a la postura oficial de que “está todo bajo control” por un tiempo indeterminado. Perdido completamente el rumbo, es el FMI el que hoy fija los lineamientos de las políticas económicas futuras: el año próximo, si surge otro gobierno neoliberal, las metas serán la reforma previsional y la reforma laboral. Es interesante observar cómo se vuelve a insistir en un tipo de reforma previsional –con características parecidas a la que fracasó en nuestro país y está fracasando en Chile—, cuya único resultado claro es transferirle una masa de rentas garantizadas a los bancos y a otros actores financieros. Lo mismo ocurre con la reforma laboral. La excusa es crear una dinámica favorable al incremento del empleo, pero se sabe que lo único que promueve que las empresas tomen más personal es que quieran expandirse y producir más, estimuladas por un clima expansivo de sus mercados.
Facilitar despidos y promover contratos basura tiene como única función disciplinar la fuerza laboral y favorecer un cambio en las relaciones de fuerza a favor de las patronales. En síntesis: el programa de “reformas estructurales” que el FMI le indica como meta pos-electoral al macrismo no sólo no constituye ninguna novedad –ya lo vimos en los ’90—, sino que consiste simplemente en aumentar la rentabilidad de financistas y grandes empresas, sin ningún impacto mensurable en materia de crecimiento y empleo.

¿Metafísica de la argentinidad o intereses en juego?

El increíblemente incierto horizonte del país en los próximos meses no puede ser atribuido a esencias argentinas inmutables, sino al escenario que ha construido este gobierno durante 3 años y medio de pésima gestión.
El endeudamiento acelerado e irresponsable de los dos primeros años provocó la crisis cambiaria del año pasado, y la cuasi caída en default, que fue evitada merced a un mega-endeudamiento con el FMI. Pero el acuerdo con el FMI está generando durísimas condiciones para la actividad productiva –la única que realmente podría sacarnos a flote—, al tiempo que crea condiciones paradisíacas para los fondos especulativos externos y los bancos locales.
Este escenario, de extrema volatilidad, está completamente expuesto a los movimientos que la oferta y demanda de dólares registren en los próximos meses. Y en el peculiar caso argentino, ambas magnitudes, oferta y demanda de dólares, están estrechamente vinculadas. Cuanto más oferta de dólares (porque hay abundante producción exportable, los productores la venden y los exportadores traen las divisas), menor demanda (ya que desde los grandes especuladores hasta los ahorristas de todos los tamaños no se observa riesgo de un cimbronazo cambiario, y por lo tanto, se dirigen hacia colocaciones en otros activos financieros). Y viceversa: cuanta menor oferta de dólares se observa, más crece la demanda.
Este punto es muy importante, y todos los actores conocen el juego. Por eso es de vital importancia para la suerte del gobierno, en un estadío cambiario tan delicado, ver qué ocurrirá con la oferta de dólares. Sus posibilidades en ese sentido ya fueron usadas: cerrado el crédito privado internacional, apeló a todos los fondos que el FMI estaba dispuesto a suministrar, y ya los está poniendo en las reservas. Pero no alcanzan para crear un clima de estabilidad cambiaria.
Falta el aporte privado a la oferta de dólares, y allí vale la pena comprender las lógicas de los actores que incidirán en ese juego.

