La cloaca maloliente del subsuelo de la patria
Por Alejandro Horowicz
El pútrido argumento de los militares culpables y los civiles "inocentes" se ha vuelto impronunciable. Las compuertas que comunican las "ideas" soterradas de la sociedad argentina con el espacio público se terminaron por abrir. La basura ideológica más pútrida, los fondos nauseabundos a medias escrutados del horror, dejaron de ser doloroso patrimonio de una minoría moralmente inquebrantable para comenzar a volverse lugar común.
Nadie ignora, si no decide militantemente ignorar, cómo desaparecieron los 30 mil. Por paradójico que resulte, y no deja de sonar terrible, esa es una "buena nueva", pero las buenas nuevas ni son tan buenas ni tan nuevas. La pulseada atravesó décadas de impunidad sistémica, terminando por quebrantarla, para que ahora ya nadie pueda decir "los argentinos son derechos y humanos", y si lo hace deja de ser un "confundido" de buena fe.
La forma que asume el debate sobre el pasado (presente como problema irresuelto), el relato sobre la masacre ilegal de militantes, sobre la responsabilidad personal y política de ese exterminio sistémico, así como el sentido mismo de semejante comportamiento histórico, ganó visibilidad y sobre todo claridad. Del sinsentido de los dos demonios locamente enfrentados del prólogo al Nunca Más de Ernesto Sabato, publicado en 1984, a la lectura del dictamen del juez federal Fernando Luis Poviña, quien acaba de procesar al presidente del Ingenio Ledesma (privación ilegal de la libertad de 29 personas secuestradas durante la última dictadura militar), media una completa vuelta de campana; sostiene Poviña: "la Empresa Ledesma –al igual que otras industrias con sectores obreros de gran envergadura– tuvo una activa participación en cuanto a la implementación de políticas económicas y medidas dirigidas a la anulación del reclamo sindical, ejecutadas y llevadas a la práctica por parte de los sucesivos gobiernos militares bajo el engañoso y fútil intento de justificación de imponer por la fuerza la preservación de valores occidentales y cristianos".
El pútrido argumento de los militares culpables y los civiles “inocentes” (construido por el juicio a las juntas, y los decretos consecutivos del entonces presidente Raúl Alfonsín) se ha vuelto impronunciable. No se trata, no se trató, por cierto de una confrontación académica. A regañadientes, impulsada por el restablecimiento de la punición legal, anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la verdad de los organismos de los Derechos Humanos, su relato sobre la represión de la dictadura burguesa terrorista, se termina por instalar como nuevo piso ético colectivo.
No es Jorge Rafael Videla quien, a través de un amanuense periodístico, admite públicamente lo que mintió durante décadas y sólo había reconocido ante la jefatura de la curia católica. El domingo 6 de mayo Horacio Verbitsky republicó, en Página 12, un documento exclusivo sobre la confesión de Videla (silenciado por toda la prensa "independiente"). Documento ratificado por las autoridades eclesiásticas a pedido del juez. Ahora Rodolfo Aníbal Campos, coronel retirado que fuera jefe de policía en Córdoba durante la dictadura burguesa terrorista, no vaciló en jactarse ante el tribunal que lo juzgó: "Torturamos y asesinamos para sacar información, en cualquier guerra pasa eso. Entregamos una Nación ordenada en 1983. Lamentablemente hoy el gobierno quiere trasladar una sola verdad de lo que pasó, pero estoy orgulloso de lo que hice como militar en 60 años de servicio", indicó el represor con "una de sus manos en alto", según La Nación del 1 de noviembre pasado. Aunque la crónica omite precisar si se trataba de un saludo romano, los "visitantes" de esa siniestra dependencia nos recuerdan que el retrato de Adolf Hitler presidió no pocas sesiones "informativas", delatando la versión del mundo occidental y cristiano defendida por 250 capellanes militares.
