jueves, 2 de enero de 2014
Un año para recordar Por Atilio A. Boron *
El año que termina fue pródigo en acontecimientos muy significativos. Una mirada latinoamericanista comenzaría por señalar que el hecho más trascendente de 2013 fue la muerte del comandante Hugo Chávez Frías. El líder bolivariano fue una verdadera fuerza de la naturaleza: un huracán que con su fervor antiimperialista, su visión estratégica de la lucha que debía librarse contra el imperio y su incansable protagonismo reconfiguró decisivamente el mapa sociopolítico del área. Chávez fue el gran mariscal de la batalla del ALCA y el hombre que llenó de propuestas lo que hasta entonces era una agradable, pero inofensiva retórica latinoamericanista, huérfana de contenidos concretos. Para Chávez aquélla tenía que ser una convocatoria a la unidad de América latina y el Caribe, unidad y no sólo integración; debía ser, tras las huellas de la Revolución Cubana, un internacionalismo solidario que se traduciría en proyectos concretos como el Banco del Sur, Petrocaribe, Telesur, Unasur y la Celac, entre tantos otros. Su muerte, en circunstancias aún no aclaradas, llenó de júbilo al imperialismo y sus aliados, pensando que con ella se acabaría el chavismo. Sin embargo, y ésta es una de las notas más positivas del año, la desaparición física de Chávez no impidió que el chavismo volviera a triunfar en las elecciones presidenciales del 14 de abril –consagrando a Nicolás Maduro como presidente– y nuevamente, por una aplastante diferencia (más de un millón de votos), sobre la coalición opositora, en las municipales del 8 de diciembre. Parece que tendremos Chávez para rato. Otra noticia muy importante fue la sorpresiva elevación del cardenal Jorge Bergoglio al papado. La consagración de este jesuita motivó un áspero debate que está lejos de apagarse en este país. Jerarca de una Iglesia que fue cómplice de todos los crímenes de la dictadura, hay quienes le fustigan por sus actitudes tibias y ambivalentes, sobre todo si se las compara con las que tuvieron otros obispos como los monseñores Angelelli, De Nevares, Novak o Hesayne. Esta sinuosidad de su conducta, síntoma de lo que Antonio Gramsci definiera como “jesuitismo”, explica las razones por las que junto a sus críticos emergiera desde las filas de la izquierda, los derechos humanos y la teología de la liberación un fogoso contingente de defensores de Francisco prestos a señalar las formas sigilosas con las que el por entonces provincial de los jesuitas habría protegido a su rebaño. Más allá de estas consideraciones los temores que muchos tenían en el sentido de que Francisco se convirtiera en una ominosa reencarnación de Juan Pablo II (quien junto a Ronald Reagan y Margaret Thatcher conformara el más formidable tridente reaccionario del siglo XX) hasta ahora han demostrado ser injustificados. Pragmático, cierto cambio en el léxico del pontífice (como por ejemplo hablar de la “Patria Grande”) o su insistente “opción por los pobres” demuestran que ha percibido con claridad los datos de este “cambio de época” y que Venezuela no es Polonia, ni Ecuador, Checoslovaquia, y que los cambios acaecidos en la región en los albores del siglo XXI ya no tienen vuelta atrás. En El 18 Brumario Marx evoca la intervención del cardenal Pierre d’Ailly en el Concilio de Constanza (1414-1418), cuando ante las quejas de los puritanos por la vida licenciosa de los papas respondiera con voz tonante “¡Cuando sólo el demonio en persona puede salvar a la Iglesia católica, vosotros pedís ángeles!”. La situación de la Iglesia hoy es mucho peor que la motivara el exabrupto de D’Ailly: incontenible deserción de la feligresía, escándalos por pedofilia, millonarios juicios de las víctimas y bancarrota de las iglesias, manejos mafiosos del banco del Vaticano, el papel de la mujer en la Iglesia y el cuestionamiento del celibato sacerdotal configuran una agenda que difícilmente le dejen tiempo a Francisco para organizar la dispersa y confusa derecha latinoamericana, suponiendo que quisiera hacerlo. Además, para eso está “la embajada”.