La política de los negocios

Empecemos por los productores agropecuarios. Los representantes del sector se han mostrado como aliados estrechos del gobierno, pero recientemente han manifestado un fuerte malestar con la reimposición de las retenciones –el gobierno pudo hacerlo porque los ruralistas respetan al FMI mucho más que a un gobierno nacional— pero también con el altísimo costo del crédito y de los insumos, muchos de los cuales están dolarizados.
En la reciente muestra de Expoagro se pudieron conocer datos del sector agropecuario y opiniones de productores en relación a cómo manejarán en los próximos meses su negocio.
Una de las estimaciones es que la cosecha de este año será muy buena, arribando a los 140 millones de toneladas. Sin embargo, se calcula que el sector agrario utilizará cerca de 300.000 silo bolsas, lo que lo dotará con capacidad para guardar una 80 millones de toneladas. O sea, estaría en condiciones de almacenar el 57% de lo producido, para irlo vendiendo de acuerdo a lo que más convenga al sector o a los productores individuales. ¿Tendría esta demora en la venta de granos y oleaginosas un sentido político? No en primera instancia. Las razones microeconómicas por las cuales los productores se abstendrían de vender próximamente sus productos tienen que ver, por ejemplo, por la carencia de financiamiento bancario a tasas razonables –subproducto de la delirante política “antiinflacionaria” del Banco Central—, lo que los haría administrar sus tenencias de grano de la forma más lucrativa posible. En esa ecuación, la expectativa sobre el valor –ascendente— del dólar es fundamental. Por supuesto la incertidumbre generalizada los vuelve aún más prudentes a la hora de deshacerse de sus granos, ya que el único activo que les puede ayudar a resguardar el valor de lo producido es el dólar. La fuerte inflación provocada por la política oficial no favorece que los productores puedan pensar en el peso como moneda en la cual colocar transitoriamente parte de sus ganancias. Los granos en los silobolsas serán también el autofinanciamiento con que contarán para la próxima campaña, dada la sequía monetaria provocada por el gobierno. Además la retención de granos les permitirá a los productores evitar ser timados por los exportadores, que en anteriores ocasiones se embolsaron las gigantescas diferencias cambiarias provocadas por las devaluaciones. La incertidumbre del sector se proyecta hacia el futuro: la soja vendida a futuro a esta altura del año representa sólo el 33% de lo que se había vendido en fecha similar, en 2018.
El otro gran jugador en la oferta de dólares agrícolas son las empresas exportadoras. Es un grupo muy reducido que controla una masa muy grande de fondos provenientes de las ventas agrícolas externas. Para pensar el árbol de decisiones que enfrentan las empresas exportadoras, vale recordar la experiencia traumática por la cual atravesó el recientemente recordado Raúl Alfonsín.
Para explicar qué pasó con la corrida cambiaria de 1989, existen dos interpretaciones fuertes. Una lectura de raíz política señala que se debió a una suerte de entendimiento de poderosos actores económicos dispuestos tanto a deshacerse del gobierno de Raúl Alfonsín, como a lanzarle una fulminante advertencia al candidato peronista, Carlos Menem, sobre quiénes tenían la sartén por el mango en el país. Mostrarles a los políticos quiénes estaban en condiciones de estrangular y caotizar la economía, a menos que se respetaran sus demandas sectoriales.
Si eso fue así, se trató de una jugada magistral, porque nadie en el sistema político se atrevió a denunciar públicamente lo que estaba pasando. Si esos fueron los objetivos, la maniobra fue sumamente efectiva –porque vía salto cambiario se indujo la hiperinflación, la pauperización acelerada de buena parte de la población y los saqueos—, y los políticos terminaron cediendo completamente ante los exportadores. Además la maniobra desestabilizadora no se incorporó como tal a la memoria colectiva de l@s argentin@s, ni se volvió a señalar lo ocurrido como una amenaza a la democracia, que debía ser neutralizada.
La otra lectura proviene del campo de la economía convencional, donde no existe el factor “poder”. Esa visión parte de la base que en la economía actúan agentes económicos racionales, cuyo objetivo es maximizar sus ganancias en el corto plazo. Todas las acciones de los actores económicos responden a ese objetivo y no están influidas por cuestiones subjetivas, como las pasiones, la política o la lucha por el poder. Esto vale para todos los que operan en la economía, independientemente de su tamaño, e incluye, lógicamente, a las empresas exportadoras.
Según esta visión, que también fue usada para explicar lo ocurrido en 1989, el exportador se enfrenta a la siguiente disyuntiva: ¿vendo mis dólares hoy, con el tipo de cambio actual, o los vendo la semana próxima, en la que el tipo de cambio podría estar más alto? Se podría decir que la decisión es perfectamente racional, alineada con la idea de maximizar los beneficios, y que no tiene ninguna carga valorativa. Casi un autómata podría tener ese mismo árbol de decisiones.
El problema se complica extraordinariamente si introducimos un elemento de la realidad local: yo –junto con mis colegas del sector— tengo tanto peso en el mercado del dólar, que si no vendemos hoy, el dólar probablemente subirá, y por consiguiente la semana próxima lo podré vender a mayor precio. Y si estoy en condiciones de incidir decisivamente en el precio del dólar, o sea en el tamaño de mis propias ganancias, ¿por qué habría de abstenerme? ¿Habrá algún otro activo que me disuada de promover un salto del precio del activo que yo poseo, el dólar?
Como se puede observar, dado el entorno de fragilidad creado por el gobierno, que agotó la cantidad de dólares que puede introducir en el juego, la situación queda librada al comportamiento de actores privados que manejan lógicas de negocios que no coinciden con las necesidades políticas del gobierno.

