sábado, 11 de enero de 2014

La Metropolitana: el brazo armado del PRO

Por Ricardo Ragendorfer La historia del espía ilegal que pinta por entero el sino ideológico de la criatura policial de Mauricio Macri. Otro escándalo por espionaje ilegal efectuado desde la Metropolitana sacude al régimen porteño de Mauricio Macri. Uno de sus agentes, Alejandro Rivaud, estuvo infiltrado entre los sospechosos de una pesquisa penal por falsificación de entradas orquestada desde la barra brava de River Plate. Todo indica que su misión encubierta fue cumplida de un modo tan impecable que el propio fiscal de la causa, José María Campagnoli –ahora suspendido por otras razones–, no dudó en pedir su encarcelamiento, junto con el resto de los involucrados. Tal paradoja fue la que puso al descubierto su condición de "topo", una actividad expresamente impedida por la ley. Aunque el Ministerio de Seguridad capitalino señaló que Rivaud no habría actuado por cuenta de la fuerza, en sus pasillos es un secreto a voces que en aquella tarea reportaba en forma directa al jefe de la Superintendencia de Investigaciones, Carlos Alberto Kevorkian, con quien mantiene un vínculo profesional de larga data. Lo cierto es que los detalles de este affaire pintan a la criatura policial de Macri por entero. Es notable que la Metropolitana no haya tenido nada que ver con la reciente seguidilla de saqueos desatada en casi todo el país tras el acuartelamiento de las fuerzas provinciales de seguridad. Ya se sabe que en el subsuelo de aquel conflicto hubo factores tan salados como el debate sobre la sindicalización policial, el lazo entre los uniformados con el crimen organizado y su unívoco poder de manipular el termómetro de la violencia urbana. La Metropolitana, en cambio, no está sujeta a semejantes variables: su personal alterna sueldos aceptables con un casi nulo control territorial y una potestad de intervención sólo circunscripta a contravenciones y delitos menores. En resumidas cuentas, la recaudación ilegal no está entre sus beneficios y facilidades. Dicha fatalidad la aleja del modelo clásico de las policías argentinas. Pero no la mejora. En mayo de 2008, durante una entrevista con el autor de esta columna, el ministro de Seguridad municipal, Guillermo Montenegro, supo afirmar que la Metropolitana –por esos días, aún en gestación– estaba inspirada en la Policía Autónoma de Cataluña, también conocida como Mossos d’Escuadra. Cuando le advirtieron que su trabajo principal consistía en perseguir a inmigrantes indocumentados, el funcionario se alzó de hombros, y dijo: "Eso es lo que allá la gente pide." ¿De tal concepción proviene su apego por resolver a sangre y fuego toda intromisión social del espacio público? ¿De semejante idea surge su espíritu racista y represivo, su enfermiza obsesión por las "tareas de inteligencia" como herramienta indispensable para gobernar? Demasiada podredumbre para una policía diferente a las agencias clásicas de seguridad. Porque, si bien su estructura no es federal o provincial, su perfil tampoco responde al modelo municipal o citadino. En realidad, la Metropolitana tiene el mérito de ser la primera fuerza partidaria del país: el brazo armado del PRO. En tal sentido, la Mazorca de Macri guarda cierta semejanza con los Freikorps, tal como durante la República de Weimar se denominaron a las organizaciones paramilitares ultranacionalistas formadas en toda Alemania como alternativa a las milicias comunistas y socialistas. Integrados por oficiales veteranos de la Primera Guerra sin demasiados deseos de roce con la vida civil, y también por jóvenes afectados por el desempleo, los Freikorps representaban la estabilidad y el estatus propio de un sindicato de guerreros. Salvando las distancias, los recursos humanos de la Metropolitana no son muy diferentes. Al respecto, una breve historia. Durante la mañana del 23 de noviembre de 1991, Macri fue llevado a una casa en el barrio de Parque Patricios, para reconocer el sitio en el que dos meses antes había transcurrido su secuestro. Al llegar a un oscuro sótano, rompió en llanto. Su sollozo entrecortado y agudo era casi infantil. En ese instante, un oficial lo estrechó entre sus brazos con una fingida ternura. Se trataba de un tipo alto, con bigote tupido y mirada fría. La cuestión es que su gesto bastó para que el joven heredero recobrara la compostura. Es posible que, entonces, el uniformado no haya llegado a imaginar hasta qué punto aquellas palmaditas incidirían con el tiempo en su destino. Lo cierto es que, 18 años después, ya ungido como jefe del gobierno porteño, Macri le concedería al ex comisario retirado Jorge Alberto Palacios, alias "El Fino", el honor de diseñar y conducir su anhelo más preciado: la Metropolitana. Una fuerza de amigos. Y formada por los amigos de los amigos. Para su esquema original, "El Fino" reclutó un estado mayor formado por antiguos cuadros de la Superintendencia de Seguridad Federal, la elite policial más importante del país durante la última dictadura, de la cual él formó parte. La mayoría de aquella camada lograría reciclarse con éxito –siempre bajo el ala de Palacios– bajo las normas del estado de Derecho, alcanzando grados que van desde comisario mayor a comisario general. En tren de coincidencias, casi todos pasaron a retiro en marzo de 2004 por graves hechos de corrupción. A su vez, la segunda línea de la Metropolitana fue poblada por "plumas", tal como se denomina en la Federal al personal de inteligencia. Entre los primeros resalta el tal Kevorkian; entre los otros, el ahora célebre Rivaud. Ambos, por cierto, ya estuvieron unidos en una gesta policial del pasado: el asesinato a golpes dentro de un patrullero de un simpatizante de Defensores de Belgrano, durante un "operativo de seguridad" comandado en 2005 por Kevorkian. Un video lo muestra a Rivaud en esa ocasión, arrastrando de los pelos a la víctima en las inmediaciones del estadio de Huracán. Ahora ambos integran la joven milicia policial que, a casi cuatro años de su lanzamiento, ya protagonizó hitos tan memorables como el caso del espionaje telefónico a políticos, empresarios y hasta familiares indeseables de Macri, y que catapultó al agente Ciro James en el salón de la fama. En esa misma foja institucional de servicios también se destaca el rol activo de la Metropolitana en la masacre del Parque Indoamericano –uno de los crímenes de Estado más graves desde 1983– y en la brutal represión a trabajadores, médicos y pacientes del Hospital Psiquiátrico José Tiburcio Borda, una audacia que ni siquiera Idi Amín Dadá se hubiera atrevido a consumar. En tal contexto, aún resuenan las palabras de Montenegro: "Eso es lo que la gente pide". Infonew

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