Por Raúl Argemí. Periodista
internacional@miradasalsur.com
El narco mexicano: la cultura de la violencia.
Hace pocas horas hizo su presentación pública en Chilac, estado de Puebla, el Frente Común de Resistencia Civil Pacífica (Fcrcp), creado a imagen y semejanza de los grupos de autodefensa que en Michoacán enfrentan el poder de los narcotraficantes y cuestionan la capacidad del gobierno de México para dar paz y seguridad a sus ciudadanos.
El portavoz de Fcrcp, Francisco Alfaro Rodríguez, señaló que el nuevo frente tendrá el asesoramiento de sus similares en Michoacán, donde incluso viajarán algunos de sus integrantes para capacitarse, lo mismo que al estado de Chiapas. Por otro lado Alfaro Rodríguez apuntó que para cubrir los gastos de sus acciones contarán con el apoyo de mexicanos que viven en Estados Unidos, a los que se sumarían los residentes en Corea del Sur y Francia.
La necesidad de formar esta fuerza nace, dijo su portavoz, de que tienen en su poder pruebas y testimonios de ciudadanos que señalan claramente que los mismos policías municipales son los delincuentes, por lo cual “prefieren cuidarse entre ellos, porque ya son muchos los robos y hasta asesinatos”.
Hasta aquí las noticias de últimas horas, que indican que el nuevo fenómeno de la sociedad mexicana se extiende como una mancha que va tomando velocidad, y que pone en el peor sitio a la estabilidad institucional de México. La Historia demuestra que los estados modernos tienen un factor en común, conservan el monopolio de la fuerza, para garantizar un mínimo de cumplimiento en el pacto social de convivencia. Lo contrario es la guerra civil o el caos; los ejércitos privados políticos o mafiosos y los enfrentamientos territoriales por intereses particulares al interior del Estado. Situación que se vivió en Vietnam o Tailandia y que se registra hoy en Sudán, El Congo, Filipinas, Somalía, Myanmar, Líbano, Afganistán y Liberia.
¿Qué se ha puesto en marcha en Michoacán? ¿Cuándo comenzó este camino? Lo que allí sucede puede rastrearse, sin ir muy lejos, hasta al gigantesco negocio del tráfico de drogas hacia Estados Unidos, que ha terminado reemplazando gran parte de las economías locales, y el crecimiento de los cartel que se asocian con el poder político. Sinaloa, Veracruz, Guerrero, Sonora, Durango, Nuevo León, para nombrar un puñado, han quedado en medio de esa trampa.
La respuesta del gobierno de Felipe Calderón fue una declaración de guerra que tuvo muy pocos resultados positivos, pero costó miles de muertos, desaparecidos y torturados, además de ser testigo de algunos cambios en el poder mafioso. Fue durante su gobierno que aparecieron Los Caballeros Templarios con su tarjeta de visita: colgaron a dos hombres de un puente con carteles que decían “Los matamos por ladrón y secuestrador. Atentamente, Los Caballeros Templarios”. El actual presidente, Enrique Peña Nieto, si tiene clara alguna respuesta al auge de las mafias de narcotraficantes y la corrupción que acompaña, aún no la ha mostrado. Por el contrario, su medidas son vacilantes o tal vez de doble lectura.
Mientras se observa una deriva peligrosa hacia la atomización del Estado, en un mundo paralelo donde los ritos de la muerte son folclore corriente, suceden cosas singulares, coloridas, que dibujan desde otra mirada el mismo caos.
Los narco-corridos. Quedan pocas dudas de que los llamados “narco-corridos” mexicanos llegaron para quedarse. Su primer gran éxito, “La banda del carro rojo”, en las voces y los instrumentos de “Los tigres del norte” hizo escuela:
Dicen que venían del sur
en un carro colorado
traían cien kilos de coca
iban con rumbo a Chicago
así lo dijo el soplón
que los había denunciado”.
Pasión y muerte de contrabandistas de drogas en la frontera con Texas, tarareado en medio mundo. Y tanto ha prendido el corrido que canta como héroes populares a los narcotraficantes caídos en tiroteos, que la aspiración de cualquier narco es que le hagan un corrido cuando lo alcance la muerte; una contingencia que puede esperarlo a la vuelta de la esquina.