Paradojas del mundo macrista

No hace falta ser un sociólogo del mundo agrario para saber que buena parte de quienes juegan de un lado y del otro en el mercado de cambios han votado al macrismo y depositado sus esperanzas en la transformación política y cultural que prometía. Los más grandes compradores de dólares, los que tienen mayor capacidad de ofertar la divisa, o de no venderla, son abrumadoramente partidarios de este gobierno. Este es su gobierno, pero ¡ojo!, también ésta es su plata. En síntesis: todos los actores del drama del dólar pertenecen al mundo macrista.
¿Qué harán? ¿Actuar como agentes económicos maximizadores de beneficios, y por lo tanto aprovecharán la gimnasia acopiadora aprendida, o la gran concentración de capacidad exportadora en pocas empresas, para retraer la oferta de dólares hasta que alcance un valor “satisfactorio” para el sector?  ¿O acompañarán políticamente la “gesta” de cambio del macrismo, abteniéndose de usar la oportunidad –servida en bandeja— de promover un salto cambiario en nombre de la gobernabilidad y continuidad de la derecha de negocios en Argentina.
¿Macrismo básico versus macrismo reflexivo? En todo caso, conflictos en el interior de un sector social plenamente protagonista de este nuevo fracaso económico, que muestra nuevamente su falta de una concepción económica viable y aceptable para el conjunto de la sociedad argentina.
¿Cómo se resolverá el dilema al borde del abismo? Las próximas semanas lo irán aclarando. Pero al menos ya sabemos cuál será el consenso discursivo: “digamos que fue el populismo”.

INFLACIÓN, DÓLAR Y GEOPOLÍTICA En el marco de una inminente corrida cambiaria la inflación ocupa un lugar central en la escena política

