domingo, 1 de diciembre de 2013

Porfidio Calderón Por Enrique Manson

Se nos fue el sargento Porfidio Calderón, gran compañero y mejor amigo. Tuvimos el privilegio de tratarlo, de conocer su hombría de bien, su generosidad y su emotividad que nos asombraba cuando el rudo tanquista lloraba copiosamente con sólo nombrar al Líder o a sus compañeros de lucha de 1956. Y tuvimos el gran privilegio de poder homenajearlo en vida, hace un par de años. Por eso se va con su gloria y con el recuerdo del cariño y de la admiración de quienes lo conocimos. La crónica que sigue fue escrita para el asado (¿Qué otra cosa, si no?) con que lo homenajeamos. Siempre estará con nosotros. EM Noviembre de 2013 Porfidio Calderón, soldado de Perón En su discurso de inauguración de sesiones del Congreso Nacional, la presidenta criticó a “esta Argentina virtual y mediática que planteó que odiábamos a las fuerzas armadas, … ¿nosotros los peronistas contra los militares?, somos el único partido político vigente en la República Argentina fundado por un general. Nuestro ADN se gestó allí cuando las fuerzas armadas acabaron con el fraude patriótico de la ‘Década Infame’ y Perón fue presidente. … yo creo que han humillado mucho más a las fuerzas armadas los que las redujeron a ser simples encapuchados en lugar de defensores de la soberanía nacional. Esos humillaron a nuestras fuerzas armadas, a nuestras gloriosas fuerzas armadas: las de San Martín y las de Belgrano, y las de aquí más cerca, las de Savio, Mosconi y Baldrich.” A uno, le quedaba el recuerdo, del Año del Libertador, en que aplaudíamos con entusiasmo a las tropas que desfilaban, porque creíamos que eran los defensores de la Patria. Después, los largos años de la proscripción y la resistencia. Después, la tiranía criminal. Después, los políticos condicionados -algunos felices de estarlo- por la amenaza uniformada y por el poder económico. Que era EL PODER. No puedo olvidarme de una visita en 1977 al Colegio Militar, con directores de escuelas. Sentía el despojo al ver a la banda que desfilaba cruzándose una y otra vez con nuestra visita guiada, mientras desplegaba la bandera y tocaba las antiguas marchas, como diciendo: “miren desde afuera. Son nuestras. Somos los dueños de la marcha de San Lorenzo y los novios de la bandera”. Pero la bandera y San Lorenzo valen porque son símbolos. Símbolos de una Patria que se identifica con el Pueblo, que es la Patria viva. Y uno veía que se habían adueñado de los símbolos y nos los refregaban por la cara, mientras el Pueblo sufría de torturas y desapariciones físicas y de destrucción económica y social. Hoy vivimos tiempos distintos. No tenemos un jefe de Estado que, para fungir de patriota y popular, se disfrazaba de Facundo, hasta que el FMI le reclamó otro perfil. Tenemos una presidenta que sabe historia, que conoce las luchas de esta Patria y de este Pueblo. Que honra, junto a la generala Juana Azuduy de Padilla y al cruce de los Andes, a la Vuelta de Obligado. Que no es antimilitarista, como no lo era Jauretche, como no lo era Perón, que no en vano se había formado en el Ejército. Es que un Ejército no es mejor ni peor que los hombres que lo componen. No fue lo mismo el Ejército de San Martín que el del asesino de Dorrego. No se puede comparar a Mosconi o a Savio con Aramburu, que dormía la siesta mientras se fusilaba a argentinos, o Suárez Mason, cuyas manos manchadas de sangre no hicieron asco a los buenos negocios. Hoy vivimos otros tiempos. Nosotros también escuchamos, aguantando las lágrimas de emoción, gritar la marcha de San Lorenzo en los festejos del Bicentenario. Como cuando éramos chicos. Y no las aguantamos cuando asistimos -convenciéndonos de que puede ser posible lo imposible- al homenaje a los héroes de Obligado, el 20 de noviembre. Cuando se produjo el fenómeno de la guerrilla, los combatientes se definían a sí mismo como soldados de Perón. Luego vinieron los desencuentros que conocemos. Pero, sin entrar en el análisis de la historia de estos soldados, no olvidamos que en el Ejército, entre tantos enemigos del pueblo y tantos que se cambiaron de camiseta cuando Perón se tuvo que ir, hubo soldados dispuestos a dar la vida por Perón, que era darla por la Patria y por el Pueblo. Porfirio Calderón nació en Gutemberg, un pueblito cercano a Villa de María del río Seco, la patria chica de Leopoldo Lugones. Su padre tenía unas hectáreas en las que criaba animales. No le iba bien, pero tampoco le iba mal. Porfirio, era peronista. El 17 de octubre