domingo, 1 de diciembre de 2013
El trágico experimento Fort Por Florencia Guerrero
El rápido acceso a la fama del heredero de la fábrica de chocolates mostró su costado más oscuro. El mandato paterno, la obsesión por la figura, hipocresía sexual, presión familiar y la pelea por la herencia.
Es como en aquel cuento danés, en el que el rey vanidoso es estafado por dos hombres que le prometieron la tela más sedosa del continente. Dicen que el monarca estaba tan subyugado que les pagó una fortuna por una túnica con ese preciado material y mandó a organizar el mayor desfile nunca antes realizado en la comarca. Pero cuando el tipo sale, está completamente desnudo, aunque sólo lo comprende después de varias horas de escuchar la risa y la exclamación de sus súbditos ante lo obvio: “¡Está desnudo!”.
Tal fue la suerte del mediático Ricardo Fort, que murió el domingo 24 de noviembre a los jóvenes 45 años, víctima de un paro cardíaco, producto de una hemorragia digestiva masiva. Hasta ese día, su cuerpo dio varias evidencias de desmejoría, y aunque él se empecinara en resistir, la fugacidad de la vida parecía inminente. “Hola, chicos, les habla Ricardo Fort, estoy acá en la Clínica de la Trinidad. Me vine a quince días de spa para que me mimen, me cuiden, comer cosas ricas y que los médicos me curen todo lo que tenga que curarme, y salir diez puntos para después disfrutar la vida. Así que les mando un beso grande a todos mis fans. A toda la gente que me quiere, gracias por seguirme, los quiero”, filmó desde su habitación en la clínica La Trinidad, donde estaba internado hacía cuatro días. En pocas horas, la realidad se encargaría de desmentirlo.
El deber ser. Cuando aquel 5 de noviembre de 1968 Ricardito lanzó su primer alarido al mundo, ni sus padres ni sus dos hermanos suponían el sismo que implicaría en sus acomodadas vidas.
“Carlos, el padre, no mandó a Miami a Ricardo porque no lo quisiera acá. Fue Ricardo quien le pidió ir, y el papá lo dejó para que estudie el arte que él quería. Es una mentira que Carlos lo haya mandado por su condición sexual, porque cuando Carlos vivía Ricardo no era homosexual”, dijo no hace mucho Marta Fort. La esposa del dueño del emporio chocolatero siempre evitó hacer referencias sobre las causas de aquel enojo histórico que su hijo menor guardaba con su progenitor. Tiempo después de asumir su homosexualidad, Ricardo lo responsabilizaría por la negación.
Violeta lo Re, Virginia Gallardo y Erika Mitdank fueron algunas de las modelos con las que “armó” noviazgos mediáticos, antes de gritar a las cámaras sus apetencias amorosas. “Él podía y por eso pagó novias modelos, pero hay un trasfondo social en esa negación de la homosexualidad”, dice la socióloga Adriana Amado Suárez. “Nosotros suponemos que la integración ya está dada por la aprobación de una ley, pero en la sociedad el peor insulto sigue siendo ‘puto’. Fort sabía que esa era la lógica de la calle. La conocía desde el seno familiar”, afirma la docente e investigadora de la UBA.
Pero las imposiciones paternas mellaron en otras cosas. Aunque su primera aparición televisiva fue hace más de una década en el programa Movete, de Carmen Barbieri, el brillo mediático tuvo que esperarlo. Sólo desde 2007, cuando murió Carlos, comenzó a buscar desesperadamente ese lugar al que arribó a fuerza de una obsesión y mucho dinero. Tapas de revistas y apariciones repetidas casi en cadena nacional lo tendrían como protagonista aquel verano del 2009.
“Ricardo pagaba los móviles desde Miami con tal de salir en televisión”, admitió esta semana el periodista Alejandro Fantino, uno de los primeros en darle aire en Animales sueltos. Desde ese comienzo fue señalado como símbolo de la decadencia cultural. “Dudo mucho de que haya sido popular, sin dudas fue un personaje atractivo por la extravagancia, y el descaro en el placer sin límites de mostrar el desborde”, puntualiza Andrea Matallana, investigadora del Instituto Di Tella.
Esos excesos funcionaron como atractivo, sin la empatía que perseguía con el público, que nunca se agolpó para alentarlo. Según Amado: “Oscar Wilde lo hubiera caracterizado como un hombre sin atributos. No tenía ninguna gracia y nos contaba sin desparpajo que había pagado un montón para aprender a cantar y bailar, algo que obviamente no había conseguido”. Tal vez por eso desde su reality para YouTube, hasta Fort Show, fue el rey de la autogestión.
En su autobiografía, confesó que alguna vez su padre pagó un pasaje a Palito Ortega a Miami para que viera si tenía condiciones. “Cantás bien, pero no transmitís”, le habría dicho el músico, al que desde entonces evitaba en los eventos sociales.
Aunque su padre lo obligaba a trabajar en la fábrica mientras desestimaba su talento artístico, Ricardo nunca quiso hacerse cargo de sus responsabilidades en la dulce empresa familiar, que nació en 1912.
Tras la muerte de Carlos, la fábrica quedó en manos de sus hermanos Eduardo y Jorge. Aunque figura como director de La Delicia Felipe Fort S.A., Ricardo no aparecía por la fábrica más que por alguna eventualidad. “Me pagan por no ir”, llegó a aceptar con la verborragia que lo caracterizaba.