En el marco de una inminente corrida cambiaria, la inflación ha pasado a ocupar un lugar central en la escena política. Banalizada y desestimada por Macri a lo largo de su gobierno, la inflación asoma hoy su cabeza de Medusa e infunde pánico en un gobierno que hace agua por todos lados.
La investigación del juez Alejo Ramos Padilla sobre el caso D’’Alessio se ha extendido en profundidad y salpica directamente a las más altas autoridades del gobierno. A pesar de los múltiples intentos del gobierno por bloquear la investigación, las evidencias recogidas han logrado la proeza de abrir una ventana por la que emergen las operaciones fuera de la ley de una mafia enquistada en las instituciones y en los medios concentrados. En este contexto de gravedad institucional inédito desde la caída del Terrorismo de Estado, la lucha por las candidaturas amenaza con provocar una ruptura de la alianza Cambiemos. Mientras tanto, Macri se aferra al poder y disimula la gravedad del momento con invocaciones mesiánicas “a empujar el carro y no llorarla”, porque “estamos en camino de derrotar a la inflación”. Sin embargo, pareciera que el barco se hunde. Sus tripulantes lo saben e intentan comerse los unos a los otros.
El jueves 28 de marzo el BCRA anunció medidas drásticas para contener una incipiente corrida cambiaria. Autorizo a los bancos a colocar hasta el 100% de sus depósitos en la compra de LELIQs, instrumento financiero que solo pueden poseer los bancos y cuyas tasas de interés bordean hoy el 68%. El gobierno intento así inducir a los bancos a disminuir la brecha existente entre esta tasa y la que ellos pagan por los depósitos a plazos fijos y otras colocaciones financieras. En los últimos tiempos las tasas de los plazos fijos en pesos perdieron contra la inflación, creando el caldo de cultivo para que los depositantes busquen refugio en el dólar.
Esta nueva medida logro contener por cuatro días al dólar. El viernes levitaba nuevamente alcanzando $44,58 . La política hacia las LELIQs dejaba trascender el enorme poder adquirido por los bancos conjuntamente con la vulnerabilidad de la política monetaria. Las LELIQs, si bien en manos de los bancos, están atadas a los depósitos a plazo fijo. Son colocaciones a siete días, a las tasas de interés más elevadas del mundo. En tan solo seis meses su stock se multiplico por 2,5 y ya han generado 210.000 millones de pesos de intereses, una masa pasible de ser dolarizada, que se acumula sin parar. Se estima que con esta nueva medida la ganancia de los bancos ascenderá a los 3.000 millones de dólares. Sin embargo, si por alguna razón los inversores deciden retirar masivamente sus depósitos a plazo fijo para comprar dólares, la imposibilidad del gobierno de restituir esos fondos a los bancos derivará en una nueva versión del plan Bonex de tres décadas atrás.
Esto ocurre en un contexto caracterizado por las crecientes demandas de diversos sectores empresarios. Estos apoyaron desde un inicio a este gobierno. Hoy se encrespan ante una política que asegura enormes ganancias financieras a costa de destruir el aparato productivo. Contrariando al optimismo oficial, el presidente de la UIA alerta sobre “una recesión que no viene de afuera sino de decisiones locales”. El vicepresidente de la UIA — representante de COPAL, entidad que nuclea a los empresarios de la industria de alimentos— es más explícito: advierte que “estamos ante una devaluación del 100%, y una inflación cercana al 50%”. Es decir, todavía queda margen para que los precios sigan subiendo. Pide entonces “un acuerdo de precios dentro de una lógica de mercado”, pues “el intervencionismo de un congelamiento de precios… conduce inexorablemente al desabastecimiento”. (Ámbito.com 22, 3. 2019.)
Así, un representante de las grandes corporaciones que lideran la remarcación de precios exige un acuerdo con la lógica de mercado, un mercado que en este caso es monopólico. Esto es preferible al desabastecimiento, mecanismo históricamente utilizado para desmadrar precios e imponer demandas especificas a los gobiernos de turno. Bajo el acuerdo de precios pedido, subyace la exigencia de mayor poder de decisión sobre las políticas que afectan al sector.
Como en otras épocas, los dirigentes industriales se preocupan ahora por lo que hará “el campo” con los dólares de la cosecha. Confían en que “liquidarán lo indispensable. Van a vender, lo que no sé es qué harán con el excedente. Si compran máquinas, autos o se guardan el grano en los silobosas. Todo esta muy complicado”. (La Nación.com 14, 3, 2019). Tienen razón en preocuparse. Desde la antigua Mesa de Enlace, apoyo fundamental a Macri en el 2015, le recuerdan al gobierno que “si no cambian, esto va a reventar y va a ser un desastre (Llambías, Confederaciones Rurales)… Hay mucha decepción… Hay un tufillo, un malestar (Buzzi, Federación Agraria) …Nosotros hemos hecho mucho para que Macri llegara al gobierno …pero a veces pareciera que nos toman para la joda” (Biolcati, Sociedad Rural) (pagina12.com, 23, 3, 2019). Y como corolario advierten que guardarán lo que puedan pues necesitan cubrirse de la inflación y de una posible devaluación. Mientras tanto, los sojeros han liquidado 11,4% menos de lo vendido el año pasado por esta época y guardan silencio sobre futuras liquidaciones de divisas a la espera de lo que ocurra con el dólar.
En este contexto empresario, se desencadena un conflicto abierto entre el gobierno y Paolo Rocca, presidente del grupo Techint e imputado en la causa de los gloriosos cuadernos de la corrupción empresaria. En febrero la empresa Tecpetrol del grupo Techint presentó una demanda ante el gobierno por la falta de pago de la totalidad de los subsidios que supuestamente le correspondían por su producción en Vaca Muerta.
En su respuesta, el gobierno acuso a la empresa de reclamar 1.446 millones de dólares en concepto de subsidios por un volumen de producción que prácticamente duplica al “informado y aprobado por la resolución R46/17”. Considera que la demanda de la empresa es “irracional” y un “abuso de derecho” al representar una tasa de retorno del 37.9%. Para Tecpetrol, en cambio, la resolución 46/17 no prevé limites a la producción que tiene derecho al subsidio y lo actuado posteriormente por la Secretaria de Energía a cargo de Igualcel habría confirmado el derecho de la empresa a recibir los subsidios por el total de la producción. Considera que la actual negativa oficial constituye un “abuso del derecho a la propiedad privada” y comunica que demandará al gobierno de Macri ante tribunales nacionales e internacionales. Paralelamente, el presidente de Tecpetrol identificaba al FMI como el responsable de las restricciones impuestas al otorgamiento de los subsidios (lanacion.com 29, 3, 2019 )
Así, este enfrentamiento entre Macri y Rocca —dos históricos representantes de la patria contratista— en torno a la apropiación de los jugosos subsidios a la producción de gas no convencional sintetiza la esencia del momento actual: la imposición por parte del FMI de nuevas reglas del juego sobre la economía argentina y sus empresarios con el fin de consolidar el dominio norteamericano en la región. Este mismo objetivo trasciende de la saga de los gloriosos cuadernos de la corrupción empresaria. Una opereta pergeñada por dos asiduos visitantes de la embajada norteamericana: un juez y un fiscal salpicados hasta el hueso por la causa D’Alessio.
El proyecto oficial de reforma de la Carta Orgánica del Banco Central enviado por estos días al Congreso a pedido del FMI, reitera subrepticiamente la estrategia de búsqueda de control de la política económica por parte de este organismo internacional. Según los cambios sugeridos, ya no será necesario ser argentino nativo o por naturalización para ser parte de las autoridades del BCRA y, en desmedro del Directorio de esta entidad, la fijación de la política monetaria estará a cargo de un Comité Externo, que no requiere el acuerdo del Senado.
Así, al influjo de la gestión del FMI la injerencia de este organismo en la política del país se incrementa y el dólar y los recursos energéticos no renovables adquieren cada vez más importancia en la política local. Esto nos lleva a analizar los cambios económicos y geopolíticos que dominan a la actual coyuntura internacional para en un futuro enfocar desde ese ángulo la conformación de alianzas locales e internacionales que puedan facilitar una salida a la estrategia del FMI de ajuste permanente y endeudamiento ilimitado.

