La parte y el todo
Novedades de la movilización masiva. Recuerdos de otros años bisiestos, la oposición en el espacio público. Teresa, una opositora que invoca representar al todo. Compañeros de ruta o analistas que leen parecido. Los desafíos para el Gobierno. Un año difícil, uno que asoma más amigable. Unas líneas sobre policlasismo y potencial político.
Por Mario Wainfeld
Imagen: Pablo Piovano.
“Yo la voté, perdón”, decía la pancarta que llevaba Teresa, una neuquina nacida y criada, hija de la dueña de una chocolatería muy conocida, quien portó uno de los mensajes más creativos. “‘En realidad no la voté, pero creo que este cartel representa a mucha gente que sí lo hizo y se siente defraudada’, dijo Teresa.”
Publicado en Rionegro.com.ar, en referencia a la movilización en Neuquén.
Sinécdoque f. Ret. Tropo que consiste en extender, restringir o alterar de algún modo la significación de las palabras, para designar un todo con el nombre de una de sus partes (...), un género con el de una especie.
Diccionario de la Real
Academia Española.
Imagen: Pablo Piovano.
Empecemos con lo original y actual. La oposición ocupó el espacio público en una movilización que congregó cientos de miles de argentinos en distintas ciudades. Fue, acaso, la mayor del período kirchnerista, si se suma el total nacional de participantes. Como mucho, competirá con los grandes momentos de la protesta conducida por las patronales agropecuarias. Una participación intensa que creció entre septiembre y noviembre, propiciada por su éxito y (tácitamente) por las garantías que ofrece el sistema democrático a quien se expresa en calles y plazas.
La movida congrega a personas de clases altas (que el relato dominante ni menciona) y medias urbanas. En la coyuntura le “ganó la calle” al oficialismo que, este año, se escindió del líder camionero Hugo Moyano, un importante aliado para disputar ese terreno.
La protesta carece de consignas precisas, ni hablar de un programa de gobierno. No generó, hasta acá, referentes salidos de sus filas ni acepta encolumnarse con dirigentes políticos que le son afines. Cuenta con la anuencia y la promoción de los medios dominantes y con una bendición culposa de la dirigencia opositora, que trata de capitalizarla sin violentar sus reglas. Todos esos jugadores no le ven techo a ese, supuestamente, nuevo sujeto. Habrá que ver si lo es, lo que parece claro es que la oposición cuenta con una herramienta nueva.
Desde la otra vereda, el oficialismo resalta sus carencias, su carácter monoclasista, la falta de una propuesta alternativa.
La euforia anti K da por cerrada una etapa. Uno de sus expositores más inteligentes y reflexivos (no hay tantos), Eduardo Fidanza, titula “Señales de un incruento final de época” un interesante artículo publicado ayer en el diario La Nación. El vocablo “señales” matiza el énfasis triunfalista de la nota, poco original en ese aspecto. El Gobierno, sentencia Fidanza, “perdió en un año el apoyo de las mayorías, está en una fase de franca declinación, es responsable de problemas de difícil resolución y tendría una pobre performance si las elecciones fueran hoy”. Demasiadas certezas para un observador profundo, consultor afamado además. Teresa, la simpática manifestante neuquina que se cita al comienzo de esta columna, confundió adrede la parte con el todo y se arroga la representación de quienes piensan diferente a ella. Intelectuales de fuste derrapan en sentido similar. Llaman “opinión pública” a lo que es, flagrantemente, un estamento social circunscripto que, como Teresa, ya votó “no K” o “anti K”.
¿Perdió el Gobierno el apoyo de las mayorías, tan así? ¿Sería tan pobre su performance si las elecciones fueran hoy? ¿Cuál sería la estricta relevancia de esa virtualidad, en términos institucionales y de política concreta, dado que las elecciones son el año próximo? ¿Está el kirchnerismo en franca declinación? Y, aun si así fuera, ¿no ha sabido el kirchnerismo sacar fuerza de sus flaquezas, cambiar cuando fue necesario o forzoso, revisar su agenda? ¿No ha sido ésa una de sus peculiaridades más visibles? El cronista formula las preguntas y sugiere sus propias respuestas. Aunque, se ataja, no da por hecho que los éxitos del pasado estén garantizados en el futuro.
