martes, 3 de diciembre de 2013
Los “distritos forestales” fueron una avanzada del extractivismo
Una interpretación mitrista y antinacional de la historia económica de Santiago del Estero lleva a elogiar lo que fueron meras aproximaciones a un sistema de producción capitalista. En los últimos cuarenta o cincuenta años se ha ido afirmando en ciertos sectores de la inteligencia santiagueña una concepción errónea, -y desde luego que liberal y mitrista-, que no toma en cuenta el ritmo del primitivo desarrollo capitalista en los países semicoloniales, y rescata una función supuestamente progresista de los llamados “distritos forestales”, un modelo de unidades de producción diseñado a mediados de la década de 1950 en el norte forestal de la provincia.
Por Domingo Schiavoni
Ocurre que para contraponer el modelo salvajemente depredador de la empresa inglesa “La Forestal”, que redujo la masa boscosa de maderas duras santiagueñas de 13 millones de hectáreas aproximadamente en 1945, a un parque de sólo 3.8 millones en 1976, se apela a las políticas de recuperación del dominio territorial y al tutelaje del estado provincial sobre la actividad maderera, que si bien constituyeron una avanzada contra la voracidad de la extranjería, no sustituyeron en lo fundamental el modelo de producción, como bien señaló el científico y estudioso italiano Ludovico Sansierra en junio de 2012 en la Conferencia de Desarrollo Sostenible Río+20. El doctor Sansierra, con quien tuvimos oportunidad de recorrer varias veces nuestro norte forestal provincial en 1978, apunta ahora que en materia de “capitalismo forestal” el desarrollo de las ideas político-económicas de aquella década eran muy rudimentarias todavía, y no se había llegado a advertir que la defensa del hinterland y sus recursos naturales no obedecía tanto a la modificación de la estructura de clases como forma de oponerse a la explotación irracional, sino a descubrir la verdadera naturaleza esencialmente “extractivista” de ambos capitalismos, tanto el que ejercía la compañía forastera, como el que pusieron en práctica los gobiernos defensores de la autonomía nacional y de Santiago del Estero en la materia.
Debe recordarse al respecto que La Forestal (The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited) fue el nombre de una empresa argentina de capitales ingleses y holandeses, que a finales del siglo XIX logró ser la primera productora de tanino a nivel mundial, y llegó a fundar cerca de 40 pueblos, con puertos, 400 kilómetros de vías férreas propias y alrededor de 30 fábricas en territorio de tres provincias argentinas: Chaco, Santiago del Estero y Santa Fe. Un vale de la empresa, que acuñaba su propia moneda, se empleaba regularmente como moneda de pago del salario de sus obreros. La Forestal resultó ser un gran negocio para sus múltiples dueños, ya que contaba -como dijimos- con ferrocarriles y puertos propios. La firma se disolvió en el año 1966, debido a la brusca caída de los aranceles internacionales de la madera y el tanino, reemplazado por nuevos productos.
Reduciendo este análisis a un término o formulación más sencilla, se podría decir que tanto La Forestal como los distritos forestales no trascendían la mera producción primaria, es decir la apropiación primaria de bienes (sin transformación alguna) de una naturaleza marcadamente ofertante, lo cual llevaría inexorablemente a su liquidación en el término aproximado de una centuria. El mencionado Sansierra va incluso más lejos: sostiene que con su perseverancia en la explotación del “tanino”, hasta la virtual liquidación del recurso, La Forestal apuntaba a un ingrediente básico para el desarrollo de otras actividades semi industriales en países más desarrollados, con lo que de algún modo consumaba un capitalismo “más” progresista que el nuestro, que en los obrajes controlados por el Estado sólo producía leña, o transformaba la madera dura en carbón, durmientes, y cierta carpintería rudimentaria, funcional a la industria de las viviendas regionales.
La visión mitrista de la historia nos ha llevado incluso a rescatar equívocamente el carácter humanista del “obraje estatal” (los distritos forestales), en comparación con el “obraje explotador y depredador” de la extranjería, que en un caso se llegó incluso a la formación de cooperativas obreras, a la provisión de viviendas y a la dignificación del trabajo (incluso del modesto hachero), y hasta a la creación de servicios escolares y sanitarios para la familia forestal, mientras que en el otro modelo se continuaba con la tradicional práctica esclavista del pago de los jornales con vales de mercadería, que eran canjeables sólo en los almacenes que poseía la empresa extranjera, con lo que los trabajadores estaban doblemente uncidos a la dominación del patrón capitalista. Pero en uno y otro caso -y he ahí el error mayúsculo- se trababa de modestos aserraderos, en modo alguno de fábricas (lo que podría dar la idea de una incipiente actividad industrial).