de 1945 había escuchado por la radio de un vecino lo que ocurría en Plaza de Mayo Dice Daniel Brion que “ayudaba en la tarea, con sus 12 años corría asistiendo a su padre y a su madre, desde llevar mensajes hasta a preparar esos asados con cuero y empanadas para los compañeros que, allí, comenzaban a juntarse antes de cada elección o previo a algún otro acontecimiento. Y así, el peronismo fue acompañándolo desde su infancia, aprendió junto a su padre y aquellos inolvidables peones rurales, lo que significaba ser peronista.” Alguna seca afectó a su padre más de lo común. Porfirio se dio cuenta que no tenía mucho futuro en esos campos, cuando se encontró, en el pueblo, con un cartel convocante. El afiche rezaba aquello de “¡Joven argentino!”, y el joven argentino sintió una clarinada en el pecho. ¡Había nacido para ser milico! En marzo de 1953 estaba en Campo de Mayo, y durante su intensa instrucción como aspirante, supo que gracias a Perón los suboficiales podían votar y hasta llegar, por ascensos y estudio, a convertirse en oficiales. En diciembre de 1954 egresó como cabo, y se lo destinó al regimiento C-10, como conductor de un tanque Sherman.. Cuando le pregunté si en su condición de militar había tenido a Perón como modelo profesional, me contestó lo que correspondía a un uniformado que, antes que ello, era un hombre del pueblo. La admiración por el General y por Evita pasaba por otros carriles. “Estando ya en la escuela y con 21 años, soy testigo con bastante dolor, … del bombardeo a Plaza de Mayo y luego de la ‘revolución fusiladora’ como la llamamos nosotros. Muchos de los suboficiales teníamos el deseo de recuperar al gobierno que tanto nos había dado. Nos hablaban de un movimiento que se estaba conformando, pero los mas jóvenes no participábamos de las reuniones.” Cuando el 9 de junio de 1956, el general Valle se puso al frente del Movimiento de Recuperación Nacional, Porfirio bajo el mando del coronel Ricardo Ibazeta, participó en la toma de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. Pero la revolución estaba entregada. Aramburu había firmado antes del estallido un Decreto-Ley que establecía la ley marcial. La intención era dar un escarmiento. El comando de Valle no pudo instalar el transmisor que lanzaría la proclama. El general quedó aislado. En Campo de Mayo, Cortínez e Ibazeta debieron rendirse casi sin combatir por la falta de noticias de Valle y por la enorme superioridad enemiga. Una vez detenidos fueron insultados y maltratados por sus pares y sufrieron amenazas de ejecución. Calderón no fue fusilado, pero pasó 7 meses en una penitenciaría y luego un año y pico en la cárcel de Magdalena. “no nos condenaron porque no podían acusarnos de nada. Cuando yo declaro en Campo de Mayo y el que me tomaba declaración me dice que soy un traidor, yo le contesto que traidores eran ellos, porque yo defendía la constitución y a un gobierno que había sido votado por el pueblo” Perón se había equivocado en el diagnóstico que hizo en septiembre de 1955. “Estallada la revolución, el día 18 de septiembre la escuadra sublevada amenazaba con el bombardeo de la ciudad de Buenos Aires y de la destilería de Eva Perón (La Plata, EM), después del bombardeo de la ciudad balnearia de Mar del Plata. …; lo segundo, la destrucción de diez años de trabajo y la pérdida de cientos de millones de dólares. … llamé al Ministro de Ejército, General Lucero, y le dije: ‘Estos bárbaros no sentirán escrúpulos en hacerlo, yo no deseo ser causa para un salvajismo semejante.´ Inmediatamente me senté al escritorio y redacté una nota que es de conocimiento público y en la que sugería la necesidad de evitar la masacre de gente indefensa e inocente, y el desastre de la destrucción, ofreciendo, si era necesario, mi retiro del gobierno.” Cuando Porfirio logró ser admitido en un trabajo, se destacó como conductor de vehículos, lo que le permitió ahorrar y, con sentido comercial, instalar un corralón de materiales que bautizó “El Líder”. No se guardó las utilidades. Las utilizó para colaborar en la financiación de actividades más o menos subversivas. Cuando Perón regresó en 1973, eligió a los valientes suboficiales del 9 de junio para su custodia personal. El sargento Calderón fue uno de ellos. El viejo general sabía que a esos hombres podía confiar su vida. 1 Declaraciones a la United Press del 5 de octubre de 1955 (En La fuerza es el derecho de las bestias, pag. 6) Enrique Manson Febrero de 2011

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