El sentido común opositor, aun en sus glosadores más calificados, cree que el futuro está escrito: es virtuoso e inexorable. Implícitamente da por hecho que el kirchnerismo no tiene capacidad de movilización alternativa ni de respuestas gubernamentales. Busca, entre un elenco no muy excitante, a su Henrique Capriles o a su Mitt Romney, su candidato unificador. Aunque fantasea, claro, que el hipotético líder superará a sus homólogos venezolano o norteamericano y prevalecerá en 2015.
El oficialismo piensa que la foto es una instantánea, no una panorámica. O, llegado el caso, que lo importante es la película, que ya vio y tiene final feliz.
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Los años bisiestos: Aludimos a lo novedoso, que para algunos es una epifanía. Repasemos varias recurrencias interesantes: hablemos de los más recientes años bisiestos. En 2004, 2008 y 2012 el kirchnerismo transitó el primer año de sus tres mandatos, siempre desafiantes y cuestionados por el establishment financiero, la derecha autóctona y un número importante de opositores. Son momentos no electorales, anticipatorios del medio término. En todos ellos, la oposición le peleó el espacio público y en las dos ocasiones precedentes supo primar.
Gran diferencia con lo actual: aquellas minorías intensas tenían demandas precisas. No agotaban ahí sus ambiciones pero eran importantes contiendas tácticas. Juan Carlos Blumberg ganó terreno, obtuvo concesiones a sus reclamos, se fue desinflando con el correr de los meses. Su de- safío quedó encapsulado, por ponerlo de algún modo. Transcurrió en tiempos de bonanza, no incidió en la votación de 2005, que consolidó al kirchnerismo y proyectó la candidatura de la actual presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Entre 2008 y 2009 el kirchnerismo lo pasó peor. “El campo” sumó adhesiones sociales, políticas, territoriales. El Frente para la Victoria (FpV) se cuarteó y fragmentó. La derrota en el Congreso se propagó a las elecciones legislativas, que fueron leídas como el fin de un ciclo. Era una hipótesis verosímil que no se plasmó como realidad. El ex presidente Néstor Kirchner, batido en la provincia de Buenos Aires por un cuatro de copas como Francisco de Narváez, parecía el síntoma de la pérdida del apoyo de las mayorías y era una pobre performance electoral.
Sin embargo, el oficialismo redobló la apuesta. Hizo eje en propuestas que ahora son pilares de su proyecto y que antes no estaban en su radar: sistema jubilatorio, Asignación Universal por Hijo (AUH), Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, matrimonio igualitario. Barrió en 2011 a sus contrincantes, con la consiguiente bronca de quienes el jueves poblaron calles y plazas.
Y por último, sólo en la mención. Una multitud, mayormente juvenil, de los que miraron por tevé la ofensiva campestre se sintieron interpelados y convocados a la militancia. El jueves, miraron por tevé pero siguen existiendo.
Tanto como la mayoría, no militante pero sí rotunda en las urnas, que la chocolatera Teresa de Neuquén dice representar. La respetable parte que se hizo notar el jueves dista, mucho, de ser el todo.
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Re-re y porvenir: Plantearse contra la reforma constitucional y la “re-re” es para la oposición un redituable factor de unidad que la dispensa de proponer alternativas económicas consistentes. Llegado el momento puede facilitarle una “derrota anti-Pirro”: ser vencida en las urnas como tantas veces pero decretarse triunfadora porque el oficialismo no llegó a tener los dos tercios de legisladores nacionales necesarios para llamar a la Constituyente. Ese es el escenario más factible hoy: el oficialismo conservando las mayorías en las dos Cámaras, aunque sin acceder a esa llave.
El supuesto éxito es un dibujo autocomplaciente pero no deja de ser un desafío para el Gobierno. La perspectiva de tener que elegir a alguien que suceda a Cristina Kirchner es un futuro factible. El oficialismo hará lo posible por afrontar la disyuntiva lo más tarde posible y cuando le parezca mejor momento. Pero ese albur lo acecha y forma parte del paquete de sus retos futuros.
Frente a la protesta el Gobierno no tiene por qué desamparar al 54 por ciento que acompañó su propuesta y romper su contrato electoral. Pero tampoco debe caer en el simplismo de creer que la fragilidad de sus adversarios le ahorra tareas. O de creer que sólo le demandan correcciones los caceroleros activos. Esa parte no es el todo de los disconformes.
GB
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