“Fort fue uno de un montón: su historia habla de la vida de millones de personas en todo el mundo"
“Siempre mostró diferencias con la familia, primero fue en la intimidad y después él mismo lo admitía en las notas”, confirma su abogado César Carroza, quien lo asesoró para no dilapidar una fortuna familiar que se estima en 200 millones de dólares, aunque esa cifra no está asentada en ninguna declaración jurada. En la lista de sus bienes figuran una mansión en Miami, un departamento en el barrio de Belgrano en el que vivía con sus hijos, un Rolls-Royce Phantom limousine, un Rolls-Royce Phantom Drophead Coupé, tres motos Harley Davidson, un Mercedes-Benz, un BMW, una mansión en el Barrio Los Troncos de Mar del Plata y un crucero.
“Apareció al mismo tiempo que Zulma Lobato, pero su fortaleza estuvo en su poder económico. Si no lograba imponerse con talento, lo hacía pagando. Ese es el motivo por el que no le sobraron fans”, insiste Matallana. Intentó cantar, intentó actuar, intentó de todo con relativo éxito pero tal vez lo que lo mantuvo en el pedestal de la fama fue lograr constituirse en el monumento a la ostentación. Justo lo que más molestaba a sus hermanos, que preferían la seguridad financiera de la invisibilidad social.
El lunes, a su modo, cada uno despidió los restos del excéntrico Ricardo Fort. Caras largas, llantos desgarradores en el mejor perfil para ser captados por la prensa. Nadie lo dice, pero ese mismo día comenzó una batalla por la tenencia de los hijos y, lo más suculento, la administración de la herencia que el empresario les dejó.
Con 9 años, los mellizos Felipe, como su abuelo, y Marta, como su madre, parecen destinados a adquirir también esa vida mediática que su padre supo sostener.
“Gustavo Martínez tiene firmada la guarda de los hijos. Gustavo pidió que si a Ricardo le pasaba algo los chicos no le fueran arrebatados, hay un documento firmado por Ricardo ante escribano y nadie se los puede sacar”, afirmó esa mañana su última jefa de prensa, Natalia Román. En un primer momento, Karina Antoñale, cuñada del chocolatero, negó que ese papel existiera. Y aunque luego reconoció la existencia del documento, las bases de la disputa estaban anunciadas. Martínez, alertado, empezó a buscar abogado.
Carozza confirma: “Va a haber una pelea legal. Hasta ahora Gustavo se lleva bien con la familia pero hay un 17 por ciento de la empresa en juego. Los papeles que firmó Ricardo son completamente legales y el juez tendrá que definir si deja que los chicos sigan acompañados por la persona que los vio crecer junto a su padre”.
Quiso convertirse en Ken, esculpió su cuerpo, y aunque vivía en el gimnasio, fue por más. A muy temprana edad comenzó a tomar hormonas de crecimiento, anabólicos y se limó el mentón, entre otras 27 cirugías.
“Fort fue uno de un montón: su historia habla de la vida de millones de personas en todo el mundo. Cada vez más mujeres y hombres insisten en modificar su cuerpo suponiendo que eso genera algún nivel de aceptación. Hay un temor social a la indiferencia, una necesidad de ser objeto de observación cada vez más presente”, analiza Amado.
En los últimos años, sus internaciones se debieron a motivos de salud, en especial a fuertes dolores en la columna vertebral y en la rodilla izquierda que calmaba con la ingesta de grandes dosis de tranquilizantes y morfina líquida, que algunos especialistas señalan como factores desencadenantes de la hemorragia que desbarató el castillo de naipes que Fort se había armado, dándole una muerte temprana.
“El tiempo revela lo que la doblez de la astucia oculta...”, dijo casi al final de su vida el rey Lear de William Shakespeare, rayando la absoluta falta de lucidez. A Lear, como a Fort, ese tiempo les mostró lo imposible de la omnipotencia que pretendían: el dinero y el poder no bastan para garantizar la felicidad ni la vida eterna.
La vida sigue. Veremos quién ocupa su trono en los medios. Porque es sabido, “a rey muerto, rey puesto”
OPINIÓN
El cuerpo de otro / Por Florencia Canale
Ya no controlo mi cuerpo”, “siento que tengo un cuerpo prestado”. Así empezó a despedirse Ricardo Fort –triste y desesperado– en las últimas entrevistas que pudo dar. El dolor lo atravesaba hasta sentir la imposibilidad de su dominio.
Es que el cuerpo de Fort había dejado de serle propio desde el primer día que decidió cortarlo. Él acusó 27 cirugías plásticas. Y después le siguieron otras tantas para acomodar lo que había quedado desacomodado. Nunca contento con lo que reflejó el espejo, intervino su persona para devenir en el espectáculo de lo corpóreo.
Las ansias frenéticas del colectivo mediático por la mutación constante de caras y cuerpos devela un malestar que sólo deja constancia de deformidades y depresión –latente o bien expuesta– que terminan en muerte. “Querer ser otro”, y por prepotencia impune intentar llevarlo a cabo, jamás tiene el final feliz que sólo las starlets de la farándula ansían.
Los happy endings suceden en las comedietas del hemisferio norte y duran hora treinta. La vida es bastante más larga y su recorrido bien diferente.
La intervención desaforada desemboca en la muerte de la identidad. “Yo es otro”, decía Rimbaud.
En la película de los noventa La muerte le sienta bien, en una pelea sin fin por la perpetuidad de la belleza y la juventud entre Goldie Hawn y Meryl Streep, los únicos vencedores son los desechos de un cuerpo que ya fue. Sería mejor empezar por amigarse con lo dado más que lo intervenido.
Revista Veintitrés
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