Como dijera con acierto el historiador Raúl Dargoltz, que había llegado a advertir con visión casi profética el destino de nuestros bosques y la deformación de la historia que se enseñaba en las escuelas, Santiago del Estero nunca tuvo ni tendrá “industria forestal”. Su economía sólo registró una actividad primaria y extractiva, que se detuvo no porque se hubieran modificado los términos del intercambio ni la demanda de bienes, sino ¡simplemente porque se terminaron los bosques!, y del Estado surgió la idea inteligente de crear reservas naturales, como el Parque Nacional Copo, para impedir que se siguiera con la devastación inclemente del recurso maderero. Merece, sin embargo, dentro de este cuadro de situación, rescatarse la gestión pionera que le cupo al ingeniero Néstor René Ledesma, un verdadero patriota y visionario santiagueño, tanto en la creación de la primera Facultad de Ingeniería Forestal del país como en los sucesivos emprendimientos científicos que de aquella se derivaron.
En sus memorias puede leerse que “al graduarse los primeros ingenieros forestales se proyectó el Plan de Recuperación de la Economía Forestal, dirigido por el profesor Ing. Casimiro Uhrin, para estudiar los caracteres del bosque chaqueño en su porción semiárida y programar la organización de una economía forestal racional Como consecuencia de este Plan -continúa Ledesma-, la Facultad propuso la creación del Instituto Forestal de Industrialización y Administración (IFIA), un ambicioso plan para la realización de investigaciones biológicas, tecnológicas, económicas y sociales. El proyecto tenía el objetivo de racionalizar el uso de los recursos naturales mediante una economía autosustentable, basada en considerar al ecosistema como un capital en continua producción”.
Mirados desde los ojos de la ciencia económica contemporánea, era obvio los propósitos de Ledesma se asemejaban más a una hermosa y legítima ilusión de desarrollo social y económico que a un proyecto materializable efectivamente en el tiempo, con resultados efectivos de progreso industrial y rentabilidad, y una alteración sustantiva de la realidad social de la comarca. Ese enfoque “cientificista” y “biológico”, que no llegaba a precisar los alcances de lo que Ledesma denominaba “desarrollo autosustentable”, se concentró en lo que dio en llamarse “Plan Distritos Forestales”, un programa de política ecológica (sic), cuyo objetivo fue crear grandes unidades económicas, manteniendo la estabilidad y la potencia productiva de los ecosistemas forestales. La renta de ese capital, representada por el crecimiento anual de las comunidades biológicas, debería ser el único producto utilizable para mantener el equilibrio ecológico, obtener rendimientos a perpetuidad (sic), asegurar la estabilidad de los ecosistemas naturales y el progreso social”.
Debe apuntarse que la única actividad plenamente industrial de maderas duras fue la que desplegó, entre 1976 y 1982, la firma “Madersan”, del empresario santiagueño “Baby” Vittar, en los predios hoy ociosos del ex Parque Industrial. Con el firme apoyo crediticio del gobierno militar de entonces, Vittar logró importar maquinaria especializada para el tratamiento de maderas duras, y producir y exportar, particularmente a Alemania y durante largos años, variados productos madereros vinculados a la industria de la construcción, como parquets, aberturas y cerramientos, que tuvieron sostenida demanda en los mercados europeos.
Al historiar con la verdad de los hechos esta realidad que muchos santiagueños no conocen (o sobre la que fueron sistemáticamente desinformados), no creemos en absoluto que la provincia deba resignar su futuro industrial, y particularmente agroindustrial, en favor del cual muy mucho se ha venido haciendo en la última década en materia de infraestructura para el desarrollo. Pero así como no debe en modo alguno alentarse el mero afán rentístico, debe también abogarse por un empresariado responsable, capaz de arriesgar y ofrecer productos de calidad. Y estar muy advertidos también, para no repetir los errores del extractivismo que hoy, en materia minera particularmente, atraviesa como una ominosa cicatriz toda América Latina.
Domingo Schiavoni
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