Desde su llegada a la Casa Rosada en 2003 el kirchnerismo enarboló como bandera central el objetivo de mejorar la distribución del ingreso para beneficiar a los sectores populares que habían sido los más afectados luego de la debacle de 2001.
La lista de medidas, a esta altura verdaderas políticas de Estado, es muy amplia, pero tiene como hitos centrales a la Asignación Universal por Hijo, la movilidad jubilatoria y la incorporación de más de 2 millones de jubilados al sistema, el programa Conectar Igualdad y ahora el Progresar, anunciado esta semana por la presidenta Cristina Fernández y pensado como un impulso para que los jóvenes de bajos ingresos puedan completar sus estudios.
Es una lista incompleta pero refleja claramente eso objetivo de terciar en la puja distributiva que está en la raíz del capitalismo. En ese camino se incrementó la inversión pública, la intervención del Estado en la economía y la presión tributaria.
Pero como un perro empecinado en morderse la cola, cada vez que la participación de los trabajadores en el reparto de la torta nacional se acerca a niveles igualitarios, los sectores concentrados de poder buscan por todos los medios evitar esa transferencia de recursos. Tal vez el punto de quiebre en esa disputa para el proceso político actual pueda encontrarse en algún punto de 2007, cuando Néstor Kirchner anunció que la Argentina había salido del infierno para iniciar un largo peregrinaje por el purgatorio.
En estos siete años, la disputa incluyó aciertos y varios errores del gobierno nacional en el manejo de la política económica y una aceleración de las presiones de los sectores dominantes para evitar ceder esas posiciones de privilegio en el reparto de la torta.
Los mecanismos clásicos para corporizar esas presiones son dos: la inflación y la devaluación; ambos impactan sobre el poder adquisitivo de los ingresos de los asalariados.
En las postrimerías de la elección presidencial de 2011 estaba ya claro para todos los analistas el escenario de retraso cambiario. El dólar estaba barato. A eso se sumaban la notable erosión de los otros dos pilares del modelo kirchnerista, el superávit fiscal se evaporó para intentar conjurar el impacto local de la crisis financiera internacional y el superávit comercial se vio claramente resentido por la cuenta de la importación de energía.
La disyuntiva de entonces era transparentar las variables, esto es devaluar y reducir la cuenta de importaciones energética por la vía de la eliminación de los subsidios a los sectores medios. La alternativa que se planteó fue restringir la compra de dólares para ahorro y buscar cerrar todas las hendijas por las que el billete se le escurría a las reservas del Banco Central para poder seguir financiando las compras externas y atender los compromisos internacionales de deuda.
Esa política se hizo insostenible esta semana. El Banco Central había acelerado significativamente desde el recambio del equipo económico la devaluación del dólar, pero el jueves tuvo que abandonar la pelea por el riesgo ya indiscutible de la pérdida de reservas y optó por retirarse del mercado para que la oferta y la demanda fijaran el nuevo valor del dólar.
Sólo volvió a intervenir cuando detectó maniobras especulativas que intentaban impulsar una escalada de la cotización del dólar que excedía la racionalidad de búsqueda del nuevo tipo de cambio de equilibrio. El kirchnerismo aplicó así una decisión de política económica de la que reniega por su impacto recesivo y cuyas consecuencias aun no están del todo claras.
Sopesar cuáles habrían sido los costos si esta devaluación se hubiera producido, en una menor dimensión allá por 2011, es hacer historia contra fáctica. En cambio, el presente plantea una encrucijada medular para el oficialismo: cómo sostener la bandera redistributiva en un escenario de extrema complejidad.
Aldo Ferrer, el padre intelectual de "Vivir con lo nuestro" e insospechado de una mirada ortodoxa de la economía aseguró esta semana en una entrevista con Tiempo Argentino que si la devaluación "se da en el marco de una política prudente, fiscal y monetaria, puede estabilizarse una nueva paridad con una modificación de precios relativos a favor de la producción argentina, mejorar el empleo, dar lugar a una mejora de las expectativas y a la baja de la inflación, y a la posibilidad de aliviar los controles e incluso favorecer el reingreso de dólares."