Otro acontecimiento de trascendencia fue la reaparición de Rusia como un gran actor de la política mundial. La Unión Soviética lo había sido en el casi medio siglo transcurrido desde finales de la Segunda Guerra Mundial, para desaparecer de los primeros planos cuando se produjo su hundimiento en 199192. Esto dio pie a que algunos publicistas del imperio se solazaran con la ilusión de que allí comenzaba el “nuevo siglo (norte)americano”, no ahorrando descalificaciones humillantes y racistas en contra de los rusos, como Vladimir Putin se encarga de recordar una y otra vez. El sueño del “nuevo siglo americano” rápidamente se convirtió en pesadilla. Rusia, que nunca había dejado de ser una potencia atómica y que venía acumulando fuerzas desde comienzos del siglo, irrumpió abruptamente en el escenario mundial otorgándole asilo político nada menos que a Edward Snowden, el enemigo público número uno de Washington y, después, torciéndole el brazo a Barack Obama cuando le hizo abortar sus planes de bombardear Siria. Por si lo anterior fuera poco, el apoyo ruso a Teherán aventó también un desenlace bélico por la cuestión del programa nuclear iraní, en una crisis alentada hasta el paroxismo por el régimen israelí.
La impetuosa reemergencia de Rusia sumada a la ya consolidada gravitación de China en la economía y la política mundiales produjo significativas modificaciones en el gran tablero geopolítico internacional. Cambios que favorecen los proyectos emancipatorios de Nuestra América porque el derrumbe del unipolarismo norteamericano y la constitución de una estructura multipolar de poder mundial abren nuevos e inéditos márgenes de maniobra para nuestros países. El evidente debilitamiento del poderío global de los Estados Unidos (del cual el cierre de su gobierno por dos semanas es apenas uno de sus muchos síntomas) junto con el agotamiento del proyecto europeo, sacrificado en el altar de la banca alemana, hace del mundo un espacio mucho más abierto e indeterminado cuyos resquicios y contradicciones ofrecen una magnífica oportunidad para que los pueblos de Nuestra América avancen resueltamente hacia la conquista de su segunda y definitiva independencia.
Por supuesto, en el 2013 pasaron muchas otras cosas: los diálogos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, alentados por el clamor que en Colombia exige poner fin al conflicto armado, las expectativas en torno de las elecciones presidenciales de mayo de 2014; la crisis domínicohaitiana por las nuevas normas denegatorias de la nacionalidad a los hijos de haitianos nacidos en la República Dominicana; la fraudulenta elección en Honduras, donde “la embajada” asumió la responsabilidad de un tribunal electoral y sentenció quién ganó y quién perdió; las elecciones del pasado 27 de octubre en Argentina, sembrando de dudas la continuidad del proceso abierto en el 2003; el triunfo de Michelle Bachelet, regresando a un Chile desquiciado por el holocausto social del neoliberalismo; la persistencia y profundización de la crisis en México a 20 años del “grito” zapatista; la vigorosa e inesperada irrupción de grandes manifestaciones de masas en Brasil, a poco más de un año de las presidenciales del 2014, conmoviendo la estolidez de un orden social injusto y políticamente oligárquico; la aplastante victoria de la Alianza País en las elecciones legislativas del Ecuador, que le concedieron a Rafael Correa una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional; la lenta pero irreversible implementación de los nuevos “lineamientos” en la economía cubana; la consolidación del liderazgo de Evo Morales en Bolivia, de cara a las elecciones del próximo octubre; la integración plena de Venezuela al Mercosur, con el voto del Senado paraguayo; la valerosa resistencia de los pueblos ante los estragos de la gran minería a cielo abierto, el fracking y el auge del agronegocio monoproductor (soja, caña de azúcar, palma africana, etcétera) son noticias que también marcaron la agenda del año que finaliza.
A lo anterior hay que agregar la agresión imperialista y la guerra civil en Siria, donde Al Qaida, con la bendición y el apoyo de la Casa Blanca (¿no había sido Al Qaida la que perpetró el atentado del 11-S?) lucha codo a codo con los mercenarios sauditas, yemenitas e israelíes que procuran derrocar a Al Assad; golpe militar pronorteamericano en Egipto, en contra del gobierno de Mohamed Morsi y la Hermandad Musulmana, no suficientemente pronorteamericanos según Washington; intervención armada de tropas francesas en Mali para contener a los insurgentes aliados de Al Qaida (¡mientras París apoya a esta organización en Siria!) y, finalmente, la muerte de Nelson Mandela, comunista de toda la vida que liquidó el apartheid sudafricano y fue acusado de “terrorista” por Estados Unidos hasta julio de 2008.
Y hoy, ya en el 2014, celebremos con inmensa alegría el 55º aniversario del triunfo de la Revolución Cubana –un acontecimiento “histórico-universal”, como seguramente lo hubiera caracterizado el viejo Hegel– destinado a inaugurar una nueva era en la lucha de los pueblos de América latina y el Caribe, Africa y Asia por su definitiva emancipación.
* Director del PLED, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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