Esto no impidió el cínico pedido de perdón de la 104º Asamblea Plenaria del Episcopado. Sostuvo monseñor José María Arancibia, presidente de la asamblea: "Es totalmente alejado de la verdad que haya habido una suerte de connivencia de lo que hicieron los obispos involucrados en ese momento." La declaración tiene un objeto preciso: desmentir los dichos de Videla. Pero sobre todo intenta reubicar discursivamente a la Iglesia, lavarle la cara, desconocer su activa participación en el proceso represivo, pronunciándose formalmente contra la "impunidad". Y de no mediar el documento publicado por Verbitsky una "duda" sostendría los dichos de monseñor. Claro que para los que suelen leer con más detalle, los que no olvidaron que ni siquiera hoy el curita Christian von Wernich, condenado por la justicia, sigue revistando sin más entre las huestes de la santa madre, las cosas ya eran decididamente como son. De un lado los que defendieron y defienden como pueden la política represiva del '76, del otro una sociedad que ya no está dispuesta a semejante rango de indigencia política.
Pasó una cosa que tuvo una influencia decisiva en el comportamiento público de la Iglesia Católica de la Argentina: el Tercer Milenio; el Vaticano decide el jubileo del Tercer Milenio, es decir, el pedido de perdón por los pecados de la Iglesia Católica; lo hace el Vaticano a escala universal y lo tienen que hacer los distintos episcopados nacionales.
El francés lo hace con mayor sinceridad, pide perdón y se arrepiente por su colaboración con la deportación de judíos franceses. En la Argentina también el episcopado se ve obligado por el Papa. En el año 2000 hacen una ceremonia en Córdoba, montan un gran palco en el Parque Sarmiento, muy bien iluminado, 100 obispos vestidos de blanco, a la noche, una ceremonia sumamente teatral, y absolutamente hueca. Mencionan los pecados contra los Derechos Humanos. Era muy hipócrita, invitaron al general Brinzoni, jefe del Ejército, y no invitaron a nadie de los organismos de Derechos Humanos.
En Iglesia y derechos humanos, editado en 1982 y reeditado en el '84, la curia intenta un blanqueo de sepulcros. Mostrarle a la sociedad cuántas cosas dijo en defensa de los Derechos Humanos. Una cosa llama la atención, no había documentos completos, solo párrafos sueltos. Los archivos de los diarios disponen de los textos íntegros, y al contrastarlos con los fragmentos del folleto queda claro que los habían mutilado para embellecer y tergiversar. Por ese entonces ni reconocían que tenían archivo, ahora nos informan que van a revisarlo. Si se piensa que la revisión del juicio contra Galileo Galilei demandó siglos, es probable que el siglo XXII nos sorprenda con la admisión de que hubo campos de concentración en predios de la Iglesia argentina.
BIOGRAFÍA DE CARLOS PEDRO BLAQUIER. A los 84 años, defendido por Jorge Valerga Aráoz, integrante de la cámara que juzgara las célebres tres juntas, el presidente de Ledesma, que sigue en libertad, no está acostumbrado a rendir cuentas a nadie de nada. Hace apenas un año Blaquier asumió como presidente honorario de la Sociedad Científica Argentina. Al acto de presentación del nuevo presidente honorario, realizado en la sede de la institución, Santa Fe 1145, asistieron más de 300 personalidades y representantes de las ciencias, las letras, las artes y el periodismo y del mundo empresario, de la Unión Industrial Argentina y de las instituciones representativas del campo. El presidente de la Sociedad Científica Argentina, doctor Ángel Alonso, entregó al doctor Blaquier el diploma y la medalla correspondientes, según consta en la crónica de La Nación. En sus 140 años de vida, es la segunda vez que la Sociedad Científica Argentina designa a un presidente honorario.
Muy pocas personalidades habían recibido previamente esa distinción, entre ellas los tres argentinos que obtuvieron el Nobel: Bernardo Alberto Houssay, Luis Federico Leloir y César Milstein. Dicho de un solo tirón: un integrante nato del bloque de clases dominantes, un poderoso sin cuento, ha sido sometido a la igualdad ante la ley. Y esa sí que es una buena nueva.
19/11/12 InfoNews
GB
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