En otras palabras, el gran desafío por delante es cómo evitar que el salto en la cotización del dólar se traslade a los precios y dispare un natural recalentamiento en las paritarias que ya venían empujadas por la escalada inflacionaria de los últimos meses y toda esa presión vuelva a retroalimentar la tendencia a la devaluación que lleve al país a una espiral incontrolable.
El ministro de Economía, Axel Kicillof, intentó una respuesta a ese planteo. Sostuvo que hasta ayer nomás los economistas críticos advertían que el dólar oficial tenía un valor ficticio y que todos los precios de la economía se ajustaban por el paralelo. Ergo, si subía el oficial pero se achicaba la brecha con el dólar ilegal o este incluso tendía a desaparecer por la eliminación a las restricciones a la compra de billetes para atesorar, no tendría que tener impacto en los precios.
La historia de la economía argentina antes parece predecir que los precios ya se ajustaron por la aparición del blue y lo harán ahora nuevamente por la devaluación de esta semana. La suspensión en las primeras horas del viernes de las ventas en corralones de materiales, casas de electrodomésticos y agencias de turismo es apenas una muestra de ello. El gobierno alertó que tiene a mano la apertura de las importaciones como mecanismo para contener aquella suba. El 40% de la economía argentina está vinculada al comercio exterior y los precios internacionales, ya sea por la vía de la importación o de la exportación. También es cierto que no hay productos de consumo masivo cuyo costo esté determinado exclusivamente por el valor del dólar y que amerite el traslado del 100% de la devaluación.
La nueva paridad cambiaria implica una mejora significativa para la rentabilidad de los exportadores y de las economías regionales. Así lo entendieron los gobernadores que mayoritariamente respaldaron la movida devaluatoria. Ello podría liberar la liquidación de divisas de los productores agropecuarios que retenían la soja a la espera de una mejora en el tipo de cambio. Sin embargo, es allí donde entran a tallar las dudas sobre la capacidad del Banco Central para contener el dólar en torno a los ocho pesos, valor que la mayoría de los analistas considera como ajustado para el tipo de cambio.
Si el mercado sigue pujando con éxito, los productores mantendrán las expectativas devaluatorias y demorarán aun más las ventas, acentuando la carencia de billetes. De lo contrario, podrían ingresar entre cuatro y 6000 millones de dólares que el gobierno hoy calcula están en manos de productores y cerealeras ya sea por acopio de producto o financiamiento interno que antes tomaban en el exterior.
El Central dio el viernes otro paso en un intento por dar señales a futuro. Impulsó una importante suba en la tasa de interés, otra medida que también contiene una raíz contraria a los postulados que siempre sostuvo el kirchnerismo, con el objetivo de retirar el excedente de pesos del mercado para evitar que se transformen en demanda de dólares y acentúen la devaluación.
Todos los analistas coinciden en que la partida se jugará en los próximos tres meses, período que coincide además con la apertura de la discusión en paritarias.
La reacción opositora frente a las tensas jornadas del cierre de la semana sirvieron además para comprender quiénes dan la talla y quienes están para actores de reparto. En apenas horas, el economista estrella del PRO, Federico Sturzenegger celebró el reacomodamiento cambiario y luego salió a criticar al gobierno tras haber sufrido la recriminación del jefe de gobierno, Mauricio Macri.
Algunos medios volvieron a reflejar comentarios de Domingo Cavallo que reclamó la total liberalización del mercado cambiario para que sea el mercado el que determine cuánto deben valer las cosas en la Argentina. Hubo voces más prudentes que jugaron el juego de la política. Salieron a criticar aquello que reclamaron en la campaña electoral que se cerró hace apenas unos meses.
En cualquier caso, el desafío del gobierno pasa por hacer honor a aquellas banderas de la redistribución del ingreso que le granjearon el respaldo popular y un piso electoral para nada desdeñable, y que fueron ratificadas en el anuncio del plan Progresar.
Allí debe estar puesta la mira. El kirchnerismo ya conoce el camino que incluye tipo de cambio competitivo, superávit fiscal y superávit comercial. Habrá que volver a las fuentes. -<dl
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