Estrategia geopolítica de Estados Unidos: dólar y petróleo barato.

La coyuntura económica internacional se caracteriza por la expansión mundial del capitalismo global monopólico y por la consiguiente interpenetración del proceso de producción y de las finanzas mundiales a niveles inéditos en la historia de la humanidad. Dos de las consecuencias más salientes de estos procesos han sido la hegemonía del dólar como moneda de reserva internacional y la creciente falta de liquidez en dólares para responder a una crisis financiera detonada en cualquier parte del mundo.
Estos fenómenos, sumados al endeudamiento en dólares, subyacen a la estrategia geopolítica de los Estados Unidos en los últimos años. En lo que sigue abordamos un análisis de esta estrategia en relación al petróleo. En el futuro analizaremos el impacto de la misma sobre la coyuntura económica internacional y los principales conflictos mundiales.

Depredación del petróleo

Desde el descubrimiento del petróleo, su precio ha sido político. Los principales países industrializados han tratado de controlar las reservas mundiales de este recurso no renovable asegurándose así un petróleo barato, indispensable para ampliar la acumulación del capital. Petróleo y guerra de ocupación han sido las dos caras de una misma moneda. A esto se ha sumado la brutal depredación de este recurso de importancia estratégica, fenómeno que ha precipitado el inicio de su agotamiento. Hoy el 81% de las fuentes de abastecimiento de petróleo liquido ha disminuido su potencial productivo (HSBC resources and energy september 2016) y el mundo ha entrado en la fase de extinción de este recurso no renovable (peak oil).
Hoy se sabe que la cantidad de energía que se extrae del petróleo es menor que la cantidad de energía insumida en extraerla. Se estima que este valor neto (EROI energy return on investment) es la mitad de lo que era hace quince años. El valor neto de la energía extraída de otros recursos no renovables (gas y petróleo no convencional, uranio) es todavía mas bajo que el de la energía convencional. Esta última constituye la mayor parte de la energía que hoy consumimos y no puede ser totalmente sustituida por energías renovables en un lapso razonable. Esta situación, es minimizada o negada por la dirigencia política norteamericana. Sin embargo, la guerra, la ocupación militar y los intentos de cambio de régimen (regime change) continúan asolando a las regiones con mayores reservas de hidrocarburos.