En Argentina se conoció un fenómeno similar hace un década, con la aparición de la llamada “cumbia villera” y grupos que podían llamarse “Los pibes chorros”. Grupos que detallaban aprietes, asaltos, tiroteos, en fin, la poco menos que rutinaria vida del marginal llevada a lo heroico. Algo que tenía un correlato inmediato en la santificación popular de alguno de esos caídos.
El historiador Hugo Chumbita, quién investigó y escribió sobre las andanzas del bandido rural Juan Bautista Bairoletto, dijo alguna vez que los sucesores de los gauchos alzados, los rebeldes como Bairoletto o Mate Cosido, en estos tiempos tenían que estar naciendo en los barrios marginados de la gran ciudad. Así parece entenderlo la realidad, la cumbia villera, los rituales a los muertos y, bastante más al norte, los narco-corridos.
Si la música popular es un reflejo de la sociedad en la que surge, el narco-corrido dice más de México que las estadísticas sociológicas y, sin lugar a dudas, genera personajes más originales, como la llamada “barbi grupera”, de nombre Melissa Plancarte.
Por cierto que la estética de Melissa, con su ropaje “templario”, sintoniza con una pasión popular mexicana, los héroes enmascarados de la lucha libre. Si no fuera porque hay mucha sangre y muchas muertes, los nombres de las bandas narco, “Los Zeta”, “Jalisco Nueva Generación”, “La familia michoacana”, “Los Caballeros Templarios”, y su reflejo en el cancionero popular, serían asimilables al mundo de la historieta, o a algo que mueve multitudes en México, los encapuchados de la lucha libre.
Los caballeros templarios. Por estos días, el alzamiento y conformación de fuerzas de choque armadas que se dan el nombre de “grupos de autodefensa” en Michoacán, ha puesto a correr el nombre de la banda que usa como distintivo la cruz “paté” de aquella orden de caballería, porque contra ellos se enfrentan.
Es difícil saber cuánto hay de folclore infantil en los simbolismos, pero lo que encubren o muestran es un grupo escindido de Los Zeta, cartel dominante en esa región, que le disputa el poder económico. Cabe recordar, porque todo está en juego y en movimiento, que Los Zeta originales fueron militares que conformaban el cuerpo de elite mexicano destinado a combatir el narcotráfico. Altamente entrenados por instructores estadounidenses y provistos con las armas más modernas, si no todos, al menos una cantidad muy importante, se pasaron con armas y bagajes al Cartel de Golfo, del cuál se separaron un tiempo más tarde para independizarse en sus negocios de extorsión, tráfico de drogas, secuestros, robos en general, homicidios, tráfico de personas, etc, etc, etc.
Uno de los iconos populares de este circo mortal, con un ascenso en su popularidad muy claro en los últimos días, es una mujer, Melissa Plancarte, la “barbi grupera”; cantante de corridos que comparte grupo musical con su hermano.
Por el padre de Melissa, Enrique Plancarte Solis, apodado “El Kikín” hay una recompensa de 10 millones de pesos mexicanos. Pero lo revelador de la impunidad que campea en este terreno, es que las canciones de la rubia barbi no sólo ensalzan a su padre, al jefe de Los Caballeros Templarios, también explican su rompimiento con el grupo narco hegemónico hasta hace muy poco, Los Zeta y su derivado, La familia michoacana, diciendo:
En cualquier abecedario
efe es primero que zeta.
Porque soy héroe y villano
me quieren y respetan.
Yo soy puro Michoacán,
no como otros que aparentan”.
Durante un cierto tiempo en las redes sociales creció la sospecha, alimentada por Melissa y su hermano Kike, a quien llaman “el príncipe” dando por sentado que heredará el trono de su padre, de que los dos gruperos tenían lazos muy cercanos con los narcotraficantes; porque ambos presumían de eso. En rigor, la revelación de la identidad de la rubia cantante no fue hecha por parte de la inteligencia policial o los funcionarios judiciales del gobierno de Enrique Peña Nieto, sino por los grupos de autodefensa que han presentado batalla a Los Caballeros Templarios.