Control del flujo del petróleo y de sus precios

Luego de que los Estados Unidos suspendieran la convertibilidad del dólar al oro a principios de los ’70, la articulación de un pacto secreto con Arabia Saudita hizo posible que todas las transacciones del petróleo y sus derivados se hiciesen en dólares. A cambio de ello, Estados Unidos garantizó la protección militar al reino saudita ante cualquier intento de golpe interno o invasión extranjera. Al poco tiempo, todos los países de la OPEC adhirieron a este acuerdo, cuyo resultado fue otorgar a los Estados Unidos un dólar barato, impreso a voluntad del Estado norteamericano y sin límite alguno. Esto derivó en la acumulación de tenencias de dólares y letras del Tesoro norteamericano en las reservas de los bancos centrales del mundo y un crecimiento exponencial del déficit fiscal y de la deuda norteamericana. La amenaza de la monarquía saudita de vender su petróleo en otra divisa que el dólar, como represalia por un proyecto de ley antimonopólica de Trump, suma incertidumbre a un cuadro  ya movedizo, porque podría desestabilizar uno de los pilares de la gobernabilidad global del último medio siglo.
Durante décadas, distintos países han tratado de mitigar su dependencia del dólar con acuerdos bilaterales y transacciones en su propia moneda. Asimismo, la creación del euro por la Comunidad Económica Europea constituyo un hito en la búsqueda de otra moneda de reserva internacional. Sin embargo, los desafíos a la hegemonía del dólar sólo se transformaron en una amenaza concreta a partir de 2008, luego de que la crisis de las finanzas internacionales desnudara la falta de liquidez mundial en dólares frente a un enorme endeudamiento global en la misma moneda. Asimismo, la progresiva militarización de la política financiera norteamericana ocurrida después de 2008 y más recientemente luego del acceso de Trump a la presidencia de los Estados Unidos, contribuyeron a erosionar la hegemonía del dólar.
La estrategia de Trump en relación al petróleo tuvo como norte asegurar el control de los Estados Unidos sobre el flujo de este recurso y sobre sus precios. Entre otros objetivos, esta política buscó:
– impulsar el crecimiento letárgico de la economía norteamericana facilitándole petróleo barato;
– penetrar el mercado de gas y petróleo europeo y bloquear el avance de las exportaciones de petróleo y gas rusos;
– neutralizar el poder de determinación de los precios del petróleo por parte de los países nucleados en la OPEC;
– destruir, a través del control de los precios del petróleo, el poder económico de Rusia e Irán, dos de los principales exportadores de petróleo. La ubicación geográfica e importancia económica de estos países hacen que sean estratégicos para concretar el objetivo chino de integración del mercado Euroasiático constituido por cerca del 42% de la población mundial;
– obstaculizar el desarrollo económico chino manipulando los precios del petróleo. China es el mayor importador mundial de petróleo, gran parte del cual proviene de Estados Unidos y es pagado en dólares.
La estrategia norteamericana en relación al petróleo tuvo por base el vertiginoso desarrollo de la producción de gas y petróleo no convencional en los Estados Unidos. A su vez, este fenómeno fue impulsado por la política de facilitación monetaria (QE) y tasas de interés cercanas a cero, activada por la Reserva Federal para capear la crisis financiera de 2008. El rápido y masivo desarrollo de la producción de energía no convencional llevó a los Estados Unidos en poco tiempo a ocupar el primer lugar del mundo como exportador de petróleo. Al mismo tiempo, dio origen a un enorme endeudamiento de las empresas de este sector. Estas hoy integran uno de los eslabones mas débiles del endeudamiento norteamericano, amenazado de implosión ante un posible aumento de las tasas de interés. Al mismo tiempo que sus finanzas están seriamente deterioradas, las empresas involucradas en la explotación de gas y petróleo no convencional enfrentan ahora otro problema: la considerable caída de la productividad de los yacimientos explotados.

Amenazas al dólar en la comercialización del petróleo

La militarización de las finanzas norteamericanas desde 2008 llevo a Rusia y a China a acumular reservas de oro. Hoy China es el mayor productor mundial de oro y Rusia le sigue en segundo termino. A esto se suman las compras masivas de oro físico realizadas por estos dos países en los últimos tiempos. La acumulación de oro físico es el primer paso para el desarrollo de una moneda, que respaldada en oro, pueda servir de alternativa al dólar. El lanzamiento de contratos de petróleo a futuro, negociados en Shanghai y en yuanes respaldados por oro constituye la alternativa mas avanzada del momento actual, que, aunque de uso aun limitado, constituye una verdadera amenaza al dominio del dólar en las transacciones internacionales de petróleo. No es sin embargo, la única alternativa. Actualmente florecen otros intentos en diversas partes del globo, incluida la propia Europa. Esto amenaza con erosionar la hegemonía mundial del dólar.



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“No puede haber política sanitaria sin política social.” Dr. Ramón Carrillo. 7 de abril - Día Mundial de la Salud

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Quiénes son los dueños y magnates de los principales conglomerados mediáticos en la Argentina. La secuencia que convirtió al Grupo Clarín en el mayor gigante. Informe especial de Tiempo Argentino y Reporteros Sin Fronteras.
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