Las imágenes de actuaciones públicas, fiestas y videos de Melissa circularon por las redes sociales con una intensidad desusada. Para unos por el indudable morbo que provocan los narcotraficantes con su vida de poderosos por encima del Estado, las leyes y las reglas, según otros, como muestra del descaro y la impunidad con la que los líderes del tráfico de drogas en México hacen vida social.
Con su loock de muñeca de plástico Melissa parece el emblema de una de las partes en lucha en Michoacán, Los Caballeros Templarios. El segundo vértice de un peligroso triángulo los conforman los grupos de autodefensa, y el tercero, el gobierno de México, que ha enviado a la región fuerzas policiales y militares.
Por cierto que este triángulo está, como aquel famoso de Las Bermudas, lleno de misterios. ¿A quién responden los grupos de autodefensa? ¿Quién los arma tan bien y por qué vía? ¿Por qué el gobierno mexicano tiene ante ellos una actitud ambivalente? Y la pregunta de los maliciosos: ¿no estarán asociados los funcionarios y el cartel Los Zeta, para eliminar la competencia de Los Caballeros Templarios?
Mientras se busca la punta de hilo, Melissa canta como si fuera la voz pública de su padre:
“Esos que me andan buscando,
les voy a dar una pista:
mis soldados son guerreros
que por mí darían la vida
No soy narcotraficante,
soy jefe de familia.
Mi territorio es sagrado,
fui elegido desde arriba”.
No queda claro qué significado tiene ese “desde arriba”, pero es de suponer que en un submundo hiper religioso como es el de los sicarios, los narcos y las “maras”, se está hablando del dedo de Dios.
Mansiones y tiendas. Hace unos pocos días los grupos de autodefensa ocuparon una mansión de Enrique Kikin Plancarte y como respuesta fueron atacadas tiendas de localidades cercanas, porque los templarios no quieren soltar su hueso, y dejan correr el rumor de que su contra está auspiciada por Los Zetas. En el medio está la gente normal. Los que no están ni con unos ni con otros y tienen que soportar el saqueo y la extorsión de parte de oscuros e iluminados, mientras aparecen a cada rato muertos a los costados de los caminos, como los cuatro que fueron encontrados en los límites de Guanajuato y Michoacán.
¿Dónde está el gobierno? Días después de que autodefensas tomaran la residencia, el gobierno federal anunció un acuerdo para blindar los estados colindantes con la zona de conflicto para contener la delincuencia.
Mientras el titular de la Secretaría de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, afirmaba algo tan intangible como que están una “alerta permanente en todos los estados” para dar con los delincuentes, el portavoz de los grupos de autodefensa, Estanislao Beltrán Torres, aseguró desde el domingo pasado que las principales cabecillas ya huyeron de Michoacán. El líder comunitario dijo que tener información fidedigna de que Enrique Plancarte se encuentra en Puebla, mientras que Nazario Moreno (El Chayo o El Más Loco, supuestamente abatido), se encontraría en San Luis Potosí, Tabasco o Guatemala; o sea, en alguna parte. De quien no se dice nada es del tercero de la troika dirigente de los templarios, Servando Gómez Martínez, La Tuta.
Más allá de los avatares de los narcos, una y otra vez se vuelve al tema central, la pérdida del monopolio de la fuerza por el Estado mexicano, y el poco empeño demostrado en recuperarla. Medios independientes de México vienen preguntándose quién es, más allá de lo visible, José Manuel Mireles, el hombre que funge como coordinador de las autodefensas de Michoacán. El dirigente que reclama para los mexicanos el derecho a usar las armas para defenderse.
Hace muy poco, Mireles sufrió un accidente y durante su tiempo de internación fue custodiado por efectivos policiales, para garantizarle seguridad. La orden fue del gobierno de México. La pregunta que se hacen esos periodistas independientes es hacia dónde deriva México. Mireles comanda un “ejército privado”. ¿Desde cuándo la constitución mexicana, o cualquier país occidental que no esté hundido en el caos, permiten, toleran, los ejércitos privados?.
26/01/14 Miradas al Sur
No hay comentarios:
Publicar un comentario